[En respuesta a las preguntas de lectores] La supuesta oferta de compra de Qualcomm sobre Intel es un McGuffin (como Hichcock llamaba a las pistas falsas), sin bases reales de concreción. Ante todo, no resolvería los problemas que plantea la separación entre diseño y fabricación, objetivo que Intel persigue tardíamente. Y aunque sus líneas de productos pueden complementarse, Qualcomm carece de experiencia industrial, ya que externaliza a TSMC su fabricación. En cuanto a los diseños, su trayectoria está atada a la arquitectura ARM, por lo que tendría graves dificultades para asimilar la x86, que es la razón de existir de Intel. Si esto fuera todo, no sería el peor de los inconvenientes.
Pat Gelsinger
No parece tarea fácil montar una financiación para la que la tesorería de Qualcomm – unos 13.000 millones de dólares – resultarìa muy insuficiente. Porque, en realidad, toda hipótesis sobre el precio a pagar remite a la primera cuestión: ¿cuánto vale Intel? Para estimarlo habría que saber – suponiendo que la versión fuera cierta – ¿qué querría comprar Qualcomm? Porque los más valioso son las fábricas, cuya rentabilidad depende ahora mismo de las ventas de productos de Intel y son el quid de la cuestión.
Aunque se encontrase respuesta a estas cuestiones, una adquisición – esta o cualquier otra – requeriría la aprobación de autoridades reguladoras de medio mundo, lo que de entrada significa que China no dejará pasar la ocasión de sabotearla. Qualcomm lo ha vivido en carne propia cuando, ante la oposicion china, tuvo que abandonar su oferta por la holandesa NXP. Y es poco probable que fuera bien vista en Estados Unidos, pese a tratarse de una operación 100% americana.
Todo análisis debe empezar por entender que la crisis de Intel se ha convertido en un problema de estado. No es que sea “demasiado grande para quebrar” – como se decía de la banca durante la crisis del 2009 – sino que es la única compañía capaz de frenar la decadencia estadounidense en la industria mundial de semiconductores, con todo lo que esta conlleva para la economía y la seguridad. La CHIPS Act de 2022, que busca relanzar la producción de chips avanzados en el país está hecha a medida para Intel, sencillamente porque no hay otra que reúna las mismas condiciones. El gobierno federal no puede confiar el cumplimiento de ese objetivo estratégico a las plantas que están construyendo TSMC y Samsung en territorio estadounidense.
Súbitamente, la delicada situación de Intel se ha revelado más grave de lo que muchos barruntaban y, por supuesto, mucho más de lo que la propia compañía estaba dispuesta a confesar a sus accionistas.
Sin generar retornos que invertir y con la carga de una deuda de 53.000 millones de dólares, la perspectiva a corto plazo depende de las subvenciones de la administración federal estadounidense o de fórmulas financieras privadas. De las primeras, puede contar con 8.500 millones ya recibidos y 11.000 millones en prestamos prometidos; además, acaba de anunciar un contrato con el Pentágono de 3.000 millones. Grosso modo, se ha calculado que en el mejor de los casos podría ingresar unos 40.000 millones – la mayor parte para invertir en infraestructura de fabricación – antes de finales del año próximo. Para entonces, según el atribulado CEO de la compañía, Pat Gelsinger, la compañía estará en condiciones de volver a obtener beneficios. Poco a poco y dependiendo del éxito de sus productos. Otro punto crítico.
Mantener la hoja de ruta anunciada por Gelsinger, que promete lanzar cinco nuevos nodos en cuatro años, requerirá estar en condiciones de hacer inversiones por miles de millones de dólares. De momento, la nueva familia 18A está preparada para entrar en producción en 2025 e Intel espera mucho de ella en los dos años siguientes. El menor fallo estropearía toda esperanza de salvación.
Entretanto, Gelsinger ha recibido la aprobación del consejo para tomar medidas draconianas: miles de despidos, renuncia a pagar dividendo, postergación sine die de su plan industrial en Alemania – cuyo gobierno se había comprometido a subvencionar – y ha puesto en venta patrimonio inmobiliario, entre ellos su sede europea en Swindon (Reino Unido). Mientras, lamenta tener que sacrificar su filial Altera y desinvertirá en la israelí Mobileye, en ambos casos sufriendo minusvalías .
Las circunstancias obligan y los inversores presionan a Gelsinger. La acción de Intel se ha desvalorizado un 32,5% en los últimos doce meses un 17% en una década, en agudo contraste con el comportamiento bursátil de Nvidia, AMD y Qualcomm así como con el proveedor de los tres, TSMC.
La creación de Intel Foundry, punto nodal en los planes de Gelsinger, ha insumido demasiado tiempo y sólo el 1% de su facturación actual es ajena a los pedidos de la propia Intel. Por ello, ha decidido acelerar su separación como empresa autónoma – en la que serian bienvenidos socios financieros siempre que fueran fiables – con autonomía recortada ya que reportaría directamente al CEO y al consejo del grupo. Se interpreta que de este modo estará mejor alineada con los intereses del gobierno federal, su primerísimo sostén financiero.
A propósito, una fuente de alivio financiero ha aparecido gracias a dos acuerdos con Apollo Global Management. Poco se sabe, aparte de que esta no comprará acciones de Intel sino que se compromete a una inversión equity-like por valor de 5.000 millones de dólares. En junio pasado, el mismo fondo hizo una inversión por el 49% de una entidad conjunta que financiará la llamada Fab 34 en Irlanda, encargada de producir masivamente obleas de silicio con tecnologías avanzadas.
Otro acuerdo de parecida inspiración tiene como contraparte al fondo de infraestructuras Brookfield, para acelerar la construcción de dos plantas cuya obra civil se ha iniciado en Arizona: Intel se ha reservado el 51% del proyecto, dejando el 49% en manos de Brookfield. Toda una primicia para los usos de una compañía naturalmente reacia a compartir activos con terceros.
También sirve de respiro el anuncio de un acuerdo genérico según el cual AmazonWeb Services contratará a Intel la fabricación de sus chips para inteligencia artificial. No será, en principio, una suma importante de dinero, pero actúa como validación del esfuerzo de la compañía por restaurar su error de no haber entrado antes en la IA, lo que ha dado alas a su eterno rival, AMD, para sacar pecho.
Ahora bien, las circunstancias obligan y los inversores presionan a Gelsinger. La acción de Intel se ha desvalorizado un 32,5% en los ultimos doce meses un 17% en una década, en agudo contraste con el comportamiento bursátil de Nvidia, AMD y Qualcomm así como con el proveedor de los tres, TSMC.
Las ventas por 52.400 millones de dólares que Intel espera recaudar en el actual año fiscal están en línea con las peores registradas desde 2010, al mismo tiempo que el beneficio neto se prevé como el peor desde 1992, según los registros de FacSet. Al menos, las últimas noticias han tenido un efecto positivo: la capitalización bursátil ha vuelto a superar – algo es algo – el listón de los 100.000 millones de dólares.