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No ha sido una buena idea el intento de escabullir la salida de Jim Whitehurst, número dos de IBM, dentro de un paquete de sustituciones de directivos. Ni tampoco anunciarla en las horas previas al largo fin de semana del 4 de Julio. Nadie se ha llamado a engaño, menos que nadie los inversores: la acción de IBM cayó un 4,6% antes del cierre de la sesión del viernes, ya se verá con qué humor se levanta hoy Wall Street. No se ha dicho, qué va, si el final de la presidencia de Whitehurst ha sido voluntario, pactado o forzado, pero en cualquier hipótesis ha causado desazón entre quienes creían que no había fisuras entre él y el CEO, Arvind Krishna, que compartían una misma estrategia. Leer más
Apenas han pasado veinte semanas desde la vuelta de Pat Gelsinger a Intel, ahora como CEO, pero su impacto ya es visible en la estrategia y en la organización de la compañía. En un contexto competitivo delicado, Gelsinger predica que “la industria de semiconductores tiene por delante como mínimo diez años expansivos“. En consonancia, confirma que Intel invertirá 20.000 millones de dólares para construir una planta en Arizona. Además, sugiere que antes de acabar el año podría anunciar otra, que tal vez se instalaría en Europa. Lo que es perfectamente compatible con la voluntad explícita de contratar a terceros [¿TSMC?] la producción de ciertos productos cuando sea económicamente oportuno. Leer más
De noviembre a junio, el superordenador Mare Nostrum 4, del Barcelona Supercomputing Center (BSC), ha bajado veintidós puestos en el ranking global de su categoría de sistemas. Algo perfectamente normal, habida cuenta de que durante ese período se han incorporado a la lista 58 máquinas nuevas. Es sensato suponer que al sistema del BSC le está faltando una actualización, que es precisamente lo que se esperaba del concurso convocado por la entidad EuroHPC para suministrar un reemplazo que debería llamarse Mare Nostrum 5. Hasta que el último día de mayo saltó la sorpresa: fue cancelada la adjudicación, ante las insuperables discrepancias entre las partes involucradas. Leer más
Evidentemente, Huawei no se hace ilusiones sobre la posibilidad de que las relaciones entre Estados Unidos y China mejoren y así pueda recuperar predicamento en los mercados occidentales. Tras unos meses de ostracismo, la compañía china ha vuelto a acaparar los focos al anunciar la segunda versión de un sistema operativo propio, Harmony OS, junto con una batería de dispositivos con los que construir una nueva familia. En la táctica subyace la voluntad de poner el acento en el software, que no deja de ser una novedad para una marca que ha basado su imagen ante los consumidores en la excelencia de sus smartphones. En esta categoría clave, su cuota del mercado mundial ha caído hasta el 4,2% en el primer trimestre del año. No lo tiene fácil, pero sabe bracear contra la corriente.
Las dos partes se declaran contentas con la estrecha relación que han anudado. El origen de esta se puede rastrear su origen hasta aquel momento de 2017 en el una de ellas (Nutanix) cambió su modelo de negocio para reconvertirse en empresa de software presta a cooperar con los fabricantes de hardware. Desde entonces, su preferido ha sido HPE, que por su parte ha arrinconado Simplivity, una adquisición cuya finalidad era competir con su actual socia favorita. El curso que han tomado las coas lo resume Rajiv Ramaswami, CEO de Nutanix desde el pasado diciembre: “HPE es nuestro primer socio estratégico y el que aporta más crecimiento; tengo confianza en que vamos a hacer más cosas juntos”.
La oferta de compra presentada por Nvidia sobre la británica Arm sigue atascada en varios frentes, pero no hay adversidad capaz de disuadir a Jensen Huang cuando algo se le mete entre ceja y ceja. Los 40.000 millones de dólares son un buen precio, mucho mejor que los 24.000 millones de libras pagadas en 2016 por Softbank, su propietario actual. También es más controvertida: ha aflorado una corriente a la que repugna la idea de que unas tecnologías que fueron desarrolladas en Cambridge durante décadas, acaben controladas por una compañía californiana. El gobierno de Boris Johnson se va escabullendo con el pretexto de un análisis de las repercusiones potenciales sobre la seguridad nacional.
Más allá de tratarse de una cifra récord, la adquisición de Nuance por Microsoft destaca la relevancia alcanzada por el mercado de tecnologías aplicables a la medicina. No toda atribuible al impacto de la pandemia, pero pagar 19.700 millones de dólares sugiere que las compañías Big Tech están dispuestas a pujar por el control de una categoría de mercado que en inglés llaman healthcare. Y la rapidez con la que las autoridades regulatorias han mostrado su complacencia contrasta con el ambiente regulatorio del momento. Según otra interpretación plausible, se ve venir una pronta monetización de la tecnología de reconocimiento de voz, especialidad de Nuance. Y quien pega primero, pega dos veces. Leer más
Quede claro que Google Cloud sigue creciendo en edad y estatura, pero sin romper su dependencia económica de la matriz, Alphabet. Cuando se leen las cifras, salta a la vista que en el primer trimestre de 2021, sus ingresos sumaron 4.047 millones de dólares, un impetuoso salto del 46% interanual, pero arrastra números rojos: 974 millones de pérdidas operativas, con las que bien puede conformarse ya que un año antes fueron 1.734 millones negativos. No es que sea peccata minuta, pero Alphabet se lo puede permitir, gracias a sus 55.000 millones de ingresos y 18.000 millones de beneficio (un 162% de incremento]. Eso sí, tratando de hacer poco ruido para no alertar a los vigilantes. Leer más
Como poco, la comparación resulta chocante: en una entrevista con el Wall Street Journal, Christopher Wray ha señalado “numerosos paralelismos” entre los ataques de ransomware contra compañías estadounidenses y los atentados del 11-S. Exigen, sostiene, “que todos asumamos una responsabilidad compartida, no sólo las agencias gubernamentales sino también el sector privado y el americano medio”. Téngase en cuenta que Wray no es un verso suelto: es el director del FBI desde 2017 y la frase transcrita precede al encuentro que dentro de una semana mantendrán Joe Biden y Vladimir Putin. Ocasión en la que el presidente estadounidense pondrá sobre la mesa pruebas de complicidad rusa con esos ataques. Leer más