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  9/02/2023

Intel: invertir masivamente en horas bajas

Dos años después de retornar a Intel como solución a los traumas de la compañía, Pat Gelsinger no tira la toalla, pero el desgaste es visible en su rostro. Reconoce que la trayectoria negativa no se corregirá a corto plazo. “Sólo podemos controlar lo que está en nuestras manos: la ejecución del plan, la gestión de costes y la transformación de la estructura de producción”, explicó al presentar los resultados del cuarto trimestre de 2022: 14.000 millones de dólares de ingresos, un 28% de descenso interanual. Los del primer trimestre de 2023 serán peores: entre 10.500 y 11.500 millones, una caída del 37,5% interanual. Con entendible prudencia, no se han ofrecido previsiones más allá de marzo.

Pat Gelsiner

Otros indicadores no son menos preocupantes. En el cuarto trimestre, el beneficio operativo cayó a 1.130 millones de dólares, desde 4.620 millones un año antes. Y el beneficio neto pasó de 4.600 millones a una pérdida de 664 millones. Aunque fue positivo en el conjunto del ejercicio. La tesorería disponible a final del año un 20,3% y el flujo libre de caja.

Resumiendo, Intel atraviesa uno de los períodos más difíciles de su más de medio siglo de existencia. Las causas visibles son principalmente dos: la contracción de la demanda de PC y la pérdida de músculo competitivo en el mercado de chips para centros de datos. La situación es crítica por la drástica disminución de pedidos, debido a que los inventarios en poder de sus clientes en ambas categorías están pletóricos, a diferencia de lo que se preveía.

La oferta de productos acabados de Intel superó en un 10% la demanda, según puntualizó el director financiero, David Zinsner. En el informe a la comisión de valores, Intel relata que sus despachos de CPU fueron un 16% inferiores a los de 2021 y el precio medio de la familia Xeon SP bajó un 5%. Según la estimación de Zinsner, compartida por otros fabricantes, la demanda global de procesadores no se normalizará al menos hasta la segunda mitad del año. Y aun este pronóstico ha sido recibido con una dosis de escepticismo.

Los analistas financieros, que ya durante la segunda mitad de 2022 habían revisado a la baja sus expectativas, se han visto sorprendidos por la fuerte caída de la facturación en cifras absolutas: al cierre del año se ha quedado en 63.100 millones, un 16% menos que en 2021. Y por el deterioro del margen bruto:  47,3%, diez puntos menos que un año antes. La secuencia prosigue, porque el trimestre enero-marzo de 2023 inevitablemente saldrá mal parado en la comparación con el excelente primero de 2022.

Sería mucho esperar de Gelsinger, recibido como un héroe retornado fuera capaz de enmendar los errores cometidos (y consentidos) por al menos dos de sus predecesores. En su descargo hay que anotar que gran parte del problema se debe a la naturaleza cíclica del mercado de semiconductores, así como del mercado final, obviamente determinante para las ventas de la industria que está al principio de la cadena.

Se sabe lo que pasó. Con la pandemia y millones de personas trabajando y estudiando en sus casas, el mercado de PC creció dos buenos dígitos en 2021 después de un largo letargo. Hasta cierto punto, fue un espejismo: tras el levantamiento de las restricciones, las ventas de ordenadores se han desplomado, empujadas por una rara combinación de factores, sin que sea razonable esperar una pronta recuperación. Como consecuencia, la demanda de procesadores y de memorias se ha desarbolado.

Más allá de las descripciones, los problemas de Intel vienen de lejos, de mucho antes de que Gelsinger tomara las riendas. Hasta mediados de la década pasada lo habitual era que presentara cada dos años una nueva generación de chips más densos y con mayores prestaciones, a la que seguiría el año siguiente una mejora del software. La realidad es que ya van cinco generaciones en las que no se ha conseguido mejorar sustancialmente los procesadores que fabrica Intel, mientras sus competidores han seguido progresando hasta superar a Intel en la tecnología de fabricación.

Es una evidencia imposible de negar. De hecho, Gelsinger promete alcanzar la paridad con sus rivales en 2025 gracias a la introducción de nuevas capacidades y procesos. Lo que ya supone una aceleración: la próxima  generación de la familia Core para PC – cuyo nombre en clave es Meteor Lake –  es esperada antes de finales de año, más o menos por las mismas fechas en las que se podrían mostrar ejemplares de Granite Rapids, sucesor de la cuarta generación de los Xeon Scalable.

El gran competidor, AMD, ha ido comiendo cuota de mercado y valoración a Intel. Últimamente, ha cogido ventaja en el lucrativo mercado de chips para servidores, en el que antaño Intel se permitía el lujo de fijar las reglas.

Para colmo, grandes compañías tecnológicas – Amazon, Google y Meta – han logrado equipar sus servidores con procesadores propios, basados en la arquitectura ARM. La guinda la ha puesto Apple, que en pocos años ha pasado de comprar chips de Intel a diseñar – también con reglas de ARM – y hacer fabricar sus propios procesadores. Con lo que Intel ha sacrificado imagen de marca en varias dimensiones.

En el foro económico de Davos, a mediados de enero, el CEO de Intel ha reiterado su compromiso de mantener las inversiones a largo plazo que anunciara meses atrás, en nuevas fábricas y en procesos de fabricación, pero como buena parte de esas inversiones estarían asociadas a recursos del gobierno federal estadounidense (y también del alemán) no ha podido menos que advertir que las demoras gubernamentales pueden bloquear los planes corporativos.

Intel prevé conseguir cinco nuevas generaciones (o nodos, como se dice ahora) de proceso y fabricación de chips en los próximos cuatro años. Intel 7 está disponible, Intel 4 está lista para iniciar la fabricación en serie, Intel 3 sigue ´el calendario previsto` y con Intel 20-A y 18-A ya han empezado las tareas de diseño de la maquinaria necesaria.

Lo que significa que para la compañía la construcción de nuevas plantas como la que ha iniciado en Ohio y la puesta en marcha y producción a gran escala de las sucesivas generaciones le supondrá un tremendo esfuerzo de inversión, más arduo si cabe mientras la facturación está cayendo.

Típicamente, las inversiones anuales de capital de Intel han oscilado entre el 10% y el 20% de la facturación en las dos últimas décadas, pero en 2022 ascendieron a 24.800 millones de dólares, una tercera parte más que las de 2021, rozando el 40% de la facturación anual. Si se mantuvieran a ese nivel, a menos que la facturación se recupere fuertemente, ha advertido el CEO, el capex podría representar la mitad de los ingresos, algo impensable en cualquier otra circunstancia. Los analistas han reaccionado sugiriendo que Intel suspendería dividendos, perspectiva que ha provocado que la acción cayera un 7% en una semana. Valga añadir que en los últimos doce meses ha caído un 64%

En cualquier hipótesis, a Intel no le quedaría otro remedio que invertir masivamente en la construcción de nuevas plantas para ponerse al nivel tecnológico de los líderes actuales, Samsung y TSMC. Y no podría ser antes de 2025 porque la construcción de una nueva planta y la puesta en marcha para producir a gran escala supone, como mínimo, tres años.

[informe de Lluis Alonso]


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