wp_head() ?>
A juzgar por las fotos, Edward Snowden no parece ser un hombre de gran estatura, pero su sombra está resultando más larga de lo que se pensaba. Su chivatazo del 2013 sobre las actividades de espionaje electrónico de la NSA ha inspirado a un estudiante austríaco – al parecer un tipo corriente pero con mucha motivación – que, tras pasar años litigando, ha conseguido una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE (ECJ, según la sigla en inglés). Max Schrems pasará a la historia por haber ganado un pulso a prestigiosos bufetes de abogados especializados en derecho de Internet.
No abundaré en detalles, porque esto no es una crónica y porque la noticia es suficientemente conocida. La sentencia del ECJ dice que el mecanismo conocido como Safe Harbor – acordado en 2000 entre la Comisión Europea y el gobierno de Estados Unidos – no protege suficientemente los datos personales de los ciudadanos europeos que se transfieran a centros de datos en aquel país, porque la legislación estadounidense en materia de seguridad nacional infringe las salvaguardas previstas en aquel acuerdo de hace 15 años. En consecuencia, invalida la vigencia del acuerdo; la decisión no es recurrible.
Como suele suceder, la noticia ha sido mal interpretada, por pereza intelectual, o tergiversada, por mala fe o intereses creados. De manera que me limitaré a describir las consecuencias, algunas hipotéticas, de la sentencia. Está cantado que va a provocar nuevos roces entre Washington y Bruselas, pero de ahí a sostener, como los integristas habituales, que la supresión de Safe Harbor condena a Europa al atraso tecnológico y a la parálisis de inversiones en TI, hay un abismo.
La premisa de Safe Harbor [la transferencia de datos de Europa a Estados Unidos cuenta con las garantías suficientes para la protección de los ciudadanos europeos] es contraria a lo que afirma la sentencia del ECJ. Entonces, la invalidez del acuerdo, ¿significa que Facebook, Google, etc no podrán funcionar en Europa a menos que almacenen en suelo europeo los datos europeos? De eso nada. Las empresas adheridas al mecanismo – unas 4.400 – podrán seguir funcionando como hasta ahora, sólo que en caso de reclamación legal por parte de algún usuario o cliente, no podrán alegar que su actuación está amparada por un acuerdo que ya no está en vigor.
El procedimiento previsto en Safe Harbor establece como condición que las empresas que almacenen y/o procesen en Estados Unidos datos de personas físicas o jurídicas europeas [definición que vale tanto para un tuit, un post, un mensaje de correo o la nómina de una multinacional], deberán autocertificarse ante las autoridades federales que cumplen con siete principios elementales, entre los que se encuentra la garantía de proteger su integridad y que no los transferirán a terceros.
Facebook, que está en el origen del litigio por la denuncia de Schrems, ha declarado que no se apoya exclusivamente sobre Safe Harbor sino también sobre otros métodos aprobados por la UE para transferir datos de conformidad con la ley. Lo mismo ha afirmado Google, y ambas tienen razón: existen fórmulas alternativas y/o paralelas, como las así llamadas Normas Corporativas Vinculantes (binding corporate rules) y un modelo de cláusulas contractuales; en ambos casos se trata esencialmente de seguir procedimientos de aprobación separados, que pueden ser comunitarios o, lo más frecuente, acogerse a las leyes nacionales de los países miembros.
Microsoft, proveedor de almacenamiento de datos online y de servicios cloud para empresas, dice no estar concernida por la cuestión: «nuestros términos de uso [esos que nadie lee] dejan claro que nuestro servicio consiste en transferir datos entre usuarios, y a eso se limita nuestro papel». Salesforce se ha apresurado a declarar que «ha tomado medidas para asegurar a sus clientes del cumplimiento de la legislación vigente». Amazon, siempre segura de sí misma se ha limitado a informar de que sus servicios cloud en Europa han sido declarados conforme por el grupo de trabajo del artículo 29, órgano consultivo de la UE en materia de protección de datos.
Más allá de las declaraciones para salir del paso, los abogados de cada gran compañía están analizando las implicaciones de la sentencia. Desde luego, la existencia de alternativas suaviza el impacto inmediato de la sentencia, pero una vez creado el precedente, nada impide que sean cuestionadas y que, algún día, otro tribunal las anule por estar en contradicción con la sentencia de 2015. También es posible – pero no carente de riesgos – que la posición común europea se resquebraje si, por ejemplo, algún estado miembro viera la oportunidad de convertir su territorio en santuario de datos (un símil de los paraísos fiscales) dando por buenos modelos contractuales «nacionales». En todo caso, se puede esperar que en los próximos meses sean anunciadas iniciativas de implantación en Europa de datacenters de proveedores de servicios.
La única salida posible a este enredo sería una negociación, que no podrá desembocar en un maquillaje de Safe Harbor añadiendo el sufijo 2.0. Si desde el 2013 no ha se ha podido avanzar [lo que decía sobre la sombra de Snowden], ahora se antoja más difícil llegar a un acuerdo que respete el criterio fijado por el ECJ: la contraparte (EEUU) deberá ofrecer las mismas garantías que rigen en la UE en materia de protección de datos. A menos que hubiera un cambio profundo en la actitud de Washington, un nuevo acuerdo podría ser invalidado. Perdonen la longitud del texto, pero pudo haber sido peor.
Durante muchos meses, el destino de EMC y de su CEO, Joe Tucci, ha sido la comidilla del sector, aunque realmente había poco que decir. La partida de ajedrez planteada por el inversor Paul Singer, cabeza visible del fondo Elliott Management había llegado a una situación de jaque perpetuo. La salida que han encontrado tiene un diseño inesperado: vender la empresa en una transacción récord, por 67.000 millones de dólares, la más alta que se recuerde en la industria tecnológica y la segunda en Wall Street tras la (desastrosa) compra de Time Warner por AOL en 2000.
Formalmente, la parte compradora es Dell Inc. y el artífice aparente de la operación es Michael Dell, con una participación minoritaria pero que encabezará la empresa resultante. No hay que llamarse a engaño: el verdadero dueño de EMC será Silver Lake, que de hecho domina Dell Inc. desde que la retiró de la bolsa a finales del 2013. Sin la reputación de ´buitre` que se endilga al fondo de Singer, Silver Lake ha sido capaz de asegurarse la financiación para afrontar la compra.
Corría prisa para que el consejo de EMC aprobara el acuerdo, y había que anunciarlo el mismo día, ayer, en que estaba prevista la presentación de resultados trimestrales. Ya vencida la tregua que pactaron Tucci y Singer, la conferencia con los analistas se preveía de alto voltaje, pero de un día para otro la conversación ha cambiado.
Así, a bote pronto, tengo algunos apuntes que compartir con los lectores:
1) Michael Dell tenía razón en algo: si la empresa que lleva su nombre aún cotizara en bolsa, sometida al escrutinio constante de analistas y ´activistas`, hubiera sido difícil sacar adelante una negociación discreta.
2) Cerrar los flecos de la transacción llevará tiempo. Se aventura que podría quedar cerrada entre mayo y octubre del 2016, de manera que muchos detalles cambiarán, y no de los menores. Pero hay uno que se puede dar por seguro: Joe Tucci, ya cerca de los 70, podrá cumplir su promesa de retirarse, con la que amaga desde hace al menos tres años.
3) Lo que no está tan claro es la supervivencia de la federación que Tucci ha construído para sentarse en la cúspide controlando seis ramas de negocio autónomas, de hecho seis empresas no muy interconectadas. Es improbable, por no decir imposible, que Michael Dell – chairman y CEO – sea partidario de mantener esa fórmula que, entre otros exotismos, acepta que unos miembros federados compitan con otros en ciertos casos.
4) Es posible que los nuevos propietarios de EMC decidan deshacer la federación, por la vía de vender alguno de sus componentes o sacándolos a bolsa total o parcialmente a bolsa. Cualquier desinversión ayudaría a financiar la deuda, cuantiosa pero muy oportuna, ya que ha sido contraída justo cuando se ve venir una subida de los tipos de interés.
5) Se da por cierto que una de las razones por las que Michael Dell puso el ojo en EMC es su vieja aspiración a liderar el mercado de almacenamiento; habrá redundancias, sin duda, pero estadísticamente tiene a la mano el primer puesto del ranking de un mercado muy agitado ultimamente.
6) Cuando llegue el momento, EMC será retirada de cotización, pero las circunstancias pueden cambiar, y sería imaginable que un porcentaje de la futura empresa saliera a bolsa, contrariando el precepto de Michael Dell. Al fin y al cabo, la facturación conjunta estaría en torno a los 80.000 millones de dólares, una cifra que – puede decirse – invita a la partición. Paul Singer. Quien, por cierto, se llevará una bonita plusvalía de más o menos el 30% sobre su inversión en EMC. Razón de más para que haya declarado su apoyo a la oferta de Dell y Silver Lake.
7) Puede uno preguntarse, como hacía el colega Chris Mellor a propósito de las conversaciones para fusionar EMC con HP si esta búsqueda de tamaño no acabará en una destrucción de valor. Pero eso, desde luego, está por demostrar.
8) En el centro de esta historia se encuentra VMware – que precisamente hoy abrirá en Barcelona su conferencia VMworld Europe – como demuestra la compleja forma de pago acordada. El precio final de 33,15 dólares por acción se desglosa en 24,05 en efectivo más 9,10 en unas llamadas acciones de seguimiento (tracking stock) cuyo valor oscilará según la cotización del 20% flotante de VMware, que EMC no controla. El rol de VMware ha sido clave en el conflicto entre Tucci y Singer, como se ha comentado en este blog.
9) Para EMC, la compra de VMware por 625 millones de dólares en 2004 ha sido como la multiplicación de los panes: la participación (ahora del 81%) equivale a unos 27.000 millones de dólares en el balance de EMC, algo más de la mitad de su valor en bolsa y bastante más de la mitad de su beneficio operativo. Las opciones para Michael Dell son delicadas: aunque forma parte de la federación de EMC, VMware tiene muy arraigada su autonomía. Un analista amigo, al que pedí opinión sobre este asunto, me respondió lo siguiente: «1) Paul Gelsinger [CEO de VMware] no se dejaría mandar por nadie con las ínfulas de Michael Dell, y 2) desde que tuvo que regresar al timón de su propia empresa, en 2007, Dell ha sido renuente a delegar el menor protagonismo sobre sus negocios».
Las fusiones entre iguales son un mito, y en el caso del que me ocupo la disparidad de fuerzas financieras era inversa al relieve tecnológico: la empresa compradora había vendido las joyas de la abuela, y gracias a ello pudo comprar otra, complementaria pero que venía de pasar momentos muy duros. Está claro que hablo de Nokia Networks y Alcatel Lucent. Aún no está cerrada jurídicamente la operación, la primera ha iniciado la ingesta de la segunda, al revelar la estructura organizativa y los nombres del equipo directivo de la empresa resultante. Pues bien, de los trece altos ejecutivos, sólo tres proceden de Alcatel Lucent, y uno de ellos es Federico Guillén, quien tras dirigir la española, actualmente preside la división mundial de redes fijas, cargo que retendrá en el nuevo organigrama.
Los otros dos que vienen de Alcatel Lucent – no sé hasta qué punto las nacionalidades son relevantes, pero llama la atención que ninguno sea francés – se llaman Bashkar Gorti – actual presidente de plataformas IP, y Basil Alvan, que a su responsabilidad sobre routing y transporte añadirá el negocio de redes ópticas e integrará Nuage Networks, hasta ahora filial de Alcatel Lucent especializada en la tecnología SDN.
Los diez restantes, empezando por el CEO Rajeev Suri, son aportaciones de Nokia Networks. Otra singularidad es que sólo hay entre ellos un ciudadano finlandés, el CFO Timo Ihamuotila. De las cuatro divisiones en que se estructurará la compañía naciente, el reparto quedaría tres a uno en favor de la Alcatel Lucent, pero Nokia se reserva la dirección de Wireless.
Evitaré al lector la retahíla de nombres, no sin antes mencionar que en la lista no aparece (por ahora) la figura del CTO, que se integraría bajo una denominación inusual, Chief Innovation and Operating Officer (CIIO), cargo que ocupará Marc Rouanne, el único francés del grupo, premiado por haber cambiado Alcatel Lucent por Nokia en 2008.
Michel Combes, CEO y urdidor de la venta – se marchó en septiembre, fichado para dirigir el operador francés SFR/Numericable. No hay noticia del destino que correrá Marcus Weldon, hasta ahora CTO y presidente de los Bell Laboratories .
Tras los nombramientos en la cúspide, vendrán los de responsables geográficos, y ahí se podrá ver que tal vez Nokia no tenga gente suficiente para cubrir los puestos. Cuanto antes, Suri debería clarificar la estrategia que justifique su audaz operación. La empresa finlandesa vuelve a adquirir protagonismo, pero tendrá dos rivales de mucho peso, la sueca Ericsson y la china Huawei.
Se sorprende mi amigo Mario Kotler del ruido que se ha montado por el retorno de Jack Dorsey al puesto de CEO de Twitter, empresa que fundó en 2006. La dimisión de Dick Costolo em junio (forzada por Dorsey entre bambalinas), tras desempeñar esa función durante cinco años, creó un vacío que el fundador llenó interinamente, pero no al gusto de todos los accionistas. De ahí viene el debate acerca de si es el más indicado para sacar a la compañía de su estancamiento. Porque la verdad es que, pese a su popularidad y a haber intentado casi todas las fórmulas de ´monetización`, Twitter sigue sin dar beneficios. Dorsey fue apartado en 2008 por los miembros del consejo; ahora se toma la revancha.
Por lo que he leído, se le reprocha que crea poder repartir su tiempo con otra empresa que fundó y de la que también es CEO, Square. Si se sorprende Mario, vecino de San Francisco, con igual razón me sorprendo yo, que no entiendo por qué el pluriempleo vale para un camarero y no para un multimillonario de 38 años. ¿No habíamos quedado en que Internet – de la que Twitter es un paradigma global – facilita la ubicuidad y el teletrabajo? Además, ¿qué tiene de extraordinario dirigir a la vez dos empresas separadas por un centenar de metros en Market Street?
Se ha traído a colación que Steve Jobs simultaneó durante años la dirección de Apple con la de Pixar, sin que a nadie le extrañara. La alusión tiene truco: se da por sentado que Jobs fue un genio, pero no está probado que Dorsey lo sea. Admiradores y detractores se han puesto a discutir si es «el nuevo Steve Jobs», o si el titulo le queda grande. Confieso, sin ofender a nadie, que Steve Jobs no es mi héroe, y no me inclino por ninguno de los dos como modelo a seguir por mi descendencia. Visito el Silicon Valley un par de veces al año, por lo que creo reconocer el olor ideológico de sus apologetas: deja la universidad y conviértete cuando antes en emprendedor, es la supuesta fórmula del éxito. [espero con interés la próxima novela de Jonathan Franzen, que dicen trata del mesianismo californiano].
Tras ver la noticia en primeras páginas de grandes diarios, he llegado a comprender que Dorsey es una anécdota. Lo que realmente importa es la pregunta de si Twitter tiene futuro. Que sus acciones subieran tras conocerse la decisión, no me dice nada: han subido, sólo para volver a un 62% del precio de salida a bolsa en noviembre del 2013. En nueve años de vida, no ha tenido beneficios, y en el primer semestre de este año, ingresó 938 millones de dólares con 299 millones de pérdidas. ¿Se puede seguir así?
Los 325 millones de usuarios de Twitter palidecen frente a los 1.500 millones de Facebook y en lugar de aumentar disminuyen. Según opinan los analistas, este no es el problema, sino la volatilidad del uso, que se dispara con ocasión de grandes – e inesperados – acontecimientos. La insuficiencia de lo que llaman engagement, es el factor clave que explica el recelo de los anunciantes.
Hace poco, cuando se anunció un acuerdo con Google por el que los tuits abiertos serán indexados por el buscador, se extendió el rumor de una posible compra de Twitter. Con Dorsey al frente, vuelve a hablarse de esa posibilidad, con el matiz de que Google ya no se llama Google, y que en la lista potencial de Alphabet está en blanco la letra T.
Formalmente, es un desestimiento recíproco de agravios acumulados durante años: Microsoft retira la demanda por infracción de su propiedad intelectual contra Motorola Mobility – subrogada en Google – y la otra parte renuncia a otra que en su día presentó como represalia. Bajo la aparente equivalencia se esconde la rendición de Microsoft ante la evidencia de que mantener abierta esa herida es incompatible con el agnosticismo predicado por Satya Nadella: es preferible que sus aplicaciones y servicios cloud sean acogidos en la plataforma Android – como ya ocurre en iOS -implique sacrificar los ingresos que recibe de una veintena de fabricantes adheridos a este sistema operativo, y cuyo monto total se estima en más de 2.000 millones de dólares.
La cronología del entuerto es aleccionadora. En octubre del 2010, Microsoft presentó una demanda contra Motorola Mobility por violación de 9 patentes, que a su vez fue replicada por la demandada con otra en la que denunciaba el uso no autorizado de su propiedad intelectual en la consola Xbox. Ambos procesos seguían pendientes en agosto de 2011, cuando Google adquirió Motorola Mobility, una decisión que – se dijo entonces – tenía mucho que ver con su cartera de patentes. De hecho, cuando Google la revendió con minusvalías a Lenovo, se quedó con un bloque de patentes, entre ellas las que estaban sub judice. Pero Microsoft, aun sosteniendo que en Android hay tecnologías protegidas por patentes a su nombre, siempre evitó ir directamente contra Google. Y viceversa.
Entretanto, sin que la justicia se hubiera pronunciado, Microsoft empezó a exigir a los fabricantes de smartphones el pago de royalties por cada dispositivo Android que vendieran. Una veintena, empezando por Samsung – la marca más vendida de la plataforma más difundida – accedieron para evitarse un conflicto incierto. Gracias a esa maniobra, Microsoft llegó a ingresar mucho más dinero por Android que por el desfalleciente Windows Phone. Ya que no conseguía que esas marcas adoptaran Windows Phone, más le valía rentabilizar el éxito ajeno.
El acuerdo extrajudicial entre Microsoft y Google no invalida los firmados por esa veintena de fabricantes, pero nada impide que estos acudan a los tribunales instando su anulación al haber desaparecido su fundamento. Hay un antecedente poco conocido: en marzo, Microsoft les ofreció bajar los royalties hasta un mínimo simbólico a cambio de preinstalar sus aplicaciones (Bing, Skype, OneDrive y Office 365) en sus dispositivos. Muy lógico: cuantos más usuarios reclute, más fortalecerá Microsoft su nueva propuesta publicitaria, Bing Ads, que pretende competir con Google [a partir de esta semana, Alphabet].
No consta qué respuestas recibió de otros, pero sí que Samsung aceptó el trato porque necesita diferenciarse de Android; poco después los abogados de Microsoft acudieron al bufete Quinn Emanuel, que representa a Google, para negociar una salida al conflicto. En la nueva situación, es probable que Microsoft renegocie con los OEM de Android una variante gratuita de su oferta de abril. En tal caso, podrían rebajar en unos 4 ó 5 dólares por unidad el coste de sus dispositivos, lo que les permitiría ganar un dinerillo en los modelos de menos de 100 dólares de PVP, donde concentra la demanda en muchos mercados.
La retirada de Microsoft es coherente con la estrategia inaugurada por Nadella: pacificar las relaciones con sus rivales ayudará a la difusión de sus aplicaciones y despejará las dudas de los desarrolladores. Si lo ha hecho con Apple y con Salesforce, ¿por qué no con Google? En palabras de Tim Cook, «con Microsoft tenemos más cosas en las que cooperar que razones para pelear». Hace un par de semanas, en la conferencia anual de Salesforce, Nadella fue recibido como un amigo de toda la vida, disimulando que hasta hace poco Microsoft acusaba al anfitrión de violar su propiedad intelectual.
Cerrado el litigio [antes hubo un pacto de no agresión entre Google y Apple, y la prolongada batalla judicial entre Apple y Samsung puede darse por extinguida sólo queda un juicio pendiente que pudiera afectar al mercado de los smartphones: la denuncia de Oracle contra Google sobre Java. Pero esto llevará s tiempo y merecería otro post.
Norberto
Se esperaba mucho, demasiado, de la visita del presidente chino, Xi Jinping, a Estados Unidos. En días previos, se publicó que la diplomacia trabajaba en un proyecto de acuerdo histórico, por el cual ambas potencias se comprometerían a no iniciar ciberataques contra la otra. Al final, no se llegó a tanto: no hubo firma protocolaria de los presidentes, pero la Casa Blanca difundió una fact sheet según la cual están de acuerdo en que «ningún gobierrno (sic) debería llevar a cabo ni apoyar a sabiendas (sic) la apropiación por medios cibernéticos de propiedad intelectual, secretos comerciales o información confidencial con la finalidad de obtener ventaja competitiva para las compañías y sectores de sus países».
Esto, más una frase sobre el compromiso de intercambiar información y asistencia relativa a los ataques informáticos lanzados desde sus territorios, ha sido todo. No todo, en realidad. El presidente Xi cumplió con la tradición de que en cada visita de Estado ha de citarse un proverbio chino. Esta vez, fue aquel que dice «todo fuego arderá más alto si todos contribuyen con leña».
Obama pudo decir, en la rueda de prensa conjunta, que China se adhiere a una posición que Estados Unidos ha mantenido durante muchos años, y Xi Jinping reiterar que esa posición común es la misma que China ha mantenido durante muchos años. Es posible que la Casa Blanca esperara más, otro éxito tras normalizar las relaciones con Cuba a Irán. Pero es mejor este vago acuerdo que chocar con la negación sistemática de Pekin cada vez que las empresas estadounidenses son víctimas de ciberataques que se atribuyen a China.
Previsible: Xi Jinping insistió en que el gobierno chino no recurre ni alienta esos comportamientos. No es la primera vez que lo dice, ni la primera en que el asunto aparece en sus diálogos con Obama. Estaba en la agenda de su encuentro de Palm Springs en junio del 2013, pero las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje de la NSA obligaron a Obama a dejar el asunto de lado. Hace un par de meses, tal vez calentando el ambiente previo a la cumbre, la Casa Blanca filtró que estaba considerando la adopción de sanciones económicas tras haber descubierto que «hackers basados en China» habían sustraído de sus bases de datos documentación que incluía las huellas digitales de más de cinco millones de empleados del gobierno americano.
Por limitado que sea – elude la evidencia de que continuamente se producen ciberataques gubernamentales y militares y opta por concentrarse sólo en la «inteligencia industrial», bien puede decirse que el acuerdo es un paso adelante porque ha abierto un marco de negociación. No tiene, ni mucho menos, el relieve de instrumentos multilaterales que regulan el uso de armas nucleares, químicas y biológicas y que tratan de materiales, procesos, equipos y tecnologías.
Una eventual codificación (por ahora ilusoria) de la esfera de ciberseguridad implicaría clarificar asuntos que para los juristas son tierra vírgen. Entre otras materias, se mencionan estas: ¿qué conductas son aceptables en lo que llamamos ciberespacio, tan escaso en reglas como en gobernanza?, ¿son aplicables a los ´ciberconflictos` los mismos principios que a las operaciones militares?, ¿qué capacidades e infraestructuras deberían considerarse intocables en estas guerras no declaradas? Son preguntas válidas, sin duda interesantes, pero a quienes somos humildes observadores, sólo nos queda constatar que China y Estados Unidos están lejos de haber firmado la paz cibernética. Obama lo resumió con un «ya veremos qué distancia hay entre las palabras y los hechos».
La actualidad de estos días ha tenido varios ejes de interés, uno de ellos el fraude mediambiental de Volkswagen. ¿Por qué habría de ocuparse del asunto un blog como este? Un lector se sorprendía de que en los últimos meses he dedicado varias crónicas a la industria automovilística, pero habrá más en lo sucesivo: cualquier coche de hoy lleva más circuitos electrónicos y tanto o más software que la mayoría de los ordenadores y dispositivos de uso corriente. Y se acentuará, sin duda, con el auge del coche conectado y no digamos con la futura conducción autónoma. Lo que hoy me importa destacar es el protagonismo adquirido por un algoritmo nada inocente.
En el centro del escándalo se encuentra un dispositivo – Engine Control Unit – diseñado y fabricado por Robert Bosch GmbH. El propósito de esa ECU es someter al vehículo a un test de laboratorio, en el que se simulan maniobras prescritas por la EPA, agencia medioambiental de Estados Unidos, sobre un dinamómetro – físicamente, dos rodillos equipados con sensores – lo que permite medir la emisión de óxido de nitrógeno (NOx) producido por la combustión de su motor diesel. El test estándar pretende asegurar que ese vehículo cumple con los parámetros definidos por la EPA en cumplimiento de la Clean Air Act.
El problema, tal como descubrieron pruebas independientes hace un par de años [ocultadas desde entonces], es que el software del dispositivo incorpora un algoritmo que le permite distinguir automáticamente si está funcionando en «dyno mode» o en «road mode«. En el segundo caso, ya en circulación real, desactiva el control de emisiones, que pueden multiplicar entre 10 y 40 veces los parámetros aceptados. Un engaño en toda regla, con el agravante de que sirve de base a las subvenciones que suelen concederse a los coches equipados con sistemas supuestamente menos contaminantes.
La normativa americana – más rigurosa que la europea, contra lo que suele decirse – debió entrar en vigor en 2004, pero la industria negoció una moratoria hasta 2007, para desarrollar durante ese plazo un proceso llamado AdBlue, consistente en inyectar una cierta cantidad de urea en el catalizador, que reduce la generación del NOx. Todas las marcas usan esta técnica, e incluso la usa VW en varios de sus modelos, pero no en los más vendidos de la marca, que presuntamente resolvían el problema de otro modo, como quedaba demostrado al pasar el test. Un engaño en toda regla.
No creo que tengan asidero los pronósticos sobre una industria diezmada por las sospechas. No es la calidad de los productos Volkswagen lo que está en discusión, sólo la ética de sus directivos. Que se sepa, las consecuencias se limitan a este fabricante, que ha tenido que provisionar 6.500 millones de dólares para hacer frente a indemnizaciones. El monto se antoja corto, pero al final todo dependerá de los acuerdos extrajudiciales que alcance con las autoridades y otros litigantes. Si esa fuera la cifra final, dividiéndola entre los 11 millones de coches equipados por el dispositivo trucado, el coste para Volkswagen sería de unos 650 dólares por unidad, aproximadamente el 2% del precio medio de la marca. Suponiendo, claro está, que los usuarios reclamen, porque en la práctica es discutible que hayan sido perjudicados (a menos que se trate de conductores con arraigada conciencia ecológica).
Mi impresión es que el problema de fondo va más allá de la industria de automoción. Toda regulación necesita apoyarse en métricas creíbles y verificables, para evitar que, como escribe Jesús Mota en El País, se dedique «más tiempo a burlar las normas que a innovar y ganar productividad». Como era de esperar, ya han surgido fundamentalistas para sostener que el problema no ha estado en la voluntad de engaño sino en el exceso de regulación, que induciría a trampear.
Hace bien poco se ha demostrado que un coche conectado a Internet puede ser hackeado; por espectacular y hasta divertido que fuera el experimento, ha servido para poner de relieve que en un mundo en el que más y más y más ´objetos` inanimados son controlados por software, este puede servir para «mentir» a los humanos si está programado para ello. La supuesta inteligencia que se les atribuye [en nuestros días todo tiene que ser smart] puede consistir, como es el caso, en que un software embebido decida cuándo conviene someterse a un test y cuándo saltarse las normas. Es un motivo de reflexión, y como tal lo dejo ahí: lo que llamamos Internet de las Cosas es una extensión tan súbita de fronteras tecnológicas y sociales que ni siquiera tiene estándares ni regulaciones. Un problema cuyas dimensiones desconocemos todavía.
Patrick Drahi tiene prisa. Al estar sus comprar apalancadas con deuda, tiene que aprovechar los bajos tipos de interés. Y tras la compra, aplicará su maestría en el recorte de costes para mejorar sustancialmente el flujo de caja, con lo que estará habilitado para contraer nueva deuda. Las agencias de calificación lo tienen en el punto de mira, pero el imperturbable empresario declaraba en mayo: “aquellos que se obsesionan con la reducción de su deuda, es porque no saben cómo crecer”.
Dicho y hecho. La semana pasada el grupo francoisraelí Altice, fundado por Drahi en 2002, anunció haber llegado a un acuerdo para comprar el operador de cable estadounidense Cablevision, por el que pagará 17.700 millones de dólares, la mayor parte financiado con deuda. En 2012, el endeudamiento de Altice era de 1.700 millones, pero cuando se consume la compra de Cablevisión habrá alcanzado los 48.500 millones.
En menos de dos años, Altice ha adquirido sucesivamente SFR, segundo operador móvil de Francia (17.000 millones de euros), Portugal Telecom (7.400 millones de euros) y el 70% de Suddenlink, séptimo operador de cable de Estados Unidos (9.100 millones de dólares). En medio, presentó una oferta de 10.000 millones de euros por Bouygues Telecom, que fue rechazada. Según ha dicho Drahi, la compra de Cablevision es otro peldaño en la escalada: “Francia es sólo el 3% del mercado mundial, tenemos el 97% restante como campo para seguir creciendo”.
Algunos analistas temen que con la compra de Cablevision, Drahi ha ido demasiado lejos. Se ha metido de cabeza en el proceso de consolidación que vive la industria del cable en Estados Unidos. AT&T ha pagado 48.500 millones de dólares por Direct TV, pero Comcast fue forzada a retirar su oferta por Time Warner Cable (TWC). Charter Communications espera que se apruebe su oferta para quedarse con TWC, mientras Dish (operador de satélite) prepara su eventual fusión con T-Mobile, filial americana de Deutsche Telekom. La suma de Cablevision y Suddenlink daría lugar al quinto del ranking, con 3,7 millones de abonados.
Patrick Drahi amaga con seguir apuntando a todo lo que se mueve, pero a partir de ahora – en Estados Unidos – sólo podría cobrar piezas menores, y además tendría que abordar la problemática integración de sus activos en Estados Unidos. Hay que añadir que Cablevision no es ningún chollo: sus propietarios la han vendido porque no podrían igualar las inversiones en fibra de Verizon, con quien su cobertura se solapa. La idea de Drahi sería – es lo que dice – desarrollar (o comprar) capacidades de banda ancha móvil para competir empaquetando servicios quad play, un modelo que aplica en Francia desde que procedió a fusionar Numericable y SFR.
A priori, el acuerdo de compra de Cablevision no plantearía problemas al regulador, pero aun así no estaría consumado antes de mediados de 2016. Drahi insiste en que su prioridad sigue siendo participar del movimiento – según él inexorable – de consolidación de las telecos europeas. Parece más plausible pensar que estará demasiado ocupado digiriendo su aventura transatlántica.
Con el lanzamiento de iOS 9, Apple ha hurgado en una llaga crónica de Internet, y las consecuencias son de difícil pronóstico; de momento, ha provocado alarma en los medios online que, en ausencia de otro modelo de negocio, viven de la publicidad. El nuevo sistema operativo, aparte de otras características y mejoras, abre la posibilidad de bloquear mediante apps específicas los anuncios en dispositivos móviles de la marca. Lo había insinuado Tim Cook hace meses: «algunas de las compañías más exitosas de Internet basan su negocio en acosar a los usuarios con publicidad abusando de la información personal que estos le facilitan. Apple no quiere ser ese tipo de compañía». La alusión a Google no podría ser más clara.
En los primeros tiempos de Internet, exultantes gurús predicaban la ´economía de la atención` como rasgo de una nueva era y cuna de nuevos y brillantes negocios. No andaban desencaminados, pero los encargados de poner en práctica la tesis acabaron pasándose de la raya. Con el paso de los años, sobran razones para que millones de usuarios estén hartos de la ´personalización` y la ´localización`, atributos de la publicidad que llega incesante gracias a la popularidad de los smartphones.
Según las estadísticas, el 11% de los usuarios de Internet recurren a alguna forma de bloqueo de publicidad; en números absolutos, los que usan software con esa función han pasado en dos años de 54 a 181 millones de individuos. Visto desde otro ángulo, sólo el 8% de los anuncios son bloqueados por sus destinatarios, de modo que habría margen para corregir el rumbo si se supiera hacia dónde.
La coartada de la iniciativa de Apple no es otra que la de «mejorar la experiencia de navegación móvil». Puede hacerlo porque su modelo de negocio no depende de la publicidad: iAd es un actor marginal mientras para Google los usuarios de Apple son una gran fuente de ingresos. Lo cierto es que, en los días siguientes a la salida de iOS 9, tres aplicaciones de bloqueo (Peace, Purify y Crystal) se apuntaron en la App Store colocándose entre las cinco más descargadas de la tienda.
Google es el más obvio candidato a sufrir esta penalización: el 90,3% de los 66.000 millones de dólares que ingresó en 2014 fueron generados por publicidad supuestamente relevante para los usuarios en base al historial de sus búsquedas. Irónicamente, Chrome ha tenido mucho que ver con el problema, al integrar extensiones de bloqueo para acelerar la navegación. Pero no será Google la principal víctima, aunque dependa en demasía de la publicidad. En la práctica, los más afectados serán los editores de medios online, las agencias de publicidad y los creativos, que estos días debaten qué hacer. Se han hecho algunas cuentas: un estudio respaldado por Adobe estima que el bloqueo de anuncios puede costar a la industria publicitaria 21.800 millones de dólares en ingresos perdidos.
Si las cosas fueran tan graves como parece, tal vez los grupos editores y los anunciantes [¿por qué no también los propagandistas del todo vale en Internet?], deberían repensar el rol que la publicidad desempeña en nuestras sociedades conectadas. De poco vale el argumento abstracto de que los usuarios que limitan la publicidad «violan el contrato implícito por el cual acceden a los contenidos sin pagar» [muy pocos medios han conseguido monetizar su presencia en Internet en magnitud suficiente para sustituir otras fuentes].
También es inconducente reprochar falta de ética al programa más popular de este género, AdBlock Plus, que cobra dinero por incluir determinados sitios y anuncios en una ´lista blanca`. Una práctica que la industria califica de extorsión.
Como el problema no es nuevo, lleva tiempo hablándose de soluciones posibles. Advertising Age las enumera para llegar a la conclusión de que ninguna ofrece garantías. La persuasión para que sea el usuario quien inscriba sus sitios favoritos en la lista blanca, no funciona. Parece que tampoco sirve la coerción judicial: en Alemania, dos denuncias de editores contra Eyeo, la empresa que está detrás de AdBlock Plus, fueron desestimadas porque «no es anticompetitivo requerir un pago a cambio de la inclusión en una lista» y porque «no viola el copyright ayudar a los usuarios a eliminar anuncios que les disgustan».
Otra posibilidad, la inserción forzada de software antibloqueo, tendría corto recorrido y sería contraproducente. Los advertorials [o contenidos patrocinados] como supuesto atajo, a los usuarios les huele a carne podrida. El organismo sectorial IAB (Interactive Advertising Bureau) ha montado un grupo de trabajo que no ha ido más allá de recomendar la elaboración de estándares de aceptabilidad para que los anuncios retengan la atención de los usuarios.
Todas las partes implicadas han alimentado al monstruo: la publicidad interactiva lleva el problema en su apelativo: empieza pretendiendo que el usuario se quede absorto ante un pop up atractivo, se espera que pinche en un banner o en un vídeo y se acaba tratando a ese usuario como un target diagnosticado por las nuevas herramientas analíticas. Así, puede que algún día tengamos que lamentar aquello de «entre todos la mataron y ella sola se murió».
Desde que Oracle empezó a desglosar sus resultados para reflejar su adscripción al negocio cloud, cada trimestre se plantea el mismo dilema: ¿hay que dar más importancia al ritmo con el que suben los ingresos por cloud o al de bajada ¿correlativa? de los generados por la venta de licencias de software? Con la presentación de las cuentas del primer tramo del año fiscal 2016, cerrado en agosto, ha vuelto a plantearse. El vuelo de Oracle hacia la nube se acelera: la facturación de SaaS y PaaS creció un 34% y la de IaaS un 16%. La suma de ambas categorías arroja 616 millones de dólares, con lo que la contribución del cloud es del 7% sobre el total de 8.448 millones ingresados.
Nuevamente, había dudas de si esa contribución sería suficiente para compensar el descenso, lento pero firme, de los ingresos tradicionales. Estos, con un mayor peso relativo [un 69% del total] están condenados a seguir bajando. ¿A qué velocidad? Entre junio y agosto, las nuevas licencias retrocedieron un 16% y, unidas a las actualizaciones y soporte, el descenso fue del 4%. Parece sostenible, pero condicionará los resultados del año fiscal, que se prevén entre el 2% negativo y el 1% positivo.
Hasta aquí, mi resumen sería este: Oracle ha conseguido meterse tardíamente en la batalla por el mercado cloud, pero está lejos de ser un actor de primera línea en el segmento IaaS donde no puede igualar a Amazon y Microsoft. Al mismo tiempo, defiende razonablemente bien, dadas las circunstancias, su legacy business.
Larry Ellison ya no ejerce como CEO, pero volvió a llevar la voz cantante en la sesión. Lo primero que dijo fue que estos últimos años han sido para Oracle la «fase startup» del negocio cloud, y aun así se ha colocado como número dos del mercado SaaS/PaaS, acercándose rápidamente al número uno (Salesforce, su némesis favorita de los últimos tiempos).
Frederich Grieb, analista de Nomura Securities se quedó con una impresión positiva, pero no dejó de consignar que «los resultados del Q1 pueden haber decepcionado a los inversores escépticos sobre cómo se está ejecutando la transición». Distingue Grieb tres razones para esa inquietud de sus clientes: 1) los márgenes del negocio cloud tienden inexorablemente a bajar, 2) no está claro en qué medida el crecimiento del cloud se consigue canibalizando ingresos por licencias ni a qué presión competitiva están expuestos y 3) el cash flow podría sufrir por las inversiones en infraestructura para atender las necesidades del cloud«.
El argumento de los márgenes fue respondido por la co-CEO, Safra Catz, quien pronosticó que el margen de beneficio operativo generado por cloud subirá este año del 40% al 60% y alcanzará el 80% en 2017. Para marcar la línea de rentabilidad, recordó que los contratos de cloud implican ingresos recurrentes por suscripción, por tanto diferidos, mientras las licencias on-premise se contabilizan de una vez. «Las dos partes hay que verlas por separado, pero el software on-premise, con un crecimiento modesto, es una base preciosa para mantener la lealtad de nuestros clientes».
A la segunda objeción pareció responder Ellison cuando destacó – el estilo es el hombre – que entre los grandes clientes que usan productos de Oracle en sus centros de datos se encuentran algunos de sus competidores: «SAP usa Oracle para Ariba, usa Oracle para SuccessFactors y usa Oracle para Concur; NetSuite usa Oracle y, como todo el mundo sabe, Salesforce es uno de los mayores usuarios de Oracle».
En cuanto al impacto del capex, tocó a Mark Hurd, el otro CEO, precisar que la infraestructura cloud de Oracle ya está instalada, por lo que la inversión se estabilizará ajustándose al negocio: «hemos desplegado 19 datacenter en 14 países, multiplicando 90 veces nuestra capacidad de entrega […] con más de 40.000 dispositivos físicos, más de 100.000 máquinas virtuales y más de 8 petabytes de almacenamiento».
Por supuesto, el dilema inicial no estará resuelto durante bastante tiempo. El modelo cloud es visto generalmente como el futuro de los servicios TI, pero no todas las compañías de software han sido igual de rápidas en sumarse a él. Oracle ha tenido motivos para llegar tarde, pero ahora está irremediablemente jugada a esa carta.
La profusa e interesante documentación preparada para el Analyst Day de HP [puede consultarse en] era el pastel, pero los comensales se lanzaron a por la guinda. Del briefing de Meg Whitman, lo que saltó a los titulares fue el anuncio, a mes y medio de la segregación de la compañía, de que serán necesarios entre 25.000 y 30.000 despidos adicionales, que «eliminarán la necesidad de futuras reestructuraciones». Lo que sin duda eliminarán será el 10% de una plantilla que a finales del 2014 contaba con 302.000 empleados. El ahorro se estima en 2.700 millones de dólares anuales, pero lo concreto e inmediato serán unos costes de reestructuración de – curiosamente – 2.700 millones de dólares a provisionar de los resultados de este año.
Desde que en septiembre del 2011 asumió el puesto de CEO, con la compañía desquiciada, Meg Whitman habrá eliminado en total 88.000 empleos. La secuencia ha sido consistente con la trayectoria que han seguido los ingresos [pasaron de 127.200 millones en 2011 a 111.400 millones en 2014] y los beneficios [de 7.074 millones a 5.013 millones, respectivamente].
Con esta nueva ronda de despidos se pretende que HP Enterprise (HPE) nazca el 1 de noviembre con una estructura de costes sin rémoras, valora Crawford del Prete, consultor senior de IDC, quien apostilla que Meg Whitman será la CEO de la compañía segregada. En lo fundamental, se aplicará a la rama Enterprise Services, el negocio más vulnerable de la compañía. En una entrevista al programa Squawk on the Street, de la CNBC, Whitman explicó que el cambio tecnológico, al ser más rápido de lo que nadie esperaba, obliga a desplazar actividades intensivas en mano de obra a países de bajos costes, «con mucha más automatización de la que hoy tenemos». Se espera que la proporción de empleados en la prestación de servicios en países low cost pase del 42% actual al 60%
También la otra mitad de la histórica compañía, HP Inc (HPQ), tendrá que sacrificar empleos, pero en menor medida. Según Cathy Lesjak, CFO designada, el año próximo se eliminarán 1.200 puestos de trabajo, y así hasta un total de 3.300 al llegar 2018.
Tras haber hecho de la promesa de turnaround su caballo de batalla durante cuatro años, Meg Whitman el martes dijo a los analistas que la compañía está viviendo un cambio ´from turnaround mode to growth mode` y predijo que la tasa de crecimiento anual de HPE será del 4,4% en los próximos tres años. Se curó en salud precisando que en gran medida va a depender de la economía mundial. En primera instancia, cosechó escepticismo: «¿es una previsión realista, cuando la mitad del portfolio está condenada a no crecer?», le preguntó el respetado analista Toni Sacconaghi. A lo que la CEO respondió: «es realista, siempre y cuando cortemos el achicamiento de los servicios».
Esta cadena de acontecimientos sería contraproducente si algún día Meg Whitman pensara en volver a la política [que se lo digan estos días a la precandidata Carly Fiorina, a quien sus rivales le reprochan los despidos de los años en que dirigió HP]. Pero, a lo que importa: la noticia de los despidos ha tenido el efecto más apreciado, una subida del 4% de la acción en Wall Street.
De pronto, la adquisición de O2, filial británica de Telefónica, por el grupo grupo Hutchinson, que se creía despejada, aparece ensombrecida por lo que está ocurriendo… en Dinamarca. En Bruselas circula la especie de que Margrethe Vestager, comisaria europea a cargo de la cartera de Competencia, es más dura que su antecesor Joaquín Almunia. Un juicio elemental – y pelín sexista – que se esgrime ante las primeras decisiones de Vestagher en relación con el sector de las telecomunicaciones: las restricciones impuestas a la compra de Jazztel por Orange y las objeciones a la fusión de las filiales de Telia Sonera y Telenor en Dinamarca, cuyo resultado ha sido que las compañías renunciaran al intento.
«Las discusiones con la Comisión Europea han alcanzado un punto en el que no es posible para nosotros seguir adelante con la operación», dice el comunicado de las operadoras sueca y noruega difundido el viernes 11. Por su lado, un portavoz de Vestagher ha dicho que «es obligación de la DG Comp asegurarse de que ninguna fusión reduzca la innovación ni eleve los precios al limitar las opciones de los consumidores […] En este caso concreto, basándonos en los análisis de nuestros servicios técnicos, estamos convencidos de que la operación sólo podría autorizarse con significativas correcciones».
El contratiempo desbarata las esperanzas de que la nueva Comisión Juncker fuera más comprensiva hacia la consolidación de operadores, y tiende una nube sobre dos transacciones pendientes de aprobación: la antes mencionada en Reino Unido, y la fusión en Italia de 3 (Hutchinson) y Wind (controlado por la rusa Vimpelcom). Mientras este enredo no se aclare, es improbable que se planteen otros movimientos de concentración entre telecos europeas, que muchos consideran imprescindible para estimular la inversión en el sector.
La comisaria Vestagher, de nacionalidad danesa, ha declarado que el número idóneo de operadores en Dinamarca debería ser cuatro. Un argumento discutible porque las filiales de Telia Sonera y Telenor – segundo y tercera en ese mercado – comparten la misma red bajo una sociedad conjunta y comercializan sus servicios con marcas separadas. Lo que significa que la fusión no se hubiera reducido de cuatro a tres el número de redes: en Dinamarca hay tres redes, cuatro operadores – los otros son el incumbente TDC y el pequeño HI3G, participado por Hutchinson – además de cuarenta virtuales. Esto, en un mercado de 5,5 millones de usuarios [no mayor que el de una metrópolis europea] a repartir entre 4 concesionarias de espectro y 40 virtuales. El precio medio al usuario final es de los más bajos del continente.
Ninguno de los operadores que han entrado al mercado danés tras la liberalización ha conseguido ser rentable: Orange tiró la toalla al vender sus activos a Telia Sonera, y HI3G tardó una década en tener cash flow positivo. La semana pasada, Telia Sonera y Telenor han avisado que a la vista de los obstáculos, van a cancelar proyectos de inversión en el país.
Según el consultor John Strand (que vive en Copenhague, por cierto), «irónicamente, lo que está a punto de ocurrir en Dinamarca es lo contrario de lo que teme Vestager: los precios subirán, no por culpa de una fusión sino por la falta de fusión».
Una interpretación que conecta con la primera frase de este texto apunta a que Vestager – ex ministra de casi todo en Dinamarca – quiere evitar que sus compatriotas la vean como «blanda» ante los intereses suecos y noruegos. Sin hilar tan fino en los patriotismos nórdicos, su postura puede entenderse como un aviso a la industria a la vez que un anticipo de los problemas que esperan a Google , el expediente más engorroso que ha heredado de Almunia.
Hay otra derivada interesante: la aparente falta de sintonía dentro de la CE entre Vestager y sus colegas Andrus Ansip (Mercado Único Digital) y Gunther Oettinger (Economía y Sociedad Digital). Ansip es de jure responsable del mercado de telecomunicaciones, pero Vestager ejerce de facto una influencia decisiva como vigilante de las reglas de competencia. Esta especie de esquizofrenia normativa fue un tema de conversación durante el reciente encuentro de las telecos en Santander, pero algún falso pudor hizo que no aflorara en público.
La expectativa era tal que Apple escogió el Bill Graham Civic Auditorium, 7.000 plazas de aforo, como escenario de su presentación de nuevos productos, el pasado día 9 en San Francisco. La cobertura mediática fue buena, pero los inversores no se dejaron impresionar. Según el Wall Street Journal, «que la acción de Apple siga cotizando muy por debajo de su máximo del año, es una muestra de inquietud por el hecho de que la compañía no tiene productos revolucionarios que anunciar». Desde el punto de vista bursátil, poco ha cambiado en los días siguientes: la acción sigue baja. Hace poco, cuestionar las decisiones de Tim Cook y su equipo era anatema; de un tiempo a esta parte es un juego corriente.
El reproche recurrente sobre la supuesta pérdida de energía innovadora de Apple – que suele aderezarse de nostalgia por el difunto Steve Jobs – resulta cansino, pero tiene la virtud de mover las redes sociales. «Apple ya no es capaz de reiventar el mundo», escribía un sabihondo. Otro se quejaba de que los productos anunciados en los últimos tiempos «son evolutivos, no revolucionarios».
Estas opiniones parten de un equívoco: ninguna tecnología es realmente revolucionaria, puesto que todas se apoyan en el estadio precedente. A quienes dicen que Apple no ha creado nada nuevo desde la muerte de Jobs, habría que recordarles que su mayor éxito, el iPhone, antes de revolucionar el mercado fue la resultante evolutiva de tecnologías (ajenas) que confluyeron en aquel preciso momento. Por no hablar del iPod, que seis años antes había iniciado una revolución en el mercado musical – que se consumaría con iTunes – siendo a priori «otro» reproductor de música. En cambio, el Newton (1987) salió demasiado pronto, mientras que Palm retomó el concepto en el momento oportuno.
Puede decirse que la única sorpresa de la presente ola de nuevos productos es, en todo caso, la ausencia de sorpresa. Todas las novedades eran esperadas. Por primera vez, el iPhone – los modelos 6S y 6S+ – no fue el protagonista, y lo más destacable es la sensibilidad de su pantalla (3D Touch). Se trata, pues, de una novedad típicamente evolutiva, con la que Apple no busca una ´disrupción` sino mantener la costumbre de presentar modelos S en años impares. Como respuesta a las objeciones, Apple hizo saber ayer que el pasado fin de semana, el primero desde el anuncio, las órdenes anticipadas han superado las del año pasado en similar ocasión.
Puede que el anuncio más relevante fuera el iPad Pro, con el que Apple eleva el listón de los ´casos de uso` profesionales. Quiere contrarrestar la pérdida de vigor del mercado de tabletas, incluída la suya; a la vez, trata de reforzar sus acuerdos con IBM y Cisco, de los que espera ganar un lugar en el mercado empresarial. Durante la presentación en San Francisco, incluso se sugirió que el papel futuro de iPad Pro es ocupar un segmento de mercado que ahora se considera ´natural` del Mac Air [por cierto, el último Mac fue anunciado en diciembre del 2013, curioso estancamiento].
El iPad Pro es el más potente de la familia y presenta la particularidad de una nueva CPU basada en el procesador A9x. Es 1,8 veces más rápido que la presente generación, y duplica su rendimiento gráfico. Aparte del tamaño de pantalla, el mayor cambio es la adopción del lápiz [rompiendo con otro dogma jobsiano] y un teclado, que Apple venderá directamente en perjuicio de los fabricantes de accesorios.
En cuanto al famoso Watch, el único cambio es significativo: tendrá un sistema operativo nativo: Watch OS2, que es una manera de reconocer las dificultades para atraer desarrolladores de aplicaciones. Si esto confirma o niega los rumores sobre un arranque mediocre de las ventas, no será Tim Cook quien lo aclare. Algo parecido ocurre con Apple TV, que incorpora un sistema operativo ad hoc, además del asistente virtual Siri. Son pasos en la buena dirección, pero no revolucionarios. No hay motivo para que nadie se sienta defraudado. Al menos es mi opinión, como usuario no incondicional de la marca.
Reanudo con explicable retraso la publicación de este newsletter, pero no me arrepiento de haber mantenido cierta continuidad de las crónicas del blog durante agosto. En realidad, arrastro la carga de tantos asuntos pendientes que un par de lectores me han afeado estos días la demora en tratar alguno de ellos. Paciencia: todo se andará. Con la regularidad de cada año, septiembre ha empezado mí con dos eventos noticiables: el encuentro del sector de las telecomunicaciones en Santander y la feria IFA en Berlín. Sobre la segunda, ya hay dos publicadas; al primero dedicaré hoy un comentario y tiempo habrá de volver sobre lo más relevante.
Manos a la obra. Quiero poner por escrito conversaciones que he tenido los días del encuentro de Santander organizado por AMETIC, pero que mis interlocutores preferirían pronunciar con sordina: tras esta 29ª edición, veo que el formato está anquilosado, y en mi opinión esto se debe a una excesiva institucionalización. La indispensable buena educación – con más razón ateniéndonos a su pretendida filiación universitaria – no obliga a ser condescendientes. Cuatro años de gestión del ministro José Manuel Soria (esta vez ausente) y su secretario de Estado Víctor Calvo Sotelo (insulso), no suscitaron comentarios, cosa rara; los ponentes – menos uno – evitaron enunciar en público las críticas que sí hacían en privado, con el argumento de que a estas alturas de la legislatura no valdría la pena y el futuro electoral está muy abierto. Se dio por aceptado que España ha entrado en un ciclo de crecimiento económico, lo que aunque fuera cierto no debería excluir la reflexión sobre lo acontecido.
Por supuesto, la regulación fue un tema dominante: fueron seguidas con visible atención las dos intervenciones de la CNMC [tan interesantes que las reservo para una crónica ad hoc]. Estaba más que justificado que se hablara mucho de Europa, y así ocurrió, pero el cansino vídeo final del comisario Gunther Ottinger decepcionó pese a que insistiera en la prioridad que la CE asigna al sector. Antes, el lunes 31, la mesa redonda inicial prometía mucho sobre el papel, pero fue estropeada por la tediosa monografía de la eurodiputada Pilar del Castillo (reincidente).
Como es natural, la agenda preparada por AMETIC asignó espacio a algunas de sus empresas asociadas para expresarse ante un auditorio de naturaleza profesional. Sería injusto meter a todas en el mismo saco, pero he vuelto con la sensación de que esas oportunidades se desaprovechan si el ponente equivoca la audiencia y suelta un discurso marketinero.
En una visión general, el rasgo más clásico de este encuentro – llevo unos cuantos años asistiendo y no es la primera vez que lo observo – es que se trata de un evento blando, sin verdaderos debates o que, como mucho, quedan reducidos a un simulacro formal. Haciendo uso de escribir a toro pasado, me atrevo a postular que AMETIC debería buscar otra fórmula, provocar la discusión abierta, montar auténticas mesas redondas con moderadores que no se limiten a recitar curriculos, disuadir a los propagandistas de sí mismos. Sinceramente, he echado en falta más contradicción, o contradicción sin más. Porque la que hubo fueron las descontadas pullas entre los tres grandes operadores repartidos para no cruzarse [lunes Telefónica, martes Vodafone, miércoles Orange] que dejaron, como mucho, algún titular de vida efímera.
Para Vodafone, como grupo, el año fiscal 2015/2016 ha empezado bien. Dentro de lo que cabe. Al cierre de su primer trimestre – abril-junio – ha anunciado una leve aceleración (sic) en el crecimiento de sus ingresos por servicios, que sólo tres meses antes habían frenado su prolongada caída. El 0,8% de crecimiento global ha sido mejor de lo que los analistas esperaban, pero la tendencia no sorprende: -1,5% en Europa, +6,1% en los mercados emergentes. Según Vittorio Colao, CEO del grupo, los negocios de Vodafone en Europa vuelven a crecer muy despacio, gracias al empuje de 4G y las comunicaciones unificadas.
En realidad, no hay (todavía) motivos para alimentar expectativas. En Alemania, mercado clave, los ingresos volvieron a caer el 1,2%, Reino Unido ha vuelto a números negros pero sólo hasta el 0,2%, que vale como símbolo. De Italia (-2,0%), lo mejor que puede decirse es que ha bajado menos de lo esperado.
Por su lado, la filial española volvió a cerrar un trimestre en descenso: los 1.113 millones de euros de ingresos por servicios representan una caída del -5,5%, que hubiera sido del -7,8% sin la incorporación de Ono.
Al valorar la situación, Colao ha subrayado que esas cifras confirman el acierto del plan de inversión masiva conocido como Proyecto Spring, que ya ha completado un 71% de cobertura móvil 4G con 24,1 millones de usuarios en los 18 mercados europeos donde opera la compañía: «los clientes están valorando las mejoras de servicio, lo que trae consigo una reducción del churn [fuga neta de clientes a otros operadores] y una tendencia ascendente del ARPU en varios mercados clave». A finales de 2015, se alcanzará una cobertura del 90% en Europa, prometió Colao.
«Es sabido que los servicios de telecomunicaciones son un negocio de muy bajos márgenes, por lo que nuestra atención se ha fijado en el ebitda y la generación de free cash flow«, advierte un análisis de Deutsche Bank, que pronostica para este año fiscal un nuevo descenso de ingresos de Vodafone hasta 40.900 millones de libras, con expectativas de recuperación en el ejercicio 2016/2017. Por su parte, Goldman Sachs ve en Vodafone uno de los beneficiarios de la ´doble consolidación` entre operadores, que eleva el valor estratégico de poseer una red móvil en un mercado convergente. De ello extrae una hipòtesis significativa: «si los gestores del grupo pusieran voluntad para reconsiderar su estructura, creemos que habría compradores potenciales para ciertos activos».
El anuncio de resultados trimestrales de Vodafone ha coincidido con una reorganización de la estructura europea de la compañía. Philipp Humm – que hace tres años fue pescado de su puesto en la filial estadounidense de T-Mobile – deja Vodafone y su puesto de director general para Europa se amortiza. Los responsables de las filiales más importantes, entre ellos António Coimbra, de la española, compondrán un comité ejecutivo de cinco miembros, además de Colao, que el guión usual nos presenta como la receta organizativa para «mejorar la eficiencia y agilizar la toma de decisiones». Palabras huecas que enmascaran una realidad más compleja: las negociaciones entre Vodafone y Liberty Global, que desembocarían en un «intercambio de activos» de sus respectivas operaciones europeas.
La lógica de la eventual operación sería esta: combinar las operaciones móviles y fijas de Vodafone con las filiales de cable de Liberty en Alemania, Holanda y – principalmente – Reino Unido, donde esta es propietaria de Virgin Media.
Colao, que hace dos meses admitió la existencia de esas negociaciones, rehúsa responder más preguntas sobre la cuestión. Actitud que, lejos de acallar rumores, los ha excitado. Una fusión lisa y llana presentaría obvias complicaciones, quizás insalvables. El valor bursátil de Vodafone equivale a 93.000 millones de dólares, comparado con los 45.000 millones de Liberty Global. La ratio deuda/ebitda de Vodafone es de 2,4x y la de Liberty Global alcanza el 5x.
Otra dificultad sería la mezcla de estructuras y modelos de gestión disímiles: Liberty Global está controlada por el correoso magnate John Malone, quien difícilmente se entendería con un consejo de administración a la usanza británica. Por otro lado, habría problemas con la regulación en Alemania, donde el grupo de Malone controla Unitymedia, segundo operador de cable que junto con Kabel Deutschland, propiedad de Vodafone, domina el mercado.
Financieramente, habría razones para desconfiar. Liberty está muy endeudada y los intereses se devoran casi el 100% de su ebitda, impidiéndole pagar dividendos. Vodafone, en cambio, ha habituado a sus accionistas a recibir retornos elevados, y ni así consigue disciplinarlos.
Algo parece estar a punto de ocurrir, aunque no sepamos qué. Me dicen que la salida más plausible, si acaso, podría consistir en que Vodafone se escindiera en dos compañías, una para explotar el negocio móvil en el resto del mundo, y otra separada que fusionaría sus activos europeos con los que aporte Malone. Ahí les dejo ese intringulis.
Por insólito que parezca, Apple tendrá que esforzarse para reparar los daños causados por unos resultados trimestrales de fábula: 33% de incremento en sus ingresos, récord de ventas del iPhone, mejora del precio medio, 200.000 millones de dólares en caja, y así algunos otros parámetros. ¿Cómo se explica que tras el anuncio, la acción cayera un 7%, lo que significa que el valor bursátil de la compañía perdió 62.000 millones de golpe y porrazo?
Se explica – y creo que no es la primera vez que lo digo – por los excesos del aparato informal de propaganda formado por voluntariosos escribas enfermos de forofismo y analistas que viven de inflar expectativas. Esto no ocurre por azar: es alimentado por la falta de transparencia que es uno de los rasgos de Apple más difíciles de erradicar en cualquier compañía, y en esta en particular.
Entre abril y junio, Apple ingresó 49.610 millones de dólares (el 63% debidos al iPhone). Pero, ay, el llamado consenso de los analistas, amalgama de profesionales y aficionados – recopilado regularmente por alguien que sólo escribe sobre Apple y siempre bien – apuntaba una media de 50.000 millones. Y como la otra pata del consenso apuntaba 49,4 millones de iPhone vendidos [influyó sobremanera un chino que estimó 54,2 millones] ha sido frustrante ver que se vendieran ´sólo` 47,5 millones. Afortunadamente, la dosis del modelo 6 Edge ha mejorado en 99 dólares el precio medio efectivo, para elevarlo a 660 dólares por unidad.
En realidad, los números fueron mejores de lo que parecen. Luca Maestri, el nuevo CFO, ha desvelado una corrección del inventario en 600.000 unidades de iPhone, lo que se puede atribuir – Maestri no lo dijo expresamente – a la proximidad de lanzamiento del nuevo modelo que se espera en setiembre. Supuestamente, el ajuste habría reducido los resultados en unos 650 millones de dólares.
Lo menos que se puede decir es que la reacción bursátil ha sido irracional. Pero Apple se la ha buscado con su hábito de permitir que unos cuantos cortesanos ocupen el vacío de información. Es curiosa la discusión previa acerca de las previsiones de venta del Watch. Cuando la prensa sería – New York Times, Wall Street Journal, Financial Times, etc – expresó dudas acerca de la demanda real del reloj ´inteligente` de Apple, surgieron los sospechosos habituales para contrarrestarla. El colmo fue uno que denunció a los periodistas como presstitutes. En auxilio de Apple, llegó corriendo la consultora Canalys, generalmente respetable, con un pronóstico de 4,2 millones de unidades vendidas en el trimestre.
En la presentación de resultados, Tim Cook se negó en redondo a ofrecer cifras sobre el Watch, con el peregrino argumento de que si lo hiciera estaría dando información a la competencia. Pero Maestri dio una pista indirecta, al decir que los 952 millones de aumento en la categoría Otros obedecía «en más de un 100%» al Watch. Los analistas de verdad echaron la cuenta: unos 2,1 millones de unidades al precio medio de 499 dólares. Resulta difícil entender por qué se oculta una información que se hubiera interpretado como un éxito. Herméticamente, Cook dejó caer que el mercado para el Watch no estará maduro hasta el 2017. ¿Esto no es chivarse al adversario?
Si se me permite sacar una conclusión de tan pocos elementos, entiendo que la reacción de los inversores refleja la convicción de que el crecimiento de Apple no pueda sostenerse mucho más en torno al 30%. Es plausible pensarlo, pero no parece que sea un motivo para dar órdenes de vender acciones.
Para los inversores occidentales, el sector de los semiconductores es aburrido, y sólo se entusiasman ante operaciones de consolidación. En cambio, para las autoridades chinas, esa industria es un punto débil en su deseo de alcanzar objetivos de potencia económica.
Por esto mismo, no puede decirse que la noticia de estos días sea inesperada. Pekín ha dado sobradas muestras de estar convencidos de que dotarse de capacidades propias en esa industria les permitiría superar el estadio de «fábrica del mundo», confortable pero insuficiente a sus ojos. Se entienden sus motivos: en la balanza comercial china, los semiconductores representan un déficit de 150.000 millones de dólares; el país ´consume` una tercera parte de los chips que se fabrican en el mundo, pero sólo fabrica un 12% del total.
En realidad, el cálculo anterior contiene un equívoco: la mayor parte de ese ´consumo` chino es un input que se integra en los productos industriales que China vende al resto del mundo y que llegan a los clientes finales bajo marcas no chinas. Pero aumentar la dosis de componentes de producción propia corregiría el déficit comercial.
Me refiero a la información conocida el lunes, según la cual Tsinghua Unigroup, rama inversora de la universidad Tsinghua e instrumento de la estrategia tecnológica gubernamental, prepara una oferta de compra por la empresa Micron Technology, segundo fabricante de semiconductores de Estados Unidos. En principio, el valor de la oferta sería de 23.000 millones de dólares, pero la cifra resulta baja porque, el año pasado, Micron ingresó 16.358 millones de dólares con un beneficio neto de 3.045 millones, de modo que el múltiplo distaría de ser satisfactorio para los accionistas. El inversor David Einhorn – un ´activista` que ha acumulado una buena cartera de acciones de Micron – opina que el precio mínimo aceptable sería de 40.000 millones.
La verdad verdadera es que no valdrán 23.000 ni 40.000. El gobierno de Estados Unidos, a través del órgano que supervisa las inversiones extranjeras, vetará la transacción cualquiera sea el precio: no dejará que una pieza clave de la capacidad industrial del país caiga en manos chinas. Se puede argumentar que las memorias – especialidad de Micron – no plantean problemas de seguridad equiparables a los de otras categorías, pero no vale la pena perderse por ahí: la oferta no va a colar. Esto entra en los cálculos de China, por supuesto, pero la presentación de la oferta (aún por concretarse) introduciría un factor de confrontación política. No somos nosotros – sería la réplica china – sino Estados Unidos, quien bloquea el desarrollo de relaciones económicas mutuamente beneficiosas.
Micron es uno de los cuatro grandes fabricantes de memorias de estado sólido [Samsung, SK Hynix y Seagate son los otros tres] y, entre otras virtudes, es socia de Intel en tres fábricas de última generación, una en Utah y dos en Singapur. No produce en China, por lo tanto el interés de la oferta no estaría en apropiarse de una capacidad directa de fabricación; lo que persigue es a) propiedad intelectual, b) cuota de mercado y c) experiencia industrial.
El asunto tiene muchas facetas, pero aprovecharé el espacio para señalar sólo una: de carambola, Intel podría verse en una situación incómoda si, como se prevé, la oferta fuera rechazada: tras muchos esfuerzos por seducir al gobierno chino para evitar sanciones como las que han costado caro a Qualcomm, se dejó convencer para invertir 1.500 millones de dólares en la fusión de dos fabricantes chinos de semiconductores, maniobra que fue orquestada por Tsinghua, accionista de ambos. Dando por seguro que el gobierno de Estados Unidos se opondrá a la oferta por Micron – insisto: con la que Intel está asociada – con argumentos estratégicos, no creo pecar de exceso de suspicacia si digo que pueden esperarse represalias chinas a costa de Intel.
De aquellos polvos, estos lodos. La razón por la que Steve Ballmer decidió comprar la división de móviles de Nokia no fue otra que evitar que se pasara al campo de Google rompiendo el acuerdo de exclusividad firmado con Microsoft. En tal extremo, hubiera colapsado el débil tinglado de Windows Phone, porque Nokia era el único fabricante de smartphones afín a este sistema operativo. Todos los demás, alineados con Android, eludían comprometerse con Microsoft, que tampoco podía confiar en los operadores: de palabra, estos anhelaban la existencia de un tercer sistema operativo, pero no que el tercero fuera Windows [no disimulaban su temor al daño que pudiera hacerles Skype integrado en Windows Phone].
Pues eso, amigos: de aquellos polvos, estos lodos. La semana pasada, Microsoft anunció que antes de cerrar su año fiscal amortizará 7.600 millones de dólares (400 millones más que el precio neto pagado por la división de móviles de Nokia). La integración de activos de la compañía finlandesa se cerró por un valor de 9.400 millones, pero su tesorería de 1.500 millones rebajaba de facto ese precio. Ha sido un desastre incluso mayor que los 6.200 millones que Ballmer amortizó para borrar el error de la compra de aQuantive, con la que tenía pensado montar una estructura publicitaria [Nadella acaba de vender los restos a AOL].
A Kevin Turner – curiosamente el único directivo de la primera línea de Ballmer que sigue en su puesto – le ha tocado la papeleta de explicar que “las perspectivas del segmento de hardware móvil están por debajo de las expectativas originales”. ¿Eran razonables las expectativas? Ese segmento, que en las cuentas de la compañía aparece como Phone Hardware – aportó 1.400 millones de dólares en el tercer trimestre del actual año fiscal, y sus costes de fabricación y comercialización ascendieron a 1.400 millones de dólares. En el mismo período, las ventas de móviles Lumia sumaron 8,6 millones de unidades frente a 24,7 millones de ´no Lumia` vendidos por diversos partners.
El problema viene de lejos. Entre 2011 y 2013, Nokia ya había perdido la mitad de su cuota del mercado mundial, y un CEO fichado como salvador, Stephen Elop (que había sido directivo de Microsoft) no encontró mejor salida que aparear la marca con el sistema operativo Windows Phone. Como el resultado fue necesariamente catastrófico, transformar el apareamiento en matrimonio no iba a cambiar las cosas.
Además de los 7.600 millones amortizados brutalmente, la decisión costará a Microsoft entre 750 y 850 millones de dólares adicionales en «costes de reestructuración» (léase finiquitos). Porque el impacto no será sólo financiero: casi todo el personal procedente de Nokia habrá perdido su empleo con el recorte de 7.800 puestos de trabajo, el 6% de la fuerza laboral de Microsoft. Con este paquete de despidos, la cuenta de Nadella desde que ocupa el puesto asciende a 26.000.
Fiel a un lenguaje peculiar que empieza a ser caricaturizado, Satya Nadella promete ´reinventar` el rol de Microsoft y su ´ecosistema` en el mercado de la movilidad. «Nuestra reinvención estará centrada en la creación de nuevas experiencias de movilidad a través de la familia de dispositivos de Microsoft, incluídos los teléfonos».
Consciente del efecto negativo que las noticias han tenido en sus propias filas, Nadella ha insistido en que, a corto plazo, Microsoft seguirá vendiendo móviles bajo su marca pero la verdadera meta son las ´experiencias de movilidad`. Si así fuera, carecerá de importancia de qué marca sean los dispositivos del usuario, y lo más probable es que esas ´experiencias` haya que vivirlas sobre smartphones Android. Por lo tanto, Microsoft acabará matando la marca Lumia pasado un tiempo prudencial y relegue Windows 10 a dispositivos de terceros, bajo marcas que en su día se echaron atrás, pero quizá se sumarían a esa estrategia, lo que no deja de ser una conjetura.
Vuelvo sobre un asunto, la consolidación de las telecomunicaciones en Europa, que suele despertar comentarios de mis lectores. Releídas con un poco de distanciamiento, las declaraciones de la comisaria Marghette Vestager en las que negaba la conveniencia de reducir el número de operadores por país, pueden ser interpretadas como una teatralización, una postura destinada a marcar su territorio en previsión de puntos de fricción con las opiniones de dos de sus colegas en la Comisión Europea, que llevan temas afines al suyo.
En las últimas semanas, Andrus Ansip (Digital Single Market) volvió a defender la tesis de que la condición para que florezcan en la UE modelos de negocio innovadores es que los ciudadanos no se vean constreñidos por las fronteras nacionales en sus actividades sobre las redes de comunicaciones. Por la misma fecha Gunther Ottinger (Digital Economy and Society) opinaba que no podrá haber revolución digital en Europa mientras existan 28 marcos regulatorios diferentes, y se quejaba de que la cuestión crucial del espectro haya sido sustraída a las facultades de la Comisión. Diciendo cosas distintas a Vestager, en el fondo hablaban de lo mismo, la ausencia de un modelo concertado y aceptado.
Miguel, lector de los de primera hora – le reconozco la paciencia – y ex directivo de la industria, hoy retirado, me ha escrito un mail del que transcribiré un par de párrafos. «La solución a este debate ha estado clara desde hace años. Por supuesto que hay sitio para tres, para cuatro, y me atrevería a decir que hasta para cinco operadores en cada país europeo. Eso sí, para que fueran sostenible deberían ser los mismos en todos los países europeos. Este ha sido el gran fracaso de la UE en este tema: no haber sabido/podido favorecer una consolidación a nivel europeo (eso que intentan vendernos otra vez como mercado único)».
Reconoce el lector la existencia de barreras de distinta naturaleza, pero «mientras no lleguenos [a esa solución sostenible] seguiremos dando bandazos en un movimiento pendular que a veces consiste en quejarnos de la falta de competencia por la consolidación, y otras en quejarnos de la falta de rentabilidad de los operadores». Hay un riesgo – apostilla – de que «puede llegar un momento en canbien las condiciones y ´nos consoliden` desde fuera – desde Asia o desde Norteamérica, a uno u otro lado del río Grande».
Detengo aquí la cita. He leído en la prensa mexicana una entrevista al director financiero de América Móvil, que relaciono con lo anterior. Dice que, partiendo de su control sobre el 60% de Telekom Austria, el grupo fundado por Carlos Slim [que es el primero en América Latina, por delante de Telefónica] tiene previsto «invertir muy fuerte en Europa los próximos años […] es un mercado con mucho potencial, así que no descartamos la compra de más empresas».
Según su informe anual de 2014, el grupo ´incumbente` mexicano destinó ese año 60.000 millones de pesos (3.450 millones de euros) a inversiones en Europa; Telekom Austria aporta el 4,4% de los ingresos de América Móvil, y sus subsidiarias suman 20 millones de clientes en países de Europa Central y del Este (Bielorrusia, Bulgaria, Serbia, Croacia, Eslovenia y Macedonia, además de Austria). Según el diario El Financiero, en el punto de mira de Slim se encuentran Polonia, República Checa y Hungría «con una estrategia inicial de prepago que posteriormente podría convertir a postpago en la medida que los mercados alcancen niveles de penetración más altos». Si no me equivoco, en la lista identifico 7 – supuestamente secundarios – de los 28 mercados de la UE, mientras algunos en Bruselas parecen pensar sólo en los cuatro o cinco mercados más voluminosos y más saturados.
Lucy Kellaway escribe con un inconfundible estilo delicioso, pero ácido: es difícil que los aludidos por ella se sientan cómodos al leer su nombre en letras de molde. La columna de ayer empezaba con agudeza: «después de tanto postureo, Satya Nadella ha dejado caer dos palabras con significado preciso: duras opciones».
Se refería Kellaway al memorando que el CEO de Microsoft envió por mail hace días a los empleados de la compañía, en cuyas 1.500 palabras ha detectado sobreabundancia de palabras rutinarias como ´plataforma`, ´ecosistema` y ´ADN`, organizadas en combinaciones y permutaciones varias. Eso sí, al servicio de una pomposa misión corporativa: «empoderar (sic) a toda persona y organización del planeta para que alcance mejor sus logros». Es un lenguaje que poco tiene que envidiar al mesianismo de Google. Allí donde Bill Gates iba al grano – han pasado años – y prometía poner un ordenador en cada escritorio y en cada hogar, «el problema de la nueva misión de Microsoft no es tanto su grandiosa pretensión sino su vaciedad».
¿Cuáles son esas «duras opciones» que Nadella asocia con la nueva misión corporativa de Microsoft? Se sospecha que el 21 de julio, a rebufo de los resultados del año fiscal 2015 – probablemente los mejores en mucho tiempo – anunciará una nueva oleada de despidos. La columnista, fiel a su estilo, imagina que lo hará con una grima de ´esto-me-duele-a-mí-tanto-como-a-vosotros`.
En julio del año pasado, a poco de llegar, Nadella anunció 18.000 bajas en la plantilla, que todo el mundo entendió como un ajuste de la herencia recibida, básicamente tras la discutible adquisición de Nokia. La próxima ola ya ha empezado sutilmente: informa el Seattle Times que en vísperas de cerrar el ejercicio, centenares de empleados del campus de Redmond recibieron el finiquito. Otros recortes son consecuencia de la venta de la división de publicidad (con sus 1.200 empleados) a AOL – ahora propiedad de Verizon – y de la transferencia a Uber de una parte del personal de cartografía adscrito a Bing. Habrá unos miles más, producto de la fusión de las unidades Windows y Devices.
El Seattle Times cita al directivo Jim DuBois: «tenemos que eliminar solapamientos, optimizar funciones, alinear disciplinas y adaptarnos a las cualidades que Microsoft necesita para transformarse». No deja de ser otro estereotipo, pero los analistas han interpretado que los recortes serán bien acogidos por Wall Street. No serán fruto de una caída de la demanda sino del exceso de personal en áreas que han perdido valor estratégico.
Los gráficos de YCharts confirman que el ingreso per capita de Microsoft tiende a bajar después de haber subido, de manera que unos cuantos miles de despidos en una plantilla de 118.000 corregirían una métrica que los ortodoxos toman como sinónimo de productividad. Estudiosos de la cuestión [véase Intra-industry contagion effects of layoff announcements] tienen explicado que «el impacto negativo de los despidos sobre el retorno por acción suele coincidir con el reconocimiento de circunstancias adversas en el mercado […] aunque normalmente se procura relacionarlos con la perspectiva de rentabilidad futura».
No es el caso de Microsoft, que no sufre esos problemas. La explicación que probablemente esgrimirá Nadella será la transformación en curso de la compañía, que consiste en alejarse de actividades intensivas en personal para concentrar sus energías en líneas de negocio con una productividad (teórica) más alta. Por duras que sean – y si él lo dice, serán duras – las opciones, tendrán efecto positivo sobre la cotización porque, a medio plazo, mejorarán el margen operativo. Otra cosa es el sazonado lingüistico, y en esto cada cual tiene su estilo.