La segunda salida a bolsa de Mobileye – la primera fue en Tel Aviv en 2014 – ha sido un alivio para Intel, que seguirá siendo la propietaria de 94% de las acciones. Empezó a cotizar el miércoles a 21 dólares y cerró la sesión del miércoles a 27 dólares que representan una capitalización bursátil de 21.500 millones, lejos de los 50.000 millones que se preveían el año pasado y de los 30.000 enunciados en marzo, pero sabe a gloria comparada con lo que pudo ocurrir en un ambiente depresivo que en la misma semana se ha llevado por delante miles de millones de dólares invertidos en empresas tecnológicas. Al fin y al cabo, es un 40% más que los 15.300 millones que Intel pagó al adquirirla en 2017.
Esta OPV ha pillado a contrapié a muchos analistas por dos razones que son de dominio público: la complicada situación por la que atraviesa Intel y el no menos complicado contexto macroeconómico del momento. En cuanto a la primera: para Intel, la recaudación estimada en algo más de 800 millones sabe a poco frente a la magnitud de sus problemas, pero ese no era el objetivo de la operación ideada por su CEO, Pat Gelsinger sino poner en evidencia ante los inversores el potencial de un negocio que considera infravalorado. Por lo que se refiere a la atmósfera imperante, la reducción a mínimos de las salidas a bolsa este año hacía temer lo peor, pero al final ha sido para los inversores institucionales una rara oportunidad de recolocar su dinero.
La absorción de la compañía israelí en 2017 fue obra del entonces CEO, de Intel, Brian Krzanick, convencido de que arrimarse a la industria de automoción con un gran consumo de semiconductores, le crearía un ancho carril de negocios. Está claro que el actual CEO, Pat Gelsinger, comparte esa convicción, pero en sus circunstancias ha tenido que tomar la iniciativa de segregar Mobileye y ofrecer acciones en el Nasdaq, pero sin sacrificar el control.
Tampoco puede decirse que encontrado un entusiasmo desbordante entre los inversores. Intel se ha desprendido de 41 millones de acciones, de las que un par de bancos se adjudicaron 16 millones al precio de salida (21 dólares) o quizá menos; otros 2 millones se han apartado para ejecutivos y empleados. De manera que, desde el miércoles pasado, en la bolsa neoyorquina se transa un 3% del capital de Mobileye. Es previsible que, cuando mejore el ambiente, Intel pueda vender otro porcentaje a un precio más alto.
Para el fundador y CEO de Mobileye, Amnon Shashua, la escisión es positiva porque le otorga autonomía de decisión. Lo que significa, hablando claro, que no necesariamente será tratado en el mercado de capitales en función de las peripecias de Intel sino de las suyas propias. Es una diferencia relevante, porque Mobileye tendrá que mantener un nivel de inversión que excede su flujo de caja y que Intel no está en condiciones de financiar. Una vez recuperada la autonomía de decisión, Shashua tendrá que evaluar la acogida que pudiera tener una emisión de deuda. Aunque Intel seguirá teniendo el 94,2% de esa deuda.
La compañía, cuyo centro neurálgico sigue en Israel, cuenta actualmente con 3.100 empleados y en el primer semestre de 2022 facturó 854 millones de dólares. Un crecimiento del 21% que, es forzoso tomar nota, es inferior al 26% del último ejercicio antes de la pandemia. Las pérdidas han sido de 67 millones, una cuantía que ha ido rebajando año tras año.
Otra forma de ver las cosas indicaría que Mobileye era dentro de Intel la unidad de negocio con crecimiento más explosivo – desde la adquisición ha cuadruplicado los ingresos – pero a una escala de escasa relevancia en el conjunto: apenas el 3%, que es como decir la misma cuantía que la matriz gasta en publicidad cada año. Las exigencias de su negocio obligan a dedicar a I+D un 40% de sus ingresos: sólo en los seis primeros meses del año, este capítulo ha sido el paradero de 360 millones, con tendencia a aumentar.
Uno de los atractivos que puede tener el nombre de Mobileye en oídos bursátiles se deriva del coche autónomo, una idea que embelesa a mucha gente pero está resultando un tonel sin fondo. En este contexto, han florecido alianzas tecnológicas que Mobileye tendrá que considerar, si fuera preciso a espaldas de Intel.
Por definición, Moileye se sitúa naturalmente en la corriente de los vehículos autónomos, pero realmente el negocio del que vive no es una quimera sino que compite en un mercado tangible, los sistemas avanzados de conducción asistida ADAS (Advanced Driver Assistance Systems). Globalmente, en 2021 circulaban 125 millones de vehículos equipados con ADAS, que podrían ser 260 millones en 2030.
En este segmento, eje de de su actividad, el 76% de los ingresos procede de la venta de EyeQ, un sistema SoC (system on a chip), que equipa vehículos de ocho marcas. Los principales competidores de Mobileye son Nvidia y Qualcomm.
El futuro del coche autónomo es otro cantar: se trata de un reto extenuante para la industria, que hasta ahora no ha conseguido resolver la fórmula de la fiabilidad. Algunos fabricantes de automóviles intentan abrirse camino por sí mismos, pero hasta Tesla ha tenido que atenuar su discurso sobre la autonomía – los accidentes no son buenos para la reputación – mientras Ford y Volkswagen han anunciado su renuncia a continuar con el proyecto conjunto Argo, en el que dicen haber invertido 3.600 millones de dólares. En lo sucesivo, el fabricante alemán se apoyará en su compatriota Bosch.
Obviamente, Mobileye participa de una carrera, que supone invertir en muy distintas tecnologías. Su apuesta central son dos sistemas de detección, uno basado en cámaras y otro en láseres (LIDAR, Light Detection and Ranging), con importante contenido de software y visión artificial.
Realistamente, el mercado que está a su alcance lo constituyen los robotaxis y, eventualmente, las flotas de vehículos de reparto. Ambos todavía en fase experimental. En su literatura, Mobileye preconiza la “movilidad urbana como servicio” y declara tener buenas expectativas en Alemania, Israel, China, Francia, Japón y Estados Unidos. En lo inmediato, confía empezar a operar en Munich a finales de este año o comienzos del próximo, mientras sigue recopilando datos de navegación en Nueva York.
Hasta que los vehículos autónomos sean una realidad de mercado, han de pasar la prueba de una legislación que les permita operar en la vía pública y que hasta ahora no existe más allá de autorizaciones temporales como las que goza Waymo en ciertas ciudades de Estados Unidos. E verosímil que las normativas de diferentes países (incluso de diferentes ciudades en un mismo país) entren en conflicto. Un motivo más por el que el mercado está verde.
No parece que esto sea un freno para Mobileye ni para sus competidores en este nicho de mercado: además de Qualcomm y Nvidia, también Sony ha saltado a la arena. En los robotaxis, los rivales a la vista son Cruise (GM), Waymo (Alphabet) y Zoox en Estados Unidos, además de las chinas Baidu, Didi Chuxing y WeRide.
Mientras se disipan tan poderosas incógnitas, Mobileye sigue adelante con el desarrollo de sus tecnologías concurrentes. En el último CES, de enero de este año en Las Vegas, presentó sus chips EyeQ6L y EyeQH, que mejoran las facultades de visión y entrarán en producción a finales de 2024.
Volviendo a la OPV: el desenlace ha acallado a los críticos de Gelsinger, para quienes debió haberla cancelado en lugar de recortar sus aspiraciones. No podía tratarse de captar capital, porque la recaudación es insignificante al lado de las necesidades financieras de Intel: apenas le hubiera bastado para dos semanas de capex. La autonomía que ha conferido a Shashua permite suponer que mientras este gestiona alianzas propias, Gelsinger podrá centrarse en sus propios problemas, que buena falta le hace.