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El título no es del cronista, sino de un directivo de Microsoft durante una sesión de la conferencia Build para desarrolladores, reunida por Microsoft de miércoles a viernes de la semana pasada en San Francisco. Se puede entender como una metáfora ingeniosa de la dificultad que entraña contentar a la enorme base de usuarios de Windows con ingredientes dispares. Muchos piensan que Microsoft ha ido demasiado lejos con Windows 8, al forzar a millones de usuarios a renunciar de golpe al interfaz desktop y saltarse la ´curva de aprendizaje` de las teselas táctiles interactivas. El intento de enmendar el error con Windows 8.1 se ha quedado corto y requerirá al menos darle un par de vueltas más. Leer más
Asombra leer que el gobierno británico ha llegado a un acuerdo in extremis con Microsoft por el que pagará 5,6 millones de libras a cambio de prolongar durante un año el soporte a su base instalada de Windows XP. No se ha informado sobre el número de ordenadores afectados – serían decenas de miles, principalmente en la «agencia tributaria», según Nick Heath – pero se ha colado la idea de que el gasto es en realidad un ahorro, porque el «precio estándar» del soporte sería de 20 millones (!).
Asombra, por tanto, que unos funcionarios responsables no se enteraran a tiempo de algo que Microsoft (y los fabricantes, por la cuenta que les tiene) vienen propagando a los cuatro vientos: que la garantía del viejo sistema operativo caducará el próximo martes, 8 de abril. No es un azar que ocurra en martes: ese día, Microsoft distribuirá su acostumbrado tuesday patch, para corregir vulnerabilidades detectadas en las demás variantes de Windows, pero en la lista no estará XP. Quizás el parche dé pistas a los hackers acerca de sus puntos débiles, ya lo sabremos.
Si esto pasa en Reino Unido, qué pensar de otros gobiernos que no tienen idéntica potencia económica y tecnológica. Vaya por delante que no hay constancia de cuántos ordenadores del sector público español aún funcionan con XP. Unos cuantos, me temo, pero no en la Agencia Tributaria.
Según un informe de Gartner, en 2013 había en el mundo una base instalada, en números redondos, de 2.000 millones de PC, el doble que la de 2008. Es sólo una aproximación, claro. Con algo más de precisión, sabemos que 9 de cada 10 funcionan con Windows (el resto son Mac OS, Linux, etc). En España el porcentaje sería algo menor: 82,7%, el «sabor» más usado es Windows 7, que en menos de cinco años ha arrebatado el 54% de cuota mundial (y el 48% en España).
Sería una progresión normal si no fuera por la resistencia de los usuarios a abandonar Windows XP, que aguanta pese a su antigüedad. A la ´provecta edad de 13 años`, Windows XP sigue controlando el 18,6% de los PC que en marzo pasado se conectaron a Internet, según cálculos de StatCounter [otras fuentes apenas difieren]. La proporción es algo mayor en España (21,4%). Dicho redondamente: una quinta parte de los PC que se usan – probablemente serán más en la base instalada total – no han respetado el ciclo de vida decretado por Microsoft. Una porción no calculable de esos resistentes son, en la práctica, usuarios de copias piratas, otro buen motivo para que la compañía quiera acabar cuanto antes con la rémora.
Hay quien sostiene que Microsoft debería decretar el soporte perpetuo de todas las variantes de Windows. ¿Es ingenuidad o estupidez? La clave del asunto es que lo que bloquea la adopción de Windows 8 no es tanto el debate sobre el interfaz y el menú de inicio (que también) sino el hecho de que Windows XP sigue vivo en un 10% en las empresas y un 30% entre los consumidores, según estimaciones que no sé de dónde salen. O sea que, aun sin crisis y sin la competencia de las tabletas, la demanda de PC – y consiguientemente de licencias – estaría deprimida por culpa del superviviente XP.
La muerte programada de XP está llevando más tiempo del previsto, y la industria muestra cierta ansiedad comprensible. Lo que no tengo nada claro es que la estrategia del miedo sea un incentivo para reactivar las ventas de PC. Si en las próximas semanas no se pusiera en evidencia algún fallo de seguridad masivo en la base instalada (¿300 millones de PC?) de Windows XP, la renovación será lenta. O más lenta de lo que conviene. A menos que Satya Nadella se atreviera a dar un paso hacia la gratuidad de Windows, como ha hecho Apple con su Mac OSX. No caerá esa breva: son miles de millones de dólares.
Me complace decir que este blog tiene un buen número, creciente, de suscriptores en América Latina, a los que no siempre puedo dedicar la información específica sobre sus mercados. Lo menciono porque hoy vuelvo sobre un asunto que no desaparece de mi radar, gracias a la bondad de mi amigo Paco. La reforma de las telecomunicaciones en México sigue su curso legislativo, con la tramitación de los proyectos de «leyes secundarias», y esta vez el conflicto ha estallado entre el presidente Enrique Peña Nieto y el megamillonario Carlos Slim.
El envite es de los grandes. A través de subsidiarias de su grupo América Móvil, Slim controla algo así como el 80% del mercado mexicano de telefonía fija (Telmex) y el 70% de la telefonía móvil (Telcel). No extraña pues que la legislación lo defina como operador dominante – «agente económico preponderante» – para sujetarlo a una regulación asimétrica que pretende favorecer la competencia. Ahí está el quid de la cuestión: para que ese objetivo se cumpla, el regulador Ifetel se ha anticipado al ordenar una rebaja media del 37% en las tarifas de interconexión que las empresas de Slim cobran a sus competidores por acceder a la ´última milla`. El grupo ha hecho de la medida un casus belli, calificándola de «expropiatoria», tras lo cual ha iniciado el procedimiento legal de petición de amparo contra la decisión del regulador.
Las cifras en juego justifican el alboroto: el mercado mexicano de telefonía se estima en 375.000 millones de pesos (20.900 millones de euros), siendo la móvil el 66% de esa cifra. El valor bursátil de América Móvil, pese a una caída de la cotización desde que empezó el proceso de reforma, equivalía el viernes pasado a la semana pasada a 52.000 millones de euros.
Hay un segundo aspecto, tanto o más polémico que el anterior. El proyecto de ley secundaria [reglamento] que Peña Nieto ha enviado al congreso, impediría al conglomerado de Slim acudir a la licitación de nuevas licencias de televisión en abierto, lo que según este constituye un bloqueo a la apertura del mercado a la competencia, «en detrimento del interés de los consumidores».
Tiene guasa que Carlos Slim, durante décadas fue un firme sostén del poder político de cada momento, haya recibido en este conflicto el apoyo del líder de la izquierda radical, Andrés López Obrador, y de la prensa que le es afín. Según dicen mis colegas de la prensa mexicana, la paradoja no debería sorprenderme: al apoyar la postura de Slim, López Obrador trataría de debilitar a Peña Nieto para impedir que saque adelante su otra gran iniciativa – sin duda de mayor peso histórico – que es la reforma del sector petrolero, abriendo la posibilidad de que empresas extranjeras compartan con el grupo estatal Pemex la explotación de yacimientos de oro negro.
Volviendo a Slim: esta vez, los dolores de cabeza de Slim son domésticos, sin relación con sus filiales latinoamericanas ni con sus incursiones en los mercados europeos, que comparativamente parecen aguas mansas. Por otro lado, sin relación aparente con estas cuestiones – bueno, algo tendrá que ver – la filial mexicana de Telefónica tiene un nuevo CEO: se trata de Carlos Morales Paulin [a quien le interese: lo entrevisté en 2012 cuando ocupaba un puesto directivo en Telefónica Digital].
El interés de los conductores por la emergente ola de tecnologías para el coche condicionará la demanda de vehículos, según un estudio que acaba de publicar Accenture. Llega a la conclusión de que, a la hora de elegir un coche nuevo, las opciones tecnológicas que ofrece cuentan dos veces más que las prestaciones, actitud que fortalece el optimismo en el coche conectado, uno de los fenómenos de este año, como pudo verse en enero en el CES de Las Vegas, y en febrero en el Mobile World Congress de Barcelona. La continua presencia de imaginería tecnológica en las campañas publicitarias es un elemento básico para comprender cómo el atributo de la conexión influye en la decisión de compra. Leer más
En las guerras de precios, el pretexto es la conveniencia del cliente, nunca se admitirá otra intención. Amazon Web Services (AWS) presume de haber bajado sus precios 42 veces en ocho años, pero la corriente se cortó cuando Microsoft sacó pecho para prometer que su servicio Azure igualaría en toda circunstancia las bajadas que aplicara su rival. El reto surtió efecto durante un tiempo, pero la semana pasada, Google anuncio un drástico recorte de tarifas, desencadenando la reacción en cadena, cuyo final no se atisba.
Hay cálculos de todo tipo para informar cuánto ha rebajado cada uno su lista de precios para distintos servicios (computación, almacenamiento, analytics, máquinas virtuales), capacidades, geografías y compromisos de calidad. No sabría explorar ese galimatías ni es mi propósito. Para mis fines, la estadística básica la aporta Forrester Research: el mercado cloud – sin entrar en su segmentación – representará un gasto de 40.000 millones de dólares en 2020, equivalentes al 15% del negocio global de sistemas de información.
Según la misma consultora, una tercera parte de los usuarios de Internet hacen clic cada día en un sitio alojado en servidores de AWS. Qué decir del peso que tiene Google en la navegación cotidiana. Por otra parte, Forrester estima que los clientes de estos servicios, esencialmente desarrolladores y operadores de sitios web, declaran sus preferencias en este orden: AWS 42%, Azure 33%, Google Engine 28%.
Modestamente, lo veo así: si los precios pueden reducirse de un día para otro un 38%, 67% o un 85%, como se anuncia, en alguna parte estará el truco. ¿Cuál era la rentabilidad de un servicio cloud el 31 de marzo? ¿Cuál es hoy, 2 de abril? No tengo ni idea.
Qusiera subrayar la falacia interna del argumento – un clásico del marketing – que asimila los precios de los servicios cloud [un coste para el cliente] a las reglas que aplican las utilities. Según ese discurso, contratar uno de estos servicios en la nube sería tan fácil y conveniente como encender la luz (o abrir el grifo, tanto da). Está bien para la propaganda, pero no es así.
Olvidan (?) que una característica de los precios de la electricidad – mercado regulado por excelencia – es su predictibilidad [sólo a un ministro inane se le ha podido ocurrir una impracticable variabilidad extrema del precio de la luz, para salir del «déficit de tarifa», excusen la digresión]. Que los precios de la infraestructura entregada como servicio bajen cada vez que un proveedor quiera fastidiar a otro, puede resultar grato para los clientes, pero responde a otra lógica económica: preparar las condiciones para la instauración de un oligopolio en manos de un grupo restringido de proveedores, cuya economía de escala les permite controlar sus costes, e incluso subsidiarlos (como obviamente hacen Amazon y Google).
Amazon y Google no esconden que el propósito de su oferta en la nube es penetrar en el mercado empresarial, allí donde son fuertes nombres tradicionales como IBM y HP, por citar sólo dos. Oracle a su peculiar manera, VMware y recientemente Cisco, no quieren quedarse al margen de la mesa.
Si Amazon y Google, que no tienen por qué rendir cuentas de cómo le va en este negocio, porque viven de otro, consiguieran establecerse como proveedores dominantes de cloud pública, tendrán menos distancia para ganar contratos de nubes privadas y/o híbridas, normalmente ganados por esos rivales. Y ya han ganado algunos importantes.
Una de las consecuencias probables de esta fase de la guerra es que va a afectar la supervivencia de los proveedores menores de cloud, que han prosperado con sus ofertas «de nicho», orientadas a la especialización o el suministro a terceros bajo marca blanca. Su escala no les permitiría resistir a las potencias. Sería un motivo para reflexionar sobre las estrategias de la industria de las TI, pero no es el momento ni el espacio es suficiente.
¿Acabará alguna vez el maldito embrollo de las patentes entre Apple y Samsung? El segundo juicio entre ambas tiene un par de diferencias de peso con el precedente de 2012, que se cerró con una sentencia (apelada por la parte perdedora) que condenó a la compañía coreana a pagar 929 millones de dólares. La primera diferencia es que esta vez no están en juego patentes relacionadas con el diseño sino las llamadas utilitarias, que conciernen al software que confiere ciertas funciones a los smartphones de las dos marcas, y que Apple considera copiado de sus modelos icónicos. La segunda, y para mí la más importante, es que Google tendrá que mojarse: en el primer juicio (así como en otros relacionados con Android en varios países) dejó que cada fabricante se defendiera a su modo; en esta oportunidad, Samsung llamará a testificar a varios ingenieros de Google y al propio Andy Rubin, que inventó Android y dirigió su desarrollo hasta el año pasado. Y lo que digan puede ser crucial para inclinar al jurado a uno u otro lado.
Apple pide que se fije una indemnización de 40 dólares por dispositivo infractor vendido, lo que arrojaría un total de 2.000 millones aproximadamente. A su vez, Samsung contrataca reclamando sólo 7 millones por la violación de dos patentes de su propiedad. Esta asimetría podría influir en el jurado, induciéndolo a considerar que Apple ha inflado el valor potencial de sus patentes, que ni juntas ni separadas aportan 40 dólares al coste de un smartphone. Como antecedente, se cita que otro tribunal rechazó la demanda de 300 millones presentada por Motorola contra Apple, calificando la cifra como «demencial».
La citación a Google podría tener una intención subliminal. La juez Lucy Koh, a quien le ha tocado presidir ambos juicios, ha reconocido que la estadística demuestra que los jurados tienden a pronunciar veredictos contra las empresas extranjeras cada vez que se enfrentan a una de EEUU. Apple ha tratado de forzar las cosas, aduciendo que dar la razón a Samsung sería nocivo para la innovación y el empleo en California. La citación a Google destruye ese argumento, porque se trata de una empresa tan californiana como la demandante.
Varios comentaristas han señalado que el encarnecimiento de Apple tiene más que ver con el deseo de humillar a un rival que le supera en ventas, que con la legítima defensa de su propiedad intelectual. Porque la acusación se centra en dos modelos que ya no se venden, los Galaxy S2 y Galaxy S3. Desde que presentó la primera demanda, en abril de 2011, el iPhone y el iPad no han cambiado mucho; en cambio, la familia Galaxy ha seguido introduciendo novedades y mejoras sobre los modelos anteriores de Samsung. La marca coreana ha seguido diversificando su catálogo, la californiana ha estancado su ritmo de innovación.
Es completamente falso que en Silicon Valley aten los perros con longaniza. No cualquiera cierra una ronda de financiación de 160 millones de dólares (una parte cortesía de Google Ventures) y a los pocos días recibe otro empujón de Intel, con el se asegura un total de 900 millones de dólares. La proeza es obra de Tom Reilly, que hace ocho meses fue fichado como CEO de Cloudera y acelera la misión para la que fue contratado: traspasar las fronteras del movimiento open source para convertirla en una empresa de software capaz de toserle a las grandes. Cloudera prevé emplear esos fondos frescos para contratar ingenieros, desarrollar nuevas herramientas y expandirse hacia Europa y Asia. Leer más
John Chen, a la sazón CEO de BlackBerry, disfruta del período de gracia que suele concederse a quienes acometen una tarea como la suya: salvar a la compañía del desastre. Desde comienzos de año, la cotización ha progresado dificultosamente, lo que no es mucho decir para una empresa que en 2008 valía en bolsa 83.000 millones de dólares y ahora anda por los 4.500 millones. Los resultados del cuarto trimestre del año fiscal 2014 han sido malos, pero no tanto como se temía. Chen ha ganado tiempo para desplegar su plan.
Por primera vez en muchos años, BlackBerry ha cerrado un trimestre con ingresos inferiores a 1.000 millones de dólares: exactamente 976 millones, un 64% menos en el espacio de un año. Las pérdidas trimestrales han sido de 423 millones, y las anuales suman 5.900 millones. Con este panorama, Chen ha tenido el detalle de asegurar que está «muy satisfecho con los progresos que estamos haciendo en la ejecución de la estrategia que estamos aplicando [desde noviembre pasado]». Y se ha atrevido a prometer que «el cash flow será positivo a finales del ejercicio 2015».
Chen, que ocupa el puesto desde noviembre, es un especialista en dar la vuelta a situaciones críticas – lo hizo con Sybase, y acabó vendiéndola a SAP a alto precio – pero lo que tiene entre manos es muy difícil: devolver la rentabilidad y el crecimiento a una empresa que lleva demasiado tiempo en la unidad de cuidados intensivos. En pocas palabras, su estrategia consiste en un radical recorte de costes – que lleva un trimestre de adelanto sobre lo previsto, según el CEO – y dar un viraje controlado a la herencia recibida. No puede renunciar de la noche a la mañana a ninguna de sus líneas de negocio, pero pone el énfasis en que el perfil de BlackBerry será más el de una empresa de servicios y software a gobiernos y empresas.
Pero la realidad es que los dispositivos representan todavía un 37% de su cifra de negocios, y la reputación de su software empieza a palidecer ante la embestida de marcas como Apple, Samsung y LG. En el cuarto trimestre, vendió 3,4 millones de blackberries, pero de ese volumen sólo 1,1 millones fueron de los modelos lanzados en los últimos doce meses. Sin llegar a reconocer que el sistema operativo BB10 ha fracasado, el nuevo CEO ha dado órdenes para reanudar la producción de smartphones con el viejo (y, por lo que se, preferido) BB7.
Hablando con analistas, Chen admitió que se daría por contento con no seguir perdiendo dinero en la venta de hardware. Es su manera de decir que no busca recuperar los buenos tiempos, sino tan solo achicar la empresa y resignarse a jugar un papel periférico en el mercado. Este es el significado del acuerdo firmado con Foxconn – célebre, entre otras causas menos nobles, por ser el principal contratista de fabricación de Apple – para que durante los próximos cinco años diseñe, produzca y se ocupe de la logística, de los nuevos dispositivos de la marca BlackBerry.
Es el diseño – de inocultable inspiración financiera – de un plan que pone énfasis en la defensa de lo que queda de BlackBerry en relación con las empresas, y en explotar el sistema operativo QNX, que sigue otorgando licencias a la industria automovilística. Al final de este repliegue ordenado, la compañía canadiense quedaría vestida decentemente para una boda concertada, y los accionistas restantes – esencialmente, el fondo buitre Fairfax – se resarcirán de su paciencia.
Aunque era un (otro) secreto a voces, por fin Microsoft ha anunciado la versión de Office para iPad, en la calculada primera puesta en escena de Satya Nadella como CEO de la compañía. Es, sin duda, un cambio trascendente, un anuncio del que se infiere mucho más que el lanzamiento de un producto para una determinada plataforma. Por un lado, eclipsa el rol de Surface 2, la tableta diseñada internamente por Microsoft, y por otro subraya el contraste de estilo en la transición de Steve Ballmer – que se opuso a lo que veía como una concesión a Apple – a Satya Nadella, cuyo discurso humilde y persuasivo ha sido uno de los detalles más comentados de la presentación. Leer más