10/07/2025

Microsoft y OpenAI, condenadas a distanciarse

Pasan los meses, pero OpenAI no atina a dar el golpe de timón adecuado para convertirse de una vez por todas en una corporación empresarial como otras, capaz de aceptar inversiones milmillonarias sin ataduras y pueda, cuando toque, salir a bolsa. El ambicioso proyecto de Sam Altman concentra las fricciones entre la startup y su principal socio. Microsoft, así se ponen de manifiesto casi cada día desde que dieron estado público a su alianza de los cuatro años anteriores. Ni una ni otra está exenta de culpa: se distancian a la vista de todos, evitando el divorcio.

Sam Altman

Que no se conozca ninguna fotografía de Altman y Nadella juntos posterior a noviembre de 2023, algo querrá decir. Ha dado pie a conjeturas el papel del segundo en el golpe que descabalgó brevemente al primero, pero de lo que no hay duda es de que Microsoft se ha reservado un papel menor en la rondas de inversión subsiguientes de OpenAI, mientras Altman obtenía promesas de millones para nuevos proyectos, como el faraónico Stargate, que estos días vuelve a la actualidad.

Durante muchos meses, las negociaciones para transformar estructuralmente el acuerdo se han topado con escollos, hoy insalvables. Cuando una parte sugiere que está próximo el  entendimiento, la otra clarifica que habrá que  esperar.

Cuando Microsoft invirtió un total de 13.000 millones de dólares en OpenAI, se aseguró de que esta emplearía la nube Azure para su computación, así como la integración de los modelos de OpenAI en Microsoft 365, Bing y GitHub Copilot, compromisos muy favorables al proyecto incipiente comandado por Altman, pero ahora este ha llegado a un acuerdo con Google Cloud y tiene previsto construir centros de datos con Oracle que aligeran su dependencia respecto de Microsoft. Por su lado, esta desarrolla sus propios modelos y reclama tener derechos sobre la propiedad intelectual de su socio. Como este seguirá perdiendo dinero durante años, Nadella busca otras formas genuinas de rentabilizar su inversión, que en parte ha consistido en crédito a OpenAI sobre el coste de usar la nube de Microsoft.

Son chispas que saltan involuntariamente a la hora de negociar la transformación estatutaria de OpenA. Porque la empresa nació en 2015 como entidad sin ánimo de lucro y tiempo después formó una subsidiaria con capacidad para obtener beneficios, controlada por la primera. El artilugio jurídico debería llevar a la conversión en una “corporación orientada al beneficio público”, fórmula por la que se obliga a establecer directrices mediante las que apoyaría fines sociales o medioambientales”. Suena a solución de compromiso, porque presuntamente sería más sencillo virar hacia esta modalidad que convertirla en una corporación al uso.

El verdadero problema es que cualquier cambio estructural en OpenAI (la subsidiaria, que es la que maneja el negocio) debe ser aprobado por la junta directiva de la entidad sin ánimo de lucro del mismo nombre y también por Microsoft en su calidad de socio que es a la vez el principal inversor.  No sería grave si no fuera por la cuenta atrás: es imperioso encontrar un acuerdo antes de que acabe 2025; de lo contrario OpenAI corre el riesgo de perder los 20.000 millones de dólares, prometidos por Softbank en su última ronda con la condición de que completase su metamorfosis antes de esa fecha.

Desde luego, Altman necesita mucho capital para todas sus aventuras y, por supuesto, para sustentar sus operaciones de entrenamiento e inferencia de los modelos. Según la compañía, ChatGPT tiene unos 500 millones de usuarios activos semanales: muchas consultas, muchos tokens generados y muchos recursos computacionales consumidos.

El gran obstáculo en las conversaciones es el porcentaje que poseerá Microsoft en la nueva entidad que emerja de OpenAI. Se baraja entre el 20% y el 49%, una horquilla demasiado amplia, que esta habría fijado en un 33% mientras la otra parte pretende una mayor participación, a la vez que tener acceso a toda la propiedad intelectual de OpenAI, un deseo que entra en conflicto con la adquisición de Windsurf – 3.000 millones de dólares – que compite directamente con GitHub Copilot y con la que OpenAI quiere reforzar sus propios asistentes de programación liberándose de la tutela de Microsoft.

El acuerdo vigente entre Microsoft y OpenAI se remonta a una inversión inicial de 1.000 millones de dólares en 2019 y garantiza a la primera un 20% de los ingresos de la startup hasta que alcance los 92.000 millones de dólares en facturación acumulada. Además, Microsoft tiene derechos exclusivos para comercializar las APIs de los modelos de OpenAI desde Azure.

OpenAI quiere liberarse de estas ataduras de juventud y con ello rentabilizar sus productos a la manera que ella misma decida. Tanto es así que – según Wall Street Journal – habría considerado la posibilidad de acusar a Microsoft de comportamiento anticompetitivo. Una evidente incitación al escrutinio regulatorio que no habrá sentado bien a su socio. Por ahora, la compañía de Nadella tiene las cartas de su parte. El acuerdo en vigor deja le es favorable y solo necesita esperar, hacer sudar a Altman mientras el cronómetro aprieta.

En este cuadro, no parece que Microsoft tenga voluntad de hacer favores a OpenAI. Sus equipos de ventas se afanan por diseminar el asistente Copilot en el ámbito empresarial, sin gran éxito por el momento, por lo que ChatGPT representa una competencia mucho mayor de lo esperado. Se confía en la omnipresencia de Windows y la suite de productividad de Microsoft como armas para penetrar en las empresas. Sin embargo, en muchos casos han optado por acudir directamente a OpenAI.

Al final, Copilot se basa en los modelos de OpenAI, con lo que Microsoft tiene dificultades para diferenciar su servicio. Además, las empresas están llenas de profesionales que, en su ámbito personal, han comenzado por usar ChatGPT, que hoy no tiene rival en el mercado de consumo. En sus empleos, se sienten cómodos con el chatbot al que están habituados.

Tampoco ayuda el hecho de que las actualizaciones de OpenAI tardan semanas en llegar a Copilot porque Microsoft necesita asegurarse de que los cambios mejoran la experiencia y mantienen la seguridad. Tal vez la única ventaja de Copilot resida en que es más barato, pero esto puede que no dure mucho, ya que OpenAI ha presentado un modelo de precios basados en uso, que podría rebajar el coste por empleado.

Pero, atención, la rivalidad podría aumentar si se confirma que OpenAI desarrolla sobre ChatGPT herramientas propias para colaborar y chatear en tiempo real. Sería algo similar —al menos se presentaría como alternativa— a los paquetes de herramientas de colaboración de Microsoft Office y de Google Workspace. Ambos incluyen ahora IA para enriquecer sus servicios.

La gran novedad es que OpenAI ha saltado a la arena de los contratos gubernamentales en Estados Unidos. Pero es que la startup ha entrado incluso en la arena de los contratos gubernamentales. El departamento de Defensa le ha otorgado 200 millones de dólares para ayudarle a identificar y construir prototipos de sistemas para tareas administrativas y otras “no definidas”. Esto habrá hecho saltar algunas alarmas en su socio, con miles de contratos con el gobierno de Estados Unidos labrados a lo largo de décadas.

Microsoft conjuga su propio distanciamiento en la relación. Ha empezado a diversificar en materia de modelos de IA. El pasado mes de mayo incluyó Grok, de xAI, en su oferta. Al mismo tiempo, su división de IA, liderada por el prestigioso Mustafá Suleyman, ha desarrollado y entrenado una familia de modelos, llamados internamente MAI. Suleyman proviene del equipo de Inflection AI, que prácticamente fueron comprados, junto con la propiedad intelectual de la empresa, por 650 millones de dólares.

Si el resquemor entre los dos socios no pusiera suficientes piedras en el camino, Elon Musk – fundador de OpenAI antes de romper con Altman, arroja su propia piedra: una demanda en la que alega que OpenAI debería haber permanecido como entidad sin ánimo de lucro y basada en el código abierto. Algunos ex empleados se han sumado a las acusaciones. Aunque en todo caso, una vez negociados todos los términos y resueltos los obstáculos legales, la transformación deberá ser aprobada por los fiscales generales de Delaware y de California. Colofón: aún quedan sobresaltos.


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