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  26/01/2023

Microsoft capitaliza su iniciativa en OpenAI

Lo que empezó siendo un rumor viral, ya es oficial. Microsoft ha anunciado una inversión de “varios miles de millones de dólares” [10.000, al parecer, pero sin confirmación oficial] en la empresa OpenAI, laboratorio californiano de Inteligencia Artificial que ha dado abundantes titulares (y alguna jarana) desde diciembre. La letra del anuncio estaba pensada para no incurrir en objeciones regulatorias y a la vez eludir los recelos de otras compañías – Google, Meta, Apple o quizás Amazon – potencialmente interesadas en los frutos de sus investigaciones. La única suspicacia se ha debido a que el comunicado se difundiera un día antes de comunicar al mercado los resultados trimestrales de Microsoft.

Sam Altman con Satya Nadella

Con el acuerdo, que es prolongación de los 3.000 millones ya invertidos en OpenAI, Microsoft se asegura una posición privilegiada para acceder a los progresos de la llamada IA generativa. Se trata de una tecnología que permite generar textos, imágenes y otros códigos en respuesta a consultas del usuario. Su chatbot ha tenido la virtud de responder consultas con claridad y en una prosa de estilo plano con buena puntuación. Aparte del obvio interés científico que presenta, era inevitable que fuera recibida con un papanatismo desmedido.

Para ambas partes, la maniobra propagandística parece haber salido muy bien. OpenAI se ha anticipado al agotamiento de sus fuentes financieras – Elon Musk no está para dispendios – con la iniciativa de liberar una de sus tecnologías. Esto le ha permitido eludir el parecer de quienes aconsejan sacar la empresa a cotizar en bolsa prematuramente. El interés de Microsoft apunta a un ámbito más centrado en la integración de la IA en sus productos de productividad y herramientas de desarrollo.

El bot conversacional ChatGPT – todavía es inmaduro pero eficaz según lo que se espere de él – se inscribe en esa clase de novedades de las que se nutre el sector tecnológico para vender el futuro como una mercancía. Su inquietante habilidad para ofrecer respuestas a preguntas en lenguaje natural ha avivado unos titulares según los cuales ciertas profesiones estarían en peligro: desde los programadores a los profesores, pasando por los periodistas (si estos no se extinguen al someterse a los dictados del marketing).

La idea de que, en algún momento no lejano, un buscador que haga uso de la IA de OpenAI pudiera derrumbar el imperio de Google, es una de las más audaces que se han publicado. Sí, en teoría, Microsoft podría valerse de esa tecnología para relanzar su propio buscador Bing, cuya cuota de mercado es minúscula. Sería un buen argumento narrativo, pero de ninguna manera el único objetivo de su contribución dineraria.

Con esos 10.000 millones adicionales, OpenAI quedaría hipotéticamente valorada en 29.000 millones y Microsoft pasaría a controlar un 49%. Pero si intentara fagocitarla como accionista de control, estaría alterando las reglas de juego. Porque OpenAI fue creada como organización no lucrativa en 2015 y tres años después, su CEO Sam Altman – fundador de la incubadora Y Combinator – comprendió que era necesario eliminar esa condición para captar inversores que financiaran sus investigaciones.

En todo caso, Microsoft ha querido evitar la imagen de gran corporación que absorbe una empresa joven e innovadora. Por esto, su evidente interés económico se presenta diluido en el comunicado que firma Nadella: “en la próxima fase de nuestra asociación, los desarrolladores y las organizaciones en diversos sectores tendrán acceso a la mejor infraestructura de IA, con modelos y herramientas a su disposición a través de Azure”.

La relación entre ambas compañías no es reciente. En 2018, Microsoft invirtió 1.000 millones de dólares, a los que en los años siguientes añadiría otros 2.000 millones. El acuerdo implica que los desarrollos de OpenAI podrán incorporarse en sus productos: de hecho, el buscador Bing integra como herramienta de creación de imágenes el programa Dall-E 2, también de la startup.

En 2020, OpenAI lanzó GPT-3, basado en una red neuronal especializada en la tarea de predecir la siguiente palabra de una secuencia textual. El modelo se entrenaba mediante lo que en la jerga se conoce como RLHF (reinforcement learning from human feedback). Y Microsoft obtuvo como premio una licencia exclusiva sobre esa tecnología.

Cualquiera podría preguntar por qué Google – supuestamente amenazada por esta iniciativa – se ha mantenido al margen. Quizá fuera porque no la invitaron, aunque otra explicación consistiría en que trabaja en su propia tecnología, LaMDA (Language Model for Dialogue Application) que tiempo atrás fue objeto de polémica cuando un miembro del equipo de desarrollo fue despedido tras alardear de que el chatbot tenía conciencia.

En la comparación, parece ser que la tecnología de Google es inferior, al trabajar con menor número de parámetros, de lo que deriva su imprecisión. Además, como líder observado por los reguladores, Google tiene que andar con pies de plomo: una cosa es hacer I+D y otra implementar un chatbot, en su buscador que usan miles de millones de personas y cuya cuota de mercado se estima en el 95%. El impacto de cualquier cambio importante en un producto tan masivo no se puede decidir a la ligera.

A lo anterior se añade una opinión muy extendida: debido a la envergadura de la información que maneja Google, transformar las consultas al formato de pregunta/respuesta, como el que propone Chat GPT, tardaría años en cristalizar en los hábitos adquiridos por los usuarios. Y si no se cristalizara, no está claro cómo monetizarlo

La idea de desplazar un buscador por otro puede ser sugestiva, pero es poco realista. Para que esa competencia se materialice, OpenAI – o quien licencie su tecnología para construir un buscador alternativo – tendría que limar muchas aristas, como el irritante criterio de autoridad que asoma en las respuestas de ChatGPT: bastaría un error para que el usuario perdiera la confianza y empezara a dudar de los resultados que recibe.

Por supuesto, la complicidad entre Microsoft y OpenAi tiene una base muy difícil de igualar: el volumen de datos que gestionan las herramientas de la primera. Incluso con las mayores garantías, su tratamiento anónimo sería la base para profundizar las capacidades de ChatGPT.

Naturalmente, esos desarrollos son costosos. Si al principio no había ánimo de lucro, ahora lo hay, aunque sólo fuera por supervivencia. OpenAI ha estimado que cada respuesta de su charbot le cuesta unos pocos céntimos, dato que Sam Altman ha publicado en su blog. Así, céntimo tras céntimo, el software provoca una hemorragia de dinero que necesariamente hay que taponar, sobre todo si para saturarlo se incentiva el tráfico. OpenAI ha prometido lanzar una versión de pago de Chat GPT, aunque sin prescindir de la gratuita.

Lo que lleva a otra cuestión clave, el eventual modelo de negocio de OpenAI, suponiendo que se mantenga independiente. A tenor de los precedentes, se pueden contemplar cuatro posibilidades: 1) cobrar por el acceso a las API, 2) modelo freemium, 3) gratuidad para individuos más tarifa para empresas, una tarifa para empresas, y 4) suscripción.

Quedan muchas otras cuestiones discutibles. Por ejemplo: es razonable que Microsoft aspire a apuntalar con una fuerte dosis de IA sus negocios más lozanos. Entre otras cosas porque tras años de esfuerzo de su rama Microsoft Research han dado resultados poco competitivos. Segundo, porque las API de OpenAI podrían dar un empujón a Azure.

Si algo ha mostrado Satya Nadella desde su elevación al mando, ha sido una gran habilidad para capitalizar oportunidades de crecimiento derivadas de la digitalización. Su inversión de 10.000 millones en OpenIA le permitiría negociar en términos favorables unas licencias para usar esa tecnología en la suite Office 365, así como en productos aparentemente subsidiarios – como LinkedIn o Nuance – así como en la plataforma repositorio de código GitHub, que es de su propiedad desde 2018.

En cualquier caso, la implementación de esta forma de IA en productos ya establecidos en el mercado no carece de contraindicaciones. Algunas de las funciones de ChatGPT, como la creación automática de textos, pueden desembocar en usos malsanos o ilegales, como el envío de mensajes fraudulentos o la proliferación de noticias falsas, como ha sido probado por algunos usuarios “bromistas”.

En el capítulos de las pegas, se podría citar la necesidad de corregir uno de los mayores defectos de ChatGPT, como es su incapacidad para distinguir entre realidad y ficción en un texto. Lo que suele ser sencillo para cualquier ser humano, está fuera del alcance de un software que solo ordena palabras según la información que rastrea en Internet: mucha de esta información no está etiquetada, por lo que el programa tiene que darla por buena.

Desde luego, es innegable que los chatbots actualmente en uso son todavía elementales y tienen mucho que mejorar. Pero sirven como apoyo a ciertas tareas o a la automatización de otras. El ruido que se ha formado alrededor de ChatGPT vendría a confirmar la tesis de que el mercado tecnológico se mueve al albur de tendencias. Ahora mismo, cuando se han desinflado algunas que florecieron en 2022, la IA aparece como la nueva piedra filosofal.

OpenAI, ha sido perfecta. Se ha anticipado al agotamiento de su financiación con la iniciativa de liberar una versión de su producto más atractivo. Esto le ha permitido eludir el consejo de sacar la compañía a bolsa, lo que hubiera sido completamente prematuro. De paso, ha dejado correr en el mercado la hipótesis de que en tal caso, OpenAI tendría un valor de 29.000 millones de dólares.


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