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3 de julio 2019

3/07/2019

Me temo que entre nosotros ha habido precipitación al interpretar la tregua sellada (extraoficialmente) por Donald Trump y Xi Jinping. El conflicto continúa y el hecho de que la única fuente del aparente acuerdo sean unas breves declaraciones del presidente estadounidense no es exactamente una garantía de claridad. Sin entrar en detalles, Trump anunció que  las compañías estadounidenses “podrán vender a Huawei sin que ello cree un problema de emergencia nacional”, frase que cabe entender como indicio de que en él ha pesado más la opinión de la industria tecnológica que la de su belicoso consejero John Bolton. Esto no quiere decir que el veto contra Huawei haya sido levantado. Ni mucho menos.

A Larry Kudlow, antaño comentarista de televisión y actualmente consejero económico presidencial, le tocó la tarea de aleccionar a la prensa: no se trata de una amnistía general ni Huawei ha sido borrada de la lista negra del departamento de Comercio. Esta rama del gobierno será flexible al otorgar licencias de exportación de componentes destinados a Huawei, con esta precisión: “aquellos productos o componentes que sean obtenibles en otras fuentes o se juzguen de especial sensibilidad para la seguridad de Estados Unidos, no serán autorizados”.

Es suficiente para tranquilizar a la industria de semiconductores, cuyo lobby en Washington se había movilizado para aliviar el rigor de la medida presidencial. Otras decisiones quedan congeladas de facto: habría desaparecido el motivo para que Google restrinja patrióticamente el uso de Android por Huawei. De paso, aunque sin decirlo oficialmente, se da por sobreentendido que las empresas norteamericanas no encontrarán trabas para importar sus productos fabricados en China (como es el caso de Apple, entre otros). Y que China no tomará represalias, que era el otro temor.

No obstante, Kudlow advirtió que “no se ha dicho la última palabra”, lo que venía a subrayar que el supuesto aflojamiento del bloqueo ha sido un truco o una contrapartida necesaria para poder decir que hay un acuerdo para seguir buscando un acuerdo. Por su lado, es obvio que Xi Jinping no habría podido sentarse a la mesa sin saber de antemano que se levantaría con esa concesión.

El articulista Andrew Ross Sorkin comenta agudamente que se ha llegado a esta situación porque Estados Unidos no ha tenido una estrategia propia de innovación en telecomunicaciones. Es rigurosamente cierto que ninguna empresa norteamericana puede ni remotamente compararse a  Huawei: la única que pudo haber jugado un papel en el desarrollo de 5G, Lucent, cayó bajo control de Alcatel y luego esta fue adquirida por Nokia.  Según el autor, la ceguera de sucesivos gobiernos ha entregado a China una ventaja decisiva que no se podrá resolver con medidas proteccionistas sino con lo que él llama “una suerte de Proyecto Manhattan acerca del futuro de la conectividad”: adelantarse a China en la próxima generación de redes inalámbricas.

Ambas delegaciones se tomarán tiempo para discutir cientos, quizá miles, de asuntos en los que sus intereses son divergentes. Que se sepa, la única concesión que ha hecho Xi ha sido el compromiso de comprar unos cuantos miles de toneladas de soja, que Trump podrá esgrimir como un triunfo ante sus votantes del Medio Oeste.

En lo que respecta a Huawei, no ha cambiado nada fundamental. Su fundador, Ren Zhengfei, ha enfriado las expectativas al declarar que la compañía está preparada para las peores circunstancias. Lo cierto es que en los dos países hay corrientes que se oponen a que las apariencias vayan demasiado lejos. En Estados Unidos, se suelta la lengua de los que critican la gestión personalista que Trump ha hecho de la relación con China. En Pekín, crece la resistencia dentro de la dirección colectiva a las eventuales concesiones de Xi.

Para el presidente chino, su programa de autonomía tecnológica en 2025 es intocable. Uno de los aspectos que podrían estar sobre la mesa sería la llamada  “neutralidad competitiva”, consistente en relajar sustancialmente la exigencia de que ciertas actividades económicas queden reservadas a empresas chinas (públicas o privadas) con exclusión del capital extranjero. Las telecomunicaciones son una de esas actividades, lo que significa que una “línea roja” (nunca mejor dicho) a no traspasar sería la defensa a ultranza de Huawei en su condición de campeón nacional.

Discover: HPE sirve un menú variado e híbrido

2/07/2019

Discover 2019, la conferencia anual de Hewlett-Packard Enterprise (HPE) celebrada en Las Vegas, sonó más orquestal que nunca. Puede que esta apreciación sea sólo un matiz de estilo, por lo que de poco valdría extenderse sobre las diferencias de personalidad entre el nuevo CEO, Antonio Neri, y su predecesora Meg Whitman. Neri ejerce de directivo sobrio, al tiempo que abre espacio para que resalte cada ejecutante, no deja lugar a dudas de que la partitura es suya. Mucho ayuda la herencia de un perímetro corporativo rehecho tras las desinversiones y adquisiciones durante la gestión de Whitman. Mañana, miércoles 3, se abrirá en Madrid una variante de Discover para el mercado español. Leer más

1 de julio 2019

1/07/2019

Una deliciosa viñeta de Peridis ilustraba ayer la idea que Donald Trump tiene del “arte de la negociación” y de sí mismo. Es de celebrar que la semana se haya iniciado con una buena noticia, la suspensión indefinida de los aranceles que la Casa Blanca amenazaba aplicar a productos chinos por un valor estimado en 200.000 millones de dólares. De momento, se reabren las negociaciones, para gran alivio de las empresas tecnológicas estadounidenses, a las que una orden ejecutiva de Trump restringe (todavía en este momento) comprar componentes en China así como vender a Huawei.

Cualquier lector mínimamente informado sabrá de varios “reportajes de investigación” (sic) en los que se denunciaban los peligros que para la seguridad de Estados Unidos y sus aliados implicaría adquirir tecnología de Huawei [si nadie se ruboriza por publicar textos patrocinados, ¿de qué extrañarse si la respetada agencia Bloomberg cae en el vicio?]. Esas  acusaciones no han sido avaladas por ningún operador (léase más abajo), pero han sido reproducidas con fruición para justificar las restricciones.

A esta campaña llegó a unirse estos días una ignota startup de ciberseguridad que, en busca de notoriedad, ha lanzado una alarma sobre la existencia de puertas traseras en los equipos de red fabricados por Huawei. Sin pruebas y sin testimonios.

Al respecto, me parece oportuno reproducir lo dicho por el CTO Global de Telefónica, Enrique Blanco, el pasado martes 25 en un encuentro con periodistas. En principio, se trataba de una nueva sesión ´didáctica´ sobre 5G, hasta que uno preguntó por el “caso Huawei”. Prefiero transcribir literalmente la respuesta: “en Telefónica evaluamos y certificamos productos de todos los suministradores sin que nos importe su nacionalidad. Todos ellos, no sólo los de Huawei, son monitorizados de manera continua  para garantizar que cumplen con nuestros altísimos requisitos de seguridad. Con la mayor formalidad afirmo que si tuviéramos la menor constancia de algún riesgo real o potencial, nuestra reacción sería inmediata. No tenemos ninguna constancia ni sabemos que la tenga alguno de nuestros colegas”. Más o menos en el mismo tono se había expresado días antes Antonio Coimbra, consejero delegado de Vodafone España.

Por otro lado, Ericsson y Nokia, competidores directos de Huawei han evitado mezclarse con estas campañas. En cuanto a Cisco, que durante años ha cuestionado las prácticas comerciales de Huawei, su CEO ha dicho que ningún empleado de la compañía está autorizado a emplear argumentos sobre seguridad para captar clientes de su competidor.

No creo que lo anterior haya influido en el desenlace (provisional) del contencioso iniciado, y ahora congelado, por el presidente Trump. Es notorio que ha existido un debate en el seno de su administración acerca de cómo y hasta dónde tensar la cuerda en su encuentro con Xi Jinping. Por simplificar, digamos que unos son ideólogos y otros pragmáticos y que por ahora se han impuesto los segundos, aunque todos vean a China como un enemigo diabólico.

Me quedo con unas declaraciones de Steve Bannon, antes estratega al servicio de Trump. Decía Bannon – cito de memoria – que “destruir a Huawei es mucho más importante que tratar de humillar a China con una larga guerra comercial”. Huawei, venía a decir, es una gran amenaza a Occidente; en cuanto a China, habrá que encontrar el modo de contrarrestarla pero no se la puede destruir.

Por esto – sostenía Bannon a finales de mayo – rehabilitar a ZTE después de sancionarla ha sido un grave error que Trump no debería repetir con Huawei. No diré que se ha impuesto la sensatez, porque esta cualidad no abunda en el 1600 de Pennsylvania Avenue. Digo que de momento han primado las presiones de la industria tecnológica.

El problema, según el analista Paul Triolo, de la consultora Eurasia Group, no es que Huawei es “demasiado grande para caer”, que puede que lo sea. El problema es que “a una compañía que factura 110.000 millones de dólares no la matas tomando medidas proteccionistas, porque está tan imbricada en una extensa y compleja cadena de suministro de la que dependen tantísimas  infraestructuras críticas en todo el mundo”. Esto explicaría, opina Triolo, que los aliados de Estados Unidos – con la excepción de Australia – no se hayan dejado arrastrar a una guerra en la que el errático inquilino de la Casa Blanca un día podría dejarles tirados.

En Europa – afirme en su análisis – la situación sería especialmente grave porque ninguno de los competidores de Huawei estaría en condiciones de reemplazarla en la transición de las redes 4G a 5G. “Si a los operadores europeos se les obligara [a romper sus vínculos con Huawei] el coste estimado por la GSMA podría ascender a unos 62.000 millones de dólares y el retraso se elevaría a 18 meses”.

La industria, a esto iba. De los 70.000 millones de dólares que Huawei desembolsa en la compra de componentes, 11.000 millones van a parar a suministradores estadounidenses. Y no es del todo cierto que Huawei esté ausente como proveedor de los operadores de ese país: es verdad para los cuatro grandes, pero no para unos 40 operadores en áreas rurales, que usan equipos de Huawei y han hecho saber que sería ruinoso para ellos el tener que sustituirlos o cancelar contratos de mantenimiento.

No son pamplinas pero creo exagerado hablar de ´guerra fría´. Vale que Trump está encantado de tuitear compulsivamente desde su iPhone dorado, pero en la práctica Apple sería una de las mayores víctimas de su política. Tim Cook – de quien se dice que tiene acceso directo al presidente – podría haber sido más persuasivo que los amanuenses gubernamentales. En lo inmediato, la compañía tendría dificultades para que el iPhone no sea catalogado como made in China, pero aunque encontrara un subterfugio pasable, su precio al consumidor se encarecería en el peor momento.

Google, que inmediatamente satisfizo  – de palabra, mientras no haya otra versión de Android – con la exigencia del departamento de Comercio, ha compensado su precipitación advirtiendo del riesgo de fragmentación del mercado de dispositivos móviles, en caso de que Huawei siguiera adelante con su propio sistema operativo y si las autoridades chinas proscribieran Android con el mismo celo con el que han prohibido su buscador.

Micron, tras unos días de incertidumbre, declara que no ve motivos para suspender sus despachos a Huawei de las memorias que fabrica en su planta china. En cuanto a Intel – según The New York Times – habría encontrado una vía legal para que sus chips no sean afectados por las restricciones.

Imagino que hoy la reacción de las bolsas será eufórica las noticias de que Trump y Xi han acordado reabrir las negociaciones. En todo caso, el  acuerdo contempla que la cuestión de Huawei quedará pendiente hasta el final de las negociaciones. Con esto, los comentaristas políticos tienen servido una discusión bizantina: ¿quién ha hecho concesiones a quién?

5G despega rápido, pero 4G retendrá el trono

28/06/2019

Exhaustivo, objetivo, periódico. Son los tres atributos del Ericsson Mobility Report, cuya edición de junio 2019 ya está disponible. Coincide con la puesta en marcha de los primeros servicios comerciales sobre redes 5G, lo que le confiere un atractivo adicional. Pronostica una aceleración del despliegue de redes de sexta generación que permitirá alcanzar los 1.900 millones de suscripciones a finales de 2024: que es como decir que a 5G le llevará los próximos cinco años captar el 21,6% del mercado mundial (el porcentaje sería sensiblemente mayor si, en lugar de suscripciones, se estimara el volumen de tráfico. Pero el primer ganador será la tecnología 4G/LTE seguirá siendo dominante, el 56% (el 47% actualmente). Leer más

Salesforce constata que el software vive

26/06/2019

La decisión de adquirir Tableau Software pone de manifiesto, como poco, una inflexión en la estrategia histórica de Salesforce. No tanto por el precio – aunque a 15.300 millones de dólares sea su compra más cara en veinte años – como porque sugiere la voluntad de enmendar un discurso que proclamaba la muerte del software a manos del irreversible modelo SaaS. Algo así ya esbozaba la compra de MuleSoft en 2018: invertir en dos años 21.800 millones de dólares para absorber dos empresas de software revela una contradicción con la profecía. Por primera vez adquiere sentido preguntarse si Salesforce reconoce al fin que una parte de su oferta de software como servicio pueda ejecutarse on-premise.

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Geografías del coche eléctrico (y su batería)

20/06/2019

Toyota ha dejado en el aire el acuerdo con la compatriota Panasonic al elegir a dos fabricantes chinos de baterías para equipar sus coches eléctricos e híbridos. Si este texto fuera un tuit, sería suficiente. Pero las noticias tienen contexto y también subtexto, que son la razón de existir de este blog. Este podría ser un resumen: el juego de alianzas entre la industria de automoción y la de baterías atraviesa una fase de ebullición, por un evidente desajuste entre oferta y demanda. Con efectos geopolíticos: la partida se está jugando en Asia, con la precisión de que en 2021 el 70% de las baterías se fabricará en China. Si acaso se enterase el insomne Donald Trump, igual la lía parda. Leer más

18 de junio 2019

18/06/2019

Que Facebook barruntaba la creación de un medio de pago propio era algo que se sospechaba desde que en 2014 fichó a David Marcus, antiguo presidente de PayPal. Al año siguiente, añadió a Messenger una función para el envío de dinero entre usuarios, pero el experimento no gustó a nadie. Hasta que el pasado abril, Mark Zuckerberg anticipó a su parroquia de desarrolladores que Marcus encabeza el equipo que lleva más de un año trabajando en el lanzamiento de una moneda virtual o criptomoneda, cuyo anuncio formal está previsto hoy.

Esto es mucho más que una diversificación de un modelo de negocio que se basa en la recaudación publicitaria. Tiendo, desde mi mentalidad viejuna, a preguntarme por qué diablos Mark Zuckerberg, con tantos líos de reputación, en general relacionados con la privacidad de los datos de sus usuarios, se mete ahora – justamente ahora – en el frondoso jardín de los servicios financieros. Probablemente la respuesta sería que porque no puede echarse atrás, o porque es una inercia natural de su modelo.

Las criptomonedas – es decir, las que se basan en la tecnología de blockchain – emergieron hacia 2009 con la creación del bitcoin, pero no han logrado reconocimiento masivo, más allá de unos cuantos techies afines y algunos activistas. Tal vez porque han abundado las anécdotas negativas y porque los gobiernos y los bancos han estudiado a fondo el fenómeno pero no le dieron oxígeno.

Se presenta una circunstancia nueva. Si Facebook, con sus 2.400 millones de usuarios activos mensuales, no fuera capaz de ganar la confianza del público, ¿quién podría hacerlo? Bueno, incluso con una fracción de esa masa  bastaría para aumentar radicalmente el número de  feligreses de las monedas virtuales, pero para que ocurra antes habrá que superar no pocos obstáculos.

En primer lugar, Facebook necesita distanciarse de la sombra del bitcoin, para lo que su moneda se definirá como una stablecoin: su valor (esto es, su cotización como signo de aceptación) fluctuará vinculado al valor del dólar o, alternativamente,  a una cesta de monedas de referencia. No lo determinará un algoritmo que no rinde cuentas de la racionalidad de sus decisiones.

Aunque no satisfaga a los dogmáticos, esto  equivaldría a someterse (con alguna flexibilidad tolerada, claro) a las reglas dictadas por las autoridades monetarias, aunque sólo fuera para no incurrir en la sospecha de servir como instrumento de transacciones ilícitas. ¿Convalidarán la iniciativa los reguladores? ¿La bloquearán en sus jurisdicciones nacionales? Quizá sea el motivo por el que se ha dejado trascender la reunión que el fundador de Facebook mantuvo hace dos meses con el respetado Mark Carney, gobernador saliente del Banco de Inglaterra. El objetivo era conocer una opinión fundamentada e influyente.

Aunque se van a apoyar en una misma base demográfica – los usuarios de sus tres plataformas – Facebook y su moneda tendrán que separarse funcionalmente. Al parecer es la razón por la que la compañía ha registrado en Suiza una fintech bajo la figura jurídica de trust y la finalidad de desarrollar software e infraestructura relacionados con la tecnología DLP (blockchain), medios de pago, gestión de identidad y análisis de datos. Más claro:  Facebook cede la gobernanza de su instrumento monetario, lo que hay que interpretar como una medida defensiva contra las posibles acciones antitrust, a la vez que como una forma de descentralización que forma parte del ideario de los partidarios de las monedas virtuales.

El envite trasciende las fuerzas de Facebook, por lo que necesita compañeros de viaje. Ha convencido a Mastercard, Visa, PayPal, Uber y Booking.com, entre otros, para que financien con  10 millones de dólares cada uno la creación del consorcio suizo. Al final, es poco dinero y, como poco permitirá a esos socios meterse en la cocina de un instrumento que un día podría transformar sus modelos de negocio.

En  un comprensible deseo de legalidad, se ha especulado sobre el papel que podrían desempeñar Coinbase y Gemini como intermediarios en la conversión a monedas de curso legal. Por un lado, a Facebook le interesa que el vínculo flotante con el dólar sea visible, pero también que las transacciones dejen un margen que justifique la existencia de una moneda distinta. Hay dos aspectos curiosos en la versión publicada: Marcus dimitió hace meses (¿preventivamente?) del consejo de Coinbase, mientras que Gemini tiene algo precioso que aportar, cuenta con la autorización del estado de Nueva York para operar como cambista de monedas digitales por dólares.

Quedan demasiadas incógnitas en esta iniciativa: garantías de protección de datos personales, cómo presentar la información financiera y a quien, en cuántos países se lanzará inicialmente, extraterritorialidad de las transacciones, previsiones en materia de fiscalidad. Etcétera.

Uno de esos etcéteras es el efecto que tendría sobre el depreciado bitcoin: ¿acabaría con su menguada credibilidad al ocupar su lugar en el imaginario? O ¿le daría una renacida legitimidad? Como el asunto dará mucho que hablar próximamente, lo dejo en este punto. No sin antes dejar apuntado que esta iniciativa de Facebook, tanto si sale bien como si no, puede inspirar a otros – concretamente pienso en Amazon – interesados en emularlo o en corregirlo si fuera el caso.

Bosch muestra su arsenal de aplicaciones IoT

14/06/2019

Volkmar Denner

Tanto se había exagerado el potencial cuantitativo de Internet de las Cosas que tal vez se han perdido de vista otra dimensión, la cualitativa. El  grupo alemán Bosch declara haber conectado con sensores propios más de 10 millones de dispositivos, cifra que a algunos puede parecer corta: ¿no decíamos ayer que en 2020 serían miles de millones? La verdad es que 10 millones son muchos millones, sobre todo si se trata, como es el caso, de 250 proyectos en distintas áreas: desde plantas industriales a estaciones de recarga de coches eléctricos, desde tiendas minoristas a “inteligentes”, sin olvidar la agricultura, que ha resultado ser un inesperado filón para las aplicaciones de IoT. Leer más

13 de junio 2019

13/06/2019

Si por algo se ha caracterizado Oracle durante décadas ha sido por no hacer amigos, más bien lo contrario: su manera de entender los negocios es la competición a cara de perro. Originalmente contra IBM, muchos años contra SAP, ocasionalmente otras compañías de software, alguna de las cuales acabaría comprando. Las ha tenido tiesas con Google (ahí sigue) pero, en los últimos años, ha encontrado el enemigo perfecto, se diría que definitivo: Amazon Web Services. Días atrás, tras el anuncio de un acuerdo con Microsoft, he caído en la cuenta de que estos dos nunca habían formado una pareja y así se han evitado broncas.

El circunloquio viene a cuento de que las dos compañías han firmado un pacto de mutua conveniencia y con visos de duradero. Las aplicaciones alojadas en la nube de una podrán usar los servicios de la otra (o viceversa) según la dosis que escoja el usuario.

Es decir, que un software de Oracle podrá ejecutarse en Azure y otro de Microsoft conectarse a la base de datos de Oracle (ahora en su variante ´autónoma`) a la que en principio sólo se puede acceder vía Oracle Cloud. Como sabrán por experiencia los lectores, en esta industria, cuando dos se ponen de acuerdo lo normal es que vayan contra un tercero. Que viene a ser el irreconciliable enemigo de ambas, AWS, decidida a penetrar en el jardín de aquéllas.

De entrada, para que la fórmula funcione sin fricciones, ambas compañías han consensuado un sistema de identidad – básicamente Active Directory,  de Microsoft – que hace posible acceder a una gestión centralizada de las cargas en ambas nubes. Los datos podrán viajar seguros entre los respectivos centros de datos y los administradores podrán controlar qué recursos asignar en cada caso con una credencial única, en lugar de cuentas separadas. .

Curiosamente, el anuncio ha carecido de solemnidad: se ha limitado a la difusión de sendos comunicados firmados por los vicepresidentes que en cada casa llevan el negocio cloud. Scott Guthrie, mano derecha de Satya Nadella, deja claro en su blog que no se trata de algo excepcional para Microsoft, puesto que Azure ya integra software de rivales históricos, por ejemplo VMware, sin que ello canibalice los productos propios.

Don Johnson, contraparte de Guthrie en Oracle, no podría decir lo mismo: las conversaciones que mantuvo el año pasado con VMware se rompieron en octubre por razones nunca explicadas. De modo que un comentario al respecto tiene que empezar por el balance de fuerzas entre los firmantes del acuerdo. Qué gana cada uno. En teoría, Microsoft estará en posición de captar ingresos adicionales abriendo a los clientes de Oracle una puerta de acceso a Azure [interpreto que no van a necesitar Oracle Cloud]. Además, puede aspirar a atrapar cargas de misión crítica que son habituales en el perfil de cliente de Oracle.

¿En qué se beneficia Oracle? Esencialmente, el acuerdo dará más relevancia a su Autonomous Database, que Larry Ellison considera  como “nuestro producto más exitoso en 40 años”. El negocio de bases de datos, que ha sido la primera razón de ser de la compañía, ha entrado en una fase complicada para ella: AWS no sólo ha renunciado a usar la de Oracle, sino que promueve con ardor guerrero sus propias alternativas. Aunque también debo señalar que a Microsoft no le faltan opciones en ese campo: véase Azure Cosmos DB, presentada hace dos años, o la reciente Azure SQL Edge.

Las circunstancias que vive Oracle tienen un punto picante. Según noticias a las que la compañía no reacciona, estaría en medio de un recorte de plantilla en sus equipos, escindidos entre Silicon Valley y Seattle. Sería, aparentemente, síntoma de un cambio estratégico, a su vez precedido por la salida de la compañía de Thomas Kurian, quien hasta septiembre fuera VP responsable de este negocio. Kurian, según trascendió en su día, mantuvo una radical discrepancia con Larry Ellison (fundador, chairman y CTO de la compañía) que giraba en torno a la grave cuestión de cómo escapar al aislamiento que lastra su  estrategia cloud. Incidentalmente, conviene recordar que poco tardó Kurian en ser fichado por Google con igual rango corporativo.

Desde luego, el negocio cloud de Oracle no ha crecido ni remotamente al ritmo de Azure. Así como Microsoft pisaría los talones a AWS [no hay acuerdo entre los analistas], Oracle ocupa una posición relegada, cualquiera sea la acepción de cloud que se considere. En pocas palabras, Nadella ha conseguido reinventar Microsoft en torno a la nube, mientras Ellison sigue enfangado en la dicotomía entre dos modelos de negocio.

La semana próxima Oracle presentará los resultados de su año fiscal 2019. Mientras tanto, sus ingresos del tercer trimestre fueron de 9.600 millones de dólares (un descenso del 1%) con el ingrediente de que resulta imposible comparar el comportamiento del negocio cloud, porque en 2018 la empresa decidió cambiar su forma de desglosar las cuentas. Ante las quejas de los analistas, la co-CEO Safra Catz tiró de retórica: “en tanto que el porcentaje de nuestro negocio total de software, el cloud es hoy el doble del que era hace tres años; este comportamiento nos da la oportunidad de acelerar mientras [el modelo de negocio] sigue avanzando en su transición”.

Ahí está la clave. Por un lado, todo parece indicar que Oracle pierde gas en su negocio más tradicional, la base de datos y al mismo tiempo necesita ese flujo de ingresos mientras pena por no perder la rueda del pelotón que domina el mercado cloud. Descartados AWS y Google, sólo puede llegar a acuerdos tácticos con Microsoft.

Recientemente, Oracle convocó un seminario de periodistas en su sede de Redwood Shores, con la intención de explicarse mejor. Mark Hurd, el otro co-CEO, transmitió el siguiente mensaje: “en la primera parte de la década próxima, entre el 40 y el 50 por ciento de las cargas residirán en la nube; el año pasado, se cerró el 17% de los datacenter de Estados Unidos, señal de que las compañías está recortando seriamente su gasto fijo en TI”.

Lo que Hurd pretendía era demostrar por qué es irrefutable la necesidad de adaptarse al modelo cloud. “Por cada dólar de ingresos generado por el soporte de nuestra E-Business Suite (aplicaciones on-premise), recibimos de 3 a 4 dólares producidos por las aplicaciones en la nube”. Esta visión sin duda volverá a expresarse el miércoles 19, con los resultados del año fiscal. Estaré al loro.


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