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Locuaz como suele, John Chambers dejó el miércoles esta proclama de optimismo: «[…] estamos haciendo que Cisco evolucione de manera fuerte y decidida, con un ritmo de innovación increíble, moviéndonos para capturar un futuro de oportunidades y para superar a nuestros competidores y a nosotros mismos si fuera el caso, para avanzar hasta que llegar a ser la compañía número uno de TI». Lo decía Chambers ante los analistas al presentar los resultados trimestrales de Cisco.
A la confianza de Chambers en su estrategia no le faltan bases racionales. La marcha del actual año fiscal confirman la transición de Cisco: pasados los primeros nueve meses, acumula ingresos de 34.800 millones de dólares, que comparados con los 36.200 millones del mismo período de 2013 son mejores de lo previsto. Pero la tendencia no se ha corregido todavía: a los nuevos negocios les falta madurar y la renovación de los clásicos aún no es suficiente. Por consiguiente, el tercer trimestre revela descensos: del 5,6% interanual en los ingresos [11.545 millones de dólares] y del 12% en el beneficio neto [2.181 millones].
¿Por qué, entonces, los inversores han reaccionado elevando la cotización de Cisco un 7% tras conocer unas cifras que en otras circunstancias les hubieran disgustado? Primero, porque las temían peores. Segundo, porque mejoran los del trimestre anterior, y las previsiones del cuarto y último del ejercicio son razonables: entre 1% y 3% negativos sobre un año, equivalente a una media positiva del 5% secuencial. Tercero: porque la acción sigue barata, a distancia del máximo de 52 semanas, lo que les permite confiar en que la recompra de autocartera le dará un empujón. Cuarto y fundamental, porque – dejando a un lado las finanzas, sobre las que no entraré ahora – objetivamente el negocio está tirando en la buena dirección.
Por primera vez desde hace tiempo han vuelto a crecer las ventas de routers de alta gama – producto que sostiene el margen bruto en un mercado ´commoditizado` – aunque todavía no ocurre lo mismo con los switches (-6%). El segmento de datacenter sigue dando buenas noticias (un 29% de incremento), gracias a los servidores UCS, que en su quinto aniversario sigue creciendo [29%] y gana cuota de mercado. Colaboración y seguridad son dos áreas clave en la estrategia; la primera depende de los anuncios de este año (sin entrar en detalles), mientras de la segunda se espera una mayor contribución en lo que queda del presente año fiscal y en los dos próximos.
Las dos grandes apuestas de Cisco en esta transición de lo conocido a lo que está llegando, se llaman cloud e Internet ´of everythin`, y progresan a buen paso, según Chambers. En la primera, anunció durante el trimestre su iniciativa InterCloud, para contribuir a la creación de entornos híbridos, pero todavía es una intención. En cuanto a la segunda, la compañía persevera con firmeza: en el Cisco Live que se iniciará el lunes en San Francisco, va a presentar un proyecto relevante junto a Shell. Ambos sumados, son los embriones de una fase en la que se espera ver a los servicios retomar su papel en las cuentas de la compañía.
El análisis por geografías rescata la revitalización suave en Estados Unidos. Europa «es todavía frágil, pero vemos estabilidad en el norte y señales de cambio de signo en los países del sur». El problema, ahora, está en los mercados emergentes, «principalmente en los BRICs y México», que tardan en reaccionar a los estímulos.
Un analista preguntó a Chambers si ahora que las cosas parecen más predecibles, ratifica la horquilla de 46.000 a 48.000 millones de dólares como base de ingresos anuales. La respuesta fue afirmativa pero con posibles sobresaltos; dijo no saber «cuánto tiempo nos llevará recuperar la línea de crecimiento esperada [mid-single digit growth]». En resumen, un trimestre esperanzador después de dos muy duros, y la demanda parece recuperarse.
Diez minutos después de subir mi post de ayer sobre la derrota de Google en Luxemburgo, llegaba el primer comentario: «no se entiende cuál es tu postura, ¿por qué no te mojas?». Porque no tengo postura, sólo intento interpretar los hechos y sus múltiples implicaciones; a mi alrededor ya hay suficiente gente que se moja en menos de 140 caracteres.
El primer elemento de mi interpretación es que el fallo del Tribunal Europeo abre una nueva fase de incertidumbre, y no creo que sea peor para Google que vivir con más de 200 procesos judiciales pendientes. Ninguna decisión judicial, ni esta ni la contraria, hubiera resuelto todos los problemas técnicos y dilemas éticos planteados por la cuestión.
Hay gente que tiene las cosas más claras. Por ejemplo, un profesor de leyes de Harvard: «bajo la apariencia de recuperar el derecho a gestionar su propia imagen pública, esas personas adquieren de hecho un poder de veto sobre lo que se pueda decir sobre ellas». Otro profesor británico en ese caso, es más comprensivo: «mis alumnos tienen derecho a que desaparezcan de Internet los vídeos de sus borracheras». El director de la CCIA, lobby que representa en Bruselas los intereses de las principales empresas americanas del negocio online, afirma que «se ha abierto la puerta a la instauración de la censura privada en Europa».
Los jueces de Luxemburgo sostienen que «como regla general», el derecho a la privacidad debe prevalecer sobre el derecho del público a encontrar información. Desoye así al abogado general Niilo Jääskinen, quien ha escrito que «el derecho al olvido sacrifica el derecho fundamental a la libertad de expresión y la información». Pero, como no hay marcha atrás, queda descabalgado el argumento de Google según el cual los buscadores no son más que tuberías, no responsables por los contenidos que indexan; lo que el fallo viene a decir es que son «controladores» del tráfico de esos contenidos y por tanto deben hacerse responsables ante terceros.
No hay duda de que Google tendrá que cumplir con las obligaciones que se derivan del fallo. No es algo que le afecte en exclusiva, pero en lo inmediato la carga recaerá sobre ella, puesto que su buscador tiene en Europa una cuota superior al 90% de las búsquedas. Yahoo y Bing pintan poco, lo sé, pero ¿por qué no habría de aplicarse ese principio a una foto indiscreta en Facebook o a un comentario ofensivo en Twitter? La cosa tiene mal arreglo, porque habría que rebobinar dos décadas de hábitos adquiridos. La directiva europea sobre protección de datos fue aprobada en 1995 [qué curioso, el año en el que los fundadores de Google se conocieron en la universidad], y sigue vigente en 2014, cuando los datos se han convertido en mercancía valiosa, condición que entra en conflicto con quienes quieren que se preserve su intimidad.
No han faltado intentos de reformar la directiva. El último, en 2012, fue abandonado tras constatarse que la oposición de las compañías de Internet era apoyada activamente por la administración Obama, lo que un acuerdo transatlántico sería inviable. ¿Es más viable la jurisprudencia europea que acaba de aprobarse? Aunque se traspusiera a la legislación positiva de los 28 estados miembros, su vigencia se limitaría a Europa: es inimaginable que sea contradictoria con la estadounidense. Quizás un día no lejano el Tribunal Supremo de Estados Unidos tendrá que pronunciarse sobre alguno de los numerosos casos de «derecho al olvido» que siguen pendientes en el país. Pero cuando lo haga, no va a prestar más atención a Europa que a la primera enmienda de su Constitución.
No sé cómo remunera Google a sus abogados, pero estas últimas semanas tienen mucho trabajo. La sentencia del tribunal de Luxemburgo, conocida ayer, sentará jurisprudencia fuera del ámbito planteado por el denunciante [simplemente fue el primero entre decenas que llegó a la línea de fondo]. La descripción más elemental es que el fallo establece un «derecho al olvido», por el que cualquier ciudadano [o sus descendientes, llegado el caso] podrá exigir que se eliminen de los resultados de búsqueda aquellas menciones personales que, con independencia de su veracidad y vigencia [un impagado, un embargo, una denuncia, una indiscreción, un insulto, una foto ´robada`, un vídeo chocante,…] el interesado considere lesivo para su reputación.
Según el fallo, aquel ciudadano que se considere agraviado por la aparición de su nombre en un contexto inapropiado, podrá reclamar que sea borrado del motor de búsqueda, que de este modo pasa a ser responsable directo ante el interesado. No valdrá el argumento habitual de que un algoritmo neutro se ha limitado a enlazar con un sitio web tercero al que, en todo caso, debería dirigirse el demandante. El responsable pasa a ser el intermediario, que contradictoriamente suele defenderse con la teoría de la ´desintermediación`.
Esta es una asignatura muy densa para mí, pero si no he entendido mal la primera lectura, me da que el alcance del fallo llega mucho más allá de Google, hasta convertirse potencialmente en el esbozo de un código de conducta por escribir, que abarcaría a todos los que intermedien en la provisión de contenidos. Siempre y cuando exista voluntad de aplicarlo, claro está.
En esencia, puede decirse que es una bofetada a la omnipotencia de quienes, con la excusa de ser meros vehículos, tratan de desentenderse de la licitud de los contenidos que sirven a los usuarios. Un fallo no resuelve la infinidad de cuestiones que se van a suscitar a partir de ahora. Y la desabrida primera reacción de Google [«…decisión decepcionante […] estamos muy sorprendidos […] vamos a dedicar tiempo a analizar sus implicaciones»] es una muestra de perplejidad. Contra el fallo de Luxemburgo no hay apelación. Dicho sea de paso, apuntala otros procesos que Google tiene abiertos en Europa relacionados con la protección de datos y la privacidad.
Es previsible que se abra un debate público acerca de si es legítimo cargar sobre las espaldas de un intermediario la función de aplicar criterios éticos que, por cierto, en la legislación no están consolidados porque Internet ha sorprendido a los juristas mirando hacia otro lado. En la práctica, hay un vacío jurídico: a Google (como a sus iguales o rivales) les ha tocado hacer de porteros, y ahora se les pide que sean también vigilantes.
En rigor, el debate ya ha comenzado. Al Wall Street Journal le ha faltado tiempo para calificar el fallo como un pretexto proteccionista, «una barrera contra el libre movimiento de los datos de las empresas». Es una referencia explícita a la voluntad europea de regular aspectos opacos del cloud computing: apunta el diario que «a los clientes globales se les están poniendo cortapisas para trabajar con proveedores globales como ellos […]». Se huele el inconfundible tufillo antieuropeo de la prensa conservadora americana.
¿Quién no ha leído y oído mil veces que «las TIC están cambiando la forma de colaborar y comunicarse de los individuos y las empresas»? O esto otro: «la sociedad conectada emergente de este proceso evolutivo abre nuevas vías y retos en las áreas de la educación, salud, transporte, cambio climático y uso de los recursos naturales». Son frases conocidas que reaparecen en el estudio Networked City Index 2013, elaborado por Ericsson, con el fin de sostener que las ciudades del planeta serán los centros neurálgicos de esa transformación. El estudio analiza el papel de las TIC en la conformación de ciudades competitivas, y otorga los tres primeros puestos a Estocolmo, Londres y Singapur. Leer más
Uno tras otro, se suceden los anuncios de inversiones multimillonarias en infraestructura para prestar servicios cloud: Microsoft, Google, IBM, Cisco,… todos tratando de frenar las ínfulas de Amazon Web Services. El último anuncio, por ahora, ha sido el de HP, que promete destinar 1.000 millones de dólares en los próximos dos años a ese fin. Helion, tal es la nueva marca para la oferta cloud de HP. Si se rasca bajo la superficie del rebranding, aflora un cambio de rumbo: mi impresión es que HP es visto como un proveedor competitivo de nubes privadas, pero es débil en el suministro de nubes públicas, si se lo compara con Microsoft/Azure e IBM/SoftLayer, sus rivales más próximos.
Lo singular del planteamiento de Helion es que HP lleva aún más lejos – y más lejos que nadie – su adhesión a OpenStack, aquella iniciativa que se originó en acuerdo entre la NASA y Rackspace con el fin de desarrollar software open source para la nube. HP ha contribuído al proyecto desde el comienzo, pero la novedad es que decide identificar por completo su oferta al ritmo de marcha de OpenStack, algo a lo que otros socios de palabra [IBM y Oracle] se resisten a hacer.
Helion será, por tanto, una distribución de OpenStack, en competencia con las que ofrecen Rackspace, RedHat, Canonical y Suse, entre otras. En esa condición se encuentra el origen de lo que para mi gusto es el rasgo más llamativo de la novedad: HP pondrá en marcha un programa específico de indemnización «para clientes cualificados» que cubrirá el riesgo de que, por integrar un software etiquetado como open source, aquellos pudieran tener problemas legales con alguno de esos «tiburones de la propiedad intelectual» que abundan también en esas aguas. Ocurrió hace años a empresas que se animaron con Linux y al poco recibieron demandas por violación de códigos ajenos. Desde entonces, algunas distribuciones de Linux cubren explícitamente esa eventualidad, pero no se sabe de ninguna que asegure contra el riesgo equivalente en OpenStack.
Bill Hilf, quien trabajó en IBM como arquitecto de soluciones Linux y en Microsoft como director general de la plataforma Azure, fue fichado por HP en junio pasado como VP de productos y servicios cloud. Será, pues, el responsable de llevar el mando de Helion, bajo la supervisión de Martin Fink, CTO de la compañía. Sintomáticamente, Hilf ha anunciado que creará 200 puestos de trabajo en Seattle [una manera de sugerir que se propone reclutar empleados de Microsoft y/o Amazon, vecinas de esa ciudad].
Aparte de estos detalles sugestivos, hay que consignar que Helion tendrá dos versiones, una gratuita (community edition) que servirá como prueba de concepto y pilotos de cargas de trabajo elementales, y otra comercial para grandes empresas y proveedores de servicios. La edición gratuita estará disponible en las próximas semanas, y la comercial tardará al menos un par de meses. Otros componentes de la oferta serán una plataforma de desarrollo – basada en CloudFoundry, ahora controlada por Pivotal – y un servicio de consultoría profesional.
Los 1.000 millones de dólares que HP promete invertir durante los dos próximos años y que, parcialmente, se detraerán del disminuído presupuesto de I+D que gestiona Martin Fink, CTO de la compañía. La mayor parte, según precisó Hilf, se destinará a equipar 20 de los 80 centros de datos que posee HP en distintas partes del mundo, para que estén en condiciones de prestar servicios de cloud pública bajo la marca Helion. Quedan muchos puntos por aclarar, sobre los que trataré de informarme.
Eventos como el EMC World, capaz de atraer más de 15.000 clientes y partners a Las Vegas, son el escenario idóneo para presentar nuevos productos y anticipar otros que vendrán [de ellos se ocupará este blog otro día]. La edición 2014 será recordada por haber dejado establecida una nueva estructura, con cuatro unidades de negocio autónomas, líneas de productos asociadas (y en algún caso solapadas), cada una con su CEO. Se habló más de este modelo federaal que de la EMC histórica, hoy cabeza de un imperio formado a golpe de adquisiciones durante una década. La foto de esta página sugiere paridad, pero no deja ninguna dudas de quien manda, el caballero de pelo blanco. Joe Tucci, el chairman. Leer más
Si finalmente se confirma la compra de Beats Electronics por Apple, no parece que el principal atractivo para pagar 3.200 millones de dólares sean los auriculares por las que esta marca es conocida. Su fundador, el veterano productor musical Jim Iovine, ha dicho alguna vez que su inspiración – y la de su socio el rapero que se hace llamar Dr.Dre – le vino gracias al iPod, y la poca calidad de sus auriculares. Ahí tenemos la nota irónica de la noticia. Pero no creo que los auriculares Beats sean el motivo de la operación, ni mucho menos justifiquen el precio. Los accesorios son un capítulo menor en las cuentas de Apple, y le sobra capacidad para mejorarlos.
La clave tiene que estar en otra parte. Beats ha lanzado este año su propio servicio de música en streaming, y aunque su audiencia es todavía débil, pudiera servir a Apple contra el avance de Spotify y otros de su estirpe {véase la crónica de hoy]
Retrospectivamente, cuando Google compró [curiosamente la misma cifra: 3.200 millones] Nest Labs, nadie interpretó que fuera por interés en un termostato y un detector de humo, sino por el afán de incorporar su software [también curiosamente, elaborado por un equipo que había trabajado para Apple]. En el interés de Apple por Beats también subyace el software. Pero, ¿realmente no podría desarrollar internamente un servicio de streaming? A Om Malik le ha faltado tiempo para escribir que la compra «es un síntoma de que Apple se está quedando sin ideas».
Lo anterior es un síntoma del ambiente con el que empieza a encontrarse Tim Cook: unos le reprochan no ser capaz de salirse del guión que le dejó Steve Jobs, y otros le miran los pies para saber si es cierto que los zapatos de Jobs le quedan grandes. Cook lleva tiempo prometiendo que en 2014 Apple presentará algo sensacional, pero no parece que la compra de Beats sirva para cumplir con la promesa.
El propósito de la operación es más simple. En términos generales, la música digital ha atenuado su crecimiento: del 11% en 2012 a sólo el 2% en 2013, y se estima en no más del 4% este año. Dentro de esa tendencia hay otra: salvo en unos pocos mercados, los ascendentes servicios de streaming no ganan terreno significativo sobre la piratería sino que van sustituyendo a las descargas. Para un usuario típico dispuesto a pagar por consumir música andante, tiene lógica pagar 9,99 por una suscripción mensual a su conveniencia, en lugar de la misma cuantía por descargar – y ser propietario de – una cantidad menor de temas.
En otras palabras, el streaming ocupa gradualmente el espacio de las descargas, mientras va articulando modelos de negocio sostenibles. Los intentos de Apple (iCloud o iTunes Radio) por introducir mansamente a sus usuarios en el streaming, no han detenido la hemorragia. Hemos observado que las notas de prensa de Apple siempre informan del total de descargas acumuladas [con ese procedimiento, un hito sigue a otro hito] pero omiten el descenso de las descargas trimestrales.
Horace Dediu señalaba en un reciente análisis que Apple ingresa 1 dólar por cada usuario al que vende música, mientras que en 2008 ingresaba 16 dólares. Un cálculo viciado por el hecho de que entretanto ha pasado de 75 a 800 millones de usuarios que le han confiado los datos de sus tarjetas de crédito.
Hay otro factor que señala el analista Mark Mulligan. iTunes ha tenido éxito en los mercados de habla inglesa – EEUU, Reino Unido, Australia y Canadá – que están entre los más numerosos pero también los de menor crecimiento; «inadvertidamente, Apple ha cedido a otros el cetro digital en los países no anglófonos» [los que siguen creciendo], sentencia Mulligan.
Tiempo habrá de analizar la otra cuestión apuntada estos días. Si el precio de la compra fuera el mencionado, sería la más alta que jamás haya hecho Apple. La anterior fueron los 400 millones pagados por NeXT en 1997, pero ni siquiera esa comparación vale, porque aquel fue el precio que la compañía pagó por reintegrar en sus filas a Steve Jobs. Dinero no le falta. Una vez rota la tacañería, ¿podemos esperar que Tim Cook vuelva a tirar de chequera con más generosidad?
Por primera vez en la historia de la musical digital, el volumen de descargas ha caído: un 2% en 2013, pero sería exagerado evocar el constante descenso en las ventas de discos. En cambio, las suscripciones a servicios de streaming como Spotify, Deezer, Pandora, Beats Music o decenas más. crecieron un 51,3% hasta alcanzar unos ingresos totales de 1.100 millones de dólares, según datos de IFPI (International Federation of Phonographic Industry), que no esconde su entusiasmo por esta evolución. O sea que el streaming ha cogido carrerilla, y Apple parece que se sumará al fenòmeno, rompiendo otro dogma jobsiano. Al menos en Europa, Spotify estaría a punto de desbancar a iTunes. Leer más
Este blog no se ocupa de la industria farmacéutica, ni tengo interés en agravar mi carga de trabajo. Aunque reconozco que estudiar su estructura pudiera ser algo apasionante, y que en ciertos sentidos comparte rasgos con el sector que sí analizo en mi blog. Por si alguien no se ha enterado, en las últimas semanas se está viviendo uno de los periódicos episodios de consolidación en lo que se conoce como Big Pharma. La compañía Pfizer, de Estados Unidos, ha lanzado una oferta de compra sobre la anglosueca Astra Zeneca por una suma fabulosa: 106.000 millones de dólares. La oferta ha sido rechazada, de momento, pero podría ser convenientemente endulzada.
El intento de Pfizer ha abierto dos debates separados por un océano. Uno, sobre la fiscalidad de las empresas en Estados Unidos, el otro sobre las varias formas de estímulo tributario que aplican los miembros de la UE, y que en la práctica usan unos contra otros.
El grupo farmacéutico americano tiene decenas de miles de millones de dólares aparcados fuera de su país, que no ha repatriado para no pagar el impuesto correspondiente. En este sentido, no se diferencia de lo que hace la mayoría de la industria tecnológica y cuyo epítome es Apple. Si esa masa de dinero – me suena la cifra de 3 billones de dólares – sigue fuera de su país, en el peor de los casos produce intereses, y en el mejor sirve para comprar empresas extranjeras (a bajo precio, si se considera el ahorro fiscal). O sea, un medio de optimizar su cuenta fiscal en Estados Unidos y de recompensar a los accionistas.
Pero, como he dicho, AstraZeneca se ha negado de momento a vender. Y aquí viene el azucarillo de Pfizer en a taza de té de David Cameron: ha prometido crear un holding con sede en Londres como paraguas para cobijar los dos componentes del grupo resultante. Señuelo: se beneficiaría de un impuesto de sociedades más benévolo que el norteamericano: 21% en lugar de 28%. Esos siete puntos de distancia podrían hacer una diferencia de 1.400 millones de dólares anuales, según un análisis del Barclays.
En Washington se agitan las aguas. Hay una propuesta para alinear el impuesto de sociedades con el que pagan los individuos: todo ciudadano que resida en el extranjero paga el mismo tipo impositivo que el que vive dentro del país. Y no ha faltado quien sugiera que de esta circunstancia puede brotar una zanahoria: bajar el impuesto a cambio de la vuelta del tesoro expatriado.
Allá se las compongan, diría mi amigo Félix. Pero la otra parte de la historia es la que se ha liado en Europa. Cameron ha metido la pata al mediar sin disimulo en favor de Pfizer, con el fin de a) ingresar una buena tajada en impuestos sobre la transacción y b) ratificar que su gobierno será más o menos euroescéptico, pero sin duda es corporate friendly. El impuesto de sociedades es sólo una de las armas de que dispone para atraer empresas; otra es la promesa de bajar al 10% (a partir del 2017) la tributación sobre beneficios obtenidos de la explotación de patentes propias. Esta sí que es una tentación para las empresas de TI, algunas de las cuales empiezan a considerar la posibilidad de centralizar su propiedad intelectual en el Reino Unido, creando filiales ad hoc.
El problema que tiene el cortejo de Cameron a las corporaciones es que estas empresas residen fiscalmente en otros países de la UE, algo que se ha puesto de manifiesto cuando se publicó que Apple, Google y Microsoft, entre otras muchas, hacen que sus operaciones europeas pasen invariablemente por Irlanda, para sacar ventaja de la baja tributación del hoy desdentado ´tigre celta`. Aunque suena hipócrita, el gobierno de Dublin ha sido el primero en quejarse al de Londres. Y el de los Países Bajos, que está a punto de perder la sede europea de Starbucks.