21/03/2023

Mark Zuckerberg no se arrepiente de nada

Sin una palabra de reconocimiento de sus errores, Mark Zuckerberg ha anunciado una segunda ronda de 11.000 despidos, con la que su compañía, Meta, habrá reducido la plantilla aproximadamente una cuarta parte de los 6.200 empleados que tenía en nómina a finales del año pasado. En lugar del agradecimiento ritual por los servicios prestados, el CEO ha resuelto el papelón publicando un manifiesto en el que ratifica su completa confianza en ese futuro imaginado que le llevó a fundar Facebook en 2004. Entretanto, la cotización que tocó máximos en 2021 se ha contraído un 45%; con lo que su fortuna personal se ha encogido en 71.000 millones de euros. Nadie espere de él una autocrítica.

En el texto  que lleva su firma, Zuckerberg repite lo que ya anticipara en febrero, su decisión de adelgazar a fondo la estructura corporativa mediante la eliminación de capas intermedias [lo que él llama managers managing managers] y la reestructuración de los equipos de producto para dar más relevancia a la ingeniería que al marketing. Los proyectos no prioritarios quedarán suspendidos hasta nuevo aviso.

Adicionalmente, queda cancelada la incorporación de 5.000 candidatos ya seleccionados para ocupar puestos de trabajo que se amortizarán. Y, como han hecho otras compañías de Internet, Meta eliminará los permisos de   paternidad y otras ventajas no salariales, mientras prepara un retorno obligado al trabajo presencial tras haber sido un adalid del teletrabajo.

No será Meta una excepción en el sector: desde enero de 2022, las empresas tecnológicas han procedido a recortar sistemáticamente sus plantillas y se esperan nuevas olas de despidos. Después de vivir una historia de expansión permanente, Meta retornará a unas cifras de empleo un poco superiores a las de 2020, pero no a las anteriores a la pandemia, por lo que el balance provisional sigue siendo positivo.

Como explicación de la necesidad de tomar medidas drásticas, Zuckerberg enuncia cuatro elementos del contexto global: incremento de la regulación, inestabilidad política, altos tipos de interés y enfriamiento de la economía. Hubiera podido añadir la hipertrofia de dinero fácil que ha favorecido una eclosión de startups, muchas de ellas basadas en el sueño de emular los éxitos de las plataformas de Meta y que, a la postre, ha causado el derrumbe del Silicon Valley Bank (SVB), intermediario entre los inversores y su financiación.

La economía global lleva tiempo emitiendo señales de incertidumbre, una de cuyas manifestaciones es la contracción del gasto en publicidad digital, problema que afecta directamente a Meta. Pero la empresa tiene sus cuitas propias: sufre a la vez el descenso de la publicidad y la política sobre privacidad de Apple que restringe su capacidad de recopilar datos obtenidos de los usuarios de un iPhone. Por si fuera poco, se enfrenta a la agresiva competencia de la china TikTok, que ha hincado el diente en su base de usuarios y estos días se enfrenta a la amenaza de expulsión de Estados Unidos.

Tras este cúmulo de problemas se encuentra la realidad de un ´agujero negro` que ha absorbido cantidades ingentes de dinero de las arcas de la compañía. Mark Zuckerberg estaba convencido – quizá lo esté aún, pese a toda evidencia – de que pasada la pandemia el metaverso captaría la atención del público y su empresa estaría al mando de esa nueva fase tecnológica.

El joven Zuckerberg ya no es tan joven (en mayo cumplirá 39 años) e intenta disimular lo mejor que puede el fracaso de su ensoñación sobre un mundo inmersivo y conectado a través de dispositivos de realidad virtual que ha dado en llamarse metaverso. Lo peor no es el dinero que Meta ha enterrado en ese capricho – de momento unos 24.000 millones en la filial Reality Labs – sino que los usuarios le han dado la espalda, por lo que ha tenido que abandonar su propuesta de realidad virtual Horizon Worlds. Aunque, formalmente, Zuckerberg no se desdice de su afirmación según la cual el metaverso será la próxima plataforma de computación, es imposible que siga invirtiendo dinero al mismo ritmo en su obsesión por el metaverso sin dañar al mismo tiempo los resultados y la cotización.

El entusiasmo inicial por unos avatares flotantes que carecen de piernas y de gracia ha durado poco. La voluble atención mediática ha girado hacia una expresión – todavía imperfecta, pero con evidente gancho – de la inteligencia artificial. Microsoft y Google han saltado sobre la oportunidad, mientras Meta parecía no estar interesada.

Pero lo estaba y mucho. La compañía de Zuckerberg [quien hace y deshace en Meta] pudo haber tenido un papel dominante, gracias a una década de trabajos sobre IA. De hecho, en noviembre pasado desveló que ya tenía a punto su propio chatbot ´generativo`, Galactica, diseñado con propósitos científicos: escribir artículos académicos, resolver problemas matemáticos y generar código de computación. A los pocos días, optó por echarse atrás, temiendo verse envuelta en controversias sobre el uso de la IA como vehículo de desinformación, acusación recurrente y muy dañina por razones obvias. OpenAI y otras boutiques de desarrollo especializadas en IA pueden gozar de un margen del que no dispone Meta debido a sus responsabilidades ante millones de usuarios en todo el mundo.

Presionada por la necesidad de demostrar que sus desarrollos de IA no son inferiores a los de OpenAI,el 24 de febrero presentó en sociedad el nuevo lenguaje LLaMA (Large Language Model Meta AI) se define como el núcleo de un nuevo software de IA que permite rastrear enormes cantidades de texto con el fin de resumir la información que ha de transformarse en contenidos. “A corto plazo – ha escrito Zuckerberg en su blog– vamos a centrarnos en construir herramientas creativas y expresivas; a largo plazo queremos desarrollar ´personas de IA` capaces de ayudar a los humanos en una gran variedad de tareas”.

En la estructura corporativa hay un equipo cuyo cometido específico es el desarrollo de productos basados en IA, pero Meta se ha encontrado de pronto en una posición incómoda ante sus críticos y los reguladores. Esto ha provocado que Yann LeCun, gurú de las redes neuronales fichado personalmente por Zuckerberg, reconociera en una entrevista que “si a alguien los prototipos que hemos conseguido le parecen aburridos, se debe a que los hemos diseñado para ser seguros y éticos”. En pocas palabras, en materia de IA, Meta no se puede permitir un patinazo. Ni tampoco un gatillazo: desde que cambió de nombre, el número de usuarios activos no ha dejado de caer y su capitalización bursátil se ha rebajado más de un 40%.

La semana pasada Meta esbozaba un retoque ligero pero significativo en su modelo de negocio. Tras haber hecho pruebas satisfactorias en Australia y Nueva Zelanda, en las próximas semanas empezará a proponer a usuarios en Estados Unidos la opción de suscripción de pago a Facebook e Instagram que, a cambio de 11,99 dólares mensuales en la web y de 14,99 en dispositivos móviles verificación de la identidad. Potencialmente es una fuente adicional de ingresos, pero está por ver que las actuales sean las mejores condiciones para introducir la novedad.

En su manifiesto: Zuckerberg vaticina que los modelos de negocio de los próximos diez años serán diferentes a los de la pasada década. Ya lanzado, se deja llevar por la hipérbole: “cada día, Meta construye nuevas formas de hacer que las personas se sientan cercanas». Es una necesidad fundamental de los seres humanos, hoy más importante que nunca debido a la complejidad del mundo. «Confiamos en que algún día sea posible que todo individuo pueda tener una sensación de estar conectada a otro tan fuerte como si estuviera físicamente con alguien a quien ama”. Tal cual.


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