publicidad

17 de octubre 2019

17/10/2019

Dos docenas de los 28 estados miembros de la UE han contribuído, desde el pasado marzo, en un documento común titulado ´EU coordinated risk assessment of 5G cybersecurity`, que acaba de publicar la Comisión Europea. A nadie se le escapa que el propósito no es otro que dar una respuesta colectiva a las presiones transatlánticas que tratan de forzar a los países europeos a seguir la línea de la  administración Trump y abstenerse de dar entrada a proveedores chinos en el despliegue de sus redes 5G. La amenaza, explicita en algún caso, de restringir la entrega de información de inteligencia, proveniente de Washington, no se puede echar en saco roto.

Si el objetivo era despejar el balón para evitar que esa jugada se consume,  la Comisión lo ha conseguido sólo en parte. Porque el documento es un portento de malabares: “[algunos países miembros] han identificado que ciertos países no pertenecientes a la UE representan una ciberamenaza a sus intereses nacionales, basada en un modus operandi de ataques previos, así como en la existencia de programas de agresión cibernética por parte de terceros estados”.

Otro apartado del informe distingue entre suministradores cuya sede se encuentra en territorio europeo (Ericsson y Nokia) y otros externos a la UE. Entre los ´otros` menciona cuatro: Huawei, ZTE, Samsung y Cisco, para apostillar inmediatamente que “algunos modelos de gobernanza corporativa presentan notables diferencias en materia de transparencia y estructura de propiedad”, es cristalino que se refiere a Huawei. Pero esta no se inmuta, emite un comunicado en el que valora positivamente “el compromiso de la UE de adoptar un enfoque basado en la evidencia, analizando a fondo los riesgos en lugar de enfocarse en países o actores concretos”.

La premisa del documento es sencilla: “las redes 5G podrían plantear riesgos de ciberseguridad mayores que otras tecnologías anteriores, debido a la preeminencia del software en las funciones de control y en los componentes del extremo de las redes [edge networking] o a deficiencias en los procesos de desarrollo dentro de los suministradores [y por tanto] a la facilidad con la que actores maliciosos podrían insertar puertas traseras de casi imposible detección”.

En un capítulo didáctico, se señala que las redes 5G harán uso intensivo de nuevas funciones que a su vez plantean nuevos problemas de seguridad, señala el texto comunitario. Una es el movimiento hacia el software y la virtualización (SDN y NFV), un cambio drástico en la arquitectura de red. El segundo es la posibilidad de troceado de las redes (network slicing) con un alto grado de separación entre las capas de servicios sobre un sustrato físico común. Y la tercera, que se sugiere como la más problemática, es la descentralización de recursos a servicios más próximos al usuario final (edge computing).

En la práctica, los riesgos no se limitarían al puñado de grandes suministradores citados sino que se multiplicará necesariamente “por la participación de una vasta cantidad de subcontratistas cuya tarea es la prestación de servicios como gestión y mantenimiento de redes y centros de datos, estimulados por dos características nuevas de las redes: se basan en software y sus funciones tienden a la virtualización”.

“Las amenazas originadas por estados y entidades respaldadas por estos son percibidas como las de mayor relevancia y realmente son las más serias”, apunta el informe con no disimulada intención. Pero también señala que otros actores, con menores recursos, destacan por su fuerte motivación para atacar una red 5G: la búsqueda de ventajas tecnológicas o el ciberterrorismo. Sobre esta base se incluye un gráfico de araña que representa la percepción media de los riesgos que plantea cada grupo de actores potenciales.

Como antídoto a este catálogo de peligros tangibles, la CE invita a prestar ´más consideración` (sic) al desarrollo de la capacidad industrial europea de desarrollo de software, fabricación de equipos, laboratorios de testing, evaluación de conformidad, etc”. Nadie sensato se opondría a tan noble designio, aunque podría aducir que dos de los cinco grandes proveedores de redes son europeos (Ericsson y Nokia). Aunque cabe relativizar: en Nokia no acaba de cuajar el modo de ser competitiva, mientras que Ericsson no pasa por su mejor momento financiero para apuntalar la relación comercial con los operadores. Ya se sabe a quién favorece esa debilidad europea.

¿Y ahora qué? ENISA, la agencia europea de ciberseguridad, prepara un mapa de las amenazas potenciales contra las redes 5G, cuyo resultado sería un conjunto de medidas con el fin de identificar y mitigar los riesgos específicos que corre cada país miembro. Debería estar terminado antes del 31 de diciembre de este año para ser revisado anualmente. En octubre de 2020, cada uno de los 28 (o 27 si se materializa el Brexit) presentará una evaluación de su propio cumplimiento de las recomendaciones para, con la recopilación, trazar un plan de acción. El sentido de urgencia no es el principal mérito del documento. Veremos.

Las memorias olvidan un año olvidable

15/10/2019

Después de unos gloriosos años 2017 y 2018, el mercado de memorias de semiconductor ha padecido cuatro trimestres desastrosos, con caídas en la facturación y beneficios de los fabricantes. Recientemente, los analistas han debatido si se había llegado el final del ciclo depresivo y, en consecuencia, si el esbozo de remontada se mantendrá y qué forma adoptará. Un síntoma ha sido la apostilla positiva que Samsung añadió a sus resultados preliminares del tercer trimestre. Dada la preponderancia de la compañía coreana en este singularísimo mercado, parece que se confirman los buenos augurios para 2020. Pero también las sombras: la amenaza de recesión y los estragos de la guerra comercial. Leer más

Smartphones plegables: tirón y arrastre

11/10/2019

La salida al mercado del smartphone plegable de Samsung ha marcado, con demora, la apertura de una nueva categoría. No era lo que pensaba este blog hace meses, cuando canceló una crónica que calificaba al Galaxy Fold – y al Mate X de Huawei – como algo prematuro. Hoy, las dudas persisten acerca del tirón que puedan tener entre los consumidores, pero no se puede negar su arrastre en el resto de los fabricantes. Varios de estos dicen tener planes de lanzamiento de terminales con estas características. Para empezar, rompen el techo de precio: los dos que se conocen rondan o sobrepasan los 2.000 euros, de modo que se hace difícil creer que revitalicen la alicaída demanda de smartphones. Leer más

Oracle y Amazon, enemigos para siempre

9/10/2019

Séptima fortuna del mundo y al parecer en excelente forma a sus 75 años, Larry Ellison no suelta el timón de Oracle, la empresa que fundó hace 42 años. Todo lo contrario, acumula más funciones cada vez que pierde algún lugarteniente. Ya no tiene mérito apostar a qué competidor dedicará sus pullas en OpenWorld, el evento anual para clientes que acaba de celebrar en San Francisco. Su actual enemigo declarado es Amazon Web Services (AWS) y no parece que haya paz posible. A otros  adversarios – IBM, SAP, Workpay o Salesforce, sus némesis históricas – directamente les ignoró en esta edición. En cambio, tuvo palabras amables para Microsoft, con quien se ha resignado a firmar un acuerdo táctico. Leer más

7 de octubre 2019

7/10/2019

No le falta razón a la lectora I.R. cuando opina que mi comentario sobre el colapso de WeWork “se deja llevar por la lección moral del episodio pero omite pronunciarse sobre la perspectiva de que excesos como estos sean el prólogo de una nueva burbuja de las puntocom”. Con gusto trataré de aclarar mi posición, pero desde ya adelanto que no creo en la hipótesis de una burbuja. El temor a una repetición de la vivida entre 1999 y 2000 ha sido recurrente durante casi 20 años, el fantasma no se ha presentado a la cita.

Es comprensible que se hable de otra burbuja, pero mi metáfora personal no es tan ingeniosa: me gusta pensar que es una espuma, que se disipará sin ruido. Que los inversores echarán cuentas y serán más exigentes, que los sinvergüenzas serán castigados.

Estaba previsto que 2019 sería un año récord para la puesta de largo de  startups tecnológicas, a rebufo de dos estrellas rutilantes: Uber (en teoría valorada en 96.000 millones)  y WeWork (47.000 millones). A estas fechas, se puede diagnosticar la cosecha menos rica desde que estalló la burbuja del 2000: la mayoría de estas “plataformas” siguen luciendo números rojos. Con una diferencia: se ha perdido la confianza en los fanfarrones y sus esquemas laxos (cuando existen) de gobierno corporativo. Esto lo describe muy bien Michael Lewis en su último libro, El Póquer del Mentiroso.

No abundaré en lo ya escrito, pero he visto que la última ocurrencia de Uber es ofrecerse como agencia de trabajo temporal para que sus conductores obtengan ingresos complementarios cuando les sobra tiempo o no tienen pasajeros que transportar. En cuanto a WeWork, ante la certeza de tropezar con estrépito nada más iniciarse la primera sesión canceló su OPV; pocos creen que tenga otro futuro que liquidar activos para enjugar sus deudas.

Para que conste: de los 390 ´unicornios` contabilizados en agosto por CD Insights – ya saben: compañías cuya valoración privada supera los 1.000 millones de dólares – la más valiosa era la china ByDance (75.000 millones) seguida de su compatriota Didi Chuxing, que emula a Uber (56.000 millones), Juul (cigarrillos electrónicos, 50.000 millones), WeWork (47.000 millones) y Airbnb (29.000 millones).

Se ha calculado que menos del 20% de los ´unicornios` que han asumido el  riesgo de cotizar, esperan obtener beneficios en 2020: en casi todos estos  casos, se trata de empresas de software que captan ingresos recurrentes por suscripción o pago por uso, un modelo apreciado mientras no se demuestre lo contrario. El resto, la mayoría, cacarean la naturaleza  ´disruptiva` de sus modelos de negocio, pero los inversores bursátiles no entran al trapo y, en consecuencia, sus cotizaciones están por debajo de las esperadas. El gráfico siguiente presenta cinco ejemplos de este año.

En mi opinión, se ha llegado a esta situación por varias vías. Una de ellas es la impudicia con la que algunas startups se han disfrazado de tecnológicas sin reunir los mínimos requisitos para ser reconocidas como tales. Veo un ejemplo sublime en Peloton Interactive – por cierto, su primer día en bolsa se saldó con una caída del 11% – cuyo negocio es la venta de aparatos para fitness pero que, mediante el truco de añadirles una pantalla y una app, tiene la audacia de autodefinirse plataforma que ofrece “una experiencia inmersiva y conectada; al nivel más básico, vendemos felicidad”.

El motor del fenómeno ha sido un largo período de excedentes de capital en manos de los gestores de venture capital, un ciclo que ahora está siendo cuestionado y que han manejado con prodigalidad dinero de caudales asiáticos y recuelos de petrodólares. Estos inversores tienen (o tenían) una  tolerancia al riesgo más elástica que las fundaciones, fondos de pensiones y family offices que ahora presionan para que les muestren en qué cálculo se basa la rentabilidad futura.

No se puede cerrar los ojos ante la responsabilidad de Softbank y su Visual Fund en la inflación de expectativas. La estimación de la web CrunchBase informe que a este fondo se debe más del 10% del capital en dólares invertido en 2019.

Algunos ´unicornios` han mantenido o mejorado sus cotizaciones desde que salieron a bolsa este año – Cloudflare y Zoom Video, por ejemplo – gracias a que sus márgenes brutos, del 81% y 77% son superiores al corriente en las compañías de software. Los grandes pinchazos ocurren cuando los fundadores no son capaces de exhibir esa capacidad.

Hay, por supuesto, una volatilidad macroeconómica que mantiene alerta a los inversores. Un estudio reciente indica que el 74% de estos creen que el mercado ha dejado atrás el pico de su ciclo y que una recesión estaría a la vuelta de la esquina. Los índices bursátiles son ahora mismo un indicador imperfecto de la coyuntura económica, por ser sensibles a movimientos especulativos o, venga o no a cuento, a la noticia del día. En tal ambiente, se hace difícil confiar en las promesas de una recién llegada.

Muchas de las que han empezado a cotizar este año, y las que preparan su salida en 2020, tienen una perspectiva ensombrecida por la guerra comercial con China, la incertidumbre política y la desaceleración en las principales economías. Para los inversores minoristas o institucionales, es alto el riesgo de comprar acciones de empresas que no necesariamente van a dar beneficios durante varios años.

También hay que considerar que las candidatas a una OPV no abandonan la costumbre de usar pleonasmos para describir su disposición a romper el estatus, pero el autobombo cada vez cuela menos más allá del circuito de venture capital. Un lenguaje útil para animar una ronda de financiación no es necesariamente adecuado para compararse con empresas cotizadas.  Entre las que han pinchado en hueso y las que han desistido, se queda uno con la impresión de que ha llegado la hora de pensarse muy bien una salida a bolsa (OPV).

Lo que conduce a una interesante polémica en torno al mejor método para salir a bolsa. Siempre se ha considerado que una OPVse realiza con todas las formalidades exigidas por los bancos de inversión. Un caso sonado de renuncia a este procedimiento ortodoxo ha sido el de Spotify: en 2018 optó por apuntarse directamente ante la comisión de valores para empezar a cotizar [hoy cotiza un 27% más bajo, pero no por culpa del direct listing]. Este año, Slack usó el procedimiento no convencional.

La cuestión de fondo, que omití en mi epístola anterior (y esta ya va siendo larga), es cómo financiar una startup legítima para que no se la confunda con un cuentacuentos. En Silicon Valley empieza a expresarse animadversión hacia los bancos de inversión, como Goldman Sachs y Morgan Stanley, que han dominado el negocio de las OPV durante años y han protegido los excesos. Según me cuenta Mario Kotler desde San Francisco, el inversor Bob Gurley ha  promovido en esa ciudad una conferencia para debatir alternativas al papel de los bancos. En su apoyo cuenta con una leyenda, Michael Moritz, de Sequoia Capital.

Ambos financieros defienden las ventajas de cambiar el método de salida a bolsa de una startup, que sean los algoritmos los que asignen acciones a los inversores a través del mercado bursátil, cortocircuitando así a los bancos, que normalmente compran lotes de títulos y los parcelan privadamente entre clientes preferentes a un precio fijado la noche antes.  “Los humanos”, dice Gurley, han minusvalorado sistemáticamente el precio de las candidatas a cotizar porque, una vez garantizadas las generosas comisiones, su único interés se centra en optimizar la cartera de sus clientes.

En el fondo, lo que se pretende es evitar que al comparecer en la bolsa se ponga en evidencia el desfase con el valor hipotético que la empresa ha recibido en las transacciones privadas, controladas por el emisor. Ocurre normalmente que esa valoración es irracional, que para defenderla hay que lanzar campañas de marketing y activar a los periodistas amigos. Con todos los defectos que se quiera, la bolsa tiende a poner las cosas en su lugar.

Hay una diferencia que explica por qué la propuesta de Gurley y Moritz no gusta a todos. Una OPV suele hacerse emitiendo títulos nuevos (y/o cambiando la estructura accionarial en beneficio de los fundadores) mientras que la asignación directa no recauda fondos contantes y sonantes. Es cierto que en muchos casos no son necesarios, porque ya se han captado millones en sucesivas rondas privadas, pero suele ocurrir que la empresa llegue a la OPV exhausta y el dinero haga falta para  financiar el negocio o pagar deudas. Lo más común es que se use para facilitar la salida de inversores de la primera hora.

Adobe, del Photoshop a la empresa digitalizada

4/10/2019

Probablemente sea Adobe Systems la empresa de software que con más ahínco y más éxito ha conducido su transición. Desde la clásica venta de licencias (llamas ´perpetuas`) hasta un modelo de suscripción que reemplaza el pago único de un producto físico por un servicio de actualización a través de ´la nube`, con pago de cuotas regulares. Esta conversión altera el modelo comercial y sobre todo el financiero, lo que suele ser un tormento de muchas empresas del sector y para sus accionistas. No es el caso de Adobe, que partiendo de 2003 – con Creative Cloud, que integra su producto más conocido, Photoshop – ha llegado casi a la meta: los ingresos recurrentes ya representan el 92% de la facturación. Leer más

Según Microsoft, IoT entusiasma pero no golea

1/10/2019

La conclusión no es nueva, pero esta vez viene avalada por Microsoft. Los  proyectos de Internet de las Cosas entusiasman a los directivos que ven en ellos la perspectiva de una mejora de la productividad y una reducción de los costes, dos atributos siempre apetecibles. Pero, siempre hay un pero: la mayor parte de esos proyectos innovadores no supera la fase conceptual, por lo que en definitiva no cumplen las expectativas. Esto se desprende de la lectura del informe IoT Signals, con el que Microsoft aspira a presentar una visión holística basada en entrevistas a 3.000 altos ejecutivos en seis potencias industriales (Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, China y Japón). Leer más

30 de septimbre 2018

30/09/2019

Sobran las anécdotas sobre el “estilo de vida” de Adam Neumann. Sobran, digo, en el sentido de que no explican el colapso de WeWork, forzada a renunciar en el último momento a salir a bolsa, ante la evidencia de que el batacazo sería muy duro y destruiría la reputación no sólo de la empresa sino la de sus principales apoyos, Masayoshi Son y Goldman Sachs. La dimisión obligada de Neumann a dirigir la empresa que fundó en 2010 recuerda en ciertos rasgos el derrocamiento de Travis Kalanick, fundador de Uber.

Para empezar, ¿qué tienen en común Uber y WeWork, nacidas diez años después de la burbuja del cambio de siglo. Se suponía que ambas estaban destinadas a ser las estrellas de Wall Street este año, con unas valoraciones  hipotéticas de 100.000 y 47.000 millones de dólares. Las dos han chocado con la realidad: Uber vale en bolsa 51.000 millones y esto sólo porque a sus accionistas de referencia les convienen las apariencias.  WeWork, por su parte, renunció a la OPV cuando el magnate Son comprendió que, de seguir adelante, tendría que depreciar radicalmente el valor en libros del 29% adquirido a través del Vision Fund que promueve y gestiona. Algo que ya le ha pasado con sus inversiones en Uber y en Slack.

Otra cosa que tienen en común es su condición de estandartes de un período de superabundancia de capital, en manos de inversores demasiado complacientes con los excesos. No hace falta traducirlo, pero en inglés se le llama bullshit. Siempre amparado por los medios que propagan el fetiche del emprendedor genial (aunque tarambana), tan listo como para inventar un nuevo modelo de negocio – ¡disruptivo! – sin necesidad de acabar sus estudios.

Veamos, ¿qué han inventado estos personajes? Dos empresas que fingen ser tecnológicas pero cuyo papel se reduce a la audacia de ocupar espacios de negocio convencionales existentes (el taxi o el alquiler de oficinas). De innovación, cero. Lo que no han conseguido inventar es el milagro de dar beneficios a sus accionistas.

Sobre Uber, bastará con decir que en 2018, preparatorio de la salida a bolsa, digirió pérdidas de 3.000 millones y en dos trimestres de 2019 las ha duplicado. El actual CEO reconoce que no tiene ninguna previsión de cuándo saldrá la empresa de números rojos. En cuanto a WeWork, el año pasado perdió más de 1.600 millones de dólares; en 2017 habían sido 890 millones y un año antes 429 millones. En este momento, necesitará un mínimo de 3.000 millones para seguir funcionando.

En algo han sido sistemáticos los dos pájaros. Comprendieron que debían alcanzar lo antes posible una escala que diera la impresión de crecimiento imparable. Ningún inversor que se precie podría negarse a la oportunidad de participar de un mercado potencial de muchos miles de millones; ¿a quién le inquieta el margen cuando está excavando una mina de oro?

Ayuda mucho el presentarse como parte de un sector que presume (a menudo falazmente) de crecimiento rápido y en el que las acciones suelen cotizar con múltiplos que serían imposibles para cualquier industria “normal”. Esta conexión tangencial es lo que Richard Waters llama “excepcionalismo tecnológico”: se trata de compañías que operan en un universo viciado, ajenas a las regulaciones que fueron diseñadas para tiempos más prosaicos que el actual. Lo cierto es que el capital las acompaña y los medios las festejan, pero las autoridades no saben cómo meterles mano.

Bueno, bueno. Quien dice escala también dice marca. Porque en esta época una marca es “una construcción social”. ¿Acaso no vale mucho más la marca Tesla con todas sus trampas que la histórica Ford? Algo parecido habrá pensado Adam Neumann cuando se le ocurrió la idea de registrar como propio el pronombre We y luego venderlo por 500 millones a su propia empresa. Y para que funcionara como marca, se sacó de la chistera una especie de holding, bautizado We Company que serviría como paraguas para fantasmas como WeGrow (educación), WeSleep (hoteles), WeBank (servicios financieros) o WeSail (alquiler de yates).

A pesar de perder dinero a espuertas, o por eso mismo, el fundador decidió que WeWork debía endeudarse… y que una oportuna salida a bolsa permitiría enjugar la deuda. Todo ello, jalean ciertos cronistas, gracias a un carisma singular. Max Weber definía el carisma como la cualidad de algunos individuos para proyectarse como si estuvieran dotados de  propiedades excepcionales. El carisma dependería así de la credulidad del prójimo… hasta el día en que la llama se consume.

Algo de carisma – o de jeta, más bien – ha de tener Neumann para que le bastara una única conversación con Masayoshi Son para convencerle de invertir 10.000 millones de dólares en una empresa que no hace otra cosa que tomar en alquiler a largo plazo propiedades en alquiler (alguna propiedad de Neumann) y realquilar espacios de trabajo. Un negocio que prolifera sin tanta mascarada.

En realidad, la innovación se escondía en el mensaje: WeWork no se presentaría como una inmobiliaria; su modelo de space-as-a-service le permitía disfrazarse de techie y todo gira en torno a una app, faltaría más; los usuarios no son clientes sino miembros de una “comunidad tecnológica”. La misión era, agárrense, “elevar la autoconciencia del mundo”.

A todo esto, triste final, Adam Neumann ha tenido que dejar su puesto ejecutivo, renunciar a viajar en el jet corporativo y aceptar que cada  acción en su poder valga por tres ordinarias, lo que desde luego es un sacrificio porque hasta fallarle la OPV esa proporción era de 10 a 1. Del  futuro que espera a su criatura poco se puede decir, salvo que 1) el cambio del CEO por el CFO no es en sí mismo una solución, y 2) se predicen algunos miles de despidos próximamente.

Google entra en el túnel de la regulación

27/09/2019

Hasta hace muy poco, era opinión corriente en Estados Unidos considerar a Google como víctima de un exceso de celo europeo, cuando no de  persecución deliberada, encarnada en la comisaria Margrethe Vestager, que en pocos años ha tramitado sucesivamente tres cuantiosas sanciones económicas. De pronto el viento regulador ha cruzado el Atlántico y los ánimos se han calentado hacia el enorme poder que ejercen sobre el mercado un puñado de empresas que allá se conocen como Big Tech. Aunque los modelos de negocio difieren, estas tienen en común un dominio aplastante en ciertos segmentos del mercado tecnológico. Queda por dilucidar una cuestión clave: ¿ese dominio viola la legislación antitrust. Leer más


Contacto Suscríbete RSS


Sobre el autor. Copyright © 2025 El dominio norbertogallego.com es propiedad y está administrado por Diandro SL. B85905537. Creative Commons