wp_head() ?>
Las telecos europeas llevan años hablando de consolidación, de la necesidad de ganar tamaño más allá de sus fronteras. Ha habido operaciones importantes, pero muchas se han quedado en el camino. Porque algún regulador avisó que las bloquearía, porque los protagonistas se pusieron la venta antes de la herida, porque la política y/o el chovinismo se metieron por medio [pienso en las combinaciones TEF/PT o TEF/TI]. Hubo y hay, alternativas para crecer en otras regiones, y así los ´incumbentes` fueron dibujando un mapa en el que Telefónica se centró en América Latina; Vodafone y Orange en las dos costas africanas; Deutsche Telekom se quedó cerca de casa, mientras sueña con desembarazarse de cara aventura en EEUU; y los operadores nórdicos han echado anclas en Asia Central o incluso más allá. Este mapa tiene borrones: algo se mueve en Brasil, Telefónica pretende engordar en México, Vodafone trata de ampliar su negocio en India, etcétera.
Son horizontes lejanos. Ahora parece que 2014 podría ser un año de consolidación también en Europa, siempre que las autoridades fueran más flexibles, como lo han sido con la entrada de Carlos Slim en Holanda y Austria. Yoigo ha dejado de estar en las quinielas. Pero la noticia del mes es oferta de compra de Ono por Vodafone, que ha sido recibida «a puerta gayola» [que me perdonen los antitaurinos] con el pretexto de dar tiempo a una salida a bolsa que, presuntamente, tendría la virtud de subir el precio por encima de los 7.000 millones. Digo presuntamente, porque el tiro podría salir por la culata a los fondos que controlan la propiedad (y la deuda) de Ono. Claro que podría haber otros candidatos instrumentales, interesados en encarecer la factura de Vodafone.
Cuando Vittorio Colao anunció la venta de su participación en Verizon Wireless, eludió decir cuánto dinero del botín destinaría a adquisiciones. Una vez calmados los accionistas, ya pudo ser más preciso el otro día, al decir que «en los próximos años» dedicará entre 30.000 y 40.000 millones a salir de compras, pero añadió algo que pudo sonar presuntuoso: «ninguna compra es demasiado grande para nosotros si tiene sentido estratégico». Una vez releída, la frase no es chulería, sino reconocimiento de que su prioridad es corregir la debilidad de origen de Vodafone, que tiene poca infraestructura fija para redondear ofertas convergentes y de quadruple play. Para esto compró Kabel Deutschland y a lo mismo se deben las ganas de comprar Ono. Para Vodafone, Europa y los servicios a empresas son objetivos claros, pero no renuncia a seguir creciendo en ciertos mercados emergentes. El propio Colao aportó otra medida de su ambición: Vodafone podría pasar de su actual 17% del negocio mundial de las telecos a representar el 23%.
No hay constancia de que Orange esté haciendo movimientos parecidos, pero tampoco sería extraño tener noticias que contar próximamente. Por su lado, Deutsche Telekom confía en que la nueva FCC estadounidense autorice lo que el año pasado amenazó con vetar: una fusión entre T-Mobile y Sprint (ahora propiedad de Softbank); si la compañía alemana lo consigue, podría reducir la deuda, y al mismo tiempo crecer en la República Checa [un mercado clave para ella] y comprar las cuotas de sus socios en Grecia y Eslovenia.
Los hechos y conjeturas precedentes tienen una pega: a más ambición, más difícil se hace convencer a los reguladores de que una consolidación es, más que conveniente, necesaria, entre otras medidas, para recuperar la salud del sector.
Hay quien dice que el analfabetismo de hoy día es la carencia de acceso a Internet. Otros, como Jean-Philippe Courtois, presidente de Microsoft International, simplemente niegan todo futuro a nuestra civilización “si no enseñamos a los jóvenes a trabajar con las nuevas tecnologías”. La llamada brecha digital determina en buena medida las desigualdades existentes entre las sociedades del planeta y el estilo de vida de sus ciudadanos. Precisamente a analizar su repercusión se dirige el estudio “How personal technology is changing our lives”, presentado en el reciente World Economic Forum (WEF) por Microsoft. Su conclusión general: las TI están transformando el mundo, pero hay matices. Leer más
A raíz del escándalo de espionaje electrónico masivo de la NSA – también llamado ´caso Snowden` – me he aficionado a leer materiales sobre ciberseguridad. En eso estaba cuando descubrí en DefenseOne una noticia llamativa: el departamento de Defensa (DoD, más conocido como Pentágono) es propietario de 470.000 smartphones Blackberry, una base instalada que para sí quisieran otras marcas. Según el reportaje, en el momento más crítico para la compañía canadiense, que precipitó la destitución del CEO, Thorsten Heins, los mandos del Pentágono se alarmaron ante el eventual riesgo de seguir dependiendo de un proveedor único [que, además, pudiera caer bajo la propiedad de una empresa extranjera no fiable]. En ese momento, se autorizó el uso de dispositivos iPhone y Samsung en ciertos órganos de la defensa estadounidense.
En diciembre, tras asegurar BlackBerry su continuidad y con el ascenso del respetado John Chen al puesto de CEO, fuentes del Pentágono dijeron a Defense One que el 98% del parque de dispositivos móviles seguirá siendo aportado por BlackBerry, en virtud de la experiencia de seguridad que les ofrece. Más aún: se ordenó que «varios miles de ´Droids and iThings` sean desconectados del servicio interno Good Mobile Messaging antes de finales de marzo, porque no garantizan el mismo nivel de seguridad. La preferencia por BlackBerry – que alcanza incluso a la tableta Playbook, que no se comercializa desde hace por lo menos un año – se mantiene, por tanto. Son los únicos dispositivos que reciben la calificación ATO (authorized to operate), indispensable para que un dispositivo comercial pueda conectarse a las redes de las fuerzas armadas.
Sin embargo, los problemas de BlackBerry han sido una llamada de atención, y la pluralidad de suministradores es cuestión de tiempo. Este mismo mes empezará a funcionar un nuevo sistema de gestión del parque de dispositivos móviles, una suerte de MDM apropiado a las exigencias de máxima integridad de la información. El proyecto, en el que han invertido 16 millones de dólares y se consumará en setiembre, pretende que unos 300.000 usuarios militares sólo tendrán acceso a los datos que están autorizados a utilizar, y que sus móviles no corromperán las redes. De la información no se deduce claramente que los militares podrán usar sus dispositivos personales – un tema polémico donde los haya – en aplicación del concepto BYOD que ahora se predica para las empresas.
Lo novedoso del proyecto no está en el cifrado de datos (previsible) sino en que contará con una appstore bastante peculiar. Según la información pública, ya han evaluado 16 aplicaciones y 90 programas antes del lanzamiento oficial de la tienda. En torno a mayo, se incorporarán al sistema paquetes estándar de software de productividad, como Office. Una vez implantado el sistema, se levantaría la restricción a otros proveedores, y está previsto admitir el uso de móviles iPhone 4S y 5, Galaxy S5 y Motorola RAZR [habrá que ver si la compra por Lenovo no altera el plan], y tabletas iPad y Galaxy Tab y Note. En este contexto, el jefe de estado mayor del ejército de Estados Unidos, general Ray Odierno, aparece declarando a Defense One que ya es hora de adoptar «el uso de smartphones en los frentes de batalla».
Las palabras del general habrían sido las siguientes: «puedo comunicarme desde este despacho con los cinco continentes, pero las comunicaciones del ejército en operaciones requieren 50 camiones y 300 soldados especialistas. Nuestros sistemas de mando y control son arcaicos».
Una vez que Steve Ballmer ha entregado los atributos de su cargo a Satya Nadella, es tan lógico preguntarse por lo que hará desde su posición el CEO entrante como por valorar el legado del CEO saliente. Esto exigiría, con seguridad, despegar al personaje real de la caricatura que él mismo ayudó a crear. Hay una frase de Nadella que define a Ballmer mejor que cualquier video de You Tube: «para tratar con Steve, debes ir con todos los detalles; si no los tienes, mejor no vayas». En buena medida, la crónica que sigue es deudora de la entrevista que le hizo Mary Jo Foley poco después de que Ballmer anunciara su retirada. Fue la última que concedió, y se publicó en Fortune en diciembre. Leer más
Este fin de semana me he reencontrado con la prensa mexicana, tan colorista y al mismo tiempo más comedida que la española cuando escribe sobre las empresas de su país. Para alguien como yo, que lleva años sin visitar México, tenía interés en indagar sobre el rumor acerca de las negociaciones entre Telefónica y la empresa local Iusacell, que debería conducir a una «fusión» valorada en unos 6.000 millones de dólares, según leo en El Financiero. Mi amigo Paco tuvo que explicarme detalles relativos al rumor, que él da por veraz. Le creo, porque sé de sus amistades.
Para entender de qué se trata, antes es preciso saber que en México hay 102 millones de clientes de telefonía móvil y menos de 20 millones de líneas fijas, un desfase que dice mucho de la estructura del mercado. Durante décadas, los dos negocios han estado monopolizados por las empresas Telmex y Telcel, adscritas al grupo América Móvil, controlado por Carlos Slim. Telefónica entró en el mercado mexicano en 2001, y ha llegado a conquistar una cuota del 19% del mercado de telefonía móvil, mientras que Telcel controla el 71%. Iusacell, propiedad conjunta de los dos grupos que controlan la televisión en el país (Televisa y TV Azteca), tiene el 7%, lo que significa que incluso fusionadas aquellas serían minoritarias frente al todopoderoso Slim. Las habladurías dicen que en una fase posterior, podría estar en venta Nextel, cuarto operador con un irrelevante 3%.
Tras haber crecido mucho en 2011 y 2012, Iusacell está sufriendo una sangría de clientes, y sus propietarios parecen interesados en replegarse a su negocio natural, la televisión, en el que se sienten amenazados por los proyectos de Slim, que acumula activos y derechos exclusivos de retransmisión (los del Mundial de Fútbol, por ejemplo). Este juego de rivalidades cruzadas se ha encrespado en el contexto político actual. Una de las grandes reformas lanzadas por el presidente Enrique Peña Nieto (PRI) e incorporadas a la constitución es la del mercado de telecomunicaciones, en espera de las llamadas «leyes secundarias» [que en España llamaríamos reglamentos]. Contemplan múltiples aspectos, entre ellos un nuevo reparto de espectro y el despliegue de una red pública de banda ancha a escala nacional, que sería explotada por concesionarios privados, previsiblemente los tres grupos mencionados. Con un matiz: tanto Slim como sus rivales de Televisa y Azteca, aspiran desde las posiciones actuales, a operar sobre esa infraestructura sus respectivos proyectos de televisión por Internet, una novedad en el país.
En este forzoso replanteo del mercado, América Móvil ha hecho saber que en 2014 va a invertir 10.000 millones de dólares en México y Brasil, sus dos prioridades. Por su lado, el presidente de Telefónica de México y Centroamérica, Francisco Gil Diaz [ex ministro de Hacienda] ha declarado que las inversiones de su empresa están condicionadas al contenido de las «leyes secundarias» pendientes en el parlamento.
En espera de conocer los resultados finales de 2013 [se presentarán el 27 de febrero] los ingresos de Telefónica en México ascendieron a 1.178 millones de euros entre enero y setiembre (0,3% de aumento) con un ebitda en caída del 31%. Estas cifras permiten entender por qué necesita ganar volumen para estar mejor preparada frente a la inminente recomposición del segundo mercado más importante de América Latina, en el que la penetración de la telefonía móvil es todavía del 87%.
Es uno más – y no el menor, desde luego – de los muchos frentes en los que la compañía española tropieza con Carlos Slim, últimamente interesado en instalarse como operador en Europa. De mis lecturas y un par de llamadas telefónicas, creo haber entendido que a Slim no le disgusta la instauración de un duopolio en la telefonía, siempre que le sea útil para reforzar otro de sus conflictos permanentes, el que mantiene con Televisa, otro polo de poder económico (y político) en México.
Algún día, ojalá pronto, se escribirá un libro sobre el relevo de Steve Ballmer como CEO de Microsoft. Podría titularse «La peor manera de buscar un sucesor». Lógicamente, el primer capítulo debería explorar qué razones llevaron a Ballmer a anunciar su retirada seis semanas después de poner en marcha una radical reorganización, y cuál fue el papel que jugó el fundador, Bill Gates, en esa decisión. El hipotético libro tendrá que dedicar muchas páginas a describir el proceso de selección de candidatos, y por fin analizar el misterio de por qué fueron necesarios seis meses para encontrar a Satya Nadella, un candidato tan cercano que estaba en el edificio 35 del campus de Redmond. Leer más
No le faltan motivos a Microsoft para indignarse por el acuerdo a que han llegado Google y el equipo de Joaquín Almunia. El tratamiento que ha recibido Google es condescendiente, si se compara con el aplicado a Microsoft en tres expedientes que acabaron en sanciones pecuniarias por 1.957 millones de euros en total; a Google, en cambio se le dieron avisos sucesivos para al final llegar a un acuerdo «voluntario» cuya eficacia es discutible. No es menos cierto que mientras Steve Ballmer instruyó a sus abogados para ir a la confrontación, Eric Schmidt supo pactar, o hacer como que pactaba. Me consta que Almunia no es un perro de presa como Neelie Kroes [conocida por el mote de Steelie Neelie], que sacó adelante los expedientes contra Microsoft.
El compromiso alcanzado es benigno para Google, como lo fue el que a comienzos de enero cerró el caso abierto por la Federal Trade Commission (FTC) de Estados Unidos: cambios cosméticos en la presentación de resultados de búsqueda, sin penalización, sin admisión de malas prácticas y sin modificación del algoritmo, que es la salsa secreta del negocio. Durante el procedimiento, se insinuó que Almunia demoraba la conclusión del expediente dando a Google sucesivos plazos, en espera de que acabara el de Washington. Ahí queda la sospecha de que si la FTC hubiera sancionado a la empresa, tal vez la CE no hubiera cerrado el caso de la misma manera, y de que – como en tantos otros asuntos – se ha querido evitar un enfrentamiento entre Bruselas y Washington.
Como los lectores seguramente saben, el litigio se origina en 2010, por iniciativa de varios sitios web [que al efecto hicieron piña con Microsoft] denunciantes de lo que entendían como preferencia de Google al dirigir las búsquedas – y por tanto los clics – hacia su propio motor, rezagando deliberadamente las alternativas para impedirles competir en la captación de publicidad. Los servicios de la CE dicen no haber encontrado rastros de manipulación, por lo que se conformaron con obtener un remiendo que no satisface a los denunciantes pero contenta a la denunciada.
Ese remedio consiste en abrir una ventana en la página de resultados para tres buscadores ajenos, que deberán ser «comparables y claramente visibles». Los denunciantes, a través del consorcio ICOMP sugieren que Almunia ha sido engañado por Google. Por su lado, un portavoz del comisario ha hecho saber que ha preferido aceptar las concesiones – que en diciembre calificaba de inaceptables – porque forzar una sanción «hubiera prolongado el conflicto durante años sin ningún efecto inmediato».
Lo que irrita a los denunciantes es que, a cambio del derecho a exponer sus resultados en la página de Google, deberán pagar por el espacio que ocupen, a precio de subasta. Debe ser la primera vez que un proceso por presunta infracción a la competencia se salda concediendo a la empresa denunciada un flujo de ingresos nuevos, pero no hay duda de que es un reflejo de la naturaleza de este peculiar mercado, inventado y explotado por Google sin que nadie acierte a hacerle sombra.
Los buscadores, como otros fenómenos online, son propicios a la formación de monopolios. Apple ha sido investigada por la FTC y ahora se cuestionan sus prácticas comerciales en la AppStore. Eventualmente podría ocurrir con Facebook, según cómo actúe para monetizar su dominio del negocio que generan las redes sociales. Llevando la hipótesis al extremo, ¿veremos algún día a Google actuar como denunciante de abusos ajenos?
No, este newsletter no va (todavía) de Microsoft ni de Satya Nadella. Mi tema de hoy es lo que podría llamar «la paradoja de ARM». Ya saben: esa pequeña compañía de Cambridge cuyos diseños de procesadores están en el 95% de los smartphones que se venden en el mundo. En 2013, sus ingresos totales crecieron un 24% [714,6 millones de libras, no es nada comparados con los 52.000 millones de Intel] y el ebitda un 32% [364 millones]. Despachó en el último trimestre 2.900 millones de chips, y en el año más de 10.000 millones.
Los clientes de ARM se llaman Apple, Huawei, Lenovo, Microsoft, Nvidia, Qualcomm, Samsung, y así de seguido. Al cierre del año había firmado 121 contratos de licencia, una cuarta parte con nuevos clientes. Los royalties – su principal fuente de ingresos – rebajaron la marcha en el cuarto trimestre, a sólo el 7% mientras que en el anterior habían crecido el 13% y un año antes el 19%. Es un mal síntoma, pero ahora viene el borrón: aunque en el año ganó 105 millones, perdió 6,2 millones en el último trimestre.
De poco ha valido que el CEO, Simon Segars, recordara a los analistas que en el conjunto de la industria de semiconductores el porcentaje ha sido del 1%. Hasta ayer, la acción de ARM caía al punto más bajo de los últimos ocho meses, porque los inversores interpretaron a su manera la paradoja: los smartphones de alta gama pierden ritmo en el mercado, a favor de los de precio medio o bajo, que producen menos royalties a la compañía.
No es un pequeño detalle porque es otra llamada de atención sobre el vado que atraviesa la industria de los smartphones pese a las apariencias. Y pone una dosis de urgencia en la necesidad que tiene ARM de extender su presencia – y por tanto su inversión en I+D, otro factor que recorta su beneficio – más allá del core business al que debe su éxito de los últimos años. La estrategia, que Segars heredó de su brillante antecesor Warren East, es de alto riesgo porque implica un pulso con Intel en los servidores para cloud y los dispositivos ´post-PC`, además de competir con otras firmas que se han especializado en diseños de procesadores gráfico de bajo consumo o para networking.
La rivalidad con Intel es la más llamativa. Si ARM, una boutique de ingeniería, ha llegado tan lejos, se debe a que Intel erró el tiro y no entró a tiempo en los procesadores para móviles. En los chips para servidores, la californiana no se dejará pillar fácilmente, y a los diseños de ARM para esta categoría les que queda mucho por demostrar. Otro campo en el que ya está planteada la competencia entre las dos son los microcontroladores para el Internet de las cosas (coches, televisores, medicina, wearables, etc). Según el resumen de Segars, «nuestra estrategia es seguir ganando cuota en los mercados de largo plazo, e incrementar el porcentaje de royalties en los ingresos que ARM recibe por cada dispositivo en los que sus diseños estén presentes». Ya tengo cita con él para el Mobile World Congress.
El Foro Económico Mundial (WEF es su sigla en inglés), más conocido como Foro de Davos, publica anualmente un informe sobre los riesgos que corre la economía global. En la novena edición, que sirve de tránsito entre 2013 y 2014, es obvio que los riesgos financieros y fiscales ocupan las primeras plazas del ranking. Pese a la onda expansiva de las revelaciones del caso Snowden, Internet – o para decirlo con más precisión, las infraestructuras críticas de la información – queda relegada a una quinta posición, por detrás de otros riesgos globales, en una llamada de atención que se supone suscrita por los empresarios, banqueros, políticos y economistas que asistieron al foro. Leer más