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Había expectación por conocer los primeros resultados de las dos empresas nacidas de la partición de la histórica HP. Un interés justificado por saber si aflorarían tan pronto las supuestas ventajas de un divorcio que, aunque muy elaborado, ha tenido la mala pata de coincidir con un bajón del mercado, que tiñe de rojo las cuentas. Los resultados del primer trimestre de Hewlett-Packard Enterprise [HPE] y HP Inc. [HPQ] muestran que se mantiene la (casi) paridad de tamaño: ingresos de 12.700 millones de dólares [HPE] y 12.200 millones [HPQ], respectivamente. Pero es reseñable que ambas se han achicado: un 2,5% [HPE] y un 12% [HPQ] con respecto a lo que ingresaban, dentro del tronco común, a igual fecha de 2015.
Los CEOs y CFOs de las dos empresas dedicaron tiempo de la conferencia con analistas a desgranar cada parámetro financiero en dos versiones: en moneda corriente y en moneda constante, la segunda menos negativa que la primera. Desde luego, no es una exclusividad: prácticamente todas las empresas estadounidenses insisten en culpar de sus dificultades al efecto cambiario, tanto más notable cuando más dependan de las ventas en otros paises. Disimulan así, de paso, que hasta hace poco se beneficiaban del efecto contrario; la excusa puede sonar más o menos convincente a los accionistas, pero la contabilidad no cambiará.
A pesar de esta observación, las cifras indican que mientras los ingresos de HPE descendían un 2,5% en dólares corrientes, ascendían un 3,8% en dólares constantes. Tim Sronesifer, su CFO, estimó que al final del ejercicio el impacto negativo será de más o menos 3 puntos. En el caso de HPQ, el pretexto sirve todavía menos, porque la caída del 12% en moneda corriente sigue siendo una caída, aunque del 5%, medida en moneda constante.
Dejando aparte los malabares financieros, lo relevante es la marcha de los negocios de cada compañía. Puesto que HPE es la más grande de las dos, empecemos por ella. El único rasgo positivo lo aporta la unidad Enterprise Group: sus 7.100 millones de dólares representan un ascenso del 1% [que, vaya, hubiera sido del 7% de ajustarse el impacto cambiario]. Es un detalle de peso, porque EG respresenta el 55% de los ingresos y es la mayor fuente de beneficio operativo. En el seno del EG, ha tenido un crecimiento destacado la rama de networking, en parte gracias a la adquisición de Aruba. La evolución de los servidores, de las cabinas de almacenamiento y de los servicios, merecería comentario aparte.
Meg Whitman, CEO de HPE como antes lo fue de la matriz, prefirió subrayar otro aspecto de su gestión: destinará el 100% del free cash flow previsto en 2016 [de 2.000 a 2.200 millones de dólares] a devolver ´valor a los accionistas`, por la vía de recomprar acciones y pagar dividendo. Al mismo fin dedicará la mayor parte de los 2.000 millones que espera recibir cuando complete la venta del 51% de su filial H3C al grupo chino Tsinghua. A este compromiso cabe atribuir el que la acción de HPE trepara a su cotización más alta desde la separación.
La otra compañía surgida del divorcio, HPQ, tiene otros problemas que afectan a sus dos negocios principales. Personal Systems se ve afectada por la profunda contracción del mercado mundial de PC, por lo que sus ingresos [7.500 millones] bajaron un 13% (o un 6% en moneda constante). El retroceso de Printing Systems [4.600 millones de ingresos] fue porcentualmente más grave: -17% (-11%) y sus causas más tortuosas. La debilidad de la demanda de impresoras se ha visto agravada porque sus competidores (todos japoneses) disfrutan del efecto yen para exportar. Esta circunstancia, según Dion Weisler, CEO de HPQ, será la normal a partir de ahora, y la compañía tendrá que adaptarse al nuevo contexto.
Las medidas tomadas por Weisler para corregir la situación son diversas. Por un lado, privilegiará la oferta de productos de mayor valor, con la obvia finalidad de estabilizar el precio medio y elevar los márgenes; por otro, revitalizará el negocio de consumibles, que aporta dos de cada tres dólares de ingresos a la rama Printing pero está en declive. Cosa muy distinta ocurre con la rentable unidad de artes gráficas y gran formato, y Weisler prometió presentar nuevos productos profesionales en la feria Drupa, a finales de mayo; asimismo, 2016 verá por fin el lanzamiento de la oferta de HPQ en impresión 3D.
Weisler también dijo a los analistas que los esfuerzos operativos no serían suficientes si no se toman medidas de productividad; en otras palabras: sin otra ronda de reducción de plantilla. Quizá podría completarse la frase con la opinión contraria: no sería suficiente recordar costes si no hubiera reactivación de la demanda.
Aprendamos a relativizar. Reino Unido se ha propuesto la meta de ser la mayor economía digital entre las potencias del G7, pero a que se revise la estadìstica, sólo el 2% de los ciudadanos tiene acceso a la infraestructura más rápida y más flexible, la fibra. Un agudo contraste con el 60% en España [que ya no va al G7 ni como invitada]. Con o sin Brexit, la Comisión Europea, ha dictaminado que las telecomunicaciones de Reino Unido están menos avanzadas que un buen número de socios continentales.
Ofcom, el ente regulador de las telecomunicaciones en las islas, se propuso hacer un análisis exhaustivo de la situación, y su diagnóstico dice que el problema radica en BT, el antiguo incumbente, como responsable a través de su red Openreach de suministrar nueve de cada diez conexiones de banda ancha. Con la reciente adquisición de EE y la apuesta por la TV de pago y los derechos audiovisuales del fútbol, BT despierta protestas de sus competidores, entre los que el más pertinaz es Vodafone. O2, filial de Telefónica, ha adoptado por un perfil bajo por dos razones: tiempo atrás negoció su fusión con BT, y acabó firmando su venta a Three, procedimiento que Ofcom ha derivado a Bruselas.
Aparte de la cuestión de si debería haber tres o cuatro operadores, la posición de BT ha sido siempre controvertida desde la privatización a principios de los 80, y ahora lo es más aún: el regulador opina que no es preciso separar Openreach del negocio de BT como proveedor de servicio a los usuarios. Bastaría con forzarla a abrir su infraestructura para que los competidores instalen sus ´ductos` en la última milla. En resumen, se trataría de potenciar la competencia, en vez de multiplicar inversiones en red. Es un debate que en España tenemos resuelto – con matices, claro – pero que hoy es de rigurosa actualidad precisamente en el país de donde partió la ola liberalizadora en Europa.
Ofcom, a través de su energética directora ejecutiva, Sharon White, ha rechazado las opiniones de quienes defienden la separación obligatoria de Openreach de BT [que probablemente conduciría a la creación de una empresa pública, anatema para el neothatcheriano David Cameron]. En cambio, ha puesto en circulación una consulta sobre su propuesta: trazar una muralla interna para que la red tenga su propio presupuesto de inversión y su propia estrategia, además de sentar en el consejo a los rivales del operador dominante, pero sin fragmentar BT.
Esta sería la fórmula para que, en el plazo de diez años, según White, Reino Unido se convirtiera en una potencia de la economía digital, rango que sin duda merece, con o sin Brexit. Admite White en entrevistas a los medios que la receta ideal sería la separación orgánica de Openreach, pero «supondría una disrupción significativa y costes difíciles de asumir por BT y el conjunto de la industria». Gavin Patterson, CEO de BT, secunda esa posición: «pasar los próximos años en un ambiente de incertidumbre no sería la situación ideal para las inversiones que el país necesita». Acepta Patterson que Openreach adquiera autonomía y transparencia pero «bajo control del consejo de BT».
La polémica se calienta aún más porque Ofcom aún no ha concluído la revisión de los costes de Openreach. Sus hallazgos iniciales indican que las cuentas de 2013 y 2014 deberían rehacerse conforme a las nuevas reglas.
Vodafone – que tiene poca fibra propia, por lo que usa principalmente la red del incumbente para sus servicios de Internet – ha quedado en posición incómoda en su país de origen. Un esperado acuerdo con Liberty Global, dueña de Virgin Media, estaría ahora supeditado al desenlace de la polémica sobre BT. Entretanto, Vodafone denuncia que BT carga sistemáticamente costes propios en las cuentas de Openreach. Y, en relación con la consulta pública, la califica de «juego del escondite intelectual». Su alternativa es Ofcom ordene la separación completa de Openreach con todas sus consecuencias. Con seguridad, la discusión no quedará así.
Imposible no relacionar la sangría de altos directivos que está viviendo VMware con la proximidad de la toma de control por parte de Dell, que al comprar EMC se quedará con el 80% de la compañía que Michael Dell ha llamado «la joya de la corona». Hay otros antecedentes, pero la secuencia de los últimos siete días empezó con el anuncio de que Martin Casado, senior VP a cargo de la unidad de negocio NXP, quizás el negocio más próspero de VMware, se marcha para incorporarse como principal partner del fondo de inversión Andreessen Horowitz.
Hasta cierto punto, era previsible que quien vendió Nicira a VMware por 1.200 millones de dólares en 2012 acabaría apartándose, pero dadas las circunstancias su salida ha sido interpretada como un signo de que Casado prefiere ahorrarse el politiqueo interno que se avecina. Su puesto será cubierto con la incorporación de Rajiv Ramaswami, que tiempo atrás fue directivo de Cisco, principal damnificada por la aparición de NSX.
A lo que iba: el lunes de esta semana saltaba otra noticia sensacional: Carl Eschenbach, número dos de VMware, deja la compañía para incorporarse a otro gran fondo de inversión del Silicon Valley, Sequoia Capital. En una entrevista con este blog, en octubre pasado, Eschenbach recordaba con orgullo que desde 2002, cuando llegó a VMware, la compañía ha pasado de facturar 31 millones de dólares a más de 6.000 millones. Sus funciones de Eschenbach como COO serán repartidas entre varios ejecutivos, uno de los cuales será Sanjay Poonen, quien acumulará su responsabilidad actual sobre end-user computing y la nueva de marketing y comunicación global.
En enero – tres meses después del acuerdo entre Dell y EMC – se anunció la partida del CFO, Jonathan Chadwick. Y, sin aparente relación con el asunto, VMware perdió también al primer responsable de su estrategia de cloud híbrida, Ben Fathi. Naturalmente, también ha habido promociones, como la de Maurizio Carli, hasta hace poco responsable de EMEA que pasa a ser VP ejecutivo de ventas con competencias mundiales.
El momento de estos cambios es llamativo. Michael Dell y sus socios de SilverLake Partners parecen haber resuelto la ecuación financiera de la compra de EMC, y la operación ha obtenido la bendición de la Comisión Europea. Este martes, debía reunirse en la sede de Dell en Austin una conferencia regular de directivos, rodeada de rumores acerca de cómo será la estructura corporativa del conglomerado cuando se cierre la compra. En la lista publicada al término de la reunión, Pat Gelsiner, CEO de VMware, aparece como miembro de un grupo ejecutivo junto con los presidentes de otras unidades de negocio del futuro conglomerado. No es mucho decir.
Antes de conocer todo esto, a primera hora del martes 23 mantuve en Barcelona una conversación con Gelsinger, en la que le interrogué por el futuro de la compañía pero me pareció impertinente preguntar por el suyo. Con la mayor naturalidad del mundo respondió que no esperaba más cambios que los que el futuro propietario decida hacer en el consejo de administración. Recuerdo esa respuesta ahora, tras leer que Tony Bates – veterano de Cisco, luego CEO de Skype y ahora presidente de GoPro – ha sido escogido como miembro del consejo. El colega Arik Hesseldahl se hace eco de «intensos rumores internos» según los cuales Bates podría ser una carta a jugar en caso de que Gelsinger también tirase la toalla. He de decir, para no llamar a engaño, que durante la entrevista [que publicaré la semana que viene] ni una palabra suya me dio a entender que se estuvieran fraguando tantos movimientos de fichas a la vez.
Escribo este newsletter en Barcelona, donde hoy comienza el Mobile World Congress con una cifra record de 2.200 compañías apuntadas a la fiesta. En realidad, comenzó ayer, con la presentación del esperado Galaxy 7 de Samsung, como siempre espectacular y con una expectativa mediática que no han podido emular Huawei o LG con sus respectivos saraos dominicales. Ha sido sólo el aperitivo de una semana que dejará otros sabores.
Por tercer año, volverá Mark Zuckerberg a Barcelona y acaparará titulares con su keynote que más parece un kickoff. No me cuesta imaginar que viene a hacer amigos – y no me refiero a su cena del año pasado con Shakira y Gerard Piqué – con una motivación muy reciente, el bloqueo indio de su iniciativa Free Basic hace más necesario para Facebook granjearse apoyos entre los operadores; este será, supongo, uno de sus mensajes: ayudadme a llevar Internet (y Facebook, claro) al último rincón del planeta. Única objeción: los operadores no se fían de nadie que un buen día podría robarles la cartera.
A favor del protagonismo del joven Zuck juega el hecho de que ninguna otra celebridad de la industria (y las habrá incontables) puede hacerle sombra. Apple nunca comparece, Google no despierta muchas simpatías en la industria, Microsoft optará por la discreción [Satya Nadella pasará esta semana por Madrid, pero no se acercará a Barcelona, que se sepa].
De hecho, el mundo de la tecnología se ha decantado por tres grandes eventos globales: el CES de Las Vegas, en enero, este MWC de Bareclona, y el IFA de Berlín en septiembre. Cada uno cumple su papel.
Como el año pasado, vuelvo a opinar que los móviles no serán lo más interesante de ver en esta feria de móviles, pero sé bien que esta opinión no es compartida por la mayoría de mis colegas, incluso los menos frikis. Sin embargo, los fabricantes van a echar el resto en el intento de relanzar la demanda, que – según IDC y Gartner – anda adormecida. Por esto, la feria será un escaparate estupendo para las marcas líderes (salvo Apple, a la que la displicencia podría pasarle factura) y un sinfín de marcas chinas que hasta ayer desconocíamos. Las tabletas, cuyo mercado se ha derrumbado, están fuera de moda y recibirán una atención marginal.
La industria, en su sentido más amplio, está a la espera de ver el despegue de una nueva ola que traiga la rentabilidad que se echa en falta. Para mi gusto, la edición de este año será dominada por dos temas principales: Internet de las Cosas e infraestructuras. Veremos más coches conectados que nunca, y una enorme variedad de «casos de uso» de IoT. Lo que no veremos, todavía, son los modelos de negocio de los que dependerá que el discurso fructifique: nadie está dispuesto a quedarse al margen de un fenómeno que – si creemos una previsión cuyos fundamentos no se dan – va a conectar 50.000 millones de dispositivos [¿quién da más?] a Internet en 2020. Los problemas pendientes, ya se sabe, son la estandarización, la seguridad, las alianzas entre las partes… en definitiva, ya digo, el modelo de negocio. Pero esos problemas no se resuelven con un escaparate.
En materia de infraestructuras, llevamos tanto tiempo oyendo maravillas sobre el advenimiento de 5G que uno podría pensar que es una realidad. Pues no: sin duda va a aportar soluciones a muchos problemas contemporáneos, pero va a crear otros nuevos que estamos por descubrir. Sin un modelo de negocio viable y compartido, esta mina de oro podría no compensarles el declive de ingresos sufrido durante años de agresiva competencia de las OTT [vean el estudio de Ernst & Young que este blog glosará mañana].
A estas grandes áreas dedicaré mi tiempo esta semana, y espero volver a casa con no menos de seis entrevistas para publicar en las semanas siguientes. Una revisión del exhaustivo programa de sesiones, plenarias y paralelas, revela que los organizadores, la GSMA ha decidido relegar los asuntos de indole política a una cumbre ministerial a puertas cerradas. No habrá, pues, transparencia, en los debates sobre regulación, espectro, protección de datos, privacidad, seguridad, inversiones y financiación. No importa, en realidad: esos temas clave seguirán coleando, y yo les prometo ocuparme de ellos cuando pase la marabunta.
La cuerda se rompe por lo más delgado, podría decirse. La polémica sobre la encriptación de los dispositivos conectados a Internet, se arrastra desde hace tiempo, casi desde el mismo momento en que Edward Snowden hizo públicas las artimañas de la NSA. Los defensores de la privacidad han sido muy activos en la presión a la industria para que no ceda a las exigencias de incorporar ´puertas traseras` en sus productos, que permitan quebrar el cifrado que protege los datos personales almacenados. Hasta ahora, la discusión era intensa, hasta que un caso de terrorismo, la investigación de la matanza de San Bernardino, ha llevado al FBI a recurrir a la justicia para que obligue a Apple a desbloquear el acceso al iPhone que usaba uno de los autores de un atentado aparentemente de inspiración islamista.
El detalle menos conocido es que el FBI no reclama a Apple que le abra el acceso al dispositivo mediante una ´puerta trasera`. En realidad, no podría hacerlo, porque el fabricante no conoce el código secreto. Pero podría, si aceptara, crear un software que elimine el límite de intentos de introducción de la contraseña, de manera que los investigadores pudieran programar tantos millones de combinaciones como fueran necesarias para ´crakearlo`y acceder a los datos que – suponen – contienen pistas del vínculo entre el tirador victimario y algún grupo terrorista que lo hubiera reclutado con ese fin.
Sería, sostiene el FBI, un caso excepcional, un software de único uso, en ningún caso se trataría de instalar una puerta trasera en los iPhone que salen de fábrica encriptados. Pero no es así – replica Apple – porque nada impide que una vez diseñado el software, las autoridades dispondrían de algo que hoy ni siquiera Apple tiene, el equivalente a una llave maestra capaz de desbloquear cualquier dispositivo.
Apple entiende que lo que se le pide – con buenas intenciones, reconoce – equivaldría a alterar su sistema operativo para crear un atajo que eliminaría funciones vitales de seguridad. Cumplir con la orden judicial, escribe Tim Cook en una carta abierta a los usuarios, «socavaría décadas de avances en materia de seguridad que protegen a los usuarios».
Resulta difícil imaginar cómo podría Apple echarse atrás llegadas las cosas a este punto. O que el FBI vaya a renunciar a su objetivo, para lo que sería necesaria una decisión política al más alto nivel. Así las cosas, el debate sobre la encriptación – ¿qué interés público debe prevalecer: la seguridad o la privacidad? – se ha trasmutado en problema político de enormes proporciones. Como era de prever, Donald Trump ha visto la oportunidad de exigir que el gobierno de Barack Obama tome medidas contra Apple.
No sólo ellos. Apple ha tomado la delantera de un movimiento de resistencia que pone en aprietos al resto de la industria, y lo ha hecho con un método, la carta abierta, que no deja escapatoria ni a ella misma. Google y Microsoft han mantenido una posición cercana a la de Apple, pero lo cierto es que no se han visto ante el extremo de tener que desobedecer una orden federal y un mandato judicial. Esto no acabará así.
Resulta por lo menos curioso que el episodio coincida con otras dos noticias relacionadas con la ciberseguridad. Publicaba ayer The New York Times un documento gubernamental que – en los párrafos salvados de la censura conforme a la Freedom Information Act – explica cómo funciona la colaboración entre los proveedores de Internet (en concreto AT&T y Verizon) y la NSA para la que trabajaba Edward Snowden hasta dar la espantada. La agencia les suministra una lista de «selectores» de objetivos para que filtren en los puntos de acceso a sus redes «datos en crudo» con el fin de identificar cualquier mensaje que contenga ciertas palabras clave, y a continuación entreguen esa información a la NSA para su análisis de inteligencia. El documento confirma que esta práctica excluye, por mandato constitucional, las comunicaciones entre ciudadanos estadounidenses pero no las que tienen lugar entre uno de ellos y otro extranjero incluso en suelo estadounidense.
Para más escándalo, hoy o mañana se presentará en el festival de Berlín un documental del oscarizado director Alex Gibney, en el que «cinco fuentes de inteligencia de EEUU y Reino Unido» confirman la autoría estadounidense de los ciberataques de 2009 y 2010 contra instalaciones nucleares iraníes mediante el uso del letal virus Stuxnet.
Se recordará que en los meses siguientes al sabotaje de la planta iraní de Natanz, varios bancos estadounidenses sufrieron severos ataques que fueron interpretados como represalias, aunque aún hoy se duda de que Irán tuviera capacidad para montar una operación de ese calado sin la complicidad de otra potencia. Este es el mundo en que vivimos, amigos.
Han pasado cinco meses desde la oferta de compra de Dell sobre EMC, pero la operación se ha complicado y hoy sería difícil encontrar quien se atreva a afirmar que la operación llegará a buen fin. Bueno, alguien sí: William Green, consejero de EMC, decía la semana pasada que «sólo la voluntad de Dios podría impedirlo». Conviene recordar que aquel 12 de octubre, lunes, la acción de EMC cotizaba a 28,72 dólares tras una subida motivada por los rumores de que algo se estaba cociendo. Desde entonces no ha vuelto a alcanzar ese nivel, y el 12 de febrero, viernes, cotizaba a 24,13. No es el problema principal, porque a los accionistas de EMC se les habían prometido 24,05 dólares en efectivo.
El verdadero problema está en el complemento que iban a recibir gracias a la imaginativa fórmula de una acción «de seguimiento» vinculada al 80% de participación de EMC en VMware: su valor real a día de hoy sería inferior a 24,05 dólares, lo que significa que esa pieza esencial para convencer a los accionistas, en la práctica no vale nada. En consecuencia, el precio que en su día fue pregonado como referencia, 67.000 millones de dólares, ya no responde a la realidad: EMC tenía el viernes pasado una capitalización bursátil de 47.000 millones.
Michael Dell y el fondo de inversión SilverLake confiaban en financiar la transacción vendiendo activos y contrayendo deuda por una cifra de entre 40.000 y 50.000 millones. Cinco meses después, el cambio en la ecuación de valor, agravado por la situación imperante en los mercados financieros, amenaza con disuadir a los inversores de respaldar la compra prestando su dinero.
Aunque Michael Dell calificara en su día a VMware como «joya de la corona» de EMC, la evolución de sus acciones ha ido a peor. Aquel 12 de octubre cotizaba a 72,27 dólares, y el viernes pasado había caido a 45,01 dólares, un 38% menos. Si se comparan ambas trayectorias con el índice S&P 500, a EMC le ha ido mejor y a VMware peor.
En fin, que si el invento de la tracking share no fuera aceptable para los accionistas de EMC, y ya que la empresa vale un 30% menos de lo que valía, la oferta bien podría colapsar. No por voluntad divina sino porque los compradores no tienen dinero suficiente ni cómo conseguirlo. Presten atención: Joe Tucci, chairman y CEO de EMC, ha recordado, como sin darle importancia, que está pactada una penalización para la parte que deshaga el acuerdo.
Algunos analistas dicen por lo bajini que los inversores – sus clientes – han perdido interés en la propuesta. Desde luego, el ambiente no ayuda: Symantec ha tenido que bajar de 8.000 a 7.000 millones el precio pactado por la venta de Veritas al fondo Carlyle.
Por otro lado, Dell no ha podido todavía vender los activos de Perot Systems, que adquirió en 2009 y por la que esperaba recibir 5.000 millones de dólares. Durante semanas negoció con la francesa Atos, que al final se descolgó. Ha cogido el relevo otra candidata, la japonesa NTT Data [en España, propietaria de Everis] pero es improbable que el precio sea el previsto por el vendedor.
No han faltado las turbulencias operativas. Los despidos decididos en EMC y en VMware, para recortar costes antes de la consumación de la venta, no son precisamente un estímulo moral para la tropa. La incertidumbre está afectando las ventas de EMC, que bajaron un 4% el pasado trimestre. David Goulden, su número dos, se ha sincerado: «los clientes no compran lo suficiente ni a tiempo».
VMware mantiene el discurso, y ha publicado resultados trimestales sólidos: un 10% de aumento en los ingresos que, si no fuera por el impacto cambiario, habría sido de dos puntos más. Pero ha preferido recortar hasta en un 4% sus previsiones para 2016, que Pat Gelsinger, CEO de la compañía, ha definido elípticamente como «año de transición».
Cuando Jack Dorsey, cofundador de Twitter, volvió a la primera línea ejecutiva en la empresa del pajarito, parecía convencido de tener un plan para recuperar la relevancia y las cuentas. El plan no se ha evidenciado, y la situación empieza a parecer desesperada aunque no agónica. Los resultados anunciados la semana pasada hicieron que la cotización de Twitter cayera a su nivel más bajo desde la salida a bolsa: en 2015 ingresó 2.200 millones de dólares y perdió 521 millones, esta es la explicación.
Dorsey ha intentado calmar las críticas sosteniendo que las nuevas funciones de servicio van a corregir ese desastre de cifras. Incluso jugó con los números para demostrar que el número de usuarios activos mensuales (MAU) simplemente se ha estabilizado en 320 millones. Si con un MAU estabilizado se pierde dinero, qué pasará cuando decaiga? Este el problema: lo que en las redes sociales se conoce como engagement, cuánto tiempo le dedican los usuarios: esta métrica es decisiva para que los anunciantes deciden asignarle presupuesto publicitario, que viene a ser la madre del cordero.
En teoría, Twitter podría modificar su producto con la finalidad de generar nuevo crecimiento, pero hasta ahora no ha sido el caso. Quizás el nuevo Timeline despierte curiosidad entre los usuarios, pero de momento sólo ha provocado quejas. El año pasado, Twitter compró Periscope, una app para streaming móvil de vídeo, pero Facebook reaccionó integrando vídeo en What´sApp e Instagram. ¿Hay algo más que Dorsey podría comprar, que fuera el catalizador que necesita sin ser replicado por su competidor? El anterior CEO, Dick Costolo, no lo encontró y ahora le toca a Dorsey.
A 16 dólares por acción, la capitalización bursátil de Twitter se ha derrumbado: 10.800 millones la semana pasada, y detrayendo la tesorería se quedaría en unos 6.000 millones para empezar a negociar el precio. Ha resucitado un argumento recurrente: «con una acción tan barata, Facebook (o Google) podrían comprar Twitter sin esfuerzo». No me atreverìa a decir que no, pero ¿para qué? Sin necesidad de comprarla, Facebook podría seguir asfixiando su modelo de negocio. En cuanto a Google, ya tiene un acuerdo con Twitter que le permite sacar suficiente partido de la audiencia de esta. Vuelvo a lo de antes: ¿para qué?
Que una empresa cotice a bajo precio no la convierte en oportunidad a explotar. Tampoco el bajo precio ha sido un criterio que mueva las compras de Facebook. Cuando, en 2014, compró What´sApp todo el mundo pensó que 19.000 millones era un precio desorbitado [yo lo sigo pensando, pero admito que su valor podría aflorar un día]. Instagram le costó 1.000 millones, calderilla, y entre las dos compras Mark Zuckerberg ha construído una potente base de usuarios móviles con una ratio de tiempo de uso que atrae a los anunciantes. Twitter no tiene esa cualidad, y no sería barara por bajo que sea el múltiplo que se aplique. Algo más: el coste en nóminas y compensaciones es un tercio de sus ingresos, ratio altísima si se compara con la de Facebook.
Razonemos el párrafo anterior. Si la trayectoria de Twitter siguiera como hasta ahora, a la baja en todos sus parámetros, se volvería más barata, pero no menos problemática. Dificilmente llegará a ser rentable con la actual estructura y modelo de negocio: incluso si perdiera menos dinero, su cash flow sería inferior. Y esto es, al cabo, lo que importa a cualquier inversor.
Personalmente, hay otra cuestión que me interesa más. El sentido original de Twitter se ha desnaturalizado. No hablemos de la ´primavera árabe`, de ahí estos lodos, ni de las fantasías sobre el ´periodismo ciudadano`. Si hasta la asociación entre Twitter y TV, promovida por Costolo, ha perdido fuelle.
Veamos: si la audiencia se ha estancado y cada usuario pasa menos tiempo en Twitter, implica que la adicción se va diluyendo, tanto colectiva como individualmente; algo tendrá que ver el hartazgo ante el abuso de tuits corporativas que desvirtúan el principio de socialización. La última ocurrencia de Dorsey [un típico iluminado californiano] consiste en un robot o algoritmo que automatice la generación de tuits y retuits ´en ausencia` de los usuarios para enmascarar la menor afición de estos. Todavia en fase experimental, ya está provocando protestas.
La presentación en paralelo de los resultados de Nokia y Alcatel Lucent revela una paradoja: el año ha acabado mejor para la adquirida que para la adquirente. Un detalle que no modifica en nada la lógica de la operación anunciada en abril del año pasado. Nokia ha cerrado su año fiscal avisando de que en 2016 espera un descenso de la inversión de sus clientes, y su CEO, Rajeev Suri, ha preferido no cuantificar esa previsión. La advertencia tiene valor de justificación de la compra de Alcatel Lucent, que en su momento fue explicada como salida al estancamiento del negocio de redes de la compañía finlandesa. Pero la ausencia de previsión sugiere que viene una integración complicada.
En la práctica, Nokia ha tomado el control operativo de Alcatel Lucent, de la que posee el 91% de las acciones, pero necesita llegar al 95% para dar por cerrada la absorción. Por su parte, Alcatel Lucent se ha dado el gusto postrero de cerrar su vida independiente con un beneficio que, aunque corto [257 millones de euros sobre 14.275 millones de ingresos] es el primero que registra desde 2011 (y ya entonces fue sólo pasajero).
Hay explicación: la caída del beneficio de Nokia responde a que 2014 fue un año atípico, endulzado por la venta de su división de mapas, un activo previamente amortizado. En cuanto a la recuperación del beneficio de Alcatel Lucent, es mayormente atribuible a los recortes del llamado Plan Shift, que en poco más de dos años ha reducido los costes en 1.031 millones de euros [desbordando el objetivo inicial de 950 millones].
Un hecho llamativo es que Alcatel Lucent, que en 2013 tuvo que prendar su cartera de patentes para financiarse, ha llegado a finales de 2015 con una tesorería de más de 6.500 millones de dólares.
Estos son los números, pero la «chicha» de la noticia está en un comentario de Rajeev Suri: «el primer trimestre se perfila complicado para los planes de inversión de capex de nuestros clientes, a la vista de factores de incertidumbre macroeconómica». Anticipó el CEO de Nokia que habrá desaceleración en las ventas de redes móviles a China, debido a que los despliegues de 4G han alcanzado un nivel de madurez. No es descabellaro suponer que la caída generalizada de las bolsas es una inquietud adicional. De momento, Alcatel Lucent – que por obvias razones no ha publicado previsiones – la región Asia Pacífico ha experimentado un crecimiento del 20%, mientras Europa se conformaba con un 2% [7% negativo en el caso de Nokia]
En opinión de Suri, «sería prematuro» revelar su hipótesis sobre los frutos de la adquisición de Alcatel Lucent, pero prometió volver sobre el asunto en tres meses. Para entonces, presumiblemente, habrá convencido a los tenedores de al menos el 3% de las acciones y así completar la digestión de la compra. Suri rehusó responder cuando un analista le preguntó si piensa en una OPA hostil para tomar la propiedad total.
Otro aspecto sobre el que se hizo hincapié ha sido el acuerdo por el cual Nokia y Samsung han puesto fin a un dilatado litigio sobre patentes. Nokia mantiene la expectativa de recaudar 1.300 millones de euros, o más, entre 2016 y 2018 relacionados con ese acuerdo y otros arbitrajes sobre propiedad intelectual. Pero la cifra anunciada resulta ser inferior a la que habían calculado los analistas, decepcionados. La acción de Nokia bajó tras conocerse los resultados, en una semana fatídica para las bolsas: Nokia ha perdido un 19% de su valor bursátil desde la primera sesión del año. Al margen del contexto macroeconómico, muchos inversores aún recuerdan que Alcatel Lucent y Nokia han destruído mucho valor con sus respectivas fusiones en la década anterior.
Sólo el tiempo dirá si la fusión de Nokia y Alcatel Lucent – justificada por la complementariedad de sus líneas de negocio – dará sus frutos. A priori, las sinergias de costes se habrían calculado en 900 millones a finales de 2018, aunque es posible que la meta se alcance antes de plazo, dependiendo de los ajustes de plantilla. Un informe de Bernstein Research estima que la combinación podría cerrar este año con un crecimiento del 5,1% en ingresos y un margen operativo del 10,5%.
Un entretenimiento favorito de los analistas es la comparación entre Nokia y Ericsson. La compañía sueca, formalmente reacia a las fusiones, como reacción al movimiento de sus adversarios ha optado por forjar con Cisco una alianza tecnológica y comercial de la que los socios esperan 1.000 millones de dólares adicionales en ventas, poca cosa en comparación, pero menos da una piedra. Hoy, la suma de Nokia y Alcatel Lucent las pondría por delante de Ericsson en ingresos totales, pero la diferencia es tan poca que, una vez detraídas las redundancias, el péndulo podría devolver el liderazgo a los suecos.
De tanto poner el foco en el mercado chino, suele obviarse la importancia de India. La así llamada «mayor democracia del mundo» es una potencia del software y un gigantesco mercado ávido de productos tecnológicos. Su población online superó el año pasado los 400 millones de individuos – más que la de Estados Unidos aunque menos que la de China – y debería alcanzar los 600 millones al final de la década, pero todavía consume poco y compra menos a través de Internet por la notoria desigualdad económica.
Cuando Narendra Modi, primer ministro de la feferación India, visitó Estados Unidos en septiembre, la foto de su abrazo con Mark Zuckerberg fue más comentada que la ritual con Barack Obama en la Casa Blanca. Era, se dijo, un símbolo de cómo Facebook – prohibida en China – tenía al alcance de la mano la ambición de superar la saturación del número de usuarios en Estados Unidos y Europa. Se prevé que India será este año el primer mercado para Facebook en número de usuarios.
Un instrumento para la expansión de Facebook en el subcontinente indio debería ser su iniciativa Free Basics, nuevo nombre del proyecto antes conocido como Internet.org. Se trata de dar acceso móvil a un grupo limitado de prestaciones web (Wikipedia, noticias, meteorología así como una versión simplificada de Facebook) convenciendo a operadores locales de dar gratuitamente el servicio de datos a esa categoría de usuarios menos favorecidos.
Seguramente Zuckerberg habló del asunto con Modi, por lo que se habrá llevado una buena sorpresa cuando el regulador indio de las telecomunicaciones vetó Free Basics en espera de una nueva reglamentación sobre los precios de acceso a Internet [la misma mala noticia le llegó de Egipto, pero la controversia se ha cebado en India]. Zuckerberg reaccionó con una página de publicidad en The Times of India en la que comparó Free Basics con las bibliotecas públicas y las clínicas gratuitas, «¿quién podría oponerse?».
Pues, se equivocaba: entre los opositores a Free Basics se alinea tan filántropo como él, el multimillonario Nandan Nilekani, fundador de Infosys, la mayor empresa india de software. En opinión de Nilekani, la iniciativa de Facebook equivale a crear un jardín cerrado [se sobreentiende que sólo para pobres], ajeno al espíritu abierto de Internet.
La suspicacia acerca de las intenciones de Zuckerberg no es nueva. En este caso, se argumenta que Facebook pretende un poder arbitrario sobre lo que millones de usuarios puedan hacer con Internet. Se trataría, ni más ni menos, que de una violación del principio de neutralidad de red, según el cual todos los usuarios deberían ser tratados en igualdad de condiciones. Bajando de la teoría a la práctica, hubo quien calificó directamente Free Basics como una manera de bloquear el desarrollo de Google, que ofrece conexión wifi gratuita en numerosos sitios públicos del país y sigue adelante con la idea de lanzar una flota de globos atmosféricos para dar acceso a Internet en zonas remotas.
El asunto no es baladí: está demostrado que la extensión del acceso a Internet tiene efectos sobre el desarrollo económico. Lo discutible, en todo caso, es la «renta de posición» que una determinada compañía pudiera obtener mediante su prestación gratuita del servicio. Por ejemplo, en Kenya, el servicio de pagos móviles m-pesa, prestado por una filial de Vodafone, ha contribuído a la reputación del operador en el continente, pero es innegable que ha sido eficaz como sustituto de una infraestructura financiera inexistente.
Queda mucho por ver en esta cuestión, porque la suspensión de Free Basics es provisional. Lo que tampoco esperaba Zuckerberg es que Marc Andreessen, uno de sus accionistas y miembro del consejo, metiera la pata donde suelen meterla los adolescentes impulsivos: en Twitter. Un escándalo mayúsculo por la inferencia implícita de que India estaría mejor si aún fuera colonia de la corona británica. Por supuesto, Zuckerberg descalificó de inmediato la ocurrencia de Andreessen y este fue diligente en arrepetirse públicamente. A ambos les costará salir del lío. Buen fin de semana,
Norberto
Periódicamente afloran noticias – o bulos, vaya usted a saber – según las cuales el grupo Vodafone estaría preparando una operación con Liberty Global, rama del conglomerado que controla John Malone, personaje cuyos modos en los negocios le han valido el apodo de cable cowboy. Se dijo primero que estudiaban una fusión corporativa cuyo valor eventual sería de 140.000 millones de euros. Hubiera sido un berenjenal incalculable. Pronto se dejó claro que el objetivo se limitaría a un eventual intercambio de activos, más plausible pero imprecisa.
Esta negociación – confirmada por las partes – se rompió a finales de septiembre debido a desacuerdos sobre la valoración de los activos en cuestión. El runrún reaparecería en diciembre, con el Financial Times como caja de resonancia, y se abrió otro paréntesis hasta que Liberty Global tomó la iniciativa de proponer la fusión de su filial holandesa Ziggo con la de Vodafone en ese país.
A primera vista, la Comisión Europea tendría pocos argumentos para vetar la operación, puesto que sus componentes son compatibles: Ziggo tiene 9,8 millones de clientes de cable, y Vodafone, con 5 millones de usuarios móviles, apenas suma 73.000 de banda ancha fija. El grupo de Malone, presente en 12 países europeos, tiene manifiesto interés en incorporar clientela móvil: el año pasado, adquirió el pequeño operador belga Base, y no se detendrá en el Benelux.
Todo parece indicar que, mediante una fusión de rango menor en Holanda, lo que buscan Malone y el combativo CEO de Vodafone, Vittorio Colao, es poner a prueba la actitud de la comisaria europea Marghette Vestager, antes de tirarse a una piscina más profunda. Si se atiende a los recientes movimientos del ajedrez regulatorio, tanto las autoridades nacionales como Vestager parecen estar mudando su preocupación hacia la vigilancia del mercado de banda ancha, más que seguir (que seguirán) discutiendo el reparto del mercado móvil. Por otra parte, cohabitar en Holanda podría servir a los novios para conocerse mejor antes de pasar a otros compromisos.
Porque, en realidad, Holanda – y otras combinaciones locales posibles allá donde ambas coinciden, que no es el caso de España — sería un ensayo del siguiente paso, el mercado británico. En plena fase de reordenación: la fusión BT-EE ha sido aprobada, mientras la compra de O2 (Telefónica) por Three ha sido rebotada a Bruselas, Vodafone ha quedado en posición incómoda. Vittorio Colao podría argumentar, en Londres y en Bruselas, que una fusión entre su red móvil y la de banda ancha de Virgin Media (propiedad de Liberty) no alteraría el equilibrio que dice buscar el regulador británico.
Después de las escasas cortapisas que Ofcom ha puesto a BT para quedarse con la antigua filial conjunta de Orange y Deutsche Telekom, cuesta imaginar qué objeciones podría oponer a que Vodafone y Liberty unieran sus activos británicos en una joint venture de alcance local. Como mucho, Malone seria forzado a desprenderse de su participación en la televisión ITV, que en su día compró para defenderse de Rupert Murdoch. Por cierto, acabo de enterarme de que los activos de Malone en los medios británicos valen más que los del magnate australiano, pero esta es otra historia.
Si tal fuera la intención de Colao y Malone – que no se sabe ni lo dirán – Europa dejaría de discutir acerca del número de operadores móviles aceptable, y el eje de la regulación se desplazaría a la convergencia de servicios. Es sólo una hipótesis pero, dando otra vuelta de rosca, podría reflejarse luego en Alemania, donde Vodafone y Liberty estarían dispuestas a crear el segundo operador convergente, relegando a Telefónica Deutschland pero sin tocar el liderazgo de Deutsche Telekom.
La idea de una combinación ulterior de todos los activos europeos de Liberty Global y Vodafone, tan atractiva para los analistas de la City, tendrá que esperar. Entretanto, los resultados de Vodafone en la región tienden a mejorar y su acción a subir en consecuencia (de algo habrán servido los rumores). Mientras los acuerdos no toquen el punto crítico, las finanzas, se puede hablar de todo lo demás, porque la diferencia es flagrante: Vodafone vive holgadamente desde que recibió 130.000 millones de dólares por desinvertir en Estados Unidos; Liberty, en cambio, se asienta sobre una montaña de deuda, lo normal para Malone.
Tenía previsto escribir sobre Taiwan y sus relaciones económicas con China continental, pero se me pasó el arroz y desistí. El terremoto del sábado en el sur de la isla me sirve una ´percha` de actualidad para volver sobre el tema, pese a que los daños del seísmo parece que no han afectado a la industria electrónica que abastece a prácticamente a todas las marcas del mercado mundial. Antes del suceso telúrico, las elecciones de las que salió victorioso el partido más proclive a distanciarse de Pekín habían hecho temblar los equilibrios de unos y la ambigüedad de otros.
El primer rasgo es una paradoja política: el Kuomintang (KMT), que ha gobernado la «isla rebelde» desde que Mao le ganó la guerra en 1949, ha perdido el poder por aproximarse demasiado a la doctrina de «una China dos regímenes», lo que se interpreta como reflejo de un cambio generacional que preconiza una más fuerte identidad taiwanesa. La ola juvenil que ha encumbrado a la nueva presidenta, Tsai In-weng, se ha entendido como una posible señal a otras naciones del sudeste asiático, siempre recelosas del régimen de Pekín. Es de sobra conocido que el momento económico es compleja, también en China.
Los lectores me disculparán el brochazo de geopolítica asiática. Una proclamación eventual de independencia no está en la agenda de nadie [la protección estadounidense excluye esa opción extrema] pero, si quiere cimentar su gobierno, Tsai tendrá que afrontar una delicada situación económica: la caída del PIB ha sido el epitafio del KMT, y la nueva presidenta promete estimular el crecimiento favoreciendo el desarrollo autónomo del sector electrónico. No es que no sea formalmente autónomo, sino que los empresarios locales se han dejado tentar por el señuelo de instalar factorías al otro lado del estrecho de Formosa.
El apetito inversor de China por controlar la industria de semiconductores taiwanesa ha creado aprensión en la isla. En noviembre, el grupo Tsinghua – el mismo que pretende comprar la estadounidense Micron, o al menos su fábrica de memorias en Taiwan – compró una participación en la taiwanesa Powertech y al mes siguiente hizo lo propio con Siliconware y ChipMos. Durante la campaña, la candidata Tsai calificó estos movimientos como «amenazas contra nuestra singularidad industrial». Como contrapeso, la firma del acuerdo de libre comercio de los países del Pacifico (al que no ha adherido Pekin), que entrará en vigor este año, daría a Taiwan un acceso privilegiado a otros mercados, rebajando su dependencia del vecino. Otro factor explosivo es la creación de una cuarta rama militar, especializada en seguridad informática, cuya finalidad explícita es contrarrestar los ciberataques y el espionaje originados en la ´madre patria`.
La situación es así de complicada, y la feria Computex de 2015 lo ha puesto de relieve . Hace unos cuantos años, varios fabricantes de componentes optaron por convertirse en marcas de PC, primero, y de móviles, después, para rivalizar con las occidentales. Y por un tiempo lo consiguieron. Hoy puede decirse que HTC ha perdido relevancia, que el fundador de Acer sugiere su disposición a vender, contrariando así los planes de su CEO mientras que Asus se va salvando gracias a que no ha abandonado su integración vertical. Las compañías continentales (Huawei, Lenovo y Xiaomi) les han arrebatado el protagonismo y los mercados. Las exportaciones electrónicas de Taiwan han caído en más del 20% en 2015, y los numerosos contratistas que fabrican para las marcas occidentales (en especial Foxconn) son taiwanesas de fachada, pero han desplazado su producción a China.
Un artículo reciente en la web Digitimes atribuía este retroceso a una cultura conservadora: los fundadores de la industria electrónica taiwanesa son septuagenarios y, en el caso de TSMC – una potencia de los semiconductores capaz de competir con Intel – la batuta sigue en manos de Morris Chang (84 años). La tesis del texto es la siguiente: tras décadas de ´exilio` el liderazgo industrial sigue prisionero de un «síndrome de supervivencia»: innovan pero sólo lo justo para mantenerse competitivos como contratistas, cercenando las iniciativas de marketing. Si las órdenes de pedido que llegan desde Estados Unidos flaquearan, la industria taiwanesa estaría condenada.
Tal vez la tesis sea en exceso catastrofista, dictada por el ambiente político. Horace Luke – a quien conocí años atrás como diseñador de los primeros Android fabricados por HTC – es hoy un emprendedor exitoso en su país, y sostiene que Taiwan debería hacer valer la capacidad acumulada para estrechar vínculos con otros países de la región en nuevas áreas tecnológicas avanzadas, como las baterías o la biomedicina, en lugar de dejarse atraer por las oportunidades que ofrece la vecindad del continente.
Naturalmente, China es un imán muy poderoso para una isla a 180 km de distancia y con sólo 23 millones de habitantes. Hasta no hace mucho, el fenómeno simbólico de una normalización de relaciones era la instalación de fábricas propiedad de inversores taiwaneses; la novedad es que las fábricas son de capital chino, necesitan tecnología y, en consecuencia, reclutan ingenieros taiwaneses. Un estudio reciente revela que 600.000 jóvenes taiwaneses pasan la mitad del año en China, estudiando o trabajando. Horace Luke es de los que piensan que, si no quieren quedarse en casa, lo mejor sería que tramitasen visados para el Silicon Valley.
La primera adquisición de Cisco en 2016 ha sido de campanillas: 1.400 millones de dólares se ha comprometido a pagar por Jasper Technologies, seguramente el mayor especialista mundial en Internet de las Cosas (IoT) o, al menos, la empresa que más ha hecho por materializar un concepto que otros – entre ellos Cisco – han promovido con denuedo. La promesa de miles de millones de dispositivos (objetos) conectados a Internet resulta seductora, pero hay demasiados problemas por resolver antes de que la construcción del mercado supere el nivel de los cimientos, máximo al que ha llegado por el momento.
Es también la primera adquisición importante en la nueva era de Chuck Robbins como CEO de Cisco. Hasta cierto punto, sorprende que Cisco haya tardado tanto en fijarse en Jasper. Quizá se deba a que confiaba en desarrollar su propia plataforma, que anunció antes del verano y de la que nada se ha sabido desde entonces. A la postre, habría optado por la de Jasper, bien rodada y con una cartera de clientes muy deseable. No sería extraño que Jasper, arropada por sus acuerdos de partnership, hubiera desdeñado otros candidatos. En todo caso, el maridaje con Cisco se antoja perfecto a primera vista.
El miércoles, Rowan Trollope, VP de Cisco y director general de su división IoT y colaboración, describió la operación como un ´sandwich`compuesto por hardware de Cisco y software de Jasper, que permitirá extender el alcance de Jasper a todos los clientes de Cisco. Sin grasa sobrante, vino a decir. Igualmente hubiera acertado en caso de decir que, con la absorción de Jasper, a Cisco le caerán en las manos 3.500 clientes en régimen de suscripción a su plataforma a través de acuerdos con decenas de proveedores de servicio. Se evitará entrar en competencia entre su plataforma de nuevo cuño y otra bien implantada.
Porque, a menos que me equivoque, este es el contenido esencial de la operación: Cisco ha invertido mucho dinero en desarrollar su plataforma, pero carece del canal apropiado para llevarla al mercado y, además, sus interlocutores habituales en la industria no necesariamente son los adecuados para hablarles de IoT. Gracias a la adición de Jasper, resolvería ese problema.
Por su lado, Jasper Technologies, fundada en 2004 por Jahangir Mohammed, veterano de los Bell Labs, ha encontrado la solución a su propio problema, que parece ser un techo de crecimiento. Basada en Santa Clara, California, ha recibido financiación por 190 millones de dólares y la valoración implícita en su última ronda, el año pasado, fue de 1.300 millones de dólares. Una de dos: o el precio pactado – 1.400 millones – es razonable, o bien esa paridad sugiere un estrangulamiento en la trayectoria de Jasper. En 2014 Mohammed enunció la proximidad de una salida a bolsa que, finalmente, no concretó.
Como queda dicho, Jasper tiene firmados acuerdos de muy distinto carácter con partners tan notorios como IBM, Microsoft, SAP o Salesforce. Mucho más maduras son sus relaciones con operadores interesados en extenderse al negocio M2M. Por ejemplo, está asociada con Telefónica en proyectos en Reino Unido y más recientemente en Brasil, además de un nonato proyecto con Tesla. Una oportunidad interesante se presenta con China Unicom. que tiene en marcha 500 cuentas corporativas piloto basadas en la plataforma Control Center IoT de Jasper.
En una entrevista reciente, Mohammed expresaba una idea que no es ajena a la decisión de vender su empresa. En Internet de las Cosas – venía a decir – lo menos importante son las cosas: «se trata de transformar un producto estático en un servicio dinámico. Una vez que una cosa está conectada, se convierte en una fuente ilimitada de procesos posibles». Una reflexión que encaja muy bien con otra adquisición reciente de Cisco: en octubre pasado compró ParStream, startup alemana cuyo mejor activo es una base de datos específicamente diseñada por el análisis de IoT.
Como suele ocurrir, estos anuncios dejan de entrada una estela de preguntas. Por ejemplo: ¿qué efecto podría tener la adquisición de Jasper sobre la alianza suscrita en noviembre por Chuck Robbins, CEO de Cisco, con su homólogo de Ericsson? o estas otras, más suspicaces: ¿mantendrá Jasper un perfil propio en el mercado o será digerida sin más por la estructura de Cisco? y ¿cuánto tiempo aguantará el fundador de Jasper en un puesto subordinado a la autoridad de Rowan Trollope?
A rey muerto, rey puesto. Pero sólo por 24 horas, eh. Tras los desconcertantes resultados de Apple, la prensa económica de todo el mundo encontró muy pronto otro tema de portada: «Google, nuevo rey de Wall Street», decía un titular de ayer. De la noche a la mañana, Alphabet (antes Google) se había convertido en la empresa con más alta capitalización bursátil, 568.000 millones de dólares, adelantando a Apple (535.000 millones). Pero muy breve fue la vida del titular, porque al día siguiente, ayer, las aguas volvían a su cauce: AAPL 534.000 mllones, GOOG 502.000 millones. A saber cómo acabarán la semana.
Es de prever que el episodio inicie una fase insólita de ´empate técnico`, en la que ambas se alternarían en el primer puesto con diferencias cortas y efímeras. En mi opinión, sin restar méritos a Alphabet, el cambio transitorio de líder se ha debido más a un tropezón de Apple que a un sorpasso del aspirante.
Estrictamente, si nos atenemos a las cifras fundamentales, Apple sigue mereciendo el trono que ha ocupa durante cuatro años. Es tres veces más grande que Alphabet en ingresos y en beneficios, y su valor en bolsa multiplica por 10 su resultado operativo, frente a más de 40 veces en el caso de su rival. El margen operativo de Apple es del 32% mientras el de Alphabet no pasa del 25%. La tesorería de Apple luce mejor y, por cierto, nadie podría reprochar a Tim Cook por dedicar el dinero de sus accionistas a proyectos mesiánicos como si hace Larry Page ante el ceño fruncido de los suyos.
Cuando, en 2011, Apple desbancó a Exxon del primer puesto, se quiso ver en ello un síntoma del paso de un mundo dominado por la ´vieja`economía a la ´nueva` economía. Hoy – es decir, ayer – podría haberse apuntado la tesis de que una empresa que vende exclusivamente servicios ha – o había – desplazado a otra que es famosa por su hardware. Pero la tesis ya no vale, o quizá vuelva a valer otro día.
No hay duda de que, en un contexto económico global complicado como el actual, los resultados de Alphabet ponen una nota de optimismo: más de 74.500 millones de dólares [+13,5%] de ingresos en 2015, que dejaron 24.300 millones de beneficio operativo [+23%]. Con una precisión: debe ese beneficio a una aceleración de su actividad central, que le permite compensar las pérdidas de otras actividades, que hasta ahora llamaban moonshots – nombre pretencioso e inquietante – y han rebautizado como ´otras apuestas`.
Así como Apple depende del iPhone, Alphabet depende aún más de la publicidad. Los clics pagados en los sitios de Google han crecido un 31% en 2015, un dato excelente aunque su ´monetización` no crece en la misma medida porque la publicidad online se está desplazando hacia los móviles y, como consecuencia, el precio por clic ha bajado 13% en doce meses [al mismo tiempo, el número de búsquedas desde móviles aumenta exponencialmente]. Pero esta es una guerra con Facebook, a la que Apple es ajena.
El interés previo por los resultados del cuarto trimestre venía determinado por ser el primer período completo desde la creación del holding Alphabet, matriz de Google, y también la primera conference call de Ruth Porat, nueva CFO fichada directamente desde Morgan Stanley. Los analistas siempre se aburrían cuando Page les daba lecciones sobre su visión de un mundo mejor; en cambio, se entienden a la perfección con Porat, que habla su lenguaje de ratios y charts. En esta ocasión, la CFO les explicó que la compañía está haciendo un ejercicio serio en la asignación de recursos a sus múltiples operaciones, lo que significa que es hoy «más disciplinada» que antes de constituirse como holding.
En agosto, cuando Page anunció el nacimiento de Alphabet, una de las razones que esgrimió fue que permitiría deslindar el negocio core de otras operaciones exploratorias. Según el argumento, los inversores iban a estar en condiciones de juzgar la rentabilidad de las operaciones que seguiría girando bajo el nombre de Google, diferenciándolas de las pérdidas ocasionadas por los proyectos de maduración lenta. Hubiera sido deseable un desglose más exhaustivo de las cifras presentadas por Porat, pero bastan para enterarse de que las ´otras apuestas` han generado en 2015 ingresos por sólo 448 millones de dólares y pérdidas operativas de 3.600 millones. Llama la atención que una tercera parte de las pérdidas se produjeran en el último trimestre del año.
La primera reacción de los inversores [un salto del 9% en el precio de la acción, rectificado al día siguiente] indica que la ecuación les ha parecido bien, y esta debería ser su actitud mientras el núcleo principal – la publicidad – siga compensando las pérdidas del resto. Porat puso especial cuidado en transmitir el mensaje de que los resultados de las «otras apuestas» no pueden juzgarse en habitual escala trimestral sino anualmente, pero al final se corrigió a sí misma para sostener que sólo el largo plazo dirá si son sostenibles o no.
Estaba escrito que 2016 será un año de gran volatilidad. El repertorio de problemas de la economía mundial es conocido: la ralentización china, la caída del precio del petróleo (un 40% en doce meses), la fortaleza del dólar. En alguna escala, los tres factores influyen sobre la marcha del sector de las TI, y el inicio de la estación de anuncios de así lo va confirmando: será un año para recordar.
Para empezar, la semana pasada ha sido anómala (o representativa, como se quiera). Escribe Richard Waters: «no ocurre cada semana que dos enormes compañías tecnológicas como Facebook y Microsoft añadan 55.000 millones de dólares a su valor bursátil combinado, ni que esta rareza coincida con un descenso de 73.000 millones en la capitalización (también combinada) de Apple y Amazon». Ya sabemos que las expectativas son la materia de la que están hechos los sueños bursátiles, pero estamos hablando de cuatro de las diez compañías más valoradas de Wall Street.
Es fácil ver por qué sube la cotización de Facebook. Ha batido todas las previsiones de los analistas, con un 52% de aumento en sus ingresos del trimestre y un 46% en su beneficio por acción. Los indicadores a corto, medio y largo plazo, son positivos, tanto en la evolución del tráfico como en la ´monetización` de sus iniciativas. Hoy tendremos ocasión de compararlos con los de Google, aunque no sé si el ejercicio tiene mucho sentido más allá de saber quién va ganando la batalla de la publicidad en los móviles.
El caso de Microsoft puede sorprender por su bipolaridad. El beneficio de la división PC/Windows ha bajado un 5% y el del negocio cloud ha subido un 5%. Lo que significa que tanto los ingresos como los beneficios totales podrían decepcionar a los inversores, pero ha ocurrido lo contrario. Los resultados del trimestre han sido interpretados como síntomas de que el plan Nadella está funcionando: los ingresos de Azure, han vuelto a acelerarse y, a tenor de las cuentas presentadas, sus costes están bajando mientras los clientes evolucionan hacia servicios de más valor. Quien no lo entienda, es que se ha quedado con una imagen obsoleta/prejuiciosa de Microsoft.
Estos han sido los ganadores de la semana. La identidad de los perdedores es para dejar perplejo a cualquiera: ¿no era Apple la empresa más valorada del mundo? Ya me ocuparé de ella en detalle, tal vez mañana, pero no hay modo de disimular que el sucesor de Steve Jobs no puede seguir por mucho tiempo viviendo casi exclusivamente del iPhone. Sólo esta convicción puede explicar que, tras anunciarse un récord de beneficios, la acción perdiera el favor de inversores y analistas, incluyendo en estos algunos de los más proclives al olor de la manzana.
Más curioso, si cabe, es el caso de Amazon. Su acción subió un 9% la víspera del anuncio de resultados y cayó un 13% tras conocerse que, pese al incremento de los ingresos, ha sufrido un descenso de los beneficios. Más allá de factores coyunturales – los costes logísticos se salieron de madre en la estación de más movimiento – Wall Street ha visto la sombra del desdén que Jeff Bezos siempre ha tenido por la noción de ´valor para el accionista`. Un rasgo que merecería un comentario aparte es que AWS, su rama de servicios cloud, sigue creciendo impetuosamente (un 69% los ingresos del trimestre) y a este paso alcanzará pronto la línea en la que estaría justificado segregarla de la actividad de retail. Volveré sobre este asunto otro día, porque podría tener miga.
Hay razones para sostener que el temblor bursátil del miércoles, que hundió los índices de todas las bolsas del mundo, fue una sobreactuación: no fue la respuesta a nada que no estuviera en el guión. Fue – decían ayer los economistas – la ansiedad acumulada por turbulencias que se han condensado en las últimas semanas: los indicadores de la desaceleración china [imposible creerse la hipótesis de un 7% de crecimiento del PIB], el descenso del precio del petróleo al nivel más bajo desde 2003 [un alivio inmediato para los automovilistas, pero un trastorno económico global que no va a corregirse en mucho tiempo]. Sin contar con otros factores de incertidumbre global, como la probable crisis de deuda soberana de los países emergentes, tan jaleados hasta hace poco.
Los directivos del sector de las TI se habituaron a fingir que los desajustes de la economía mundial no iban con ellos. Un discurso ritual sobre la ´innovación` y una queja sobre el impacto de las contingencias monetarias, bastaban para enmascarar problemas estructurales. En las últimas semanas, las acciones tecnológicas (salvo contadas excepciones) han entrado en barrena, justo al iniciarse la estación de presentación de resultados. Esta coincidencia es un multiplicador del el bajón.
No se trata sólo de que los resultados de Intel fueran francamente mejorables y los de IBM francamente lamentables. Estas dos compañías son tradicionalmente las primeras en dar la cara, eso es todo. Más significativo es la rapidez con la que se disipa el entusiasmo por Apple [que presentará sus cuentas el martes 26]. Ya tocará comentarlo. Pero, entretanto, cómo no tomar nota de que Gartner – que si de algo peca es de optimismo – pronostica que el gasto mundial en TI crecerá este año un 0,6%. Vamos, que de 3,5 billones de dólares subiría a 3,54 billones, una diferencia tan nimia que es como para ponerla en duda, salvo milagro.
Desde hace meses, los que escribimos sobre el sector hemos cargado las tintas sobre los ´unicornios`, como si fueran lo más representativo de este mundo. Ahora estamos viendo que la vulnerabildad del mercado se ha cebado con ellas, a veces injustamente. Muchas, es cierto, han vivido demasiado tiempo de valoraciones fantasiosas, dependiendo del capital riesgo sin necesidad de un modelo de negocio. Pero no todas las startups son así. Muchas se enfrentan estos días a la decisión de cancelar sus intenciones de salir a bolsa en 2016. De hecho, sólo 4 dicen estar listas para lanzar una OPV, cuando lo habitual a estas alturas del año era una media de 14, dicen los analistas de Renaissance Capital. Y ninguna de las cuatro ha alcanzado el listón de 1.000 millones de dólares de valoración privada que las calificaría para la etiqueta de ´unicornio`.
No necesariamente el frenazo es un mal signo para el conjunto del sector. Los temores a una burbuja han reflejado, en realidad, una imagen tan estereotipada como las fantasías que tenemos sobre las startups. La verdad es que sigue habiendo liquidez «ociosa» [demos gracias a la Fed y al BCE] pero a las empresas se les está haciendo difícil atraerla, a menos que la merezcan. Con sensatez, los inversores se mueven en función de los beneficios en lugar de las dudosas promesas de crecimiento. En el último trimestre de 2015, el dinero invertido en empresas no cotizadas ha descendido un 30%, según CB Insights.
No estará de más poner las cosas en perspectiva. El año ha comenzado con una volatilidad más que justificada. Todo lo que he querido destacar en este comentario es que el sector tecnológico no es una excepción. No podría serlo, si el FMI ha corregido a la baja por tercera vez su proyección de crecimiento global. Take it easy,
Microsoft se ha metido en un jardín, pero al menos tiene un buen motivo: evitar que Windows 7 se convierta en el nuevo Windows XP y llegue a ser un freno para la adopción de Windows 10. La frase anterior no es un juego de palabras: la «nueva política de soporte» es, por lo visto, tan delicada de explicar que ha requerido tres sucesivas «clarificaciones» en pocos días, y no creo que el fallo fuera del mensajero. Durante tres décadas, Microsoft ha respetado un esquema de ciclo de vida de cada versión de Windows, que ahora rompe, aunque sin decirlo así. A Terry Myerson, responsable de la maniobra desde su puesto de VP de sistemas operativos, se le está poniendo cuesta arriba convencer a los clientes corporativos de que es por su bien (el de ellos).
He dicho que el esquema se rompe, pero formalmente Windows 7 seguirá teniendo actualizaciones regulares hasta 2020, aunque sólo si está emparejado con generaciones de procesadores anteriores a la actual, Skylake. Se ha sugerido que esas actualizaciones no serán funcionales, limitándose a resolver ´problemas críticos`, que no es lo que uno espera de un compromiso de soporte decenal. Es posible que a los usuarios individuales no les importe demasiado, porque ya se ha encargado Microsoft de inyectarles el nuevo Windows mediante descargas automáticas, pero muy distinto es el caso de las empresas, invitadas a formar parte del programa GWT (Got Windows 10).
Según los analistas, en las empresas hay expectativas favorables ante Windows 10, entre otras cosas porque Windows 8.1 no les ha convencido. En la práctica, tienden a disociar la compra de hardware y la actualización de su software: para ellas, abordar la transición a Windows 10, debería llevarles más tiempo que desembolsar en nuevos PC su presupuesto de hardware. Lo normal es que cuando se renueva el parque, en los PC ´modernos` se instala inicialmente el sistema operativo ´antiguo` bien conocido por los empleados, y luego se verá cuándo actualizarlo a la nueva versión.
Así fue como Windows XP se eternizó en el seno de las empresas, que sólo espabilaron al acercarse la fecha en que Microsoft dejaría de darles soporte. Impedir que ocurra lo mismo con Windows 7 – cosecha del 2009 – es fundamental, porque funciona satisfactoriamente y representa el 55% del parque total de Windows, lo que puede traducirse como un factor de estabilidad a medio plazo. Por tanto, la migración podría ser más lenta de lo que conviene a Microsoft
Acelerar la adopción de Windows 10 conlleva alinearla con la renovación de la base instalada de PC; por esto se insiste tanto en que ya hay 200 millones con Windows 10 y que «esperamos alcanzar a final de años 300 millones, que nos van a reclamar un soporte duradero y de calidad», en palabras de Terry Myerson. Este declaraba días atrás que su plan pretende «cerrar la brecha entre el entusiasmo de los usuarios por el nuevo hardware y su satisfacción con el software anterior». La relevancia de esta declaración es obvia por venir de quien ostenta el cargo de vicepresidente ejecutivo del denominado Windows and Devices Group.
Retener la versión de Windows anterior, que ha sido práctica corriente en las empresas, no será posible con los todos los PC basados en Skylake. O sí lo será para algunos, pero sólo durante 18 meses. Mientras que esta generación de hardware viene de fábrica preparada para correr Windows 7 (o Windows 8.1), los futuros PC basados en Kaby Lake (Intel) o Bristol Ridge (AMD) sólo funcionarán con Windows 10, sin compatibilidad regresiva.
Es un hecho que las ventas de PC siguen cayendo, pese al estímulo que, se suponía, debía aportar la disponibilidad simultánea de Windows 10 y Skylake. Para que la «nueva política de soporte»no parezca precipitada, Microsoft ha concertado con la industria una «robusta lista de opciones» para quienes prefieran conjugar el último hardware con las dos versiones anteriores de Windows. La lista – al menos la publicada hasta ayer – peca de escasa, ya que comprende tres modelos de Lenovo, dos de HP y tres de Dell, únicos que Microsoft ha testeado para corroborar el funcionamiento de los drivers y el firmware asociado a Windows 7. Incluso para ellos, el soporte está asegurado hasta el 17 de julio de 2017.
Aparentemente, esta transición está reservada a las empresas y no incluye a los consumidores. Tradicionalmente, estos han servido como conejillos de cada versión de Windows, pero esta vez la táctica invierte los papeles: la acogida de Windows 10 que obtenga dentro de las empresas será determinante para el éxito de un sistema operativo que representa una nueva estrategia de Microsoft.
Oficialmente, el argumento de Microsoft sostiene que está haciendo lo correcto para ofrecer a los usuarios una mejor experiencia. puesto que los nuevos PC no han sido diseñados pensando en Windows 7 sino en Windows 10. Es un buen argumento, pero ¿cómo será recogido por sus destinatarios?
Es pronto para sacar conclusiones. Escribe Mary Jo Foley, que desde luego sabe más que yo: «creo imaginar que muchas empresas se echarán atrás en sus planes [de renovación de PC] hasta tener preparada la migración simultánea al nuevo hardware junto con el nuevo software». Pero añade algo que – en mi opinión – es la clave de la película: «el resultado puede ser contradictorio […] menos compras de PC con Skylake por parte de las empresas que confiaban en su compatibilidad con Windows 7».
No me resisto a reproducir la opinión de Wes Miller, analista de Directions on Microsoft: «lo que hasta la llegada de Windows 10 era considerado un buen PC se aleja de lo lo que ahora es un buen PC… bienvenidos al mundo de la ingeniería conjunta de hardware y software».
Decididamente, la tentación de reducir de cuatro a tres el número de operadores resulta más difícil de digerir en Francia que en Reino Unido. Ahora que la absorción de EE por BT está consumada y a la de O2 por Three le quedan algunos flecos, a este lado del canal el ambiente es muy distinto. No han faltado intentos frustrados de consolidación, y ahora mismo, hay «conversaciones preliminares» entre Orange y Bouygues Telecom – números uno y tres del mercado francés – para articular alguna fórmula aceptable para accionistas y autoridades. Con calculada ambigüedad, el comunicado evita la palabra fusión, tal vez para mantener la operación en el ámbito de la regulación nacional, porque no está claro cuál sería la línea a no traspasar si se quiere dar esquinazo a la combativa comisaria europea Marghette Vestager.
Desde que un advenedizo cuarto operador, Illiad/Free, desencadenó una guerra de precios en el mercado francés, este ha sido un campo de maniobras. La más reciente es una oferta presentada a Bouygues por el grupo Altice valorada en 10.000 millones de euros y rechazada sin llegar a negociar. Esta cifra debería ser la base del precio actual.
Entre tanta peripecia, Orange ha sido la parte más perjudicada, al ver reducidos sus ingresos por servicios móviles de 9.800 millones de euros en 2011 a 6.800 millones (estimados) en 2015. Al mismo tiempo, la antigua France Télécom tiene menos margen para escapar de su dilema: haga lo que haga, su movimiento sería objetado por reforzar una posición estadística dominante. Tiene 28,2 millones de clientes móviles y Bouygues 11,6 millones, por lo que una eventual fusión sumaría el 60% del mercado móvil y aproximadamente la mitad del de banda ancha fija. El ministro de Economía, Emmanuel Macron, ha dicho no ser dogmático mientras no se pierdan empleos, pero al final tendría que imponer medidas correctivas .
Un compromiso posible sería redistribuir clientes entre los competidores hasta dejar su cuota de mercado por debajo del 50%, calmando así la inquietud de Vestager. Podría combinarse con una cesión de espectro o concesiones sobre los derechos audiovisuales que controla Orange. ¿Valdría la pena el sacrificio de Orange? Quizá, si el principio fuera aplicable a otros países europeos donde no está pero quisiera estar. Financieramente, tendría que pagar el máximo posible en acciones y desprenderse de activos para asegurarse de que el rating de su deuda no se degrade.
Stéphane Richard, CEO de Orange endosa la situación del mercado francés al contexto de la UE: «Veinte años de regulación en Europa han fragilizado a los operadores europeos», declaraba la semana pasada – y lo viene diciendo desde hace años – al confirmar que no ha sido él quien tomó la iniciativa sino el magnate Martin Bouygues. «Esta vez, la dinámica es diferente».
Según Richard, cualquier otra combinación – todas en torno a Bouygues, predispuesto a vender, en ningún caso a comprar – sería peor. Pero la complejidad de un acuerdo reside en que debería contar con la complicidad de los otros dos operadores, para que sea toda la industria la que se beneficie de un saneamiento de sus resultados.
Conceptualmente, el fondo de la cuestión es el mismo en tota la UE: ¿es preferible que haya menos operadores móviles con más capacidad para invertir en la renovación de las redes, o que haya tantos competidores como soporte el mercado, con lo que los precios bajarían, lo que es bueno para los consumidores pero no para los operadores?
La convergencia está consiguiendo que ese debate pierda relevancia, y los planes competitivos tengan más que ver con la fibra que con las redes móviles. En Alemania, por ejemplo, Deutsche Telekom ha sido forzada a un acuerdo VULA [virtual unbundled local access] en beneficio de las filiales germanas de Telefónica y Vodafone. En este contexto, resucitan los rumores sobre la negociación entre Liberty Global [con activos de cable en varios países europeos] y Vodafone, que se ha quedado muy debilitada en Reino Unido. Lo curioso es que ambas están ausentes de Francia.
Imagino que algún lector se estará preguntando qué tiene que ver todo lo anterior con España «que es lo que a mí me interesa». Bueno, pues… los puntos de vista aldeanos me parecen, con perdón, poco lúcidos, pero aun así respondería a ese lector que la fibra es hoy por hoy en España, la clave del futuro del mercado de las telecos.
Que un alto directivo se retire tras 43 años de carrera en una empresa, no debería ser motivo de controversia. Que lo haga a finales de diciembre, no tendría nada de particular. Que se vaya al mismo tiempo que otros dos responsables de áreas fundamentales, es lógico que despierte suspicacias. Hablo del anuncio de que Steve Mills, máximo responsable de la división Software & Systems de IBM, se retira con efectos inmediatos. Simultáneamente, salen de la compañía Danny Sabbah, CTO del negocio cloud y Brendan Hannigan, director general de IBM Security. En principio, lo más relevante debería ser el ´caso Mills`: pese a sus méritos, no hubiera podido ser el sucesor de Sam Palmisano, de su misma quinta, pero permaneció en IBM más allá de la edad recomendada para la jubilación, con el fin de acompañar a Virginia Giny Rometty en una difícil reconversión de la compañía.
Mills era el último miembro del equipo directivo de Palmisano que seguía en nómina. Por natural que sea retirarse a los 64 años – es la explicación oficiosa de IBM – no deja de ser materia de interpretación. ¿Está en marcha otra fase de la reorganización emprendida por Rometty? Misión cumplida, podría decir Mills: hace sólo un año, a sus funciones como VP ejecutivo a cargo del software – posición que ha ocupado durante 15 años – añadió la responsabilidad sobre el hardware, y como tal supervisó la venta de los sistemas x86 a Lenovo. En la nomenclatura de IBM, el nivel más alto suele ser senior VP, por lo que el puesto de Mills a la vera de Giny Rometty ha sido considerado excepcional.
En la hoja de servicios de Mills hay que contar 30 adquisiciones desde 2001 [Lotus, Websphere, Tivoli y Rational, entre ellas] con las que reorganizó la cartera de software de IBM desde la adopción de Linux hasta la decidida apuesta por business analytics iniciada con la compra de Cognos. Cuando el viento empezó a soplar en favor de cloud computing, IBM tardó en reaccionar, hasta que compró SoftLayer, núcleo duro de su oferta en la nube.
Aunque encumbrado orgánicamente, Steve Mills quedó marginado de la máxima prioridad actual de IBM, que gira en torno a la computación cognitiva y la nueva unidad de negocio Watson y fuera de su jurisdicción quedó la importante alianza con Apple. Observadores que conocen los entresijos de IBM comentan que la reorganización de la parcela de Mills comenzó en coincidencia con su último ascenso, más aparente que real.
Rometty fragmentó la división de software en tres grandes unidades de negocio: Analytics [a cargo de Bob Picciano], Commerce [Deepak Advani] y Security [Brendan Hannigan]. Otros activos pasaron a depender de la división Cloud [responsabilidad de Robert LeBlanc], con lo que su VP ejecutivo pasó a desempeñar un papel más propio de asesor áulico de la CEO.
El pretexto de la edad no vale para Sabbah y Hannigan, que no eran miembros de la vieja guardia. Este factor está avivando los rumores según los cuales Rometty ha empezado a configurar el equipo del que debería salir su sucesor o sucesora, previsiblemente, dentro de dos o tres años. Con todo lo que tienen de prematuras estas especulaciones, el nombre que suena como ascendente es el de Tom Rosamilia, que desde hace un año manda efectivamente sobre la división de Sistemas, con atribuciones sobre varias categorías de software.
En el curriculo de Rosamilia publicado en LinkedIn hay un detalle llamativo: se ha desempeñado recientemente como asesor económico del gobernador de la provincia china de Guangdong, donde se asienta la flor y nata de la industria TI de ese país.
La primera semana del 2016, las bolsas europeas sufrieron la mayor caída en casi cinco años. En Estados Unidos, las empresas cotizadas perdieron de lunes a viernes 1,3 billones de dólares de capitalización bursátil, y de esta no se salvaron siquiera las estrellas del firmamento tecnológico. Hay una explicación inmediata: fueron arrastradas por el pánico provocado por el colapso de las bolsas chinas. Algunos recordaron que en febrero de 2007 una caída del 9% en Shanghai precipitó una corrida bursáril en Nueva York a los pocos segundos. La economía china no se inmutó: siguió creciendo, y la burbuja siguió inflándose hasta que, al final del año, llegó el rebote de la crisis financiera occidental.
La incertumbre ha vuelto – y no sólo a España, conviene no mirarse demasiado el ombligo – por una combinación de circunstancias que amenazan los muy débiles signos de recuperación de la economía mundial. Afortunadamente (?) el abaratamiento del petróleo equivale a una subvención temporal de nuestras economías, por no hablar de la lluvia de billetes que arrojan los bancos centrales. Las acciones que más influyen en los índices de EEUU y Europa han gozado de una liquidez que no encuentra mejor destino que el atesoramiento y la especulación, porque inversión se ve muy poquita. Así hemos arrancado este año en el que quisiéramos ser felices, por fin.
Vale, aceptemos la simpleza de que China ha sido el disparador. Las bolsas de Shanghai y Shenzhen sufrieron sucesivos batacazos, interrumpidos por las autoridades mediante el mecanismo de ´corto circuito`, que suspende las cotizaciones cuando los índices descienden un 7%. Una solución que es forzosamente transitoria, por dos razones: 1) su repetición acentuaría la desconfianza y 2) al gobierno chino no les disgustaría que las exageradas valoraciones en bolsa se enfriaran, siempre que fuera gradualmente para dar sensación de que controlan.
Tres analistas (chinos) de Bank of America/Merrill Lynch firman un paper según el cual la inestabilidad del sistema financiero chino será este año la regla, no la excepción, y aconsejan acostumbrarse sin dramatizar. Al fin y al cabo, incluso tras lo ocurrido, el Shanghai Composite Index está un 40% más alto que hace dos años, cuando empezó su carrera alcista. Por lo tanto, deberían producirse nuevos descensos, quizá no tan bruscos, y sus correspondientes paliativos.
El principal problema, dice el documento, es el elevado nivel alcanzado por la deuda del sector privado, que entre 2009 y 2014 ha subido hasta un 75% del PIB. «Históricamente, cualquier país en circunstancias similares se vería abocado a una dislocación de su sistema financiero, a recapitalzar los bancos, y a una o más devaluaciones, además de una inflación más allá de lo razonable».
Lo específico del caso chino es que el gobierno ha estimulado el fenómeno durante años, con garantías explícitas o implícitas, parte de una política de reconversión del modelo. Se buscaba que el consumo tomara el relevo (parcial) de la exportación como principal motor económico, Así ha sido: más que «fábrica del mundo», China pasó a ser el principal mercado en el que todo el mundo quería vender. Hasta que el genio escapó de la botella y la estrategia dejó de ser sostenible: la deuda acumulada tropezó con la disminución del retorno financiero.
Lógicamente, esta evolución está teniendo consecuencias sobre el negocio de las empresas tecnológicas occidentales en China, y pronto se verá de qué magnitud, cuando presenten sus resultados. La primera reacción del gobierno de Pekín ha sido depreciar otra vez su moneda, por segunda vez desde noviembre. En lugar de vincular el renminbi (o yuan, como se prefiera) al dólar, la referencia pasa a ser una cesta de trece monedas, una manera sibilina de devaluación con finalidades competitivas. En este contexto, incluso los analistas que elucubraban acerca de las cifras publicadas por Pekín han comenzado a decir que las estadísticas chinas no son verosímiles. No hay mayor incertidumbre que volar a ciegas; por cierto, ¿qué tal por casa?
Feliz año. Como hoy es viernes, no escribiré sobre el seísmo bursátil chino del lunes pasado y sus réplicas en las bolsas occidentales, que nada bueno auguran. Dedicaré este primer newsletter del 2016 a otro asunto, que tampoco es exactamente una alegría: el Consumer Electronics Show de Las Vegas ha dejado la impresión de que el mercado de gadgets languidece, o al menos parece afectado por la apatía de los consumidores. Un estudio desvelado estos días por Accenture lleva un título que, con o sin cálculo, resulta irónico: Igniting Growth in Consumer Technology. Digo que es irónico porque, tras haber entrevistado a 28.000 personas en 28 países (España entre ellos) lleva a la conclusión de que al crecimiento le falta chispa. A continuación, algunos datos:
* El mercado de smartphones ha alcanzado su madurez, y se desacelera. Globalmente, un 48% de los encuestados piensa comprar en 2016 un nuevo smartphone, nueve puntos porcentuales menos que un año antes. Las mayores caídas se esperan en países que hasta ahora han tenido los mayores crecimientos, como China o India [aunque la intención de compra es todavía superior al 60%].
* Aunque en teoría 2016 debería ser un año favorable para la venta de televisores, debido a los eventos deportivos internacionales, sólo el 30% tiene previsto comprar uno nuevo, porcentaje que implica nueve puntos menos que en 2015. También está de capa caída el ánimo con respecto a portátiles (30%) y tabletas (20%)
¿La explicación? Los consumidores se dicen «satisfechos» con los gadgets que tienen: un 56% con sus televisores, el 49% con sus portátiles, un 47% con sus smartphones y un 36% con sus tabletas. De media, el 47% no ve motivos para renovar sus dispositivos en uso. Quienes presumen que la luz al final del túnel está a la vista, deberían saber que el precio es un factor que echa para atrás al 62% de los usuarios de estas tecnologías. El segundo obstáculo (47%) es la inquietud con la privacidad y la seguridad: en otras palabras, el 42% esperarán a que la industria resuelva esos problemas y el 21% declara estar «hartos» de sufrirlos.
Sami Luukkonen, uno de los tres directores del estudio, resume así la situación con tres adjetivos: «la desaceleración de este mercado es irrefutable, seria y global […] se ha pasado el tiempo de lucir gadgets ostentosos, sólo porque están de moda; por el contrario, se busca que sean seguros, con preferencia para aquellos que presten algún servicio digital práctico y faciliten una colaboración más abierta».
Ante este cuadro, la primera reacción de la industria – se ha visto en el CES – es volcarse en nuevos dispositivos que encajen con el pretendido auge de IoT, pero Accenture alerta sobre resultados decepcionantes: las llamadas smart things estaría muy lejos de compensar el descenso de las categorías convencionales. Sólo el 13% de los encuestados tiene previsto – o eso dice – comprar un smartwatch este año. En cuanto a los cascos de realidad virtual, que han convocado multitudes en la feria de Las Vegas, sólo despiertan ganas de compra en el 8% de los entrevistados.
«No todo es lóbrego – añade Accenture. «El crecimiento de las nuevas categorías llegará, y cuando llegue será muy rápido, pero la industria tiene que tomar medidas AHORA MISMO [mayúsculas en el original] para que así ocurra. Los vencedores serán aquellos que trabajen con sus partners para impulsar innovaciones disruptivas que conecten a los humanos con la tecnología de manera que satisfaga sus necesidades fundamentales». Como recomendación, no está mal.
Ahora bien: Ben Bajarin, un analista al que respeto y consulto, ha escrito que el CES de este año abre una fase en la que la industria compite más con prototipos que con productos reales: «casi todo lo visto me ha parecido inacabado». Compañeros periodistas que han estado en Las Vegas me cuentan en privado – otra cosa es lo que publiquen los medios, de algo hay que vivir – que, aparte de prototipos de coches, no han visto novedades capaces de dar un vuelco a la demanda, e incluso esos coches fantásticos no llegarán pronto al mercado, o no van a incorporar pronto las tecnologías que han mostrado inmaduras.
Mario Kotler, colaborador de este blog, me escribe el siguiente mail: «creo que podría contar con los dedos de las manos los anuncios del CES 2015 que doce meses después han resistido la prueba del mercado». Teme Mario que ocurra lo mismo en 2016. Ya veremos, pero el hecho de que la industria del automóvil acaparara el estrellato y las noticias invita a la reflexión: nunca había ocurrido que Las Vegas fuera poco más que un prólogo del salón de Detroit. Permitan una coda: que Intel tuviera que contratar a Lady Gaga para dar empaque (?) al inevitable viraje de su empresa hacia campos cuya fertilidad está por comprobar, no me parece un buen síntoma. Con todos mis respetos por Brian Krzanich.