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  5/11/2025

OpenAI, con licencia para acelerar

Para seguir con su ritmo de lanzamientos sembrados de compromisos financieros, OpenAI tenía necesidad de reestructurarse. Y para ello debía contar con el beneplácito de Microsoft, en un marco de concesiones recíprocas.  Sam Altman, su fundador, ya tiene vía libre para acelerar sin cortapisas contractuales: la compañía pasará a ser una corporación con ánimo de lucro, condición que le permite abandonar su estatus anterior. Y así, atraer inversiones sin limitaciones. Su objetivo es seguir penetrando en cualquier parcela de mercado en el que la inteligencia artificial pueda tener relevancia; el asalto a los navegadores y el despliegue de infraestructura dedicada son sus últimos anuncios de calado

El acuerdo para una nueva estructura jurídica, con fuertes implicaciones económicas, ha llegado tras un año largo de negociación on los fiscales generales de California y Delaware, con mando para regular las entidades sin ánimo de lucro, que es de lo que se trata. OpenAI aún conserva ese estatuto original, devenido en obstáculo para su negocio. La nueva fórmula –resistida por Delaware, celoso de sus privilegios como sede registral de la mayoría de las cotizadas estadounidenses – la transforma en una corporación de beneficio público, borrosa figura legal que engloba empresas que, a cambio de ventajas fiscales. se comprometen a tener un impacto positivo en la sociedad.

La compañía se deshace así de las ataduras que Altman aceptó en 2019 – tras romper con su socio original, Elon Musk – al suscribir un acuerdo de largo alcance con Microsoft por el que cedía a esta los derechos exclusivos sobre sus productos a cambio de recibir una inversión que dedicaría a la compra de servicios de computación de Azure. Entrado el año 2023,  la explosión de popularidad de ChatGPT puso de manifiesto grietas entre las partes contratantes. Altman descubrió que las perspectivas de OpenAI podían ser más que las imaginadas y Satya Nadella coqueteó brevemente con la posibilidad de aprovecharse de una crisis entre aquél y sus compañeros de aventura, aparentemente centradas en un debate sobre la naturaleza de la empresa .

Porque la estructura fundacional de OpenAI en 2015, como entidad sin ánimo de lucro que controlaba una subsidiaria del mismo nombre, era difícil de digerir para cualquiera que asistiera al fulgor de la IA generativa. A la hora de captar fondos, esa dualidad era un quebradero de cabeza. Con el cambio pactado en los últimos días, la entidad original pasa a denominarse OpenAI Foundation y se queda con el 26% – valorado en 130.000 millones – de la nueva compañía que toma el nombre de OpenAI Group PBC (Public Benefit corporation). La fundación controlará el consejo de administración de la corporación y asume el compromiso de dedicar 25.000 millones de dólares a la aplicación de la IA al ámbito sanitario.

A Microsoft se le adjudica un 27% de OpenAI Group PBC. Hay que recordar que, en la anterior estructura, Microsoft y el resto de los inversores no tenían participaciones societarias, sino que se les “invitaba” a compartir los beneficios de la subsidiaria. Obviamente, nadie estaba a gusto, ya que lo mejor de OpenAI no son sus beneficios ni lo serán por bastante tiempo. Otro 47% de la PBC estará en manos de otros inversores, así como de empleados y exempleados.

Una de las hipótesis en torno a estos movimientos apunta a que Sam Altman está planificando una salida a bolsa como fórmula para obtener capital. No parece, sin embargo, que tal cosa ocurra próximamente, aunque todo depende del contexto del mercado de capitales y del malabarismo financiero de Altman. Por ahora, no hay duda de que la gran beneficiada es Microsoft, cuya inversión inicial de 13.800 millones de dólares se ha multiplicado casi por diez hasta llegar a los 135.000 millones. El pacto entre las dos compañías incluye un contrato astronómico por el que OpenAI comprará 250.000 millones de dólares en computación suministrada por Azure, hasta 2032. Esto significa que el backlog de Azure triplicará la facturación de la nube de Microsoft al cierre del año fiscal 2025 (76.400 millones de dólares), razón para que sus acciones se dispararan. A cambio, pierde el derecho de tanteo como suministrador de servicios de servicios cloud a su socio, de haber otro postulante, que los hay y habrá.

Microsoft retendrá hasta 2032 algunos derechos sobre los productos y modelos de OpenAI. La redacción anterior contenía una cláusula sorprendente: perdería esos derechos cuando la otra parte declarase haber alcanzado la inteligencia artificial general (AGI), pero con la actualizada, el sueño de Nadella no se verá perturbado por las fantasías de Altman.

Este acuerdo cierra al menos un capítulo en la relación entre las dos compañías, por momentos tormentosa. Hasta el punto de que, según trascendió en su día, OpenAI llegó a considerar la posibilidad de pedir la nulidad del acuerdo argumentando conducta monopolista por parte de Microsoft.

En la práctica, los nuevos términos contractuales constatan el divorcio anticipado y diferido a la vez, que facilitará a Microsoft el desarrollo de sus propios modelos, al tiempo que integrar en su suite 365 los de otras compañías de IA.

Si Nadella ha obtenido lo que quería, se debe a un detalle poco conocido: si la transformación de OpenAI no se consumaba antes de finales de este año, esta podría haber perdido parte de la inversión que Altman ha pactado con Softbank. El conglomerado de Masayoshi Son urdió una ronda de financiación de 40.000 millones de dólares, de los que podría haber recortado al menos 10.000 millones si la receptora no se hubiera constituido a tiempo como corporación lucrativa. La posible espantada de otros inversores podría ser un fiasco difícil de gestionar. Por cierto, otra rareza es que Altman no recibirá participación en la nueva estructura de su empresa.

En cualquier caso, el movimiento refuerza a OpenAI en su voluntad de dominar el mayor número de ámbitos de la IA. El lanzamiento de su navegador ChatGPT Atlas es sólo el último de sus esfuerzos para convertir OpenAI en empresa adulta. Busca convertir el éxito de su chatbot en un punto de acceso a Internet, la mejor forma de extender la superficie de contacto con los usuarios. Ventaja que Google tiene naturalmente gracias a su amplia gama de servicios, mientras Anthropic – que podría haber escogido esa vía – se ha refugiado en la batalla por el mercado empresarial. Obviamente, con su navegador propio, OpenAI se entromete en el terreno de Google (Chrome) y a la vez en el de Micosoft (Edge).

Chat GPT Atlas permite preguntar por información adicional sobre las páginas web o configurar agentes para realizar tareas en lugar del usuario (sólo para suscriptores de pago) y ostensiblemente forma parte de la aspiración de OpenAI de proporcionar una interfaz unificada. Con ella, los usuarios podrían gestionar las principales funciones online en un ordenador: correo electrónico, edición de documentos y, claro está, navegación.

A este lanzamiento se une la aplicación para generación de vídeo Sora, que se interna incluso en el terreno de las redes sociales, los agentes de IA y en la exploración del software para robótica o a saber en qué desembocará el acuerdo con Jony Ive para desarrollar hardware de consumo  de nueva generación y con IA incorporada. En resumen, Altman se siente en estado de gracia y quiere aprovecharlo: invariablemente, cualquiera de sus anuncios genera entusiasmo, arma revuelo y se difunde por su propio mérito. Su opción es disparar a todas las dianas y confiar en su capacidad para viralizar aquello que presenta.

Para sustentar este frenesí, OpenAI ha firmado acuerdos por más de 26 GW de potencia de capacidad de cómputo para la próxima década. Se calcula que cada gigavatio en capacidad de procesamiento para IA cuesta unos 50.000 millones de euros, lo que se traduce en 1,5 billones de dólares para entrenar y ejecutar sus modelos. Lo singular de su estrategia es la combinación de inversiones y adquisiciones que Altman ha definido como “economía circular”. Quien primero aplicó esta fórmula fue Nvidia y puede resumirse con esta fórmula: empresa A invierte capital en su cliente B, que este le retornará y A contabilizará como ingreso. De manera que cada transacción anunciada eleva la valoración de las dos partes, al engrosar la apariencia de operaciones que no son estrictamente de compraventa.

Entre los socios a los que Altman se ha arrimado destaca en primer lugar Nvidia, que prevé invertir 100.000 millones de dólares en  OpenAI, que a su vez reinvertirá casi toda la cuantía en comprarle chips. Si el acuerdo se cumple totalmente, habrá un total de 10 GW de sistemas Nvidia trabajando para OpenAI. Lo que vendría a suponer entre cuatro y cinco millones de GPU de Nvidia.

También ha firmado con AMD en base al criterio de circularidad: OpenAI compra suficientes chips para equipar 6W de potencia y – de completarse los objetivos – podría tomar hasta el 10% de la firma de semiconductores. En otro flanco, acordó pagar 300.000 millones de dólares durante cinco años para adquirir capacidades de cómputo a Oracle   a cambio de que esta construya centros de datos de uso exclusivo (proyecto Stargate) por la misma cuantía. Otro que bien baila es la neocloud CoreWeave  , que le supondrán otros 22.000 millones. Con Broadcom ha negociado un contrato de otro orden, la compra de chips personalizados (ASIC) para inferencia.

A esta insólita montaña de capital, algunos analistas añaden la circularidad como signo de riesgo sistémico y lo an como precursor de una burbuja nacida del boom de la IA. Lo cierto es que los socios de OpenAI han asumido ese riesgo sin mostrarse preocupados. Más aún: cada una de las compañías mencionadas han visto elevarse la cotización tras firmar sus acuerdos con OpenAI, por lo que, s. A este paso, Sam Altman podría adquirir fama de auténtico rainmaker.

Los números de OpenAI denotan un crecimiento agudo. En 2024 ingresó 3.700 millones de dólares y se espera que en 2025 alcance los 12.700 millones. Mientras tanto, ChatGPT controla el 80% del mercado de chatbots/asistentes para IA. Son 800 millones de usuarios que lo consultan semanalmente.  Sin olvidar que OpenAI se resigna a perder 8.500 millones de dólares en 2025, sobradamente compensados. Por lo visto, sigue dispuesta a quemar gasolina.

[informe de Pablo G. Bejerano]

 


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