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  8/03/2022

Intel, demasiado grande y bastante frágil (1)

Magdeburgo, a 160 kilómetros de Berlín, acogerá la primera de dos fábricas que Intel se propone construir en Europa. Mientras tanto, se mantiene la duda entre Francia e Italia acerca de la segunda, como parte de una inversión en el continente [Reino Unido no ha sido considerado, ya se sabe por qué] de 80.000 millones de euros y que recibiría incentivos públicos no revelados. Previamente, se había anunciado la elección de Arizona y Ohio como emplazamientos de otras dos fábricas en Estados Unidos al coste de 40.000 millones de dólares. Así empieza a tomar forma uno de los tres capítulos de la estrategia de restauración que emprendió Pat Gelsinger al volver como CEO a Intel hace trece meses.

Pat Gelsinger, Raja Koduri, Sandra Rivera y Anne Kelleher

Esta expansión de la capacidad instalada ha sido bautizada como IDM 2.0 al ser una evolución del modelo de autosuficiencia IDM (Integrated Device Manufacturing). En lugar de limitarse a fabricar chips para sí misma, Intel proclama su disposición a producir para terceros y a tal fin ha creado una división, Intel Foundry Services (IFS). El objetivo va, pues, mucho más allá de solucionar la escasez actual, pero algunas voces han advertido que cuando estas nuevas fábricas entren en funcionamiento, la situación del mercado podría haberse convertido en excedentaria.

Según ha dicho el propio Gelsinger, se trata de asegurar que la capacidad instalada esté mejor distribuida geográficamente, para que las compañías occidentales dependan menos de proveedores asiáticos. En paralelo, en sus varias visitas a la Casa Blanca de Joe Biden, ha señalado que su misión es contribuir a recuperar el papel de Estados Unidos en el mundo.

A esas iniciativas hay que sumar la adquisición por 5.400 millones de dólares de Tower Semiconductor, empresa israelí que opera fábricas de chips especializados (radio frecuencia y sensores) en Israel, Italia, Estados Unidos y Japón y que, según se ha comunicado, van a ser instrumentales en el lanzamiento de IFS para atender rápidamente necesidades de la industria de automoción, entre otras que están ansiosas de normalización.

Este movimiento recuerda un amago anterior de cuando Gelsinger mostró su interés en GlobalFoundries, pensando en que la combinación pondría a Intel a la cabeza de los ´solucionadores` de la escasez generalizada de suministros. Aquella jugada salió mal: el propietario de GlobalFoundries – el fondo Mubadala, que en España controla Cepsa – optó por sacarla a bolsa.

La estrategia de Gelsinger ha sido bien recibida en Washington, donde hay demostrada inquietud por la dependencia de semiconductores asiáticos. Al extremo de que la CHIPS for America Act ha sido aprobada rápidamente y contempla fondos por 52.000 millones de dólares para impulsar producción propia. No sorprende que también Samsung, GlobalFoundries y Texas Instruments se subieran al carro con sus respectivos planes de inversión y que hasta TSMC decidiera instalarse en territorio estadounidense.

En el reciente Investor Day de Intel, Gelsinger ha fijado una ambiciosa meta: alcanzar un crecimiento de dos dígitos en el plazo de tres o cuatro años. Ya se perciben cambios sustanciales en una compañía que había perdido el brío acostumbrado. A la tradicional rivalidad con AMD se han sumado dos compañías más jóvenes, la estadounidense Nvidia y la británica ARM, pero la fusión fallida de estas ha dado un respiro a Intel.

Pese a que el contexto de la industria apunta a que los problemas de suministro se extenderán por más tiempo de lo esperado, el CEO de Intel mantiene su confianza en un crecimiento de dos dígitos en 2025. La acogida de los inversores ha sido tibia o escéptica – desde la primera sesión del 2022 – la acción ha caído un 8%, pero Gelsinger es inasequible a esas presiones: aceptó el cargo tras asegurarse del respaldo explícito del consejo para apartarse del camino trillado y cambiar la prioridad: de cortejar a los accionistas para sostener la cotización, ha pasado a dedicar más recursos a la inversión y devolver la compañía al buen camino.

Por lo pronto, el nuevo director financiero, Dave Zinsner, ha anunciado que la facturación de este año debería rondar los 76.000 millones de dólares, que supone un crecimiento tímido, pero definió el horizonte 2025/2026 como un punto de inflexión, estimando márgenes brutos en torno al 54/58%, cuando estén asentadas las inversiones previstas. Perseguir ese futuro implica algo que a los accionistas no les ha gustado: el flujo de caja libre será negativo en al menos 1.000 millones de dólares este año fiscal porque Intel está en el momento crucial de una fase de inversión. A quien no le guste, será porque su interés es cortoplacista.

Para entender lo que pasa, hay que mirar el mercado en el que se insertan estos planes. En los últimos años, Nvidia ha ido ascendiendo puestos hasta alcanzar una valoración bursátil de de casi 550.000 millones de dólares, mientras la de Intel caía a menos de 200.000 millones. Al mismo tiempo, Samsung arrebataba a Intel su proverbial liderazgo en facturación. En cuanto a su archienemigo AMD, poco a poco ha ido haciéndose fuerte en los segmentos más rentables para Intel. Durante años, los antecesores de Gelsinger siguieron estratégicas erráticas y/o timoratas que dejaron campo a sus rivales.

Durante décadas, con regularidad ha marcado el ritmo al mercado. Pero sus dificultades para perfeccionar los procesos de producción han permitido que TSMC y Samsung le fueron robando ese liderazgo entre 2015 y 2019. Mientras insistía en preservar la estrategia IDM original los retrasos que ha ido acumulando Intel en la actualización de sus procesos de fabricación han derivado en que los procesadores más rápidos de AMD se producen con una densidad de 7nm y que este año prevea llegar a 5 nm, gracias a que contrata su fabricación a la taiwanesa. El riesgo es evidente: ¿por qué habrían de esperar a Intel los fabricantes de PC y de servidores cuando pueden avanzar en el mercado con procesadores más rápidos y que comparten la misma arquitectura?

La amenaza de AMD es para tomársela en serio. La compañía espera que su facturación de este año crezca un 30% hasta 21.500 millones de dólares y asegura que los centros de datos – el segmento más rentable de Intel – ya representa el 26% de su facturación. Además, AMD dice que sus chips son usados por diez de los más grandes hyperscalers, con lo que gradualmente va colonizando el hardware que soporta la computación en la nube.

Para completar el panorama de desgracias, Apple decidió prescindir de los Intel Core en sus ordenadores Mac, por lo que encomendó a TSMC la fabricación de sus procesadores M, de diseño propio.

ARM pasa por un mal momento tras frustrarse la oferta de Softbank, que había aceptado con entusiasmo, pero tiene en sus manos la posibilidad de librar una batalla contra la arquitectura x86. El mejor rendimiento por vatio que está ofreciendo la compañía británica está empezando a calar en los datacenter, lo que ha determinado una reacción insólita por parte de Intel: ha decidido poner en manos de TSMC la fabricación de procesadores x86 con tecnología de 3 nm. De pronto, el paisaje ha dado un giro: Intel y Apple se han convertido en los primeros clientes de la tecnología más avanzada del fabricante taiwanés.

Hay una extraña ironía en el hecho de que, mientras germinan sus propias inversiones para reducir el liderazgo fabril de TSMC, tenga Intel que darle un contrato multimillonario ante la evidencia de que no llegaría a desarrollar una alternativa a tiempo.

Hay quien se pregunta por qué Gelsinger se ha metido en este avispero. A sus 61 años y con una confortable posición como CEO de VMware, aceptó volver para dirigir la empresa en la que inició su carrera a los 18. ¿Por el salario de 1,2 millones? ¿Por el bonus de 3,4 millones? ¿Por las acciones a las que tendrá derecho si cumple determinado objetivo bursátil? Parece poco probable que el dinero sea su motivación, sabiendo que dona la mitad de sus ingresos a actividades benéficas. Según sus palabras, “mi objetivo es restaurar la grandeza de Intel”.

De momento, ya ha conseguido restaurar los equipos directivos de la compañía. Algunos de sus movimientos han sido significativos: prescindió de Naveen Shenoy, quien lideraba el Data Platform Group y rebautizó su estructura como Datacenter and AI Group, poniéndolo a cargo de Sandra Rivera. Esta  reorganización ha supuesto la creación del Software and Advanced Technology Group, para el que ha sido fichado el antes CTO de VMware, Greg Lavender. Raja Koduri sigue como director del Accelerated Computing Systems and Graphics Group, cuya misión es acortar la distancia ganada por Nvidia. Anne Kelleher será la responsable directa de que se ejecute la hoja de ruta en la crucial línea de procesos.

Un aspecto relevante de la nueva estrategia es la reactivación del peso de las actividades de I+D. En 2021, Intel les dedicó más de 15.000 millones de dólares, algo más del 20% de la facturación total, mientras que un año antes había sido del 12%. Ahora, los frutos de tanto esfuerzo han de trasladarse a una hoja de ruta coherente y realista, tras el fracaso de la anterior, de 2019. Pero este asunto dará para otra crónica.


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