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  26/08/2019

Elon Musk, infatigable aprendiz de brujo

Elon Musk parece abonado a los titulares. Su show más reciente ha sido la presentación en sociedad de Neuralink, una empresa que ha financiado desde 2017 con 100 millones de dólares. El emprendedor, dueño del don de convertir ocurrencias ´visionarias` en iniciativas corporativas, ha desvelado cómo funciona y qué espera de esta startup especializada en interfaces neurológicas. Es comprensible que la cuestión conlleveuna dosis de bruma informativa, tanta como de entusiasmos muy propios de Musk. Lo más sensato de la sesión lo dijo Max Hodak, presidente de la compañía: el objetivo es ayudar a personas con discapacidades físicas severas para que puedan controlar dispositivos sólo con su mente.

A estas alturas parece evidente que las dificultades crónicas de Tesla, su aventura más conocida, le aburren. Su favorita actual es Space X, de vuelos espaciales y en segundo plano A Boring Company, promotora del sistema de transporte Hyperloop. Por no hablar de la fantasiosa idea de que una explosión nuclear ´controlada` en Marte haría aflorar el agua que a largo plazo sería necesaria para su colonización. A menudo las ideas que expone Musk parecen extraídas de Amazing Stories, una popular revista que se publicó durante décadas hasta que el interés por la ciencia ficción se desplazó a la tecnología real.

Max Hodak, graduado en bioingeniería en 2012, dejó caer lo que quiso ser un elogio a su patrocinador: “nunca digas a Elon que algo es imposible, porque es muy capaz de violar las leyes de la física con tal de rebatirte”.

En la presentación se hizo hincapié en los beneficios que podrían ofrecer los implantes neurales desarrollados por Neuralink. Inicialmente: generar texto a partir de los pensamientos de una persona o mover el cursor del ratón con sólo pensarlo. En realidad, esto ya se logró por primera vez en 2006, en un experimento de la universidad Brown (Rhode Island) para tratar a un paciente parapléjico; luego se consiguió que otras personas discapacitadas controlaran mentalmente una tableta.

En estos y otros antecedentes científicos se inspira el proyecto de Neuralink. Las interfaces cerebrales (BCI, brain-computer interface) miden las señales eléctricas de la actividad neuronal, las decodifican y las traducen en comandos para un ordenador. Este campo de investigación contempla al menos dos formas de llegar al objetivo: emplazar electrodos bajo la piel, su forma no invasiva, o implantarlos en el cerebro para que estén en contacto directo con las neuronas.

CTRL-Labs, financiada en parte por Amazon, aplica la técnica no invasiva, mientras Neuralink se decanta claramente por la vía invasiva. mediante el desarrollo de un chip que contiene 96 hilos de polímero extremadamente finos, con 32 electrodos cada uno. Para implantarlos en el cerebro, ha inventado un robot quirúrgico que tras practicar una minúscula incisión, inserta un sensor de 4mm x 4 mm. En ocasiones anteriores, otros científicos han establecido que el número máximo de electrodos que podrían implantarse sería de unos 300, pero Neuralink cree que podría multiplicar por diez el supuesto límite.

Lo que hace el sensor N1 de Neuralink es registrar las señales eléctricas generadas a partir de un impulso nervioso que conecta unas neuronas con otras y,  en definitiva, dar órdenes al cerebro. La información que se mide son los picos de actividad eléctrica creados por una neurona determinada.  Todos los datos llegarían a un dispositivo colocado detrás de la oreja (podría ser un implante coclear) controlado por bluetooth

Hasta el momento, según Hodak, se han practicado 19 cirugías en ratas, pero Elon Musk le birló los titulares al afirmar que un primate al que se había implantado un sensor N1 llegó a controlar brevemente un ordenador [se excusó, claro, de dar más detalles). Neuralink ha iniciado los trámites para que la agencia federal FDA le autorice a iniciar ensayos clínicos en individuos humanos con lesiones cerebrales irreversibles.

A largo plazo, la meta de Musk es la “simbiosis” entre el cerebro y la inteligencia artificial. Es conocida su tesis – contradictoria con la postura optimista de la industria – según la cual la IA podría llegar a ser una amenaza para la humanidad. Lo que le interesa personalmente – dijo – es la posibilidad de evitarla aportando al cerebro una interfaz directa con la IA para prevenir que esta desarrolle hostilidad hacia el hombre. Hodak pasó de puntillas sobre los alcances filosóficos y éticos de la cuestión para centrarse en la descripción del prototipo desarrollado hasta el momento.

Mientras camina hacia el horizonte esbozado por su benefactor, la compañía se plantea logros que alientan esperanzas. Teóricamente, su tecnología podría aislar las señales neuronales que controlan, por ejemplo, el movimiento de las piernas, y simularlas para permitir que unos miembros paralizados volvieran a funcionar. Aun así, queda mucho por investigar para llegar a ese hito. La diferencia entre Neuralink y otros trabajos con interfaces cerebrales es que en su caso el dispositivo tendrá orientación al público general.

El debate ético está servido. Aunque Musk no se inscribe en la pretenciosa corriente de la “singularidad”, en su proyecto subyace el aliento utópico del Silicon Valley, la noción de que el progreso tecnológico encontrará la solución a todos los problemas de la humanidad. Desde luego, no está a la vista: ya se discuten abiertamente las consecuencias negativas de la conexión permanente, así como la inestabilidad colectiva que han propiciado las redes sociales, ayer tan admiradas como hoy sospechosas.

Antes de que la FDA apruebe ensayos clínicos en humanos, Neuralink tendrá que convencerla de que no hay peligro de daño a los vasos sanguíneos que pudieran provocar miniderrames cerebrales. Otro de los problemas no resueltos es la degradación de los electrodos. Para justificar el implante de un dispositivo electrónico en el cerebro será necesario que funcione al menos durante cinco o diez años. Es una tarea complicada, dado que el cuerpo humano tiende a degradar, expulsar o aislar los cuerpos extraños, más aún en una zona tan sensible. Estas son reservas a las que no da respuesta el documento distribuido, que por cierto lleva la firma de Musk, con exclusión de los científicos en nómina.

Tal vez sea por estas incógnitas que CTRL-labs prefiere las técnicas no invasivas para extraer la información desde fuera del cerebro. Su fundador y CEO, Thomas Reardon, elogia los trabajos de Neuralink pero encuentra una pega: “ellos se han enfocado en captar la señal [pero] lo más difícil es decodificarla: el output es la madre de todos los problemas de machine learning”

En lo que respecta al plano puramente TIC, la inquietud es irremediable. La cantidad de información que la compañía obtendrá a partir de la actividad neuronal de los usuarios asusta sólo con pensar en ello. La integración con aplicaciones de terceros, las brechas en la privacidad y los eventuales ciberataques son algunas amenazas tangibles.

Musk hizo gala de que el enfoque de Neuralink está muy delante de otros que trabajan con hipótesis similares. Es opinable. DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) lleva años interesada en la neurobiología aplicada a usos militares. En mayo, anunció un programa de financiación de  seis proyectos para desarrollar interfaces bidireccionales entre cerebro y máquina. Uno de ellos, de la universidad Carnegie Mellon, pionera en este campo.  Incluso Facebook Research explora la hipótesis de un dispositivo que podría permitir escribir mensajes directamente desde un pensamiento.

Por tanto, la startup de Musk, con un centenar de empleados, no está sola. Su proyecto suscita dudas: solamente calcular de cuántas formas diferentes pueden enviar sus señales 80 neuronas, en una secuencia ordenada, arroja un número inimaginable de variantes posibles. A esto hay que añadir que el cerebro de cada individuo es diferente, lo que deja abierta la cuestión de cómo encontrar la neurona adecuada para cada función. El conocimiento sobre el cerebro es insuficiente para reducirlo a patrones que permitan almacenar y codificar la información (esta vendría a ser la objeción de Reardon). Registrar la actividad cerebral al mismo tiempo que se estimula ha resultado complejo en otras investigaciones, pues unas señale interfieren con otras. Neuralink no ha explicado cómo va a resolver este y otros problemas.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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