wp_head() ?>
En pocos días, dos adquisiciones de empresas norteamericanas por Lenovo, que suman 5.200 millones de dólares – sacando a IBM y Google de sus inciertos callejones – han puesto los focos sobre China y su peso en la economía mundial. Sin sorpresa alguna, tras varios asaltos a la cumbre, Huawei ha conquistado el primer puesto en el ranking de proveedores de equipos de telecomunicaciones. Son sólo dos noticias en una semana, previa al inicio del nuevo año lunar. No es extraño que resurgieran viejos tópicos sobre la perspectiva de una industria china dominando por completo las industrias tecnológicas. Ha sido un tema de las sobremesas con directivos del sector en los últimos días. Leer más
Algo me habían dicho, pero no quise creerlo: no me gusta escribir en base a soplos y sobre soplos rumores. Ayer, decidí no mencionarlo siquiera como posible en mi newslette sobre el acuerdo de patentes entre Samsung y Google [¿o debería decir entre Google y Samsung?]. Pues era cierto. Ya lo sabe todo el mundo: Google ha vendido Motorola Mobility a Lenovo por 2.900 millones de dólares. ¿Cuánto? Es la misma empresa por la que Google pagó 12.500 millones en 2011; si calculamos – por lo bajo – que desde entonces ha desembolsado otros 2.000 millones a fondo perdido, al venderla por 2.900 millones tendría un impacto negativo de aproximadamente 10.000 millones de dólares. Ya lo sabremos cuando proceda una amortización en libros.
Motorola Mobility sólo ha sido sostenible gracias a la riqueza de las arcas de Google. Se ha comentado mucho que el verdadero interés de esta eran las patentes, pero ¿vale 10.000 millones la cartera de Motorola? Si lo que pretendía, que también, era contrarrestar las ambiciones de Samsung, único representante de Android capaz de plantar cara a Apple, el acuerdo que comentaba ayer revelaría que esa fase ha concluído. El potencial de La plataforma Android, disperso entre decenas de marcas, se concentra realmente en unas pocas, y dos de ellas son chinas. A primera vista, sólo Huawei y Lenovo podrían rivalizar con Samsung en ese papel de competidores de Apple.
Veamos ahora lo que atrae a Lenovo en la multimillonaria transacción. Si lo que busca es la marca Motorola – compartida con la otra rama surgida de la antigua compañía de ese nombre – que se supone es popular en EEUU, la verdad es que el precio sería exagerado, pero bien podría mantenerla en el mismo plano que asignó a Thinkpad tras la operación del 2005 con IBM. ¿Cuota de mercado? Poco porcentaje puede aportarle hoy la empresa que inventó el teléfono móvil. ¿O acaso son las patentes? La mayoría se las queda Google, aunque Lenovo tendrá derecho preferente de uso, junto con Samsung. ¿Talento? Sí, hay muchos ingenieros de gran valía en los restos de la vieja Motorola, concentrados en el hermético ATAP Group (Advanced Technology and Projects), y junto con su dominio de la cadena de suministros pueden ser un arma muy potente.
Todo sumado, lo anterior podría justificar la apuesta de Lenovo. Cuentan que los contactos entre ambas empresas son antiguos, que a mediados del 2012 Yang Yuanqing, CEO de Lenovo, habría dicho a Eric Schmidt que si un día Google se arrepentía de la compra de Motorola, le llamara. Y Schmidt, dicen, le llamó en noviembre, tras saber del fracaso de las conversaciones en las que Lenovo consideró la compra de BlackBerry. Se non é vero, é ben trovato.
Por tratarse de la segunda compra que Lenovo cierra en EEUU en un mes, y la mayor que una empresa china haya hecho nunca en el sector tecnológico, han saltado muchas alarmas. Quien más debería preocuparse es Samsung , que ahora tendrá un rival de máximo peligro dentro de la galaxia Android, justo en el momento en que sus propias ventas de smartphones parecen tocar techo. Ya está servido uno de los temas estrella del Mobile World Congress; llegado el momento volveré sobre el asunto. De momento.
Con suerte y alguna renuncia, en 2014 podría hablarse menos de «guerra de las patentes» y más de una naciente «paz de las patentes». Samsung y Google han anunciado un acuerdo de licencias cruzadas con vigencia de diez años. A priori podría decirse que nada más lógico, puesto que ambos son socios en muchas cosas, pero no es tan sencillo: los dos poseen entre sus activos un buen montón de patentes, pero no han sido capaces de apoyarse el uno al otro en la larga batalla que enfrenta a la compañía coreana con Apple, mientras Google fingía que con ella no iba la cosa. No se ha revelado – ni se revelará – qué patentes van a intercambiar, ni se entiende muy bien por qué necesitan comprometerse si nunca han tenido discrepancias.
El lunes, un ejecutivo de Samsung sugería que el acuerdo con Google podría servir de modelo para una entente de toda la industria en torno a la propiedad intelectual que protege la innovación en comunicaciones móviles. Sería deseable, desde luego: ¿quién osaría estar en contra (y decirlo) de una paz después de años de litigios en los tribunales de medio mundo? Pero antes de hablar de paz, habrá que saber qué piensa Apple, un litigante de los gordos.
Hoy por tí, mañana por mí, parece ser el principio inspirador del acuerdo. Mientras no se conozcan más detalles, los otros miembros de la escudería Android andarán mosqueados por lo que se ha cocido a sus espaldas. Pero, ¿acaso no firmó HTC un acuerdo por separado con Apple cuando se sintió en peligro y no recibió apoyo de Google?
Samsung y Nokia renovaron hace poco su acuerdo mutuo. Y la coreana acaba de capitular ante Ericsson, buscando la tranquilidad de compartir patentes relacionadas con LTE. Parece esbozarse un cambio de talante, que podría estar vinculado a la retahila de choques judiciales con Apple, casi todos perdidos. A finales de marzo está marcada la revisión de una sentencia desfavorable a Samsung.
En una visión suspicaz, el acuerdo decenal con Google no sería más que una maniobra, un ejercicio gratuito de relaciones públicas. Quienes ven las cosas con generosidad, piensan que realmente Samsung se ha cansado de guerrear y está tratando de diluir su conflicto con Apple bajo la apariencia de un armisticio colectivo.
Lo evidente es que todas guerras, y esta también, son muy caras – no te digo las minutas de los abogados – y no está demostrado que afianzar la titularidad de una patente tenga la recompensa económica que se supone. Este barrio del mercado se ha convertido en un paraíso para compañías oportunistas – llamadas trolls – que acumulan bloques de patentes sin la intención de producir otra cosa que una o muchas demandas. El caso más notorio es Intellectual Ventures, fundada en el 2000 por Nathan Myhrvold, antiguo CTO de Microsoft [una historia que me gustaría contar otro día], que persigue en los tribunales a Motorola desde el mismo mes en que fue comprada por Google.
No he perdido el hilo. La industria de las comunicaciones móviles ha llegado a un punto tal de madurez que la mejor manera que tiene la industria de protegerse es mediante acuerdos cruzados, que liberen el intercambio de patentes y faciliten la defensa mutua frente a los trolls. Durante años, la «guerra de patentes» fue un subproducto instrumental de la guerra entre plataformas. Hoy, muchos indicios apuntan a la coexistencia pacífica entre estas, por lo que es inevitable preguntarse si no ha sonado por fin la hora de un armisticio general. Soy un ingenuo, o tiempo al tiempo.
Este domingo, dos diarios españoles publicaban sendos reportajes – muy bien ilustrados – sobre el emergente fenómeno bautizado como wearable computing. Lo curioso es que los dos proponían traducciones distintas, y en un caso dos: tecnología para llevar puesta, o tecnología que se pega al cuerpo [Joseba Elola, en El País], tecnología de vestir [Francesc Bracero, en La Vanguardia]. Una tarea para la prensa – y la Academia, si se tercia – sería la búsqueda de un nombre comúnmente aceptado. Para la industria, el problema es más arduo: encontrar un modelo de negocio para algo que, según una expresión corriente, no es el futuro sino el presente. No es tan fácil, como se verá. Leer más
A simple vista, la cantidad que VMware pagará por AirWatch parece alta, por no decir excesiva, pero toda oportunidad tiene un precio. 1.540 millones de dólares es más de lo que ha pagado por Nicira y lo que entonces pareció mucho dinero, hoy aparece justificado. La especialidad de AirWatch se define como MDM (mobile device management), que es una sigla más precisa que la trajinada BYOD (bring your own device), con un fuerte componente de seguridad. Aun así, la suma sigue siendo alta por una empresa que este año espera facturar 75 millones de dólares, aunque tiene 1.600 empleados en nueve oficinas en varios países.
La compra encaja en el giro que Pat Gelsinger ha impreso a VMware desde que tomó el mando de la compañía, en setiembre de 2012. Aunque sigue dominando con holgura el mercado de la virtualización, VMware empieza a sentir los efectos de la competencia de Microsoft y de varios rivales originarios de open source. Hasta ahora, su actividad estaba alejada del usuario final, y sólo su Horizon Suite la emparentaba con el auge de la movilidad.
La incorporación a VMware de Sanjay Poonen, como vicepresidente y director general del área end-user computing ha cambiado esa perspectiva. Procedente de SAP – donde ocupó la plaza dejada por John Chen, hoy CEO de BlackBerry – Poonen ha declarado que AirWatch es una apuesta ganadora: «por sí sola, VMware podía hacerse fuerte en el desktop, pero nos faltaba tener un conocimiento suficiente en el campo de la movilidad; AirWatch tiene mucho que aportar tanto en uno como en otro». En un briefing con periodistas, durante el VMworld de noviembre, el directivo – que llevaba sólo tres meses en la compañía – nos dijo más o menos lo siguiente (transcribo mis notas manuscritas): «en muchas empresas nos encontramos con que la figura del CIO se ha desdoblado en dos funciones; una es el clásico responsable de la infraestructura, con quien VMware tiene costumbre de tratar, mientras que la otra, de creación reciente, se ocupa de los usuarios finales, de la gente que trabaja con el entorno Windows pero, cada vez más, con iOS y Android».
A pesar de haberlo intentado por distintas vías – esto no lo dijo Poonen, pero estaba implícito en su fichaje – VMware no ha conseguido construir una plataforma de virtualización de móviles. AirWatch puede facilitar esa tarea, tal como la absorción de Nicira le ha permitido ampliar su alcance a la virtualización de las redes.
Lo anterior no responde la pregunta ¿por qué AirWatch? Un analista de Forrester escribía hace poco: «quien compre AirWatch será catapultado de inmediato a una posición relevante en el mercado de la movilidad en las empresas». Es posible que el precio refleje el interés de algún otro comprador potencial. Citrix compró Zenprise hace un año, y ha añadido Framehawk a su establo; otro especialista, MobileIron, es mencionado como candidato a recibir una oferta. No hay muchas alternativas en el mercado del software MDM, que Gartner estima en 1.600 millones de dólares.
Durante semanas, los analistas y algunos cortesanos pregonaron la buena nueva: el primer trimestre fiscal 2014 de Apple (cuarto natural 2013) sería histórico. El beneficio por acción – lo que más les motiva –oscilaría entre 14,09 y 14,37 dólares, con una previsión de ingresos de 57.400 millones. La realidad ha superado a los pronósticos: 14,50 dólares por acción y 57.600 millones de ingresos. Sin embargo, la bolsa reaccionó negativamente a los resultados de una compañía de la que siempre espera demasiado. Steve Jobs estableció una política de guidance conservadores, con lo que los analistas se habituaron a apostar más alto y acertar. De entonces vienen los problemas. Leer más
Como cada año, en Davos estaban líderes de importantes compañías tecnológicas, aunque si uno lee las crónicas podría pensar que sólo había banqueros y periodistas. En realidad, los primeros no añadieron mucho al repetitivo discurso sobre las enormes ventajas que supuestamente la tecnología aporta a los individuos y las sociedades. Aparte de Bill Gates, que adelantó el contenido del manifiesto anual de su fundación filantrópica, el único que se apartó del tópico fue Eric Schmidt, chairman ejecutivo de Google y protagonista de un fireside chat al que asistieron algunos millonarios – Marissa Mayer, la única reconocible del sector, que trabajó con él – y una veintena de cronistas. El moderador fue el editor de The Economist, y Schmidt se despachó con un mensaje rompedor, en el que puede rastrearse la influencia del gurú económico de Google, Hal Varian.
No sé si es justo decir que Eric Schmidt entonó una autocrítica; no es algo que esté en su estilo, me consta, pero desde luego dejó materia para la reflexión. Básicamente, vino a decir que el empleo es un reto para las sociedades contemporáneas, y lo seguirá siendo durante las próximas dos décadas. Curiosamente, el mismo plazo de que habló Gates: cómo será el mundo en 2035. Pero Schmidt fue más incisivo: reprochó a los líderes europeos – a los que calificó como no-líderes – de haberse resignado a una situación de paro estructural que va a afectar al 12% de la población. De los políticos estadounidenses – incluído su amigo Obama – dijo que están aquejados de parálisis de ideas.
La tecnología – dijo – «ha creado una carrera entre los ordenadores y las personas, y tenemos que hacer lo necesario para que las personas ganen esa carrera […] lo realmente importante es que encontremos la manera de que se ocupen de aquello que realmente saben hacer». Por abstracta que parezca la frase, ha levantado una discusión acerca de los límites y las consecuencias de la automatización. No se trata del viejo asunto de la sustitución de trabajadores por robots. Predicaba Schmidt el peligro de que la eficiencia de los ordenadores y el software destruyan la cualificación de otras categorías, que se creían al abrigo de ese fenómeno. La destrucción de empleo no ha hecho más que empezar, la desigualdad irá a peor, y no se puede dejar en manos de la población la tarea de educarse por sí misma para sobrevivir en la nueva era.
Hasta aquí, sorprendente, ¿no es cierto? Un cronista del New York Times le preguntó por la distribución de la riqueza y por qué compañías como Google han acumulado fortunas que no invierten. La respuesta no fue sorprendente: «los impuestos al capital frenan la innovación».
Pero también dijo Schmidt que el estancamiento de los salarios de la clase media no es sólo un problema para la clase media. Es un problema económico – aquí está la huella de Varian – porque es precisamente ese grupo de población el que tiene más disposición a gastar e invertir en los productos nacidos de la innovación. El sagaz analista Henry Blodget lo interpretó libremente: «las compañías están tan obsesionadas por bajar sus costes salariales, pagando a los empleados lo menos posible y, cuando es posible, reemplazándolos por tecnología, que los salarios como porcentaje del PIB están cerca de su mínimo histórico; esta debilidad de los ingresos es una de las razones por las que la demanda es tan débil». Lo extraordinario del caso es que el blog de Blodget está financiado por Jeff Bezos, cuyas prácticas salariales en Amazon son motivo de conflicto.
Me hubiera gustado leer en las crónicas de mis colegas españoles que acudieron a Davos una crónica de esta discusión, que ayer recogía en su editorial el Financial Times. Todavía están a tiempo.
Si el mercado español acabó 2013 con una caída del 24,9%, es una mala noticia, de eso no hay duda. Que nueve de los diez primeros del ranking cerraran el año con saldos negativos, es igualmente mala. Sin embargo, los resultados del cuarto trimestre – también teñidos de tinta roja, se ve en el gráfico – son una noticia buena, tímida y provisional: ese 7,2% de caída en el último tramo del año (frente a la previsión de -12% calculada por IDC) es valorado positivamente por la industria. Sin pecar de un optimismo prematuro, el panorama es hoy distinto al de hace un año. El pronóstico inicial de IDC para 2014 apunta un descenso anual del 6%, aunque las fuentes consultadas no descartan que el saldo final sea ligeramente positivo. Leer más
A la vista de lo mucho que les cuesta decidirse por un sucesor de Steve Ballmer, los señores del consejo de administración de Microsoft, con el chairman Gates al frente, quizá deberían pedir a Ballmer que se quede. Lo digo así porque, en los cinco meses que han pasado desde que anunció su retirada, todo (o casi) funciona mejor en la compañía. Véanse las cuentas del cuarto trimestre de 2014, segundo de su año fiscal, que mejoran las del período anterior. Mientras otras empresas sufren lo suyo, los ingresos de Microsoft han subido un 14% [24.519 millones de dólares]. No obstante, los beneficios sólo crecieron un 3% [6.558 millones]. Este contraste es comprensible porque, en gran medida, el aumento de los ingresos se debe al hardware – sí, al hardware – en concreto a las consolas Xbox One y a la segunda tableta Surface 2, que se vendieron bien en la temporada navideña pero dejan, inevitablemente, un margen mínimo o probablemente pérdidas iniciales. Contablemente, el hardware ha bajado su margen bruto de 762 a 411 millones de dólares. Pero el software – sí, el software – acude al rescate.
En principio, la estrategia devices and services, que será uno de los legados del final de la era Ballmer, está funcionando según se esperaba. Pero la nueva segmentación en la presentación de los resultados está siendo tan confusa como se temía. No es fácil, desde luego, desagregar la contribución de cada componente [empresas vs. consumo, hardware vs. software + servicios] y la compañía ha renunciado (lógicamente) a seguir facilitando datos que faciliten reconstruir las cifras de hoy con las categorías de ayer. Amy Hood, CFO de Microsoft, invitó a los analistas a considerar los resultados como un todo, en lugar de enfocarse en cada componente, pero no lo consiguió ni lo conseguirá.
La primera observación es que el hardware empieza a ser un factor de peso, a despecho de las opiniones escépticas, y lo será aún más cuando se complete la adquisición de Nokia. Segunda: como ha señalado Mary Jo, tan perspicaz como objetiva, la realidad que muestran las cifras del Q2 es que Microsoft es una compañía de software, y más particularmente de software para empresas. «No tiene por qué avergonzarse, pero no es este el mensaje que se empeñan en trasladar los ejecutivos de la compañía, que subrayan como fuente de crecimiento el mercado de consumo. Microsoft no quiere ser IBM, pero todavía se parece más a IBM que a Apple o Google».
La división que, siguiendo la nueva segmentación, experimentó el mayor aumento de ingresos fue Commercial Licensing, en la que se amalgaman los negocios tradicionales de software de la compañía. Con un matiz: a diferencia del hardware, prácticamente todo son beneficios: 10.100 sobre 10.900 millones de dólares.
Descodificando la información de Hood, Mary Jo Foley identifica los dos segmentos principales en los ingresos del Q2 han sido las licencias a empresas (Windows, Server, Office, Dynamics y Unified Comms): 10.900 millones, las licencias al consumo (Windows OEM, Windows Phone, Office e IP): 5.900 millones. La suma arroja el 68% de los ingresos totales. Con la óptica del margen bruto, los mismos conceptos aportan el 97% del total. En un papel secundario – para nada despreciable. quedan el hardware y ese cajón de sastre extrañamente llamado Commercial Other, en el que se inscriben los servicios cloud (Office 365, Azure, Dynamics CRM Online).
Es lo más lejos que se puede llegar en un desglose de las cifras, pero resulta suficiente para señalar que la transición de Microsoft está en marcha, que las empresas siguen confiando en sus productos, y que la tendencia declinante de los PC han afectado las ventas de Windows menos de lo que se esperaba. Así lo han entendido analistas e inversores, que el viernes premiaron la acción de Microsoft con una nueva escalada. De modo que ya hay quien pronostica que la bolsa está esperando el relevo de Ballmer (según de quien se trate claro) para subir al nivel histórico de 40 dólares. Ya era hora de echarse a la boca una buena noticia.