7/09/2022

Por qué Intel tira la toalla y abandona Optane

La peor noticia para Intel no se mide por los 454 millones de dólares perdidos en el segundo trimestre sino por la admisión del reconocimiento del fracaso de una estrategia a la que ha dedicado siete años. La decisión de abandonar las memorias volátiles Optane ha sido un papelón y la factura a pagar será de 560 millones, mucho menos de lo que habría tenido que gastar para hacerla viable. No se sabe qué pensaba el CEO, Pat Gelsinger, de un proyecto que se encontró al regresar en 2021, pero ha creído preferible cortar la sangría y que una mala noticia aminore el impacto de otra. A los costes financieros habría que añadir los de reputación en una empresa que presume de innovadora.

Es una dura lección para la industria, no sólo para Intel. Optane se definía como una tecnología radical y transformadora, que marcaba un punto de inflexión similar al que en los años 90 trajo consigo el almacenamiento SSD (solid state drive) como reemplazo natural del magnético. Cuando, al mediar la pasada década, el precio de las memorias flash NAND se desplomó hasta quedar por debajo de las DRAM, la industria entendió que había llegado la hora de adoptar la tecnología SSD para mejorar la relación precio/rendimiento de sus sistemas. El razonamiento era llamativamente simple: con las memorias de estado sólido podría alcanzarse el mismo rendimiento, pero a menor coste. Y así fue como las nuevas memorias se abrieron camino en los centros de datos.

En este contexto, Intel quiso aprovechar su trayectoria de investigación desde los años 60 en torno a las memorias no volátiles PCM (phase change memory) – su primer chip PCM data de 1970 – para llenar la brecha creciente entre DRAM y SSD NAND. Si, además, conseguía que la tecnología resultante funcionara sólo con procesadores Intel, el golpe a la competencia sería brutal.

Sin ninguna duda, Optane era una muy buena idea. Sobre el papel. Cuando fue presentada, en el IDF de 2015, sus propagandistas se atrevieron a prometer que sería hasta mil veces más rápida y flexible que una memoria flash NAND y hasta diez veces más densa que una DRAM convencional. Era un fruto de los trabajos desarrollados en común con Micron que se materializaba en la tecnología 3D XPoint.

Hoy, siete años después, sería cierto, pero vulgar, afirmar que el final de Optane estaba escrito desde que Micron se apeó del proyecto. Este era el único fabricante de 3D XPoint con capacidades de volumen, pero vendió en julio de 2021 su fábrica de Utah a Texas Instruments por 1.500 millones de dólares, dejando en la estacada a Intel, su principal cliente. Esta no tiene capacidades propias de producción de 3D XPoint ni están las cosas para plantearse montar una fábrica. Así que busca otras soluciones, como se verá.

De hecho, Intel ya había dejado de fabricar Optane para PC –lo que era  lógico, teniendo en cuenta que ha vendido el negocio NAND a la coreana SK Hynix – aunque preserva en casa su tecnología de memorias persistentes para datacenter, como complemento de la memoria principal. Esto también se ha acabado.

Para entender la naturaleza transgresora de Optane, es necesario recordar cómo funciona un procesador en un ordenador, en el que se recurre a una memoria caché de unos pocos megabytes (DRAM) para agilizar la lectura y recuperar los datos imprescindibles; el resto se almacenan en un disco duro o bien en una memoria flash. Para acceder a esta, el procesador se comunica con el controlador, pero el proceso de envío y lectura por bloques no sólo es lento, sino también farragoso al tener que copiar y borrar bloques, aunque sólo sea para modificar un único byte de información.

A grandes rasgos, Optane venía a resolver el problema aunando almacenamiento primario y secundario y ofreciendo capacidades de cientos de gigabytes que, gracias a sus reducidas dimensiones, podrían instalarse directamente en las ranuras de una placa base. En caso de reescritura de un byte, podría hacerse en el mismo mapa de memoria del procesador, sin necesidad de mover bloques enteros y, además, admitiendo muchos ciclos de reescritura aun cuando no fuera infinitamente regrabable.

En la práctica, esto significaba que, aunque precisara algo de RAM para mantener datos y variables, era inevitable que las ratios de eficiencia se disparasen. Ejemplo: en lugar de ejecutar una aplicación desde el disco duro a la RAM, bastaría con cargarla una vez para que permaneciera, aunque en caso de apagar y encender el equipo. Dicho de otro modo, el sistema operativo no requeriría arranque porque se encontraría siempre con la memoria.

El problema con el que se topó Optane tenía más que ver con el software que con el hardware. Con la excepción de Linux, los sistemas operativos no ´entienden` que únicamente existe un almacenamiento primario sin necesidad de recurrir al secundario. Estos sistemas, sencillamente, ´se pierden` sin directorios en la búsqueda de los programas que han de ejecutar o almacenar los datos. Así, pues, eran necesarias nuevas API y la reescritura de aplicaciones originalmente escritas para DRAM.

A este problema de software se suma, además, que los niveles de capacidad y velocidad no eran competitivos en comparación con otros del mercado. Inicialmente, aunque es cierto que los SSD que utilizaban Optane eran más rápidos, no conseguían aprovechar en su totalidad a velocidad ofrecida por la memoria 3D XPoint: la interfaz SSD era demasiado lenta. La consecuencia fue que los usuarios vieron justificado el incremento de precio a cambio de una mejora sólo relativa.

Intel no desfalleció por esto. Siguió trabajando para crear un módulo que funcionara a velocidades cercanas a las de una DRAM, adaptando para ello el bus de memoria DDR4 estándar a las necesidades de Optane y guardando para sí las mejoras, como una baza competitiva. Desarrolló así una interfaz que vería la luz con los Xeon de segunda generación, pero en cualquier caso seguía perdiendo dinero:  estas memorias – más lentas que una DRAM – tenían que venderse a precios más bajos que esta pese a que su coste de producción era más alto. Se ha calculado extraoficialmente que Intel ha sacrificado más de 7.000 millones de dólares tratado de reducir los costes de Optane.

Ahora bien, ¿hay alternativa a Optane? Compute Express Link (CXL), que se presentó en 2019, en esencia viene a ser una interfaz que conecta a nivel de caché la CPU, la memoria, los aceleradores y los periféricos. Intel ya ha invertido en esta tecnología y se supone que anunciará CXL 1.1. cuando vean la luz los varias veces retrasados Sapphire Rapids Xeon Scalable así como los procesadores Epyc Genoa y Bergamo de cuarta generación de AMD, a finales de este año. Cuando así lo haga, será posible conectar la memoria a la CPU a través de un enlace estandarizado PCIe 5.0.

Hasta donde se sabe, la industria parece apostar por esta tecnología y, de hecho, otros fabricantes de semiconductores – Samsung y Marvell – ya planean módulos de expansión de memoria que se adapten a PCIe con el objetivo de proporcionar capacidad adicional para cargas de trabajo que sean intensivas en memoria. Otros, como VMware, están considerando la memoria definida por software y compartida entre servidores, que podría beneficiarse de CXL.

Volviendo a Intel: el órdago que quiso lanzar con Optane se ha quedado en un farol, pues no ha conseguido generar una brecha de rendimiento entre sus procesadores y los de AMD. Si le hubiera salido bien la jugada, habría revolucionado el mercado con un cambio arquitectónico significativo (3D XPoint) comercializándolo bajo la marca Optane. No ha sido así y desde la propia compañía se apunta que acompañará a los clientes de Optane en un proceso de transición – se dice que Intel cuenta con un inventario de obleas para dos años, producidas por Micron antes de desertar. Comoquiera que sea, las empresas que se dejaron convencer de adoptar Optane, tendrá que migrar tarde o temprano a otro producto más caro.

La reputación de Intel no pasa por su mejor momento y lo ocurrido con Optane no es el primer episodio que la perjudica: desde que retorno a la compañía ya se ha deshecho de seis negocios no prioritarios, el más sonado fue la venta de la división de SSD a SK Hynix por 1.500 millones de dólares. Lo curioso es que apenas unas semanas de anunciar el cierre, se dieron a conocer las pruebas iniciales de los módulos de memoria DDR5 Optane de próxima generación, cuya fecha de lanzamiento se preveía para finales de año en coincidencia con la aparición (tardía) de los chips Sapphire Rapids. Intel ha hecho saber a este blog que el próximo lanzamiento de sus módulos DIMM de memoria Crow Pass de próxima generación no ha sido cancelado. Aclara, asimismo, que contempla utilizar sus inventarios para seguir vendiendo sus otros productos Optane para centros de datos, estimando que tendrá suficientes para varios años.

Todo lo anterior abona la tesis de que la crisis de credibilidad y solvencia tecnológica de Intel no está resuelta en absoluto con la contratación de un CEO admirado dentro de la compañía. La comparación con AMD evoluciona en su contra y su ingeniería se ha estancado en los 10 nm de densidad. Significativamente, su ambiciosa familia Sapphire Rapids Xeon se ha retrasado varias veces, haciendo perder la paciencia a los inversores.

No es exagerado decir que Intel no puede permitirse más retrasos. En ello trabaja arduamente Gelsinger, a la vez que se prodiga en la búsqueda de soluciones financieras imaginativas. Si Intel 4, su procesador de 7 nm, no llegase en el nuevo plazo anunciado, el cierre de Optane habrá sido el menor de sus problemas.


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