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Ya me precipité hace dos años, al suponer que era inminente un armisticio en la larga guerra de patentes entre Apple y Samsung, de manera que esta vez no caeré en la tentación. El acuerdo al que han llegado Apple y Google para abandonar dos decenas de demandas cruzadas en la materia, no tiene relación directa con Samsung ni prejuzga lo que las partes vayan a hacer en otros casos futuros.
El comunicado conjunto está redactado de modo de no dejar cabos sueltos: 1) se refiere sólo a los litigios «directos» entre las dos compañías, 2) anuncia una difusa colaboración en ´algunas áreas` para impulsar una reforma de las leyes sobre patentes y 3) dice expresamente que el pacto no supone un acuerdo de licencias sobre las patentes involucradas: simplemente, han pedido al juez que extinga las actuaciones. Si no van a compartir licencias, ¿de qué servirá la retirada de las demandas?
Los antecedentes indican que la primera demanda, 2010, fue presentada por Motorola Mobility, que Apple contraatacó y que siguieron dándose cera mutuamente hasta que, en 2012, Google compró Motorola por 12.500 millones de dólares y heredó el marrón. Por esas fechas, las demandas fueron consolidadas en un procedimiento único, pero por múltiples razones, Google no ha tenido ganas de pelea, y Tim Cook, por su lado, ha medido cuidadosamente los costes/beneficios de llevar adelante la «guerra termonuclear» contra Android prometida por Steve Jobs. Tras la venta de Motorola a Lenovo, todavía en trámite, el litigio pasó a ser un anacronismo: el comprador se ha cuidado muy bien de no quedarse con esa parte de la herencia.
Prácticamente toda la industria tiene ganas de acabar contra los abusos a que da lugar la legislación sobre patentes, pero todavía quedan muchos procesos pendientes. El más sonado, las demandas Apple vs. Samsung y viceversa, se ha cerrado en falso con una ventaja simbólica de la primera, que está recurrida por las dos partes. Y no hay ningún indicio de que Google se proponga mediar entre ellas para resolver el lío: prefiere que parezca que no afecta a la estabilidad de Android.
Se ha especulado, en mi opinión prematuramente, con la idea de que las circunstancias que vive Samsung – se acerca la sucesión del patriarca Lee Kun-hee – van a facilitar una tregua. Lejos de haber signos de repliegue, la rivalidad está al rojo vivo; lo que sí parece obvio es que en el diseño de sus nuevos dispositivos, han extremado la prudencia para no dar pretextos al adversario.
Hay otras asechanzas. Un puñado de empresas bautizadas como trolls, tienen a Apple en el punto de mira: primero porque es rica y suponen que sería una víctima fácil si descubren un punto flaco en su cartera de propiedad intelectual; segundo, porque mientras esté a la greña con sus competidores, estos no acudirán en su defensa. Por esto opino que el punto más interesante del comunicado es el que preanuncia un lobby conjunto para reformar la legislación. Barack Obama ya ha dicho que la está estudiando.
Hay otras causas conexas, pero el final del soporte a Windows XP ha sido el principal motivo por el que el mercado del PC está saliendo de cuidados intensivos. En realidad, sigue cayendo por octavo trimestre consecutivo, pero parece a punto para pasar a números positivos: en el primer trimestre, según IDC, se han despachado 73,4 millones de unidades, y según Gartner 76,7 millones. La diferencia entre las dos estimaciones no es despreciable, porque de ella depende que el mercado baje el 4,4% o el 1,9%. Lo destacado es la tendencia de recuperación con la que ha empezado el año. No obstante, el desglose por geografías, marcas y categorías dibuja un panorama con matices, algunos inquietantes. Leer más
No siempre las funciones gigantescas salen bien. Se anuncian a bombo y platillo, pero no es extraño que se rompan antes de completarse, tratando de evitar el estrépito del colapso. Es lo que acaba de ocurrir con la fusión entre Publicis y Omnicom, números dos y tres del mercado mundial de la publicidad, que por aritmética debía haber elevado el grupo resultante – con 35.000 millones de capitalización conjunta – al primer puesto de la tabla. Anunciada en agosto, con abrazos sobre el fondo del Arco de Triunfo parisino, la pareja francoestadounidense se ha divorciado diez meses después sin consumarse.
Al parecer, el problema ha consistido en que, pese a haber sido concebida como «matrimonio entre iguales», la operación enmascaraba el deseo de cada contrayente de dominar al otro. Desde luego, los asuntos fiscales habrán jugado un papel, pero las partes reconocen que el motivo ha sido un inesperado choque de personalidades. Parecían felices: Maurice Lévy, CEO de Publicis, y John Wren, su igual en Omnicom, iban a compartir la dirección ejecutiva del grupo durante 30 meses, al cabo de los cuales el segundo pasaría a ser chairman. Los cronistas del ramo cuentan que cada uno quería imponer «su» director financiero, revelando la existencia de segundas intenciones. Es de manual que una empresa puede llegar a funcionar con dos CEO pero nunca con dos CFO, y que la compenetración entre los dos cargos es fundamental. Pero este desencuentro era sólo la epidermis del problema.
La industria de la publicidad ha seguido durante 40 años estrategias de consolidación entre agencias, como bien sabe cualquier espectador de Mad Men. Publicis trató dos veces de comprar Interpublic, y al fracasar se decantó por el noviazgo con Omnicom. Ahora, a la vista de la situación, Lévy podría optar por una OPA hostil: su bajo endeudamiento y el cambio euro-dólar harían viable, en teoría, la maniobra.
Pero no es esto lo que interesa a los lectores de este blog. El analista Brian Wieser apunta que coleccionar agencias [Omnicom posee BBDO, TBWA y DDB, entre otras marcas; Publicis es propietaria de Leo Burnett y Saatchi & Saatchi, también entre muchas] sirve de muy poco en el mercado actual: la suma daría más de 100.000 empleados en todo el mundo, mientras que Google es la auténtica fuerza dominante con 47.000 empleados. No acaba ahí la comparación de Wieser: la capitalización bursátil de Google es diez veces superior a la de Publicis + Omnicom.
La fusión fue concebida como respuesta a la radical transformación tecnológica de la publicidad, en la que acumular la información sobre millones de consumidores ha ganado en importancia sobre las fórmulas convencionales. Se estima que la publicidad en medios y soportes digitales – en gran medida influída por la capacidad de gestión de esos datos – facturará este año unos 137.500 millones de dólares, un 21% del total de inversión en medios. No es sólo cuestión de valores absolutos: mientras el total crecerá menos de un 5%, el componente digital lo hará al 14%.
Para Publicis, Omnicom y sus competidores, el peligro no viene de las agencias rivales [otro gigante, WWP, tan contento de seguir siendo el número uno] sino terceros como Google y Facebook, que van ganando la partida de la relación directa con los anunciantes. Al mismo tiempo, grandes consultoras como Accenture o Deloitte, han creado sus propias divisiones para prestar a las empresas servicios que hasta ahora eran función de las agencias.
En este nuevo modelo de negocio, la escala no es menos importante, sino que lo es aún más, pero lo importante son los datos; tanto o más importante que la creatividad [para la que el tamaño puede ser una rémora]. Son otros los que mandan. Nada ilustra mejor esta evolución que el auge de la publicidad en los móviles, que pilló a todo el sector por sorpresa pese a que se venía anunciando.
No obstante, es inevitable que la industria de la publicidad siga buscando su salvación en el tamaño, por lo que es previsible que haya nuevos intentos de consolidación. El fracaso de la boda entre el número dos y el número tres, no excluye otras combinaciones.
Por lo visto, Mark Zuckerberg no se conforma con ser el rey de las redes sociales, sino que aspira a coronarse como emperador del universo digital: durante los últimos tiempos, se ha empecinado en emplear parte de la fabulosa capitalización de Facebook en bolsa, una bagatela de más de 22.000 millones de dólares, para integrar el móvil en su criatura viral – 1.000 millones en comprar Instagram y 19.000 millones en What´sApp – y semanas después un embrión de plataforma de realidad virtual, otros 2.000 millones, absorbiendo Oculus VR. En este caso, el imperio de Facebook se anexiona una startup de hardware que por no tener no tiene un solo producto comercialmente disponible. Leer más
Locuaz como suele, John Chambers dejó el miércoles esta proclama de optimismo: «[…] estamos haciendo que Cisco evolucione de manera fuerte y decidida, con un ritmo de innovación increíble, moviéndonos para capturar un futuro de oportunidades y para superar a nuestros competidores y a nosotros mismos si fuera el caso, para avanzar hasta que llegar a ser la compañía número uno de TI». Lo decía Chambers ante los analistas al presentar los resultados trimestrales de Cisco.
A la confianza de Chambers en su estrategia no le faltan bases racionales. La marcha del actual año fiscal confirman la transición de Cisco: pasados los primeros nueve meses, acumula ingresos de 34.800 millones de dólares, que comparados con los 36.200 millones del mismo período de 2013 son mejores de lo previsto. Pero la tendencia no se ha corregido todavía: a los nuevos negocios les falta madurar y la renovación de los clásicos aún no es suficiente. Por consiguiente, el tercer trimestre revela descensos: del 5,6% interanual en los ingresos [11.545 millones de dólares] y del 12% en el beneficio neto [2.181 millones].
¿Por qué, entonces, los inversores han reaccionado elevando la cotización de Cisco un 7% tras conocer unas cifras que en otras circunstancias les hubieran disgustado? Primero, porque las temían peores. Segundo, porque mejoran los del trimestre anterior, y las previsiones del cuarto y último del ejercicio son razonables: entre 1% y 3% negativos sobre un año, equivalente a una media positiva del 5% secuencial. Tercero: porque la acción sigue barata, a distancia del máximo de 52 semanas, lo que les permite confiar en que la recompra de autocartera le dará un empujón. Cuarto y fundamental, porque – dejando a un lado las finanzas, sobre las que no entraré ahora – objetivamente el negocio está tirando en la buena dirección.
Por primera vez desde hace tiempo han vuelto a crecer las ventas de routers de alta gama – producto que sostiene el margen bruto en un mercado ´commoditizado` – aunque todavía no ocurre lo mismo con los switches (-6%). El segmento de datacenter sigue dando buenas noticias (un 29% de incremento), gracias a los servidores UCS, que en su quinto aniversario sigue creciendo [29%] y gana cuota de mercado. Colaboración y seguridad son dos áreas clave en la estrategia; la primera depende de los anuncios de este año (sin entrar en detalles), mientras de la segunda se espera una mayor contribución en lo que queda del presente año fiscal y en los dos próximos.
Las dos grandes apuestas de Cisco en esta transición de lo conocido a lo que está llegando, se llaman cloud e Internet ´of everythin`, y progresan a buen paso, según Chambers. En la primera, anunció durante el trimestre su iniciativa InterCloud, para contribuir a la creación de entornos híbridos, pero todavía es una intención. En cuanto a la segunda, la compañía persevera con firmeza: en el Cisco Live que se iniciará el lunes en San Francisco, va a presentar un proyecto relevante junto a Shell. Ambos sumados, son los embriones de una fase en la que se espera ver a los servicios retomar su papel en las cuentas de la compañía.
El análisis por geografías rescata la revitalización suave en Estados Unidos. Europa «es todavía frágil, pero vemos estabilidad en el norte y señales de cambio de signo en los países del sur». El problema, ahora, está en los mercados emergentes, «principalmente en los BRICs y México», que tardan en reaccionar a los estímulos.
Un analista preguntó a Chambers si ahora que las cosas parecen más predecibles, ratifica la horquilla de 46.000 a 48.000 millones de dólares como base de ingresos anuales. La respuesta fue afirmativa pero con posibles sobresaltos; dijo no saber «cuánto tiempo nos llevará recuperar la línea de crecimiento esperada [mid-single digit growth]». En resumen, un trimestre esperanzador después de dos muy duros, y la demanda parece recuperarse.
Diez minutos después de subir mi post de ayer sobre la derrota de Google en Luxemburgo, llegaba el primer comentario: «no se entiende cuál es tu postura, ¿por qué no te mojas?». Porque no tengo postura, sólo intento interpretar los hechos y sus múltiples implicaciones; a mi alrededor ya hay suficiente gente que se moja en menos de 140 caracteres.
El primer elemento de mi interpretación es que el fallo del Tribunal Europeo abre una nueva fase de incertidumbre, y no creo que sea peor para Google que vivir con más de 200 procesos judiciales pendientes. Ninguna decisión judicial, ni esta ni la contraria, hubiera resuelto todos los problemas técnicos y dilemas éticos planteados por la cuestión.
Hay gente que tiene las cosas más claras. Por ejemplo, un profesor de leyes de Harvard: «bajo la apariencia de recuperar el derecho a gestionar su propia imagen pública, esas personas adquieren de hecho un poder de veto sobre lo que se pueda decir sobre ellas». Otro profesor británico en ese caso, es más comprensivo: «mis alumnos tienen derecho a que desaparezcan de Internet los vídeos de sus borracheras». El director de la CCIA, lobby que representa en Bruselas los intereses de las principales empresas americanas del negocio online, afirma que «se ha abierto la puerta a la instauración de la censura privada en Europa».
Los jueces de Luxemburgo sostienen que «como regla general», el derecho a la privacidad debe prevalecer sobre el derecho del público a encontrar información. Desoye así al abogado general Niilo Jääskinen, quien ha escrito que «el derecho al olvido sacrifica el derecho fundamental a la libertad de expresión y la información». Pero, como no hay marcha atrás, queda descabalgado el argumento de Google según el cual los buscadores no son más que tuberías, no responsables por los contenidos que indexan; lo que el fallo viene a decir es que son «controladores» del tráfico de esos contenidos y por tanto deben hacerse responsables ante terceros.
No hay duda de que Google tendrá que cumplir con las obligaciones que se derivan del fallo. No es algo que le afecte en exclusiva, pero en lo inmediato la carga recaerá sobre ella, puesto que su buscador tiene en Europa una cuota superior al 90% de las búsquedas. Yahoo y Bing pintan poco, lo sé, pero ¿por qué no habría de aplicarse ese principio a una foto indiscreta en Facebook o a un comentario ofensivo en Twitter? La cosa tiene mal arreglo, porque habría que rebobinar dos décadas de hábitos adquiridos. La directiva europea sobre protección de datos fue aprobada en 1995 [qué curioso, el año en el que los fundadores de Google se conocieron en la universidad], y sigue vigente en 2014, cuando los datos se han convertido en mercancía valiosa, condición que entra en conflicto con quienes quieren que se preserve su intimidad.
No han faltado intentos de reformar la directiva. El último, en 2012, fue abandonado tras constatarse que la oposición de las compañías de Internet era apoyada activamente por la administración Obama, lo que un acuerdo transatlántico sería inviable. ¿Es más viable la jurisprudencia europea que acaba de aprobarse? Aunque se traspusiera a la legislación positiva de los 28 estados miembros, su vigencia se limitaría a Europa: es inimaginable que sea contradictoria con la estadounidense. Quizás un día no lejano el Tribunal Supremo de Estados Unidos tendrá que pronunciarse sobre alguno de los numerosos casos de «derecho al olvido» que siguen pendientes en el país. Pero cuando lo haga, no va a prestar más atención a Europa que a la primera enmienda de su Constitución.
No sé cómo remunera Google a sus abogados, pero estas últimas semanas tienen mucho trabajo. La sentencia del tribunal de Luxemburgo, conocida ayer, sentará jurisprudencia fuera del ámbito planteado por el denunciante [simplemente fue el primero entre decenas que llegó a la línea de fondo]. La descripción más elemental es que el fallo establece un «derecho al olvido», por el que cualquier ciudadano [o sus descendientes, llegado el caso] podrá exigir que se eliminen de los resultados de búsqueda aquellas menciones personales que, con independencia de su veracidad y vigencia [un impagado, un embargo, una denuncia, una indiscreción, un insulto, una foto ´robada`, un vídeo chocante,…] el interesado considere lesivo para su reputación.
Según el fallo, aquel ciudadano que se considere agraviado por la aparición de su nombre en un contexto inapropiado, podrá reclamar que sea borrado del motor de búsqueda, que de este modo pasa a ser responsable directo ante el interesado. No valdrá el argumento habitual de que un algoritmo neutro se ha limitado a enlazar con un sitio web tercero al que, en todo caso, debería dirigirse el demandante. El responsable pasa a ser el intermediario, que contradictoriamente suele defenderse con la teoría de la ´desintermediación`.
Esta es una asignatura muy densa para mí, pero si no he entendido mal la primera lectura, me da que el alcance del fallo llega mucho más allá de Google, hasta convertirse potencialmente en el esbozo de un código de conducta por escribir, que abarcaría a todos los que intermedien en la provisión de contenidos. Siempre y cuando exista voluntad de aplicarlo, claro está.
En esencia, puede decirse que es una bofetada a la omnipotencia de quienes, con la excusa de ser meros vehículos, tratan de desentenderse de la licitud de los contenidos que sirven a los usuarios. Un fallo no resuelve la infinidad de cuestiones que se van a suscitar a partir de ahora. Y la desabrida primera reacción de Google [«…decisión decepcionante […] estamos muy sorprendidos […] vamos a dedicar tiempo a analizar sus implicaciones»] es una muestra de perplejidad. Contra el fallo de Luxemburgo no hay apelación. Dicho sea de paso, apuntala otros procesos que Google tiene abiertos en Europa relacionados con la protección de datos y la privacidad.
Es previsible que se abra un debate público acerca de si es legítimo cargar sobre las espaldas de un intermediario la función de aplicar criterios éticos que, por cierto, en la legislación no están consolidados porque Internet ha sorprendido a los juristas mirando hacia otro lado. En la práctica, hay un vacío jurídico: a Google (como a sus iguales o rivales) les ha tocado hacer de porteros, y ahora se les pide que sean también vigilantes.
En rigor, el debate ya ha comenzado. Al Wall Street Journal le ha faltado tiempo para calificar el fallo como un pretexto proteccionista, «una barrera contra el libre movimiento de los datos de las empresas». Es una referencia explícita a la voluntad europea de regular aspectos opacos del cloud computing: apunta el diario que «a los clientes globales se les están poniendo cortapisas para trabajar con proveedores globales como ellos […]». Se huele el inconfundible tufillo antieuropeo de la prensa conservadora americana.
¿Quién no ha leído y oído mil veces que «las TIC están cambiando la forma de colaborar y comunicarse de los individuos y las empresas»? O esto otro: «la sociedad conectada emergente de este proceso evolutivo abre nuevas vías y retos en las áreas de la educación, salud, transporte, cambio climático y uso de los recursos naturales». Son frases conocidas que reaparecen en el estudio Networked City Index 2013, elaborado por Ericsson, con el fin de sostener que las ciudades del planeta serán los centros neurálgicos de esa transformación. El estudio analiza el papel de las TIC en la conformación de ciudades competitivas, y otorga los tres primeros puestos a Estocolmo, Londres y Singapur. Leer más
Uno tras otro, se suceden los anuncios de inversiones multimillonarias en infraestructura para prestar servicios cloud: Microsoft, Google, IBM, Cisco,… todos tratando de frenar las ínfulas de Amazon Web Services. El último anuncio, por ahora, ha sido el de HP, que promete destinar 1.000 millones de dólares en los próximos dos años a ese fin. Helion, tal es la nueva marca para la oferta cloud de HP. Si se rasca bajo la superficie del rebranding, aflora un cambio de rumbo: mi impresión es que HP es visto como un proveedor competitivo de nubes privadas, pero es débil en el suministro de nubes públicas, si se lo compara con Microsoft/Azure e IBM/SoftLayer, sus rivales más próximos.
Lo singular del planteamiento de Helion es que HP lleva aún más lejos – y más lejos que nadie – su adhesión a OpenStack, aquella iniciativa que se originó en acuerdo entre la NASA y Rackspace con el fin de desarrollar software open source para la nube. HP ha contribuído al proyecto desde el comienzo, pero la novedad es que decide identificar por completo su oferta al ritmo de marcha de OpenStack, algo a lo que otros socios de palabra [IBM y Oracle] se resisten a hacer.
Helion será, por tanto, una distribución de OpenStack, en competencia con las que ofrecen Rackspace, RedHat, Canonical y Suse, entre otras. En esa condición se encuentra el origen de lo que para mi gusto es el rasgo más llamativo de la novedad: HP pondrá en marcha un programa específico de indemnización «para clientes cualificados» que cubrirá el riesgo de que, por integrar un software etiquetado como open source, aquellos pudieran tener problemas legales con alguno de esos «tiburones de la propiedad intelectual» que abundan también en esas aguas. Ocurrió hace años a empresas que se animaron con Linux y al poco recibieron demandas por violación de códigos ajenos. Desde entonces, algunas distribuciones de Linux cubren explícitamente esa eventualidad, pero no se sabe de ninguna que asegure contra el riesgo equivalente en OpenStack.
Bill Hilf, quien trabajó en IBM como arquitecto de soluciones Linux y en Microsoft como director general de la plataforma Azure, fue fichado por HP en junio pasado como VP de productos y servicios cloud. Será, pues, el responsable de llevar el mando de Helion, bajo la supervisión de Martin Fink, CTO de la compañía. Sintomáticamente, Hilf ha anunciado que creará 200 puestos de trabajo en Seattle [una manera de sugerir que se propone reclutar empleados de Microsoft y/o Amazon, vecinas de esa ciudad].
Aparte de estos detalles sugestivos, hay que consignar que Helion tendrá dos versiones, una gratuita (community edition) que servirá como prueba de concepto y pilotos de cargas de trabajo elementales, y otra comercial para grandes empresas y proveedores de servicios. La edición gratuita estará disponible en las próximas semanas, y la comercial tardará al menos un par de meses. Otros componentes de la oferta serán una plataforma de desarrollo – basada en CloudFoundry, ahora controlada por Pivotal – y un servicio de consultoría profesional.
Los 1.000 millones de dólares que HP promete invertir durante los dos próximos años y que, parcialmente, se detraerán del disminuído presupuesto de I+D que gestiona Martin Fink, CTO de la compañía. La mayor parte, según precisó Hilf, se destinará a equipar 20 de los 80 centros de datos que posee HP en distintas partes del mundo, para que estén en condiciones de prestar servicios de cloud pública bajo la marca Helion. Quedan muchos puntos por aclarar, sobre los que trataré de informarme.