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Hasta ahora, las impresoras 3D han ofrecido todo el rendimiento que cabía esperar de ellas, pero la tecnología sigue progresando y el mercado, ya superada la fase de despegue, se encamina a alcanzar los 16.200 millones de dólares en 2018 [un tercio en hardware, el resto en servicios] según la consultora Canalys. Fue precisamente en un foro organizado por esta, donde Meg Whitman, CEO de HP, anunció que tiene la intención de entrar en ese negocio cuando concluya su año fiscal en octubre. El movimiento era previsible, porque HP es líder mundial del mercado de impresoras; la llegada de un vendedor de esta envergadura será un revulsivo para las empresas que lo han desarrollado durante años. Leer más
No conozco ningún otro caso en el que pasados 24 años de una privatización [1990, Teléfonos de México] el adjudicatario aún controle el 80% de las líneas fijas y el 70% de las móviles. América Móvil, bajo las marcas Telmex y Telcel, cuenta con 70 millones de clientes en México, y las rentas de ese cuasimonopolio le han permitido expandirse por América Latina y ahora aspira a tomar el control de Telekom Austria. Carlos Slim (74) y su familia detentan el 57% del conglomerado. Años de concupiscencia con el PRI le valieron sus mayores éxitos, pero el retorno de este partido al poder le ha traído la mayor de las amenazas, una ley de telecomunicaciones en virtud de la cual se declara su condición de «operador preponderante» . Esto se traduce, entre otras cosas, en la obligación de dar interconexión gratuita a sus competidores, y restricciones para dar servicio de televisión a través de su infraestructura.
La declaración de preponderancia sólo se levantaría si América Móvil redujera su cuota de mercado conjunta por debajo del 50%. Tras declarar que la reforma del presidente Enrique Peña Prieto es «confiscatoria», ha dado un drástico golpe de timón, al anunciar que venderá activos para rebajar su peso en el mercado. No ha dicho – ni tiene por qué decirlo sino al regulador – qué activos se propone vender. El otro misterio es la identidad del o los potenciales compradores con los que, verosímilmente, ya ha tenido conversaciones previas. La desinversión [desincorporación, en lenguaje mexicano] deja abiertas demasiadas incógnitas.
No bastaría con desprenderse de activos de poco retorno ni con vender miles de torres a algún fondo de inversión. Quizá fueran financieramente viables, pero no resolverían el hecho de que la preponderancia se mide en porcentaje de suscriptores y de ingresos, no de infraestructura. Según cuáles sean los activos que enajene [se supone que en bloque] su valor de mercado sería de por lo menos 8.000 millones de dólares, sin contar con la venta de las torres, que se haría de todos modos. Con esta fortuna, Slim recuperaría los 5.600 millones que acaba de pagar por el 8,3% que AT&T controlaba en América Móvil, y le quedaría un buen colchón que podría a) invertir para reforzar a su grupo en Brasil, donde las autoridades empiezan a ser más permisivas con la consolidación, b) afianzar su interés en los mercados europeos [en Austria, pero también volviendo a la carga en Holanda], c) financiar su proyecto de TV de pago, que ya tiene la infraestructura pero está temporalmente bloqueado en el nuevo contexto legislativo.
Ahora bien, ¿quién compraría esos activos en venta? El VP de América Móvil, yerno de Slim, ha dicho que deberá ser un grupo con acreditada solidez financiera para sobresalir en un sector que es intensivo en capital, con lo que parecía apuntar a alguna multinacional de primera fila. La prensa mexicana descarta a priori la posibilidad de acuerdo con Telefónica, que añadiendo ese 20 ó 30 % de suscriptores – la cuenta puede variar, para que la reducción a menos del 50% deje margen de crecimiento – que a Slim ´le pesan´, se convertiría en un competidor demasiado peligroso, por no hablar de las malas relaciones históricas entre ambos grupos. Es lógico que el primer nombre que sale a relucir es el de AT&T, aunque sería extraño que comprara ahora, tras vender una participación que mantuvo en cartera dos décadas. El diario El Financiero apuesta por esa candidatura sobre la base de una anécdota inédita: el actual CEO de AT&T, Randall Stephenson, fue discípulo de Slim en su juventud, cuando trabajaba para Southwestern Bell en México.
También se habla de Vodafone, conspicuamente ausente de los mercados latinoamericanos. Es un grupo esencialmente europeo pero con experiencia en mercados emergentes como India, Turquía y Sudáfrica, recuerda un columnista. El analista Andrew Campbell (Credit Suisse) alerta contra la tentación mediática de buscarle novios a Vodafone sólo por el hecho de que es rico tras vender su participación en Verizon: lo que el grupo tendrá que estudiar es si los activos que Slim quiere vender, pero no rifar, pueden asegurarle una ecuación de costes como para justificar el desembolso.
Un portavoz de la presidencia de México hizo estos días una curiosa advertencia: el gobierno no va a tolerar ninguna simulación en la venta de activos. «Slim no va a vender lo malo para quedarse sólo con lo bueno de su grupo – comenta el analista Gregorio Tomassi, de Banco Itaú BBA – sino que tratará de maximizar el valor de América Móvil y a la vez vender algo atractivo. Es una gran oportunidad para el comprador porque la compañía resultante podría ser mayor que cualquiera de los rivales existentes en el mercado».
Carlos Slim no habla con la prensa – ni siquiera con el New York Times, en el que acaba de ampliar su inversión de capital – pero su yerno y portavoz ha declarado que el resultado de este movimiento será la creación de un potente segundo operador de telefonía móvil en México. En el ´escenario´ más probable, América Móvil seguiría controlando más del 40% y el nuevo entrante no llegaría al 30%. Detrás vendría Movistar (19%), seguida de Iusacell (controlada por Televisa) y Nextel con un 11% en conjunto. En este panorama de fragmentación, el analista Jorge Negrete interpreta que el seismo provocado por Slim abrirá un período de consolidación y fusión entre los más pequeños para sobrevivir».
El pasado fin de semana, el Washington Post publicaba un reportaje de gran calado, sobre la base de documentos filtrados por Edward Snowden, el famoso analista de seguridad tránsfuga que sigue goteando materiales, y llega a la conclusión de que el 90% de los mails y mensajes interceptados por la NASA durante un período de cuatro meses tomado como muestra, tenían como origen o destino a ciudadanos corrientes, no sospechosos a priori.
En cuanto a los contenidos, puedo uno imaginar su banalidad: relaciones amorosas, currículos y fotos personales. Esta ausencia de objetivos plausibles para la seguridad subraya el carácter indiscriminado del espionaje. Hay algo de cinismo en comentar que ya lo sabíamos, porque ya lo imaginábamos. En lo que ahora me importa contar, el informe confirma que esas prácticas se llevaron a cabo sin el consentimiento de las empresas prestatarias de esos servicios, de manera que Google, Microsoft y Yahoo quedan de hecho exculpadas de complicidad activa con la NSA. Es el momento de restaurar la reputación.
El reportaje recoge unas declaraciones de David Lieber, a quien presenta como abogado de Google en materia de privacidad, para quien este nuevo episodio refuerza la necesidad de que la NSA no pueda actuar sin un claro mandamiento legal cada vez que pretenda ”rastrear contenidos americanos” (sic), lo que supondría de hecho abandonar la práctica demostrada de utilizar “puertas traseras” en los servidores de Google y otros proveedores.
Desde que se conocieron las primeras revelaciones de Snowden, las compañías han tratado de salir del apuro presionando al Capitolio para que marque los límites de la vigilancia electrónica que ha llegado a alcanzar las comunicaciones de connotados senadores. Microsoft ha llevado a la justicia su resistencia a las peticiones de la NSA para husmear en los correos de usuarios localizados en centros de datos fuera de Estados Unidos.
Otra reacción de estas compañías consiste en redoblar la protección de sus sistemas mediante la introducción de técnicas de encriptación más refinadas. El mes pasado, Google prometió que los mensajes de Gmail serán encriptados de extremo a extremo en el tránsito desde los servidores de origen y destino a través de las redes, para garantizar que no serán interceptados. Por el momento, esa protección está en pruebas, y su implementación a escala comercial “será comunicada oportunamente”.
Brendon Lynch, cuyo cargo en Microsoft se define como Chief Privacy Officer, ha ratificado en su blog oficial de la compañía, que esta no ha entregado ni entregará datos a las autoridades, a menos que se le soliciten debidamente, con una justificación legal. Días atrás, Microsoft dio otro paso adicional en la misma dirección que Google, al anunciar la incorporación de una capa de encriptación más robusta [TLS, Transport Layer Security] en su servicio Outlook y en OneDrive, de almacenamiento cloud con 250 millones de usuarios.
Yahoo se ha limitado a declarar que “cada usuario de Yahoo Mail, ya sea en la Web o en móviles, está encriptada al 100% con certificados de 2048 bit”. Son las tres vertientes – seguramente habrá otras menos notorias – por las que las empresas han recompuesto la figura para no aparecer ante el mundo como cómplices de espionaje. Ahora, a esperar el próximo capítulo de esta intriga.
La primera virtud de la televisión conectada ha de ser la ubicuidad que proporciona al usuario: gracias a una conexión robusta a Internet permite la transmisión de vídeo a cualquier parte y en cualquier dispositivo, sea un televisor en el salón de la casa, una tableta en cualquier otra dependencia, un portátil en la habitación de un hotel o un smartphone durante un viaje en coche o en un recinto deportivo. Un informe de la OCDE, bajo el título Connected Televisions: convergence and emerging business models, asegura que si la conexión de banda ancha soporta streaming de alta calidad, no hay razón para que no sustituya a la TDT, el satélite o el cable. Los modelos deberán competir o convivir. Leer más
A estas alturas, millones de usuarios (o no) de Facebook conocen la noticia y se habrán formado opinión. La mía, por si a alguien le interesa, es que no veo motivo para extrañarse de que los científicos que trabajan para la empresa hayan investigado el «contagio emocional» en los feeds compartidos durante una semana por 689 millones de usuarios [no es una pequeña muestra sino más de la mitad del universo de la red social] y publicaran los resultados en los Proceedings de la National Academy of Science bajo el título Experimental evidence of massive-scale emotional contagion through social networks.
No ha sido un focus group para determinar qué sabor de yogur gusta más a un grupo representativo de consumidores. El formato del experimento confirma que los científicos de datos no son del todo conscientes de los límites de su disciplina. Reconfirma que la privacidad no es una prioridad para Mark Zuckerberg: su invento es un vehículo para que los usuarios expongan su intimidad bajo pretexto de compartirla con sus ´amigos`. Si los usuarios lo quieren así, no esperemos que Facebook les ponga cortapisas: todo lo más, les proveerá de instrumentos para acotar su visibilidad y, en ciertas circunstancias, hasta pueden arrepentirse.
Sheryl Sandberg, la cada vez más mediática COO de Facebook, se ha disculpado con aparente candor: «no queríamos molestar a nadie». La propia publicación donde aparece el paper lo hizo preceder de una advertencia: «estas prácticas no son del todo consistentes (sic) con el principio de consentimiento informado ni dejan a los participantes la posibilidad de no participar [del experimento]». Si cruzamos ambas reacciones – la disculpa mojigata y la crítica sociológica – encontramos una constante: cada vez que Facebook hace algo que a sus usuarios «no les gusta», se disculpa con la boca pequeña y da un paso atrás, pero con el tiempo vuelve a hacer lo mismo o algo parecido.
Al fin y al cabo, ya lo dijo el joven fundador: «a mi generación, la privacidad le preocupa muy poco». Me temo que, pese a las protestas, tenía razón: su generación seguirá ´compartiendo` cosas que la mía, originalmente analógica, se guarda para sí. Facebook almacena [ay, estas son las perversiones de Big Data] información suficiente para reconstruir la historia íntima de millones de personas. A diferencia de la sentencia europea contra Google en torno al llamado derecho al olvido, como Facebook no es un buscador, se supone que nadie ve ese caudal de datos – salvo con fines ´científicos` – que son la materia prima para unos algoritmos a los que creemos ciegos, sordos [y ojalá también mudos] como condición para que sean neutros. El objetivo es mejorar ´su` comprensión de ´nuestra` actitudes para así estimular ´nuestra´ actividad en la red y el crecimiento de ´su` empresa. ¿Aceptamos que las cosas sean así? Pues vale, sólo unos cuantos activistas se han quejado. Para no irme por las ramas: la opinión que he prometido en el primer párrafo tiene los dos elementos siguientes.
1) Me alarma que una empresa cuyo modelo de negocio se basa en la empatía, tenga en sí misma tan poca empatía hacia sus millones de usuarios como para manipular los datos que voluntariamente han puesto en sus servidores. Adam Kramer, que diseñó el experimento del Core Data Team de Facebook, ha explicado que sólo pretendían mejorar el servicio. El argumento oficial añade que los usuarios han aceptado los términos de uso mediante un clic. Edward Felten, catedrático de computer science en Princeton, califica esta práctica como «ficción legal de aprobación».
2) Veo el episodio como una excrecencia de las teorías circulantes sobre «la economía de la atención», que subyacen en todo modelo de negocio que, basado en la gratuidad de Internet, busca la maximización de la audiencia para su conversión en ingresos publicitarios. A la pregunta ¿qué producto venden las redes sociales?, la respuesta es que los usuarios somos el producto. Hay riesgo de alienación y cosificación [sociología antigua] pero en esto consiste el nuevo ´contrato social` en la era digital.
Muchos millones de dólares ha invertido Nuance en su tecnología de reconocimiento de voz, que comenzó a gestar a finales de los 90, y ha acelerado su despliegue en los últimos años. La compañía pudo creer que tocaba el cielo con las manos cuando Apple escogió su tecnología como base para su asistente virtual Siri, pero el éxito podría tener un efecto rebote si se confirma el rumor según el cual su principal cliente está desarrollando su alternativa. Habladurías que, de paso, están afectando la cotización de Nuance. Cuando, en una visita a su sede de Cambridge (a corta distancia del MIT), este blog les preguntó por el asunto, los directivos de la compañía cambiaron de semblante y rehusaron comentarlo. Leer más
No puede ser casualidad, sino tendencia. En la misma semana, dos autores – el proteico Michael S. Malone y mi apreciado Richard Waters – han coincidido en plantear la misma cuestión: tres gigantes californianos que durante años han sido capaces de inventar productos y servicios revolucionarios, parecen haber consumido sus energías innovadoras y no encuentran otro modo de seguir creciendo que usar la riqueza acumulada para comprar compañías jóvenes que les aportan esa savia creativa que a ellas les está faltando. Los tres gigantes son Apple, Google y Facebook.
Los cito por orden de aparición en el mercado, pero el planteamiento de Malone empieza por el más joven de los tres. La adquisición de What´sApp no sería un golpe de locura de Mark Zuckerberg sino un método, que ya aplicó en la compra de Instagram, por la que pagó 1.000 millones en 2012. Desde entonces, el número de usuarios de Facebook creció un 4% [lo que ha dado pie a espabilados sociólogos para afirmar que los milennials se aburren y empiezan a desertar] pero los usuarios de Instagram crecieron un 29%, lo que asegura que el negocio inventado por Zuckerberg seguirá rodando. Al mismo método respondería la compra de What´s App: ya que no hay mucho más que pueda hacer con Facebook, ¿por qué no invertir en algo nuevo? De hecho, Facebook ha cambiado de naturaleza, pasando a ser un holding de marcas que requieren diferentes estilos de gestión, por lo que Zuckerberg ha optado por dejar que funcionen por separado.
Malone escribe que ha visto antes un fenómeno similar en la industria farmacéutica: las compañías jóvenes de biotecnología han desarrollado casi todo lo nuevo, han soportado el procedimiento de aprobación y, una vez que estaban a punto para comercializar sus innovaciones, han sido adquiridas por uno u otro de los colosos, siempre apremiados por ganar tamaño [luego dirán que el precio de los medicamentos se justifica por sus costes de I+D, pero muchas veces se trata de costes de adquisición].
En palabras de Waters, «aquí, en el Silicon Valley todos se llenan la boca con las palabras ´innovación` y ´disrupción`, pero la fuerza motriz de la expansión de estas tres empresas es la lógica del alcance, la escala y la diversificación, que sustituyen el dinamismo de los primeros años».
Apple, que en vida de Steve Jobs produjo tres hitos – iPod, iPhone, iPad – lleva cuatro años dando a entender que tiene algo igualmente ´disruptivo` en camino. Según especulaciones alentadas desde Cupertino, el próximo hito sería el iWatch, ya se verá. En estos cuatro años, Tim Cook ha comprado 30 empresas, la última de ellas, Beats, a un precio que habrá hecho temblar la tumba de Jobs . «Con iTunes, Apple hizo mucho más que ninguna otra compañía por inventar el negocio de la música digital, pero el servicio ha perdido la claridad de su marca para transformarse en [una especie de] supermercado del entretenimiento, y ha perdido su ímpetu a manos de servicios de streaming como Spotify«.
Google, que presumía de fomentar la inventiva de sus empleados, en la práctica se nutre de la adquisición de 150 compañías [algunas de ellas un sonoro fracaso] con la permanente obsesión de competir con… Apple y Facebook. Varias de sus compras son exóticas, y lo único que revelan es que, como estos rivales, Google es inmensamente rica, porque en la base sigue viviendo de las rentas de su modelo de negocio original.
Atendiendo a esta descripción, el papanatismo que suscita entre nosotros la aparente omnipotencia de estos tres gigantes, merecería ser revisado. O, como mínimo, leer a otro autor y emprendedor, Salim Ismail, citado por Malone, del que dice que describe una nueva generación de «corporaciones exponenciales»: empresas que crecen 10 veces más rápido que la media, pero que no están estructuralmente dotadas para esa velocidad, por lo que su alternativa es fagocitar otras compañías que todavía pueden innovar con rapidez.
Una conclusión implícita en este razonamiento es que bajo su pregonado dinamismo, los conglomerados tecnológicos están cayendo en un estatismo que pueden permitirse porque son ricos. Los precios que se están pagando por algunas startups sólo se justifican por la expectativa de los inversores que las respaldan de que, en algún momento y en un número suficiente de casos, serán premiados con una oferta que no van a rechazar de ninguna manera.
Me cuentan que la 50ª reunión del ICANN en Londres, la semana pasada, fue una de las más tranquilas que se recuerdan, pero un episodio menor ha saltado a los medios como si hubiera sido un escándalo: la oposición del gobierno de Francia a la aprobación del dominio .wine o su variante .vin. La industria vinícola francesa, y tras ella las autoridades, temen que el sufijo pueda servir de coladero para que productos de baja calidad aparezcan en el mismo plano que los protegidos por las denominaciones de origen, con la consiguiente confusión para los consumidores. En esta postura, han sido secundados por los productores californianos y los australianos, pero esto no ha impedido que ciertos comentaristas anglosajones y francofóbicos se valieran de la anécdota para clamar contra el riesgo de que la soberanía sobre Internet pase a manos de los estados y no, como ocurre desde 1998, en las de un organismo supranacional no lucrativo bajo supervisión estadounidense.
De ahí a sostener que la web podría caer bajo la influencia de regímenes totalitarios, hay un umbral que traspasa, entre otros, un análisis de la Heritage Foundation titulado Protecting Internet Freedom and American Interests. Esta sobreactuación ideológica es un efecto retardado del anuncio de la administración Obama, en marzo, de un plan por el que a más tardar en setiembre de 2015, la agencia gubernamental NTIA rescindiría el contrato por el que cede a ICANN el control sobre el funcionamiento de Internet [que, como todo el mundo sabe, fue en origen un desarrollo del departamento de Defensa] incluyendo la responsabilidad por el sistema de dominios. Para esa fecha, las partes representadas en el organismo – ni público ni privado, sino todo lo contrario – deberían encontrar una alternativa viable y aceptable.
Es curioso que el debate vuelva a aflorar ahora, cuando países como Brasil e India, que animaron la campaña para que la ONU se haga cargo de las funciones de ICANN, ya no presionan sobre ello, porque les inquieta mucho más el espionaje de la NSA desvelado por Edward Snowden. Dentro de EEUU, los think tank conservadores han descubierto otro flanco para acusar a Obama de blandura, y le reclaman que rectifique su decisión.
En los pasillos del hotel Metropol de Edgware Road, donde se celebró la reunión, a nadie parecía preocuparle el asunto, aunque se habrá tratado a puerta cerrada. La alternativa al modelo actual no se ha encontrado, y no es seguro que se encuentre, pero ICANN sigue haciendo su tarea. El debate recurrente en torno a la conveniencia de abrir la mano a los nuevos dominios genéricos sigue centrando los trabajos: hay 1.300 solicitudes aprobadas, pero menos de un centenar ya tienen luz verde para iniciar los procesos de registro y comercialización de dominios. No se puede decir que la idea haya sido un éxito hasta ahora, pero candidaturas no faltan. Y fracasos, tampoco: uno polémico es el sufijo .xyz, al que nadie encuentra sentido. Otro más cercano a nosotros, es .berlin., que pretendía ser el modelo sobre el cual se rigieran otras iniciativas para que cada ciudad europea dispusiera de su espacio en la web como vehículo de promoción de negocios, pero en la práctica se ha convertido en un mal ejemplo de autoregistro, con escaso impacto en las empresas alemanas, que se sienten cómodas asociado sus marcas a las terminaciones .de o .com.
La muy eventual privatización completa del sistema DNS – que también tiene defensores – conjuga matices ideológicos e intereses comerciales, pero en el paisaje sobrevuela el temor a que Google haga valer su condición de primer facilitador de la navegación por la Web para, cuando convenga a sus intereses económicos, convertirse en macroregistro global. Se trata de una hipótesis tan fantasiosa como cualquier otra, pero de ella sí se hablaba en los pasillos. Los partidarios del modelo vigente no descartan que pudiera ser una consecuencia indeseable de la batalla entre Google y Facebook por controlar el mayor número de usuarios. Visto lo visto, opinan, la continuidad de ICANN en su formato actual no sólo es necesaria sino que es la fórmula que da más garantías. Al fin y al cabo, así ha llegado la WWW hasta donde ha llegado.
En 2015, habrá un teléfono móvil por persona. Cuatro años más tarde, será uno y pico largo. Si se toma al pie de la letra la estimación del Mobility Report correspondiente al primer trimestre de este año, que acaba de publicar Ericsson, en 2019 el número de terminales móviles activados será de 9.200 millones, y de esa cantidad 5.600 millones serán smartphones. Una perspectiva que tiene alborozada a la industria en sus variadas facetas, desde los fabricantes de minúsculos componentes hasta los operadores con estrategias globales. Porque a partir de esas cifras, hay otras que crecen exponencialmente: el tráfico de datos se multiplicará por 10 y el número de conexiones de banda ancha móvil por 33. Leer más