A nadie debería extrañar el talento de Sam Altman, fundador de OpenAI y CEO reincidente, para recaudar dinero con formas poco ortodoxas. Lo ha demostrado antes varias veces, pero la última hazaña es la más abultada – 40.000 millones de dólares, una de las rondas de financiacion más generosas que se recuerden – y sitúa a la compañía como la segunda más valorada entre las no cotizadas, a la par de ByteDance (matriz de TikTok) y sólo por detrás de SpaceX (creatura de Elon Musk). El compromiso de inyección de capital – así se ha definido la transacción y así hay que contarla – ha sido suscrito mayoritariamente por Softbank, ávida por subirse al vertiginoso tren de la inteligencia artificial.

Sam Altman y Masayoshi
La simbiosis entre OpenAI y Softbank – o entre San Altman y Masayoshi Son, sería más apropiado – asigna a la primera un valor teórico de 300.000 millones de dólares, rango similar al de Coca-Cola y más alto que el de la petrolera Chevron (antes del golpe bursátil de los aranceles de Trump). El conglomerado japonés lidera la operación con una aportación de 30.000 millones y los otros 10.000 se apuntan a diversos inversores, entre los que Thrive Capital, dirigido por Josh Kushner parece ser el principal.
Todo ello salpicado de suspicacias: ¿cuál es la fuente última del dinero y a cambio de qué? se preguntan muchos. OpenAI necesita capital para competir en IA con dos de los grandes: uno es Microsoft, cuyo padrinazgo está llegando al límite; el otro, Google, que en los últimos días ha mostrado sus mejores galas. La empresa de Altman carece de las capacidades de computación que tienen estas dos (y no hay que descuidar a Amazon, que en cualquier momento de la sresa). Por lo tanto, tiene que alquilar capacidad de, por ejemplo, CoreWeave . Por no tener, OpenAI tampooco puede presumir de recursos financieros comparables a sus competidores, de ahí que se apoye en Softbank después de haber llevado al límite sus compromisos con Microsoft.
La inversión de Softbank viene con una condición. La startup deberá reconvertir su estructura dual en un negocio de puro lucro antes de que acabe 2025, requisito que explica por qué la financiación se ha pactado en dos partes: una primera cuantía de 10.000 millones, inmediata; los otros 30.000 millones a finales de año o principios de 2026, siempre que Altman consiga cumplir con la cláusula que, por razones ignotas, la tiene atragantada.
Hace tiempo que OpenAI explora vías para convertirse en una empresa como las demás. Se recordará que nació en 2015 como una entidad sin ánimo de lucro, con el objetivo de investigaren inteligencia artificial y teniendo como meta final una – todavía fantasiosa – inteligencia general (AGI). Esa estructura de origen le ha granjeado numerosos dolores de cabeza a la hora de atraer inversiones y competir en el mercado que sacó a la luz en noviembre de 2023.
La atadura inicial ha sido objeto de una querella de Elon Musk, socio fundador de OpenAI pero que se retiró antes de su floración. Aún no se ha llegado a juicio, pero el querellante ha conseguido reunir al menos una docena de ex empleados que acepten testificar en su favor. Tan complicada debía ser la fórmula inicial que Altman vio necesario crear una subsidiaria con fines de lucro, encargada de sacar adelante sus operaciones comerciales.
A la fecha y en adelante, para salir de este intríngulis, Altman dice inclinarse por formar una corporación de beneficio público, figura jurídica que ampara a aquellas empresas que asumen por estatuto un compromiso de impacto positivo en la sociedad. Algo así como un brindis al sol empaquetado en dos legislaciones de interpretación variopinta en distintos estados de la Unión.
Si OpenAI no llevase a buen término en los próximos ocho meses esa transformación, Softbank podría reducir su inversión de 30.000 a 20.000 millones. En realidad, hay pocas dudas de que la metamorfosis se producirá a tiempo, pero no hay que subestimar los flecos. Musk, que rompió de malas modos con Altman hace tiempo y ahora es su competidor mediante un artefacto llamado xAI, ha interpuesto una demanda sugiriendo que el cambio violaría principios fundacionales de la compañía, por lo que su adversario engaña a los inversores.
A lo anterior se suma la queja elevada por Meta al fiscal general de California: según la matriz de Facebook, la transformación lanzaría un mensaje peligroso en Silicon Valley, puesto que muchos proyectos tendrían la tentación de empezar como iniciativas sin ánimo de lucro y beneficiarse de incentivos fiscales para, años después, convertirse en lucrativas.
La posición de Softbank no está libre de escollos. Los primeros 10.000 millones de su inversión los financiará con préstamos de varios bancos japoneses, encabezados por Mizuho Bank; pero Son deberá desinvertir en otros activos para la siguiente fase si quiere respetar la promesa de limitar su endeudamiento al 25% del valor total de su balance. Se dice que podría desprenderse de una parte de la británica Arm, todavía de su propiedad, para garantizar que le quedará suficiente liquidez.
Al acabar 2024, Softbank declaraba un balance de 31.000 millones, pero algunos encumbrados inversores no se fiaban de lo que Son podría hacer con ese dinero. De modo que el egocéntrico empresario prometió mantener la mayor parte de la tesorería para calmarlos. No es cuestión baladí, ya que durante su carrera Softbank ha dilapidado miles de millones en inversiones fallidas. Algunos accionistas se inquietan por la deuda que tendrá que negociar para financiar su respaldo a OpenAI. Al mismo tiempo, la agencia japonesa de calificación crediticia ha cambiado de “estable” a “negativa” la perspectiva de la compañía. Debido, precisamente, a sus inversiones en IA generativa.
El respaldo de Softbank tiene otro componente, que entronca con su papel como socio del proyecto Stargate. En el programa de construcción de centros de datos de este artefacto patrocinado por la Casa Blanca, se ha anunciado una inversión de 100.000 millones este año sobre un total de medio billón quinquenal. Ocurre que Softbank es la cara visible con Oracle y OpenAI y en ese reparto de papeles Son ha aceptado el de pulmón financiero, probablemente actuando como testaferro de capitales del Golfo.
A todas luces, OpenAI necesita dinero. Se calcula que en 2024 perdió unos 5.000 millones de dólares y en el corriente año, pese a esperar el triple de ingresos (12.700 millones), volverá a cerrar en pérdidas. Según la propia compañía, no obtendría beneficios, con una facturación que para entonces sería de 125.000 millones, si todo va según los planes.
La recaudación que obtenga de la nueva ronda se empleará para seguir investigando en nuevos modelos de IA, en herramientas comerciales y en levantar centros de datos sin los cuales estaría siempre sometido a la voluntad ajena. Mientras tanto, tiene pendiente el lanzamiento de GPT-5, llamado a ser un punto de inflexión gracias a sus capacidades multimodales de generación de texto e imágenes y de razonamiento. La compañía tiene mucho que refinar en esos planes, de modo que ha preanunciado dos modelos intermedios: o3 y o4 mini.
No se sabe aún que capacidades tendrán estas novedades, pero deberían estar a medio camino entre GPT-4 y GPT-5. Ya utilizó esa táctica para llegar a tiempo al mercado con la versión GPT-3.5. Aunque puede que la novedad más estratégica sea el lanzamiento de un modelo de código abierto. Sería el primero que ofrezca OpenAI bajo una licencia open source desde que en 2019 Altman renunció a su origen al dejar de ser open. Pero el éxito de DeepSeek – ha sido mucho más que un golpe de efecto – y los Llama, de Meta, habría motivado esa consideración. Que Altman recaude dinero con la misma facilidad de su verba no es motivo para derrocharlo.
[informe de Pablo G. Bejerano]