wp_head() ?>
Llevan razón quienes me han dicho que mi comentario del miércoles apenas aludía a China, protagonista ineludible de la economía mundial. Llevan razón, digo, pero han de entender que el espacio de un newsletter es limitado. Trataré de no excederme hoy, pero tendré que relacionar la cuestión con su impacto sobre sector de las TI.
Puede que, acostumbrados como estamos a pensar en el euro, prestemos menos atención a otras monedas. Hoy, al menos, enmendaré esa visión dever la economía con la mirada del euro, Hace un par de semanas, el renminbi, la divisa oficial china [yuan es el nombre de la unidad monetaria] tocó el cambio más bajo frente al dólar en cuatro años, fruto de una decisión política que pretende mantener su valor en una banda fija. Esa política, inducida por el alza reciente del dólar, ha dado como resultado que las reservas de moneda extranjera cayeran un 14% en dos años. Esta es la relación directa entre la decisión que se anticipaba tomaría la Fed y la presunta intención de Pekín de devaluar su moneda. El peligro – dicen los que saben – es que la depreciación del RMB degenere en una guerra monetaria inicialmente limitada a las divisas asiáticas por razones de competitividad en el comercio exterior.
Por otro lado, el FMI ha acordado incluir el RMB en la cesta de monedas que determina el valor de sus derechos especiales de giro, lo que equivale a legitimar su rol como moneda internacional de reserva. Esto no significa que el RMB sea convertible [el gobierno chino ha prometido esa decisión para 2020] pero evidencia un hecho: la integración de China en la economía global exige una traducción política, como ha reconocido Christine Lagarde.
Leyendo entre líneas, uno puede entender que se trata de evitar que China alimente la fantasía de montar una esfera monetaria propia a partir de la influencia que ha ganado en países subdesarrollados muy descontentos con las instituciones dirigidas desde Washington.¿Una exageración? Quizás. Es fácil equivocarse con las proporciones cuando se habla de China: no es de esperar que el RMB juegue un papel relevante en el sistema financiero internacional: el 90% del comercio mundial se denomina en dólares. Lo que no obsta para que el impetuoso crecimiento de la economía china haya contribuído al crecimiento de la economía global en los últimos 20 años. No verlo sería miopía.
Pero, ahora mismo, las estadísticas revelan que la economía china pasa por una fase – probablemente prolongada – de debilitamiento. El crecimiento del PIB ha sido en septiembre del 6,9%, el más flojo desde el 2009, las exportaciones han caído un 6,8% en un año; el discurso gubernamental sugiere que es consecuencia de la sustitución deliberada de una economía basada en la exportación por otra que privilegie el consumo interno. Ese es el objetivo, pero el coste en los últimos años ha sido la pérdida de 20 millones de puestos de trabajo, pese a los estímulos que combinan crédito barato con inversiones en infraestructuras.
Los propios economistas chinos admiten, sin alejarse de la doctrina, que el crecimiento basado en inversiones masivas toca techo, y que es necesario otro modelo. Mientras tanto, la incertidumbre es lógica.
Ahora bien, a lo nuestro: ¿qué efecto tienen estas circunstancias sobre las empresas de TI de las que se ocupa este blog? En principio, las que – como Apple – necesitan apoyar su propio crecimiento en el del mercado chino, una depreciación del RMB significaría menos ingresos en dólares. Y, por seguir con el ejemplo, implicaría que el principal contratista de Apple, la empresa china Foxconn, podrá producir más barato en casa y recibir más dólares por su papel en la cadena de valor. Cito intencionadamente la relación entre Apple y Foxcon, porque para la primera las ventas en China se han duplicado en los últimos trimestres, lo que da una idea del trastorno que podría significar que Pekin adoptara una política moenetaria más competitiva.
Una portavoz de Apple en China ha declarado que la compañía ajustará sus precios locales para compensar la depreciación – todavía débil – del RMB, pero la frase sugiere que podría abrirse una renegociación con su proveedor, que depende en gran medida de ese cliente que le paga en dólares.
Las marcas chinas, cada vez más incisivas en los mercados occidentales, saldrían beneficiadas. Lenovo y Huawei – que facturan en dólares sus ventas en Occidente – tendrían ventajas no sólo por sus costes de fabricación sino por la diferencia cambiaria.
Si ya en los últimos dos años se ha hecho costumbre que las empresas del sector tecnológico desglosen sus cuentas de modo que refleje el impacto cambiario, más habitual será en los tiempos que se avecinan. Ninguna de ellas puede renunciar a estar presente en la segunda economía del mundo.
Casi no hay directivo importante de una gran compañía de Estados Unidos que no haya peregrinado a Pekin para sondear las aguas de la política china. Es previsible que capitales chinos se ofrezcan como partners privilegiados para «ayudarlos» a manejarse en la nueva realidad monetaria.
Pionera en este modelo de relación ha sido HP [ahora HPE] al firmar un acuerdo con el ascendente grupo Tsinghua, el mismo que anda presentando ofertas por fabricantes estadounidenses de semiconductores pese a saber que serán vetados. Estos asuntos colaterales me llevarían demasiado lejos.
Llama la atención que en la campaña electoral, los candidatos (los cuatro principales, al menos) luzcan tan convencidos de que la economía española va por libre y la política económica se decide en Madrid, contra toda evidencia. No he leído ni escuchado – ni de ellos ni de sus asesores – argumentos que incorporen una variante fundamental, los avatares de la economía mundial y las decisiones ajenas que condicionarán sus márgenes de maniobra, en el gobierno como en la oposición, durante la legislatura que se elegirá el domingo próximo.
Sin más rodeos, hoy por la tarde se espera que la Reserva Federal eleve su tipo de interés de referencia, por primera vez desde 2008. Será sólo un cuarto de punto, pero si tuviera que volver a subirlo en 2016, la presidenta de la Fed, Janet Yellen, se cuidará mucho de decirlo ahora mismo. Los mercados de bonos, cada vez más poderosos, y a su manera las bolsas, ya tienen descontada la subida del precio del dinero, así que no habrá sorpresas ni polémica. A su vez, los agentes de la economía real –entre ellos las empresas de TI y sus clientes – no tienen tan claros los efectos del movimiento. Saben, por supuesto, que es un reconocimiento oficial de que los riesgos recesivos han pasado para la economía estadounidense, embarcada en una fase ascendente pero que no puede tirar sola de la economía mundial, si otros bloques y países no acompañan.
El primer objetivo de la Fed es generar inflación – lo que para muchos hubiera sido anatema tiempo atrás – y mantenerla bajo control. El índice de precios al consumo en EEUU ha subido sólo el 0,2% en los últimos doce meses, y la inflación subyacente [que excluye alimentos y energía] está en el 1,9%. Al dar un empujoncito al precio dinero, se busca provocar que el CPI [nuestro IPC] alcance en dos años al 2%. El desempleo ha caído del 10% al 5%, creando 13 millones de empleos, por lo general precarios y mal pagados [¿a alguien le suena?] situación que, en teoría, debería inducir a las empresas a subir los salarios para contratar mano de obra. Pero no mucho, porque la producción podría desplazarse fuera. Por cierto: la productividad ha bajado.
Una consecuencia probable sería la apreciación del dólar, perspectiva que dislocaría nuevamente el comercio mundial, sobre todo ahora que China juega sin disimulo a la depreciación del yuan . En fin, nadie ignora que la economía mundial es un ´ecosistema` interconectado, y que la divergencia del ciclo a ambos lados del Atlántico es un factor de riesgo.
A diferencia de Estados Unidos, Europa sigue estancada en un crecimiento mínimo y, en el mejor de los casos, francamente lento. En el conjunto de la zona euro, la demanda es todavía inferior a la anterior a la crisis, y el desempleo ha bajado sólo unas décimas desde el pico que alcanzó en 2013. Conviene no engañarse ni engañar: los europeos seguiremos dependiendo de la metadona que se administra en Frankfurt: el BCE ha tomado la inusitada iniciativa de avisar desde ya que tiene intención de prolongar las inyecciones de liquidez [60.000 millones mensuales, que se dice pronto] por seis meses adicionales, hasta marzo de 2017 («y más allá si fuera necesario», según Mario Draghi).
El economista italiano Marco Valli, que conoce bien a su paisano Draghi, comenta que el presidente del BCE «quiere guardarse pólvora seca por si fueran necesarios más estímulos». Una mayor agresividad del BCE probablemente tropezaría con la resistencia alemana, ortodoxamente obsesionada con una inflación que no se ve por ningún lado: cerrará 2015 al 0.1% y, de seguir así las cosas, no iría más lejos que el 1% a finales del año próximo.
En estas condiciones, algunos indicadores españoles podrían resultar engañosos: es cierto que el consumo se ha reactivado, pero en general es un consumo cutre, espoleado por los descuentos [y salga el sol por Antequera] o que acentúa la dualidad social [francamente, no me parece un buen síntoma que los coches con más demanda sean los de gama alta]. La inversión, que probablemente es lo que anhelan muchos lectores, sigue adormecida, cuando no congelada; no pocos de mis interlocutores opinan que no se despertará hasta que se supere lo que ellos interpretan como incertidumbre política.
La incertidumbre, o la falta de información, es la espada de Damocles de los directivos de las empresas. Esta es una de las conclusiones del estudio “Redefining Boundaries: Insights from the Global C-suite Study”, elaborado por el Institute for Business Value de IBM. El síndrome, tal como lo describe el documento, tiene manifestaciones inquietantes: cómo enfrentarse a nuevos competidores que irrumpen con sus estrategias digitales, que penetran (o lo harán pronto) con intención de arrasar los modelos de negocio. Cada vez más complicado es predecir por dónde atacarán: «la mayor amenaza son los competidores que aún no vemos como tales», resume un CEO entrevistado por los autores del estudio. Leer más
Poco importa si lo llamamos ´reconversión` o, buscando el ángulo positivo, ´transformación`. El fenómeno es tangible: hay menos bancos minoristas y se siguen cerrando oficinas, los nuevos modelos del negocio bancario tiran del concepto de autoservicio y la corriente de inversión en tecnología está en revisión. Estos rasgos explican que el mercado de cajeros automáticos lleve cinco años de contracción tras haber vivido su época dorada. Europa ha cerrado 30.000 oficinas bancarias desde el estallido de la crisis financiera, y ese proceso no se da por concluido.
En realidad, la base instalada de autómatas bancarios exige una renovación intensiva, pero su volumen – dicen los expertos en el sector – no justificaría la supervivencia de cuatro proveedores: Diebold, Fujitsu, NCR y Wincor Nixdorf (en orden alfabético). Una consolidación era esperada, y se sabe que ha habida conversaciones a varias bandas, hasta que dos de los cuatro hallaron la combinación que creen idónea. Simplemente, se ha llevado el gato al agua quien estaba en mejores condiciones de endeudarse para fortalecerse. Por su lado, los accionistas alemanes no se negarán a vender con una prima de 35% sobre la cotización previa.
Diebold, fuerte en Estados Unidos y ciertos mercados latinoamericanos pero con muy poca presencia en Europa, comprará Wincor Nixdorf, que tiene un perfil inverso. El precio acordado es de 1.700 millones de euros para unir dos compañías cuya facturación conjunta proforma fue de 4.200 millones de euros (4.600 millones de dólares) el pasado año fiscal. No parece que la operación vaya a ser objetada por los reguladores. Lo que no está tan claro es que la búsqueda de sinergias [en teoría, entre 200 y 300 millones de dólares] permita a la compradora sostener la cuota conjunta del 35% en un mercado mundial que se achica en todas partes salvo en Asia y algunos países africanos.
Estadìsticamente, NCR perderá el liderazgo que hasta ahora tiene, con el 25%, y quedará aislada porque – a diferencia de Fujitsi – no tiene otras líneas de negocio. Para dar otra vuelta a la consolidación, sería necesaria la fusión de estas dos compañías. Ignoro si sería viable, pero la clave no estaría en las nacionalidades sino en la posibilidad de unir capacidades de desarrollo de soluciones y de prestar servicios a la banca en un contexto que, en el improbable caso de volver a crecer, ya no tendría como eje el hardware sino las soluciones de software y la prestación de servicios
En una entrevista publicada por este blog, el director de Retail Banking de Fujitsu para Europa, Juan José Alert, comentaba recientemente: «que aunque durante estos años no vendiéramos muchos terminales nuevos no significa que no estuviéramos ocupados trabajando con las entidades para integrar sus redes. Se ha cogido lo que ya tenían instalado, se ha actualizado, y sobre todo se ha interconectado […] Esta actividad, que despegó en 2012 y 2013, está permitiendo que el reemplazo de las redes se pueda hacer ahora con una cierta normalidad«.
El CEO de Diebold, Andy Mattes [que llegó a la compañía en 2013 con fama de especialista en integraciones con la que ahora dirigirá] ha tratado de transmitir la idea de una adquisición indolora, pero es fácil colegir que tal vez no sea sostenible mantener 25.000 empleados en un negocio en declive y que se desplaza desde el hardware hacia los servicios.
Ambas partes tienen pendiente cerrar sendas reorganizaciones. La sede europea seguirá en Paderborn (Alemania), ciudad natal de Heinz Nixdorf. Tras la súbita muerte del fundador [en el Cebit de 1986] Nixdorf Computer siguió varios años bajo control de Siemens, que segregó el negocio de retail banking en 1999. Esta trayectoria explica la decisión de que la futura empresa conjunta se llame Diebold Nixdorf. Dos apellidos alemanes, por cierto: el inmigrante Carl Diebold, de profesión cerrajero, fundó la empresa estadounidense para fabricar cajas fuertes.
A lo que iba antes de la digresión histórica: una visión realista indicaría que la fusión supone: 1) para la banca europea, la desaparición de un proveedor y 2) para NCR y Fujitsu, se abre una oportunidad de capturar contratos. ¿Acaso no son dos consecuencias típicas de las concentraciones corporativas?
Es un desafío a la razón imaginar que una empresa con activos valorados en 46.000 millones de dólares tenga una capitalización en bolsa de sólo 32.400 millones [al cierre del miércoles]. Lo que significa que sus accionistas le asignan un valor intrínseco inferior a cero. Hasta que se completa la frase: el 82% corresponde a participaciones en dos compañías asiáticas. Me refiero a Yahoo, que en los últimos días ha estado en el candelero a propósito de los rumores de destitución de su CEO, Marissa Mayer, tras el rechazo de su plan de enajenar el principal activo de la compañía, su 15% en Alibaba, debido a su elevado coste tributario.
Desde 2012, cuando dejó su puesto directivo en Google para convertirse en CEO de Yahoo, Mayer lo ha intentado casi todo para devolver a la compañía su papel en el mercado: hizo compras, atrajo amigos de Google (que pronto se marcharon), relanzó su tecnología de publicidad y renegó del contrato con Microsoft para usar el buscador Bing. Por último, recuperó la idea – concebida por su predecesora Carol Bartz – de vender la participación en Alibaba, y quizá también su participación minoritaria en Yahoo Japan. El plan Mayer se presentaba como una oportunidad de reforzar el core business, pero había en ello un componente fantasioso.
¿Core business, he dicho? Replegada en la práctica, a operar sólo en Estados Unidos, Yahoo tiene 210 millones de usuarios mensuales de sus distintos portales y servicios, según Comscore. Una audiencia sólo superada por las de Google y Facebook pero que no acierta a monetizar. La inviabilidad de vender sus activos asiáticos, presumiblemente aboca a la compañía a escindir un holding financiero que controle esas inversiones y, ahora o más adelante, poner en venta el negocio de Internet.
Esta será, probablemente, la recomendación de la consultora McKinsey, contratada para encontrar una solución al viejo dilema. Lo que no está claro es que esa solución pueda ser pilotada por Mayer tras la experiencia de los tres últimos años: la facturación del 2014 fue inferior a la del 2013, y volverá a contraerse cuando se publiquen las cifras del actual año fiscal. Los consejeros no disimulan su impaciencia, porque la acción ha bajado un 30% este año después de haberse duplicado en 2014.
Si finalmente el consejo optara por vender el negocio de Internet, el precio que podría obtener oscilaría entre 2.000 y 4.000 millones de dólares, y esto dependiendo del coste fiscal de la transacción para el comprador [no podría desgravar pérdidas porque Yahoo es rentable gracias a los beneficios de Alibaba]. Por tanto, no es indiferente quien sea el comprador.
Las alternativas que se manejan implican, casi todas, un despiece, y la lista de candidatos potenciales es generosa. Ha advertido Mayer que no será proactiva pero escuchará las ofertas que lleguen. El nombre favorito parece ser Verizon, que en tal caso procedería a combinar Yahoo con AOL, que compró por 4.400 millones de dólares a mediados de año. Habría redundancias menores entre las respectivas plataformas de vídeo, pero la operación tendría mucho sentido: el primer operador del mercado norteamericano quiere estar presente a lo grande en los servicios de contenidos y publicidad. El hecho es que, pese a su declive, Yahoo controla el 4,4% del mercado de publicidad digital en Estados Unidos.
Al acecho, para que Verizon no se les escape, están AT&T y Comcast, sin descartar a otro operador: Sprint, propiedad de Softbank (socio mayoritario de Yahoo Japan). Puestos a hacer quinielas, también se habla de Disney, para la que Internet es un instrumento de marketing de sus películas y parques temáticos. ¿Por qué no considerar la posibilidad de que Alibaba complete el círculo y adquiera Yahoo – en realidad, le bastaría con comprar un 15% de sí misma – para convertirle en plataforma de sus operaciones en Estados Unidos?
Si uno hace caso de los rumores, cualquier cosa puede pasar. Lo único que puede darse por (casi) seguro es que los 21 años de historia de Yahoo no tienen mucha cuerda, y los días de Marissa Mayer en su puesto están contados.
La intersección entre ciberseguridad y geopolítica es evidente pero sibilina. Las grandes potencias se espían – incluso entre aliados – a la vez que se acusan mutuamente de espionaje. Los ciberataques serán todo lo globales que se quiera, pero las fronteras nacionales importan mucho. Las grandes empresas privadas de cibersguridad tienden a recibir una parte significativa de sus ingresos de los gobiernos de sus países de origen. Dave deWalt, CEO de FireEye, en reciente conversación con el autor de este blog, defendió la legitimidad de contratar con las «agencias gubernamentales de tres letras». De hecho, su empresa ha reclutado especialistas procedentes de esos organismos. Leer más
Michael Moritz, chairman de Sequoia Capital, es una leyenda entre los inversores especializados en negocios tecnológicos. A diferencia de otros que se manifiestan compulsivamente en Twitter, Moritz reserva para raras ocasiones sus expresiones públicas, pero cuando lo hace eleva el nivel intelectual de la conversación, y sólo si tiene algo importante que transmitir. La semana pasada, Moritz publicó una columna en el Financial Times que, resumida a continuación, deja una o varias lecciones.
Empieza por una constatación: «las 15 compañías tecnológicas de más alta capitalización bursátil en el año 2000, han sido colectivamente diezmadas: han perdido un 60% de su valor combinado de entonces». Individualmente, sólo una – Microsoft, y vaya lo que ha sufrido – vale hoy en bolsa más que hace quince años, cuando estalló la burbuja. De las otras, excluída Nortel (quebrada y liquidada) la que más se ha derrumbado es Cisco: de 403.000 millones a 144.000 millones. Le siguen Intel (de 288.000 ha caído a 161.000 millones) y EMC (que de valer 218.000 millones ha pasado a ser adquirida en 67.000 millones]. Y así hasta contar catorce víctimas de un cambio radical del mercado: el declive del hardware y el software convencional, el ascenso del cloud y el open source, entre otros fenómenos tecnológicos.
Por otro lado, si se escogen 15 compañías que en el 2000 valían menos de 10.000 millones de dólares cada una, hoy se encuentran entre las 50 más importantes por capitalización bursátil, con un valor conjunto de 2,1 trillones [billones de los nuestros]. Apple «vista como una curiosidad hace quince años», según Moritz, se ha elevado de 6.000 a 659.000 millones de dólares.
Algunas de las compañías más valiosas de la actualidad, no existían en 2000: Facebook, LinkedIn y Twitter. Google [costará habituarse a llamarla Alphabet] apenas despuntaba, y hoy vale 528.000 millones de dólares. No olvida señalar otro cambio trascendental: hace quince años nadie pensaba en China, pero hoy las compañías números cuatro, cinco y seis del ranking de capitalización bursátil del sector se llaman Alibaba, Tencent y Baidu.
Esta enumeración no la hace Moritz como un ejercicio trivial. En los dos párrafos finales descubre su propósito: es un llamamiento a la disciplina de las startups, una virtud que se adquiere en el mercado bursátil. Llama la atención a otros inversores sobre la cantidad de empresas que llevan demasiado tiempo viviendo de sucesivas rondas de financiación, sin dar el paso de cotizar en bolsa, que las legitimaría y acabaría con las dudas acerca de su verdadero valor.
Prácticamente todas las empresas punteras que nacieron entre 2000 y 2008, recuerda, consumieron cantidades pequeñas de capital antes de su salida a bolsa. Cita un caso probablemente irrepetible, Google: sólo necesitó recaudar 8.000 millones de dólares antes de ser rentable. Lo sabe bien Moritz, que fue uno de los primeros en recomendar a sus asociados que invirtieran en la idea de Page y Brin. Se estima que en la actualidad, la cartera de Sequoia Capital equivale al 22% de la capitalización conjunta en el Nasdaq.
Fue en septiembre de 2014, en Santander. En uno de esos breves encuentros con la prensa que llamamos ´canutazos`, preguntamos a César Alierta por qué Telefónica había tenido que tirar la toalla tras años de formar parte de un consorcio propietario de Telecom Italia. «Porque no somos italianos», respondió Alierta, que aquella mañana estaba locuaz. Lo que no dijo fue que tales disgustos venían justificados por su interés de tener una posición vigilante ante cualquier iniciativa relacionada con la operadora brasileña TIM. Para esa fecha, Telefónica había colmado su ambición en Brasil con la compra de GVT al grupo francés Vivendi; ya no tenía sentido seguir aguantando la hostilidad de quienes recelaban de una » invasión española».
Recuerdo la anécdota ahora, ante la descarada puja que protagonizan dos empresarios franceses [o tres, como se verá] por controlar Telecom Italia o, cuando menos evitar que uno de ellos u otro alcance una posición decisoria. Los directivos italianos que creían poder disfrutar de un período de calma tras la salida de Telefónica, se encuentran con otras maniobras financieras.
Telecom Italia es vista desde hace años como candidata a alguna consolidación transfronteriza, y no tiene fuerzas para evitar ser la víctima de iniciativas ajenas: con un valor en bolsa de 23.000 millones de euros, acumula una deuda de 27.000 millones. A más de una operadora europea le hubiera gustado tomar su control, pero la política italiana es como para echarse atrás [que es lo que quiso decir Alierta con aquella breve respuesta].
El grupo francés Vivendi se presenta voluntario para reescribir el guión. Controlado por el rudo multimillonario Vincent Bolloré, ha comprado en bolsa suficientes acciones de Telecom Italia para, junto con el 5% recibido de Telefónica en pago de GVT, suman un 20% del capital, sin llegar al mínimo que le obligaría a presentar una OPA que, sin duda. destaparía la caja de los truenos. Tras haberse desprendido Vivendi de todos sus intereses en el sector de las telecos, los motivos de Bolloré son una incógnita.
En el otro extremo del cuadrilátero, Xavier Niel, también multimillonario y no menos astuto se apresta a canjear las opciones que adquirió subrepticiamente, por un 15% de Telecom Italia. Cualquier espíritu suspicaz diría que Bolloré y Neil están compinchados para ´afrancesar` la compañía italiana, pero no parece ser el caso, porque – según dicen – los dos magnates se odian por tierra, mar y aire.
El poder financiero italiano (y sus prolongaciones políticas) ha empezado a moverse para abortar cualquier movimiento que condujera a una ´pérdida de soberanía` sobre la histórica operadora. En este momento de la partida, reaparece la carta brasileña: el activo más valioso de Telecom Italia es TIM Participacōes. Marco Patuano, CEO de la compañía italiana, ha advertido – y no por primera vez – de su disposición a fusionar TIM con el cuarto operador brasileño, Oi, «siempre y cuando» este encuentre una solución para rebajar su astronómica deuda.
Unidas, TIM y Oi podrían oponer un bloque competitivo frente a los dos líderes del mercado brasileño, Vivo (Telefónica) y Claro (América Móvil). Pero la deuda es el gran obstáculo. Una eventual solución podría aportarla otro multimillonario, en este caso el ruso Mijail Friedman, de quien se dice estaría dispuesto a comprar Oi haciéndose cargo de la deuda.
Pase lo que tenga que pasar con TIM, el péndulo vuelve a la consolidación de las telcos europeas. Como si no hubiera bastante con dos franceses, se ha entrometido Orange. Su CEO, Stéphane Richard, ha declarado que en su estrategia de crecimiento – necesariamente fuera de Francia – podría tener cabida una fusión con Telecom Italia. Es curiosa la reacción de los mismos medios italianos que en su día hostigaron a Telefónica: dicen ahora que una fusión entre dos ´incumbentes` tendría más sentido operativo que las confusas aventuras financieras de Bolloré y Niel.
Como manda la leyenda, Alex Polvi y Brandon Philips crearon CoreOS en un garaje de madera, a mediados de 2013. Un año después presentaban la primera versión de su contenedor Rocket, y en abril de 2015 una versión comercial que llamaron Tectonic. Habrán sido muy convincentes, porque la flor y nata del venture capital [Accel, Kleiner Perkins, Sequoia y Andreessen Horowitz] ha invertido 20 millones de dólares en su proyecto. El objetivo – dijo Polvi al recibir a un grupo de periodistas en sus oficinas de Mission St. – es «poner la infraestructura de Google al alcance de todos». Suena pretencioso, pero Google Ventures ha contribuído con más millones a su última ronda de financiación. Leer más