Dos noticias sobre OpenAI han coincidido en los medios el mismo día, no por casualidad. Una confirma el anticipo de que “en un par de semanas” presentará su nuevo producto de inteligencia artificial, un potente modelo de lenguaje (LLM) bautizado como Strawberry, proyecto que en su día provocó una escisión temporal en la compañía. La otra, el anuncio de que, con ayuda de un fondo de inversión, busca recaudar 5.000 millones de dólares sobre la hipótesis de que valdría 105.000 millones, cifra insólita para una startup que aún no ha dicho que gane dinero. El nexo entre ambas noticias parece estar en el agotamiento del dinero aportado por Microsoft en virtud del acuerdo firmado en enero de 2023.
Según se ha informado, Strawberry (nombre provisional destinado a perdurar) será capaz de resolver problemas matemáticos que exceden la capacidad de los actuales modelos de IA generativa. Las prisas por presentar Strawberry vendrían motivadas por la competición desencadenada por Ilya Sutskever, ex director científico de OpenAI, quien con otros tránsfugas ha lanzado su propio proyecto de “superinteligencia” para el que otros inversores le habrían prometido 1.000 millones. Por su parte, el fundador de OpenAI, Sam Altman, se queja de que Sutskever se llevara consigo conocimientos adquiridos cuando ambos trabajaban juntos. Suele ocurrir.
¿Qué se sabe de Strawberry aparte de su imaginativo nombre? Más bien poco, por ahora. Que se aparta de los precedentes modelos de IA en una primicia determinante: sería capaz de razonar. O, para decirlo con más propiedad, se tomaría entre 10 y 20 segundos antes de confirmar la validez de su respuesta al problema planteado. A diferencia de la instantaneidad de los modelos actuales, acusados con frecuencia de cometer errores que serían intolerables en un ser humano.
El medio californiano The Information [nada que ver con el órgano del mismo mismo nombre de la derecha española] informa que Strawberry se integraría en ChatGPT como una opción dentro de esta plataforma con un interfaz propio y con una estructura de precios propia, basada en el número de mensajes que los usuarios envíen cada hora. Aún con imprecisión, se sugiere que en lugar de una versión gratuita y otra de pago a razón de 20 dólares mensuales, como es la práctica de ChatGPT, la suscripción a Strawberry podría llegar hasta 2.000 dólares.
Mike Wheatley, autor de la crónica en The Information, añade que el nuevo modelo tendría ciertas limitaciones. Una de ellas es que, al menos inicialmente, sólo procesaría consultas en modo texto, a diferencia de GPT-4o, también de OpenAI, cuya capacidad multimodal le permite responder queries formuladas con imágenes.
Originalmente con el nombre en código de Q, el proyecto se discutió dentro de OpenAI como un salto precipitado en la persecución de la AGI (Artificial General Intelligence) que supuestamente llegaría a superar las capacidades cognitivas humanas. Aquellas discusiones un tanto abstractas degeneraron en una fulminante destitución de Altman, que días después fue revertida gracias a los buenos oficios de Microsoft, temeroso de haberse comprometido con una pandilla de chalados de la ciencia ficción [digresión: de allí que Satya Nadella fichase a Mustafá Suleyman para encabezar sus proyectos con la IA generativa].
De lo que no hay duda es de que el salto adelante costará mucho dinero y esto explica la simultaneidad con la segunda noticia. Sam Altman ha convencido a la firma Thive Capital para encabezar con 1.000 millones de dólares una ronda de financiación que, sujeto a confirmación, debería procurarle una inyección de capital de 5.000 millones. A partir de esta información, se hace difícil seguir el hilo: 1) ¿participará Apple excepcionalmente de la ronda, en consonancia con la promesa de integrar ChatGPT con su propuesta de Artificial Intelligence?, 2) ¿acaso entrará Nvidia, de la que se dice estaría interesada en asomarse a la otra cara del negocio de IA, sus aplicaciones al mundo real?, 3) pasará esta vez por el aro Microsoft e invertirá más dinero para no perder la pista a las aventuras de Altman?
Entretanto, algunos accionistas originales de OpenAI ofrecen títulos de la compañía a precios que equivalen a una capitalización de 100.000 millones de dólares, un multiplo fabuloso de lo que invirtieron. Ni cortos ni perezosos, los gestores de Thrive Capital han fijado como valor de referencia la cifra de 106.000 millones de que hablan las informaciones periodísticas. Puede añadir picante al asunto el saber que el fundador de Thrive Capital se llama Joshua Kushner y es hermano de Jared, el yerno de Donald Trump.
Para más complicación, OpenAI tiene pendiente resolver una cuestión que atañe a su naturaleza como empresa. Cuando Altman fundó la startup en 2015, la IA generativa era una quimera, por lo que la diseñó con una doble estructura. Técnicamente los inversores que le apoyan no son accionistas de la cabecera, definida como empresa no lucrativa, sino de otra a la que por estatuto corresponden los beneficios que genere la primera. En algún momento, el fundador tendrá que normalizar este galimatías corporativo para ser cabalmente aceptado en su condición de capitalista y no como el visionario que pretende parecer.