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Falta menos de un mes para que HP se escinda en dos empresas que, tras una larga historia común, harán vidas separadas. Por eso, cada una ha empezado a presumir de méritos propios ante clientes e inversores. En el caso de HP Inc, sus productos tienen dos mercados arraigados, ordenadores personales e impresión. A finales de septiembre, esta compañía en ciernes invitó a partners y periodistas europeos a un evento en Barcelona, para presentarles su nueva oferta de impresoras láser. El auténtico interés del encuentro iba más allá: conocer la estrategia de una rama de negocio que aporta el 40% de los 54.600 millones de dólares de ingresos de HP Inc y, lo más relevante, el 75% de su beneficio operativo. Leer más
A cualquiera asombra constatar que el mercado español de PC siga creciendo cuando a escala mundial ha sufrido un serio batacazo. La dicotomía se resume así: el 3,8% positivo de España frente al 11,8% negativo del mundo. Un diferencial de quince puntos que también contrasta con lo ocurrido en los principales mercados europeos: -34% en Alemania, -9% en Reino Unido, 18% en Francia, y así de seguido. ¿Cómo se explica? En primer lugar, porque las comparaciones interanuales son relativizables, y porque el viento económico ha empezado a soplar suavemente sobre el mercado español, y se nota. No es el único sector en el que ocurre, pero el del PC está lejos de alcanzar sus mejores registros. Leer más
Formalmente, es un desestimiento recíproco de agravios acumulados durante años: Microsoft retira la demanda por infracción de su propiedad intelectual contra Motorola Mobility – subrogada en Google – y la otra parte renuncia a otra que en su día presentó como represalia. Bajo la aparente equivalencia se esconde la rendición de Microsoft ante la evidencia de que mantener abierta esa herida es incompatible con el agnosticismo predicado por Satya Nadella: es preferible que sus aplicaciones y servicios cloud sean acogidos en la plataforma Android – como ya ocurre en iOS -implique sacrificar los ingresos que recibe de una veintena de fabricantes adheridos a este sistema operativo, y cuyo monto total se estima en más de 2.000 millones de dólares.
La cronología del entuerto es aleccionadora. En octubre del 2010, Microsoft presentó una demanda contra Motorola Mobility por violación de 9 patentes, que a su vez fue replicada por la demandada con otra en la que denunciaba el uso no autorizado de su propiedad intelectual en la consola Xbox. Ambos procesos seguían pendientes en agosto de 2011, cuando Google adquirió Motorola Mobility, una decisión que – se dijo entonces – tenía mucho que ver con su cartera de patentes. De hecho, cuando Google la revendió con minusvalías a Lenovo, se quedó con un bloque de patentes, entre ellas las que estaban sub judice. Pero Microsoft, aun sosteniendo que en Android hay tecnologías protegidas por patentes a su nombre, siempre evitó ir directamente contra Google. Y viceversa.
Entretanto, sin que la justicia se hubiera pronunciado, Microsoft empezó a exigir a los fabricantes de smartphones el pago de royalties por cada dispositivo Android que vendieran. Una veintena, empezando por Samsung – la marca más vendida de la plataforma más difundida – accedieron para evitarse un conflicto incierto. Gracias a esa maniobra, Microsoft llegó a ingresar mucho más dinero por Android que por el desfalleciente Windows Phone. Ya que no conseguía que esas marcas adoptaran Windows Phone, más le valía rentabilizar el éxito ajeno.
El acuerdo extrajudicial entre Microsoft y Google no invalida los firmados por esa veintena de fabricantes, pero nada impide que estos acudan a los tribunales instando su anulación al haber desaparecido su fundamento. Hay un antecedente poco conocido: en marzo, Microsoft les ofreció bajar los royalties hasta un mínimo simbólico a cambio de preinstalar sus aplicaciones (Bing, Skype, OneDrive y Office 365) en sus dispositivos. Muy lógico: cuantos más usuarios reclute, más fortalecerá Microsoft su nueva propuesta publicitaria, Bing Ads, que pretende competir con Google [a partir de esta semana, Alphabet].
No consta qué respuestas recibió de otros, pero sí que Samsung aceptó el trato porque necesita diferenciarse de Android; poco después los abogados de Microsoft acudieron al bufete Quinn Emanuel, que representa a Google, para negociar una salida al conflicto. En la nueva situación, es probable que Microsoft renegocie con los OEM de Android una variante gratuita de su oferta de abril. En tal caso, podrían rebajar en unos 4 ó 5 dólares por unidad el coste de sus dispositivos, lo que les permitiría ganar un dinerillo en los modelos de menos de 100 dólares de PVP, donde concentra la demanda en muchos mercados.
La retirada de Microsoft es coherente con la estrategia inaugurada por Nadella: pacificar las relaciones con sus rivales ayudará a la difusión de sus aplicaciones y despejará las dudas de los desarrolladores. Si lo ha hecho con Apple y con Salesforce, ¿por qué no con Google? En palabras de Tim Cook, «con Microsoft tenemos más cosas en las que cooperar que razones para pelear». Hace un par de semanas, en la conferencia anual de Salesforce, Nadella fue recibido como un amigo de toda la vida, disimulando que hasta hace poco Microsoft acusaba al anfitrión de violar su propiedad intelectual.
Cerrado el litigio [antes hubo un pacto de no agresión entre Google y Apple, y la prolongada batalla judicial entre Apple y Samsung puede darse por extinguida sólo queda un juicio pendiente que pudiera afectar al mercado de los smartphones: la denuncia de Oracle contra Google sobre Java. Pero esto llevará s tiempo y merecería otro post.
Norberto
Con su fraude medioambiental, Volkswagen se ha cargado una estrategia que parecía triunfal y ha dado argumentos a sus adversarios. El golpe puede ser definitivo para la venta de coches diesel en Estados Unidos, donde nunca tuvieron la misma aceptación que en Europa. Mientras, los coches eléctricos ocupan un nicho de mercado que, en volumen, puede compararse con el de los descapotables. Esto parece abrir una oportunidad para los híbridos de gasolina, gracias a su menor consumo, al nivel de emisiones reducido y a que sus baterías dan apoyo suficiente para recorrer con una recarga entre 25 y 40 kilómetros, la distancia que recorren cada día millones de conductores de ida y vuelta a su trabajo. Leer más
Se esperaba mucho, demasiado, de la visita del presidente chino, Xi Jinping, a Estados Unidos. En días previos, se publicó que la diplomacia trabajaba en un proyecto de acuerdo histórico, por el cual ambas potencias se comprometerían a no iniciar ciberataques contra la otra. Al final, no se llegó a tanto: no hubo firma protocolaria de los presidentes, pero la Casa Blanca difundió una fact sheet según la cual están de acuerdo en que «ningún gobierrno (sic) debería llevar a cabo ni apoyar a sabiendas (sic) la apropiación por medios cibernéticos de propiedad intelectual, secretos comerciales o información confidencial con la finalidad de obtener ventaja competitiva para las compañías y sectores de sus países».
Esto, más una frase sobre el compromiso de intercambiar información y asistencia relativa a los ataques informáticos lanzados desde sus territorios, ha sido todo. No todo, en realidad. El presidente Xi cumplió con la tradición de que en cada visita de Estado ha de citarse un proverbio chino. Esta vez, fue aquel que dice «todo fuego arderá más alto si todos contribuyen con leña».
Obama pudo decir, en la rueda de prensa conjunta, que China se adhiere a una posición que Estados Unidos ha mantenido durante muchos años, y Xi Jinping reiterar que esa posición común es la misma que China ha mantenido durante muchos años. Es posible que la Casa Blanca esperara más, otro éxito tras normalizar las relaciones con Cuba a Irán. Pero es mejor este vago acuerdo que chocar con la negación sistemática de Pekin cada vez que las empresas estadounidenses son víctimas de ciberataques que se atribuyen a China.
Previsible: Xi Jinping insistió en que el gobierno chino no recurre ni alienta esos comportamientos. No es la primera vez que lo dice, ni la primera en que el asunto aparece en sus diálogos con Obama. Estaba en la agenda de su encuentro de Palm Springs en junio del 2013, pero las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje de la NSA obligaron a Obama a dejar el asunto de lado. Hace un par de meses, tal vez calentando el ambiente previo a la cumbre, la Casa Blanca filtró que estaba considerando la adopción de sanciones económicas tras haber descubierto que «hackers basados en China» habían sustraído de sus bases de datos documentación que incluía las huellas digitales de más de cinco millones de empleados del gobierno americano.
Por limitado que sea – elude la evidencia de que continuamente se producen ciberataques gubernamentales y militares y opta por concentrarse sólo en la «inteligencia industrial», bien puede decirse que el acuerdo es un paso adelante porque ha abierto un marco de negociación. No tiene, ni mucho menos, el relieve de instrumentos multilaterales que regulan el uso de armas nucleares, químicas y biológicas y que tratan de materiales, procesos, equipos y tecnologías.
Una eventual codificación (por ahora ilusoria) de la esfera de ciberseguridad implicaría clarificar asuntos que para los juristas son tierra vírgen. Entre otras materias, se mencionan estas: ¿qué conductas son aceptables en lo que llamamos ciberespacio, tan escaso en reglas como en gobernanza?, ¿son aplicables a los ´ciberconflictos` los mismos principios que a las operaciones militares?, ¿qué capacidades e infraestructuras deberían considerarse intocables en estas guerras no declaradas? Son preguntas válidas, sin duda interesantes, pero a quienes somos humildes observadores, sólo nos queda constatar que China y Estados Unidos están lejos de haber firmado la paz cibernética. Obama lo resumió con un «ya veremos qué distancia hay entre las palabras y los hechos».
La actualidad de estos días ha tenido varios ejes de interés, uno de ellos el fraude mediambiental de Volkswagen. ¿Por qué habría de ocuparse del asunto un blog como este? Un lector se sorprendía de que en los últimos meses he dedicado varias crónicas a la industria automovilística, pero habrá más en lo sucesivo: cualquier coche de hoy lleva más circuitos electrónicos y tanto o más software que la mayoría de los ordenadores y dispositivos de uso corriente. Y se acentuará, sin duda, con el auge del coche conectado y no digamos con la futura conducción autónoma. Lo que hoy me importa destacar es el protagonismo adquirido por un algoritmo nada inocente.
En el centro del escándalo se encuentra un dispositivo – Engine Control Unit – diseñado y fabricado por Robert Bosch GmbH. El propósito de esa ECU es someter al vehículo a un test de laboratorio, en el que se simulan maniobras prescritas por la EPA, agencia medioambiental de Estados Unidos, sobre un dinamómetro – físicamente, dos rodillos equipados con sensores – lo que permite medir la emisión de óxido de nitrógeno (NOx) producido por la combustión de su motor diesel. El test estándar pretende asegurar que ese vehículo cumple con los parámetros definidos por la EPA en cumplimiento de la Clean Air Act.
El problema, tal como descubrieron pruebas independientes hace un par de años [ocultadas desde entonces], es que el software del dispositivo incorpora un algoritmo que le permite distinguir automáticamente si está funcionando en «dyno mode» o en «road mode«. En el segundo caso, ya en circulación real, desactiva el control de emisiones, que pueden multiplicar entre 10 y 40 veces los parámetros aceptados. Un engaño en toda regla, con el agravante de que sirve de base a las subvenciones que suelen concederse a los coches equipados con sistemas supuestamente menos contaminantes.
La normativa americana – más rigurosa que la europea, contra lo que suele decirse – debió entrar en vigor en 2004, pero la industria negoció una moratoria hasta 2007, para desarrollar durante ese plazo un proceso llamado AdBlue, consistente en inyectar una cierta cantidad de urea en el catalizador, que reduce la generación del NOx. Todas las marcas usan esta técnica, e incluso la usa VW en varios de sus modelos, pero no en los más vendidos de la marca, que presuntamente resolvían el problema de otro modo, como quedaba demostrado al pasar el test. Un engaño en toda regla.
No creo que tengan asidero los pronósticos sobre una industria diezmada por las sospechas. No es la calidad de los productos Volkswagen lo que está en discusión, sólo la ética de sus directivos. Que se sepa, las consecuencias se limitan a este fabricante, que ha tenido que provisionar 6.500 millones de dólares para hacer frente a indemnizaciones. El monto se antoja corto, pero al final todo dependerá de los acuerdos extrajudiciales que alcance con las autoridades y otros litigantes. Si esa fuera la cifra final, dividiéndola entre los 11 millones de coches equipados por el dispositivo trucado, el coste para Volkswagen sería de unos 650 dólares por unidad, aproximadamente el 2% del precio medio de la marca. Suponiendo, claro está, que los usuarios reclamen, porque en la práctica es discutible que hayan sido perjudicados (a menos que se trate de conductores con arraigada conciencia ecológica).
Mi impresión es que el problema de fondo va más allá de la industria de automoción. Toda regulación necesita apoyarse en métricas creíbles y verificables, para evitar que, como escribe Jesús Mota en El País, se dedique «más tiempo a burlar las normas que a innovar y ganar productividad». Como era de esperar, ya han surgido fundamentalistas para sostener que el problema no ha estado en la voluntad de engaño sino en el exceso de regulación, que induciría a trampear.
Hace bien poco se ha demostrado que un coche conectado a Internet puede ser hackeado; por espectacular y hasta divertido que fuera el experimento, ha servido para poner de relieve que en un mundo en el que más y más y más ´objetos` inanimados son controlados por software, este puede servir para «mentir» a los humanos si está programado para ello. La supuesta inteligencia que se les atribuye [en nuestros días todo tiene que ser smart] puede consistir, como es el caso, en que un software embebido decida cuándo conviene someterse a un test y cuándo saltarse las normas. Es un motivo de reflexión, y como tal lo dejo ahí: lo que llamamos Internet de las Cosas es una extensión tan súbita de fronteras tecnológicas y sociales que ni siquiera tiene estándares ni regulaciones. Un problema cuyas dimensiones desconocemos todavía.
Estaba previsto y asumido que el mercado mundial de PC volvería a caer en el segundo trimestre, producto de dos fenómenos concurrentes: el alto número de unidades despachados a la misma altura del 2014, relacionado con el eclipse de Windows XP, y en segundo lugar el recorte de inventarios en el canal, debido a la expectativa de aparición de Windows 10. Por otra parte, el desajuste cambiario de los últimos meses imposibilitaba bajar los precios para sostener la demanda. El reflejo estadística de los tres factores conjugados se encuentra en el último informe publicado por IDC: 66,1 millones de unidades, un descenso del 11,8%, que debería corregirse levemente en el tercer trimestre, el actual. Leer más
Patrick Drahi tiene prisa. Al estar sus comprar apalancadas con deuda, tiene que aprovechar los bajos tipos de interés. Y tras la compra, aplicará su maestría en el recorte de costes para mejorar sustancialmente el flujo de caja, con lo que estará habilitado para contraer nueva deuda. Las agencias de calificación lo tienen en el punto de mira, pero el imperturbable empresario declaraba en mayo: “aquellos que se obsesionan con la reducción de su deuda, es porque no saben cómo crecer”.
Dicho y hecho. La semana pasada el grupo francoisraelí Altice, fundado por Drahi en 2002, anunció haber llegado a un acuerdo para comprar el operador de cable estadounidense Cablevision, por el que pagará 17.700 millones de dólares, la mayor parte financiado con deuda. En 2012, el endeudamiento de Altice era de 1.700 millones, pero cuando se consume la compra de Cablevisión habrá alcanzado los 48.500 millones.
En menos de dos años, Altice ha adquirido sucesivamente SFR, segundo operador móvil de Francia (17.000 millones de euros), Portugal Telecom (7.400 millones de euros) y el 70% de Suddenlink, séptimo operador de cable de Estados Unidos (9.100 millones de dólares). En medio, presentó una oferta de 10.000 millones de euros por Bouygues Telecom, que fue rechazada. Según ha dicho Drahi, la compra de Cablevision es otro peldaño en la escalada: “Francia es sólo el 3% del mercado mundial, tenemos el 97% restante como campo para seguir creciendo”.
Algunos analistas temen que con la compra de Cablevision, Drahi ha ido demasiado lejos. Se ha metido de cabeza en el proceso de consolidación que vive la industria del cable en Estados Unidos. AT&T ha pagado 48.500 millones de dólares por Direct TV, pero Comcast fue forzada a retirar su oferta por Time Warner Cable (TWC). Charter Communications espera que se apruebe su oferta para quedarse con TWC, mientras Dish (operador de satélite) prepara su eventual fusión con T-Mobile, filial americana de Deutsche Telekom. La suma de Cablevision y Suddenlink daría lugar al quinto del ranking, con 3,7 millones de abonados.
Patrick Drahi amaga con seguir apuntando a todo lo que se mueve, pero a partir de ahora – en Estados Unidos – sólo podría cobrar piezas menores, y además tendría que abordar la problemática integración de sus activos en Estados Unidos. Hay que añadir que Cablevision no es ningún chollo: sus propietarios la han vendido porque no podrían igualar las inversiones en fibra de Verizon, con quien su cobertura se solapa. La idea de Drahi sería – es lo que dice – desarrollar (o comprar) capacidades de banda ancha móvil para competir empaquetando servicios quad play, un modelo que aplica en Francia desde que procedió a fusionar Numericable y SFR.
A priori, el acuerdo de compra de Cablevision no plantearía problemas al regulador, pero aun así no estaría consumado antes de mediados de 2016. Drahi insiste en que su prioridad sigue siendo participar del movimiento – según él inexorable – de consolidación de las telecos europeas. Parece más plausible pensar que estará demasiado ocupado digiriendo su aventura transatlántica.
La moda de los contenedores parece imparable en los ambientes del cloud computing. Muchos desarrolladores de aplicaciones han apreciado las ventajas de un método light de empaquetamiento de código [ ya han surgido varias startups y así] y prestos, los peces gordos de la industria TI no quieren perderse la fiesta. RedHat saltó primero al ruedo, y Google a su manera; los últimos (por ahora) son Amazon Web Services, IBM, Microsoft y VMware. Los contenedores no son exactamente una tecnología nueva (se hablaba de ellos hace quince años), pero como si lo fueran: en un par de años, han acuñado metáforas descriptivas como «Lego o panal de aplicaciones distribuídas». Tan eficaces como discutibles. Leer más