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La reciente conferencia Google I/O para desarrolladores será recordada por muchas cosas, pero puestos a identificar la más llamativa, pueda ser el anuncio anticipado de Android M, nueva versión de sus sistema operativo para móviles. ¿Por qué M? Porque es la letra que sigue a la L de Lollipop (piruleta), pero de momento no se ha revelado a qué golosina corresponde la inicial. Metáforas a un lado, la principal característica de Android M es que viene a solucionar errores, tanto de estabilidad como de diseño, que han acompañado la corta vida de L. No es una maledicencia del cronista sino la confesión de Sundar Pichai, quien paso a paso se ha hecho con el control operativo de más áreas de Google. Leer más
Si las telecos europeas pensaban que se llevarían mejor con la comisaria Marghette Vestager que con sus antecesores Joaquín Almunia y Neelie Kroes, se han equivocado. La encargada de la cartera de Competencia lleva seis meses en el puesto, pero ya apunta maneras, como indica su tratamiento de los expedientes contra Google y Gazprom. El lunes pasado, en una conferencia en París, Vestager refutó la tesis de que, si se quiere incentivar las inversiones en infraestructuras de telecomunicaciones, es preciso aceptar la consolidación de los operadores. Explícitamente sostuvo lo contrario: «hay suficientes evidencias de que una consolidación excesiva (sic) no sólo puede conducir a menos competencia y a encarecer la factura de los consumidores, sino que también reduce los incentivos a innovar en los mercados nacionales».
Como poco, la comisaria danesa ha querido marcar territorio, evitar que cunda la idea de que la Comisión ha aflojado la mano. Para interpretar sus palabras, habría que saber qué entiende por ´exceso de consolidación´. En los últimos tiempos del mandato de Almunia, se autorizaron operaciones que redujeron de cuatro a tres el número de operadores en Alemania e Irlanda: la compra de ePlus por Telefónica Deutschland y la de O2 Ireland por Hutchinson Whampoa. Esto dio alas a creer que la CE empezaba a acoger los argumentos de la industria.
Sea por esa suposición, o por mor de las circunstancias, desde el comienzo de 2015 se ha desatado una concentración sin precedentes: 67.000 millones de euros, según la recopilación de Dealogic. La operación más cara ha sido la compra de la compañía británica por BT, que combinará la red fija de esta con la móvil de la absorbida. Al poco tiempo, Hutchinson Whampoa (Three) llegaba a un acuerdo para comprar O2 UK, hasta ahora propiedad de Telefónica. Ambas están todavía en el tejado de la autoridad británica, y Bruselas no ha dicho aún si pondrá objeciones.
Por si acaso, BT se ha adelantado a declarar que la transacción sobre EE es un caso peculiar, porque no reducirá el número de operadores móviles, ya que no tenía actividad propia en ese segmento del mercado. Telenor y TeliaSonera están a la espera de fusionar sus actividades en Dinamarca, mientras en Italia está pendiente de aprobación la fusión entre la filial de Hutchinson y la de Vimpelcom, grupo con sede en Luxemburgo [pero de propiedad rusa, otra peculiaridad]. Entretanto, la compra de la española Jazztel [que no tenía licencia móvil ni espectro] por Orange, ha recibido luz verde condicionada a la cesión de activos a terceros, que tal vez podría acabar fortaleciendo al cuarto operador, Yoigo.
En apoyo de su posición, Vestager puso un ejemplo que seguramente ha sentado mal en París: dijo que la entrada en 2009 de un cuarto operador, Free, ha propiciado más competencia, una bajada general de precios y un esfuerzo de inversión por parte de sus competidores. En la práctica, lo que ha propiciado ha sido que Orange pierda dinero en su filial francesa, que Vivendi se resignara a vender SFR al cablero Altice y que Bouygues busque desesperadamente un comprador con el temor de que, según de quién se trate, pudiera no ser admitido. No ha habido consolidación, pero ¿es el actual un modelo sostenible?
Los movimientos de consolidación dentro de la UE están tomando un cariz distinto al que se esperaba hace un año: en la mayoría de los casos, se busca la fusión entre redes fijas (particularmente de cable) y de móvil para prestar servicios convergentes. El componente móvil pierde importancia en las estrategias de los operadores, en la medida que no es precisamente el segmento de negocio más rentable. Pero el debate en torno a las reglas de competencia finge ignorar esta evolución y sigue anclado en los tiempos en que quien quisiera pintar algo en el mercado tenía que apostar por el móvil; las redes fijas han recuperado protagonismo, siempre que estén en condiciones de ofrecer servicios y contenidos de televisión. Tal vez los funcionarios a las órdenes de Vestager deberían contemplar esta nueva dimensión del sector.
El 35% de los europeos recibe las señales de televisión a través de satélite, mientras en España la proporción es de sólo el 15%. En cambio, España supera en 40 puntos la media europea en recepción por televisión digital terrestre. Estos datos proceden del estudio anual que elabora la compañía operadores de satélites SES Astra. El documento destaca el fuerte crecimiento de la televisión online (IPTV) en Europa y especialmente en España. Una de las claves de estos fenómenos es la demanda por los usuarios de imágenes de gran calidad (HD y UHD) y la apetencia por disfrutarlas en cualquier momento y lugar. Por tanto, las infraestructuras de la TV están en un acelerado proceso de cambio, que la estadística no refleja en todas sus dimensiones. Leer más
Nunca Computex ha tenido glamur, pero la edición de este año habrá pasado sin pena ni gloria. Los principales fabricantes de componentes y equipos informáticos – sobre todo los locales – han presentado mejoras, más prestaciones, menor consumo de energía y nuevos factores de forma, pero ninguna innovación radical susceptible de dinamizar el mercado. No se espera que Windows 10 anime la demanda, porque los usuarios de sus versiones 7 y 8 tendrán actualizaciones gratuitas que permitirán estirar la vida de sus PC. Más conceptualmente, en Taipei se discutió si la «democratización» que aportan los «nuevos paradigmas» (cloud, big data, IoT), restará poder a las marcas de hardware. Leer más
El mayor mérito de Dick Costolo, defenestrado la semana pasada como CEO de Twitter, ha sido pasar en cinco años de 49 a 320 millones de usuarios. Pero su gran error habrá sido el permitir, e incluso alentar, la comparación constante con Facebook. Aunque solemos etiquetar ambas compañías como redes sociales, en realidad son de naturaleza muy diferente por escala y estrategia. Una, Facebook, se nutre del narcisismo de millones de usuarios encantados de exhibir la banalidad de sus vidas cotidianas ante supuestos amigos que les pagan con la misma moneda. La otra, Twitter, es una herramienta de comunicación abierta, simple y espontánea, que tanto vale para propagar una noticia urgente como para cebarse en un cotilleo.
Las diferencias se expresan en números. Que Facebook tenga 1.440 millones de usuarios [más los 800 de What´s App y los 600 de Instagram] y Twitter «sólo» 302 millones, sería lo de menos, si no fuera porque – según cálculos de eMarketer – Twitter ha captado sólo el 0,87% de los 145.000 millones de dólares gastados en publicidad digital en 2014, mientras Facebook se apoderaba del 5,8% y Google del 31%. La cuota de Twitter en la publicidad en móviles [en total, 42.000 millones] fue del 2,5%, la de Facebook del 17,4% y la de Google del 38%.
El contraste de sus resultados económicos es abismal: 12.466 millones de dólares (Facebook) frente a 1.403 millones (Twitter) de ingresos en 2014. En el cuarto trimestre, Facebook ingresó 3.594 millones por publicidad y Twitter 432 millones. Lo más grave es que Facebook gana dinero a espuertas y Twitter espera dar beneficios por primera vez al final del cuarto trimestre de 2017, once años después de su creación y cuatro años después de una salida a bolsa bien orquestada por Costolo. La paciencia de los inversores empieza a flaquear: tras publicar a finales de abril sus resultados trimestrales, la acción de Twitter había perdido la mitad del valor de su oferta pública de noviembre del 2013; la semana pasada, antes de la destitución de Costolo, había perdido un 31% desde la primera sesión del año.
Jack Dorsey, uno de los fundadores asumirá el 1 de julio el cargo de CEO interinamente. Muchos han recordado estos días que en 2006 Dorsey fue empujado a dejar el mismo puesto al constatarse que sus virtudes eran más visionarias que ejecutivas. Lo sustituyó su socio Evan Williams hasta que Dorsey promovió a Costolo para poner la casa en orden.
Estos días se ha abierto la veda de versiones acerca de quién tomará el mando, pero lo más interesante es la discusión entre accionistas acerca de la estrategia a seguir. Me cuenta Mario Kotler desde San Francisco que Chris Sacca, miembro del consejo, ha escrito en su blog un extenso manifiesto que Twitter debe reformular la experiencia de usuario: «hoy, cualquiera puede interactuar con cualquiera, sin generar seguidores ni fidelidad; deberíamos ser más participativos, moderar las discusiones y privilegiar a los usuarios de calidad».
Otra tesis sugiere que Twitter carga con su pecado original, un formato en el que los usuarios rechazan por principio la publicidad y recelan de los mensajes patrocinados. Twitter ha sido colonizada por el marketing, dicen sus críticos. Añaden que no podrá atraer a los anunciantes mientras no crezca el tiempo que le dedican los usuarios: según eMarketer, 17 minutos diarios de media, frente a los 42 minutos que pasan con Facebook. La verdad es que no frecuento ese mundo, pero tengo la impresión de que Twitter no se ha atrevido a salir de su nicho original [la adquisición de Periscope ha sido tardía] y, quizá lo peor, se ha resignado a la degradación de sus contenidos, porque la basura produce audiencia.
Lo anterior no quiere decir que Twitter no pueda sobrevivir, pero empieza a abrirse paso la idea de que sus cualidades estarían mejor aprovechadas si fuera adquirida por Google. En teoría, la capacidad de Twitter en las interacciones sociales ayudaría a llenar un vacío histórico de Google: un acuerdo entre ambas de principios de año confirma que se ven como complementarias. Pero hay un problema gordo: el valor bursátil de Twitter – 23.000 millones de dólares, 55 veces los ingresos previstos en 2016 – es dificilmente justificable, incluso para unos accionistas tan poco revoltosos como los de Google.
Al menos en público, el único comentario de Daniel Ek ante el lanzamiento de Apple Music ha sido un brevísimo tuit: «Oh, OK». Casualmente (?) al día siguiente, Spotify, la empresa fundada y dirigida por Ek, cerraba una ronda de financiación por 526 millones de dólares con una valoración implícita de 8.500 millones. La pregunta es si, con o sin esta inyección financiera, Spotify aguantará la irrupción de Apple en su jardín o, visto desde otro ángulo, si no es demasiado tarde para Apple adoptar el modelo streaming para contrarrestar la decadencia de las descargas de música desde iTunes.
Para responder, hay que empezar por olvidarse del impacto que tuvieron en 2001 y 2003 el iPod e iTunes: todo el mundo sabe que revolucionaron el mercado musical, crearon una nueva experiencia de usuario y aportaron a las discográficas un flujo de ingresos que se les hubiera escapado por culpa de la piratería. Doce años después, la situación es tan distinta que Steve Jobs no hubiera podido decir que «el streaming es el camino equivocado, lo que la gente quiere es comprar música». Su sucesor, Tim Cook sabe que no puede pretender la dominación de un mercado que ha cambiado, entre otras cosas gracias a Spotify.
Lo que ha presentado Apple es una oferta que combina streaming bajo demanda en régimen de suscripción, una radio por Internet y un servicio, Connect, para que los artistas publiquen posts dirigidos a su clientela. Si no llegara tarde, el triunfo hubiera parecido inevitable, considerando que tiene cientos de millones de usuarios de iTunes, una enorme base instalada de dispositivos de su marca y un sistema de pagos propio. Pero el problema que se le plantea es convencer a los usuarios de que les conviene pagar una cuota mensual para escuchar sin límites – pero no descargar – su catálogo de 43 millones de temas, con el que Apple funciona como el mayor minorista de música. Todos los análisis prevén que se acelerará la caída de las descargas, y su lugar será ocupado por el streaming.
Hay demasiados sitios donde se puede consumir música gratuitamente, y Apple Music nace con una tarifa de 9,99 dólares por mes (en EEUU). Tendrá que diferenciarse de servicios bien establecidos, entre ellos Spotify: 60 millones de usuarios (15 millones de pago) o Pandora, la radio más popular en Internet, con 85 millones de usuarios activos, y gratuita si estos aceptan publicidad. Otros que juegan en este mercado son Google (10 dólares/mes), Amazon (99 dólares/año para usuarios de Prime), y otros minoritarios como Tidal y Deezer.
Según lo dicho en la presentación de Apple Music, la principal diferencia está en que la música no será gestionada por un algoritmo sino seleccionada por humanos que le darán un «toque emocional». Es un argumento insuficiente para cambiar el comportamiento de millones de consumidores. Y la marca Apple tiene arrastre, pero no es omnipotente.
Es difícil imaginar que Apple se imponga a sus competidores, al menos con la fórmula presentada la semana pasada. Quizá no lo pretenda. El analista Mark Mulligan nos recuerda que «Apple no está en el negocio de la música para vender música, sino para vender hardware». Incluso si reclutara el mismo número de suscriptores de pago que Spotify, sus ingresos totales aumentarían el 1%, y sus beneficios apenas variarían, calcula Mulligan.
Apple controla una poderosa plataforma multimedia, y se puede esperar que el ´ecosistema` de que ha hablado Tim Cook ofrecerá un día algo más que música: ¿para cuando TV en streaming para competir con Netflix?. Por ahora, sólo ofrece música, y muy parcialmente difiere de los catálogos de sus competidores. La ventaja a su favor es la base instalada, por lo que un optimista ha escrito que «a medio plazo» la meta de Apple es captar 100 millones de usuarios. Hombre, se puede ser fanboy sin exagerar: esa cifra triplicaría la suma de usuarios de pago actuales de todos sus competidores.
Si se acepta que el streaming es el futuro, ¿por qué hay tanta competencia a la vez que nadie gana dinero? Spotify perdió 162 millones de euros (el triple que en 2013), y sigue contando con la paciencia de sus inversores. Quizá se deba a que es la única categoría del mercado musical que no decrece: por el contrario, sus ingresos aumentaron un 40% el año pasado. Algún día será rentable.
Por cierto, los sellos discográficos están muy contentos del paso que ha dado Apple, porque no les conforma el rendimiento que reciben de Spotify y otros actores. Según MusicWatch, hasta el último día ha habido negociaciones frenéticas, en las que la industria presionaba para asegurarse royalties superiores a los que recibe de Spotify. Parecería que han interpretado la iniciativa de Apple como un signo ocasional de debilidad. A saber.
Tras varios años de marcado declive, las ventas de televisores en España han vuelto a crecer. Y en 2015 se espera que vuelvan a crecer tanto en unidades como en valor, esto último debido al efecto estadístico de la apreciación del dólar frente al euro. Se venderían, según estimaciones de GfK, unos 3,8 millones de unidades, 100.000 más que en 2014, todavía lejos de los 4 millones de finales de la década pasada, pero más que los casi 3,3 millones a los que se comprimió el mercado en 2013. La situación ha cambiado, y el consumidor de hoy tiene grabado en la mente que puede adquirir un televisor de 50 pulgadas con una calidad de imagen impensable hace una década, por menos de 1.000 euros. Leer más
Conozco gente entusiasmada con las ventajas de Uber y Airbnb. No todos son early adopters; algunos ni siquiera han usado esos servicios, pero han comprado la tesis de que la «economía colaborativa» va a cambiar nuestro mundo para bien, liberándonos – es un decir – de los abusos de taxistas y hoteleros. Ya puestos, algunos se han puesto a delirar con la aplicación del ´modelo Uber` a casi cualquier cosa o servicio. He pensado en ellos ayer, al leer que los abogados de las dos empresas se han presentado desafiantes ante una convocatoria de la FTC (Federal Trade Commission) de Estados Unidos, órgano que está tratando de entender si esas nuevas prácticas son susceptibles de regulación para proteger a los consumidores.
La postura de Uber ha sido contundente: «de la misma forma que se dice que el software se comerá el mundo [la frase es de Marc Andreessen, célebre inversor] podemos decir que la tecnología puede comerse la regulación». Los reguladores no se inmutaron ante esa posibilidad: ya están acostumbrados a casi todo.
En Washington DC han escuchado antes propuestas con este molde: ´las reglas no pueden ser las mismas porque la tecnología ha cambiado el mundo, así que dejen que nos regulemos por nuestra cuenta`. Esta vez se ha recurrido a un circunloquio: en lugar de autoregulación, «regulación delegada».
Airbnb llevó un discurso más elaborado: «los consumidores disponen hoy de más información y opciones que nunca, y vemos cada vez más cómo la reputación online es la mejor sanción contra los malos comportamientos de las empresas, una tarea que generalmente ha estado a cargo de los reguladores». Por si no me he explicado bien: que el regulador delegue en los regulados la función de regularse, en todo caso sobre la base de unas directrices genéricas.
Por su lado, los miembros de la comisión replicaron que de ninguna manera se trata de enjuiciar con carácter previo las prácticas peer-to-peer, sino de establecer – a petición de sectores arraigados y que cumplen las reglas existentes – si es preciso recomendar nuevas reglas para las nuevas prestaciones. Maureen Ohlhausen, miembro de la comisión, advirtió que con esta serie de audiencias, la FTC sólo pretende informarse, pero no es defensora ni detractora de ningún modelo de negocio en particular.
En respaldo de su posición, el enviado de Uber recomendó a los comisionados la lectura de los trabajos del profesor Arun Sundararajan, de la escuela de negocios Stern, en la New York University, especialista en la sharing economy. Por lo que he podido apreciar en el vídeo de una presentación, las opiniones de Sundarajan pueden darnos una perspectiva académica interesante, pero la madre del cordero no está en la universidad.
Tal vez los inversores compartan ideológicamente [o no, vaya usted a saber] la economía colaborativa, pero ven con preocupación que las dos compañías que encabezan ese movimiento estén ahora mismo bajo escrutinio preventivo de un organismo gubernamental. Las circunstancias han hecho ver a Travis Kalanick, fundador de Uber, la conveniencia de fichar a Rachel Whetstone, durante años directora de comunicaciones de Google, para ocupar el mismo puesto, y a David Plouffe, que fue estratega de campaña de Obama, como asesor para asuntos políticos.
Con «las circunstancias» quiero decir que Uber está negociando una financiación adicional «de entre 1.500 millones y 2.000 millones de dólares» para sostener un negocio que, sin ser rentable, se permite lucir un valor hipotético redondeado en 50.000 millones. Por su lado, Airbnb, cuyos costes son menores y su discreción es mayor, ha ´levantado` en el primer trimestre 1.000 millones, sobre la base de una valoración de 20.000 millones. El Wall Street Journal conjetura que ambas han empezado a acumular recursos para salir a bolsa en 2016. Pero, para entonces, deberán tener resueltos algunos grandes litigios que tienen abiertos en medio mundo, y saber si la idea de «regulación delegada» ha colado o no ha colado.
Supongo que habrá quien aún se regocije con aquel video de Steve Ballmer en 2006 en el que el hombretón, empapado en sudor, saltaba de un lado al otro del escenario, gritando «developers, developers, developers…». Pues mira por dónde, va a ser que Ballmer tenía razón. Los desarrolladores tienen la clave – o buena parte de ella – del éxito de las estrategias que pregona la industria.
Las conferencias de desarrolladores se suceden año tras año, como liturgias de gran interés mediático. Con pocas semanas de diferencia, San Francisco ha sido escenario de eventos convocados por Microsoft, Google y Apple, tres que no se pierden pisada. Sus objetivos, en lo que tienen de común, pueden resumirse en la necesidad de seducir a los desarrolladores para que trabajen sobre sus tecnologías, anunciadas en cada caso con gran fanfarria.
Ha habida diferencias reveladoras. Build, el evento de Microsoft a finales de abril, sirvió para presumir de una nueva actitud de apertura, que los desarrolladores afines a la compañía reclamaban y servía de argumento a los no afines. Para ensanchar su horizonte, Microsoft busca la complicidad de desarrolladores que hasta ahora habían esquivado Windows, prefiriendo colaborar con Google o con Apple. Y para lograrlo ha cambiado de táctica: su software de productividad puede correr sobre las plataformas iOS o Android, además del nuevo Windows 10.
Como corresponde al estilo de la compañía, Google I/O (en los últimos días de mayo) ha tenido pretensiones futuristas: mostrar a una legión de desarrolladores que con Google sobran las oportunidades para innovar. Android M no tiene todavía nombre de golosina, pero viene a corregir problemas observados en la versión L (de Lollipop, piruleta) en medio de la sospecha de que en los mercados donde el uso de smartphones crece – no vegetativamente – Android está perdiendo terreno frente a iOS.
Este lunes, también en el Moscone Center de San Francisco, entre muchas y muy variadas novedades, Apple dejó caer un avance de lo que será iOS 9: la adición de funciones predictivas a Siri y las mejoras de búsqueda revelarían que Apple es consciente de que tiene puntos flacos en la comparación con Android. Por otro lado, esa rivalidad es manifiesta en cada casilla del mercado: Apple Pay se va transformando en una especie de walletm y es curioso que se anuncie pocos días después de que Google anunciara Android Pay, una forma de admitir que Google Wallet, del 2011, no ha aprovechado la ventaja de salir antes al mercado. Pero, a lo que iba, los respectivos sistemas de pago electrónico serán propicios para que los desarrolladores de cada cual inventen nuevas aplicaciones.