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  31/07/2023

PERTE Chip, una modesta contribución española

Duplicar el porcentaje europeo en la fabricación mundial de chips es posible pero caro: pasar del 10% al 20% costará muchos miles de millones de euros en inversiones subvencionadas. Alemania, el país con más experiencia en la  industria de semiconductores, aportará 20.000 millones – con ayuda de la Unión Europea – para que Intel ponga otros 30.000 millones en la construcción de una fábrica. Y negocia con TSMC otro proyecto, al que contribuiría con 5.000 millones. Salvando las proporciones, España quiere añadir su grano de arena y la compañía Broadcom ha escenificado la promesa de construir en el país un centro de diseño de chips avanzados que recibiría fondos del programa gubernamental PERTE Chip.

Charlie Kawaas, Pedro Sánchez y Hock Tan

Puede que no sea tan notoria como otras compañías, pero Broadcom ha escalado hasta ser un importante fabricante de semiconductores, con énfasis en los dedicados a las redes de telecomunicaciones y almacenamiento de datos. Sin dar pistas previas, un grupo de directivos entre los que se encontraban el CEO, Hock Tan y el responsable de la división de semiconductores, Charlie Kawaas, visitó Madrid, donde informó al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, de su disposición a diseñar y eventualmente fabricar chips y componentes electrónicos en el país mediante una inversión inicial de 900 millones de euros. Dependiendo, claro está, de la subvención que reciba.

Sin más detalles. Esto ocurría hace un mes, justo cuando comenzaba la campaña electoral, por lo que no se ha sabido nada más, a excepción de lo único material en esta historia: se buscan localizaciones, en principio, en Aragón o Cataluña.

La compañía estadounidense es heredera de una trayectoria singular. En un escueto comunicado, aspira a recibir una subvención a cargo del Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica en la rama de microelectrónica y de semiconductores, más conocido como PERTE Chip. De hecho, el plazo para solicitar ayudas se inició el 5 de junio y se cerró el 17 de julio, con un presupuesto de 60 millones de euros, aunque es de suponer que esta cifra tendrá que ampliarse, sobre todo si el programa durase hasta 2027, como está previsto. Se añadirían aportaciones de la comunidad autónoma o municipio en el que vaya a instalarse, así como la cesión de los terrenos y otras ayudas públicas.

A Broadcom, que en paralelo ha recibido la luz verde europea para la adquisición de VMware, le va muy bien en su actividad principal, la fabricación de semiconductores, que representa el 80% de su cifra de negocio. En 2022, esta división ingresó 24.785 millones de dólares, con un incremento del 25,4% y en la primera mitad de 2023 fueron 13.915 millones con una progresión del 14,9%.

La (presunta, todavía) inversión de Broadcom no es la única que se baraja para que España participe del esfuerzo que exige hacer de los semiconductores una prioridad europea. Hace bastantes meses, tras una cita en Davos, entre Pedro Sánchez y el CEO de Intel, Pat Gelsinger,  se dijo que esta compañía podría invertir unos 400 millones en Cataluña, probablemente a través del Barcelona Supercomputing Center (BSC) para montar un laboratorio de diseño avanzado de chips. También Cisco anunció en su momento  que ampliaría su centro actual de diseño de chips de Poble Nou, en Barcelona. Y poco más se sabe, hasta nuevo aviso.

El interés de estos fabricantes – los tres estadounidenses, dicho sea de paso – por invertir en Europa, es comprensible. Por un lado, el mercado europeo de consumo de chips es importante, con una fuerte demanda del segmento de coches eléctricos. Por otro, la UE apuesta a que en su  territorio resida  el 20% de la capacidad instalada mundial y para ello añadirá recursos a los ya aprobados por la administración Biden.

Un elemento nada marginal es que en Estados Unidos hay insuficiencia de personal especializado en esta actividad, por lo que si en Europa se destinan recursos públicos, las empresas estadounidenses ven la oportunidad de apuntarse, al menos para saber qué se ofrece.

La vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, ha hablado vagamente de una instalación a gran escala (sic) de back end a construir por Broadcom. Aseguró, vía Twitter, que “es una muestra de la confianza de los inversores internacionales en nuestro país”. Claro está que, debido a la inminencia electoral, han surgido dudas acerca de la madurez real del proyecto.

Si las negociaciones llegasen a buen puerto, lo previsible es que Broadcom empiece por diseñar chips en el sitio elegido y – en segunda instancia – podría considerar fabricarlos o bien montarlos en dispositivos electrónicos para, posteriormente, ir ampliando la cadena de valor en España. Lo más probable, en tal caso, es que el diseño de los chips sea avanzado, aunque no necesariamente lo sería su proceso productivo, porque gran parte de los componentes que diseña e integra Broadcom no requieren un alto nivel de miniaturización: con una densidad de 14 o más nanómetros es suficiente e incluso preferible para que no les afecten las interferencias propias de un vehículo en movimiento.

En realidad, la mayor parte del mercado mundial de semiconductores está constituído por chips de mediano o bajo nivel de integración. Está dominado por China, que los fabrica en grandes cantidades y a precios reducidos. En unidades, los chips muy integrados representan un porcentaje muy bajo de los vendidos en el mundo, pero su precio es alto y con él suben los márgenes de beneficio. Por consiguiente, la inversión necesaria para construir una fábrica y rentabiizarla es muy elevada.

Por supuesto, Europa no es territorio virgen en esta industria. Destacan los fabricantes como ST Microelectronics, Infineon, Robert Bosch y NXP. Uno de los mercados en auge es el de los componentes para automoción, seguido por los equipos de telecomunicación y las redes de datos. La UE está bien posicionada en estos mercados, pero como quedó demostrado durante la pandemia, los componentes que se fabrican en Europa necesitan integrarse con otros muy sofisticados que son fabricados casi exclusivamente por TSMC o Samsung. Para colmo, no se necesitan grandes cantidades y son muy específicos, con lo que en épocas de escasez, los fabricantes prefieren volcarse en los mercados masivos, como los smartphones, más rentables.

Hay conciencia en la UE sobre la necesidad de contar con una producción propia de todo tipo de chips, sean más o menos sofisticados, para atender la demanda de la industrias europeas y para que sean integrados en componentes y equipos muy diversos. Por su parte, la producción en Europa de chips muy avanzados y con tiradas masivas, como las memorias o los procesdores para smartphones u ordenadores, no es consideradada tan estratégica, porque son una commodity que se puede adquirir fácilmente en el mercado mundial. Esto no obsta para que a veces haya que pagar más de lo razonable, dependiendo de la coyuntura.

Nadie osaría discutir que los chips son estratégicos y que lo serán todavía más en los próximos años. Aun asi, ha sorprendido que la primera subvención importante de la UE a una fábrica de semiconductores favoreciera a Intel, empresa estadounidense que desde hace más de veinte años tiene una factoría en Irlanda, periódicamente actualizada. El motivo de la sorpresa es que Intel no produce actualmente chips para terceros – y con esa finalidad ha creado una estructura específica, Foundry Services – mientras sigue fabricando sus conocidos microprocesadores de propósito general. A medio plazo procura ampliar su cartera de clientes que contraten sus servicios de fabricación.

El debate acerca del monto de la subvención que Intel recibirá de Alemania, finalmente zanjado al alza, ha dejado una evidencia: contar con una gran fábrica de chips de propósito general que atienda un mercado global, como la que Intel construirá en Magdeburgo, resuelve sólo una parte del problema que se quería atacar: las necesidades de suministro de las industrias europeas. En este contexto, llegó a postularse la conveniencia de atraer a la taiwanesa TSMC o en su defecto a Samsung, que en este momento son los únicos que pueden fabricar semiconductores de 5 o menos nanómetros.

Esta situación se ha discutido en las últimas semanas, a tenor de la visita a Taiwan de un alto representante del gobierno alemán; al parecer, TSMC habría aceptado construir una fábrica en Dresde, cabecera de una suerte de distrito especializado en el país: muy cerca se está construyendo otra para Infineon y sigue funcionando la que en su día fuera de AMD y hoy pertenece a GlobalFoundries.

Si al final se llegara a un acuerdo con TSMC – muy cortejada últimamente por todo el mundo – se trataría de unos 10.000 millones de euros de inversión, la mitad de ellos subvencionados por Berlín y Bruselas. Con lo que, echando cuentas, el gobierno alemán estaría dispuesto a destinar unos 20.000 millones de euros a  favorecer la instalación en su territorio de fábricas de chips, de los que dos terceras partes irían a manos de Intel y TSMC. Otros 1.000 millones se destinarían a la germana Infineon para ampliar su capacidad en Dresde y, además,  750 millones para un consorcio formado por ZF (suministrador de componentes de automoción) y la estadounidense Wolfspeed.

Otras compañías podrían verse beneficiadas por esta lluvia de subvenciones alemanas. Una sería GlobalFoundries, cuya planta en el país se ha quedado desfasada. Otra, Robert Bosch, gran fabricante alemán de componentes para automóviles, también vecina de Dresde. Es sintomático que el CEO de GlobalFroundries, compañía de propiedad emiratí, alertara días atrás en el Financial Times acerca de la necesidad de que las subvenciones no discriminen en favor de fabricantes recién llegados y en perjuicio de los ya establecidos en el país. O sea que las próximas semanas y meses pueden ser decisivas para el futuro de esta industria en Europa. Y, quién sabe si también en España, al fin.

[informe de Lluis Alonso]


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