Hubo un tiempo en el que Jensen Huang gustaba de usar como decorado la cocina de su casa. Era un truco de falsa modestia, muy distante de las ovaciones que recibe en 2024 allá donde va pregonando los productos de Nvidia, cuya complejidad muy pocos aplaudidores entienden. Huang ha conseguido – suponiendo que fuera lo que buscaba – que su empresa treintañera se convierta en número uno de las bolsas por delante de Apple y Microsoft y siga subiendo. Ahora tendrá que vérselas con otras audiencias: ahí está esa foto – insólita – en la que el hombre de las chupas de cuero aparece de traje y corbata, entrando a declarar en una investigación acerca de la presunta conducta anticompetitiva de Nvidia.
Es comprensible que la mayoría de la gente se quede con ese detalle del relato y pase a otra pantalla: Nvidia, empresa desconocida para ellos, ha pasado a ser la empresa cotizada más valiosa del mundo, adelantando a otras que son dueñas de algo tan conocido como Windows y el iPhone. Se entiende que estén perplejos.
Como en casi todo, aquí están en juego cuestiones geopolíticas. La capitalización combinada de Nvidia, Microsoft y Apple sumaba ayer mismo 10 billones de dólares, cifra que resulta ser superior al valor de todas las cotizadas en las bolsas chinas (excluyendo Hong Kong) mérito que se debe en primer lugar a la inusitada escalada de la primera de las tres. En los pasados doce meses ha saltado de un billón a cruzar la raya de los tres billones de dólares. Y desde enero, se ha revalorizado un 174%. Debería ser más fácil caer que subir, pero de este juego suelen salir ganando los inversores.
Mizuho Securities estima que Nvidia controla el 70% o más del mercado de chips para IA, utilizados en el aprendizaje de los grandes modelos de lenguaje (LLM) y, según la consultora IDC, controla el 92% de las ventas de tarjetas gráficas para centros de datos. Podría pensarse que lo sucedido con la cotización de Nvidia obedece a la demanda de esas dos líneas de productos, lo que es verdad, pero esta sería una visión miope del papel que está llamada a jugar Nvidia a partir de su posición.
Es mucho más, en realidad, ya que la compañía fundada por Huang ha sabido crear un ecosistema, virtualmente un monopolio, en torno a la inteligencia artificial, con sus chips, sus programas y sus plataformas exclusivas y merced a unas listas de espera de clientes ansiosos, que pagarían cualquier precio por saltarse la cola y recibir la mercancía que les identifique como miembros del club de fans de Jensen. Sin contar, además, con que Nvidia participa como inversora en un conjunto de empresas – normalmente startups sólo conocidas por los enterados – que le aseguran un retorno de la inversión como usuarias de sus productos.
Para estas empresas jóvenes dispuestas a prosperar en el nuevo mundo de la IA generativa, usar las herramientas de Nvidia resulta rentable, les da prestigio y acceso a una financiación inmediata precisamente por eso, por trabajar con Nvidia. Un ejemplo es lo ocurrido con la francesa Mistral, que ha logrado reunir 600 millones de euros de una tacada con base en dos cualidades: emplea la tecnología de Nvidia y tiene un contrato de preferencia con Microsoft. En unos pocos días, Mistral ha pasado a valer 6.000 millones de euros, una cifra hipotética puesto que no cotiza, pero que sirve para situarla en el mapa de la IA.
En esta coyuntura excepcional, sale reforzado el ecosistema creado por Nvidia, que se distingue primordialmente por sus chips para IA (Hopper y pronto Blackwell), pero no hay que olvidar su biblioteca de programas llamada CUDA, introducida en 2017 con la finalidad de que la programación de las tarjetas gráficas de Nvidia fuera mucho más sencilla y en cuyo desarrollo y actualización trabajan más ingenieros que en el diseño de los chips físicos. El software está internalizado pero el hardware es fabricado por la taiwanesa TSMC, con la que Nvidia mantiene una relación muy estrecha.
En este cuadro, lo más fácil para alguien como Huang sería sentirse omnipotente, ya que se le reconoce como líder de un mundo nuevo que está emergiendo a la vez que deja a otros en el arcén. Pero no parece que el talante personal de Huang se haya saciado con el súbito enriquecimiento. Lejos de conformarse con lo que tiene entre manos, aspira a ganar nuevos clientes en los gobiernos de todo el mundo, apoyándose en una tendencia cuyo alcance merecería análisis otro día: todos quieren centros de datos soberanos, para que la información que recogen de sus ciudadanos no pueda caer en manos ajenas, potencialmente hostiles. Adonde pueda conducir este ciclo de renacionalización de los datos es una incógnita, pero sin ninguna duda va a multiplicar el negocio para Nvidia y sus competidores.
Convertido en estrella con su propio show itinerante, Jensen Huang hace mucho más que prodigarse en los escenarios [en noviembre le esperan en Barcelona, donde años atrás le hicieron poco caso]. En las últimas semanas, se ha reunido con los gobernantes de India, Japón y Singapur, así como con altos funcionarios de Emiratos Árabes Unidos y Canadá. Dice haber calculado, según una entrevista, que los centros de datos soberanos podrían reportar a Nvidia unos 10.000 millones de dólares este año, frente a prácticamente cero en 2023. Comparando cuentas, la facturación de Nvidia en el último trimestre de su año fiscal fue de 26.000 millones de dólares y sólo la mitad a clientes diferentes de las grandes tecnológicas.
Se estima que hay en el mundo unos cuatro millones de desarrolladores que dependen de la plataforma de software de Nvidia para construir programas de IA y otras aplicaciones. Lo que “no necesariamente implica que esta tecnología sea exclusiva ni que sea la mejor; simplemente que Nvidia ha hecho el software de tal manera que sólo sea compatible con sus propios chips gráficos”, afirma Dylan Patel, consultor en diseño de semiconductores, interrogado por la revista Político. En otras palabras, la plataforma de Nvidia es tan ´propietaria` como lo es el sistema operativo IoS de Apple en todas sus versiones. .
Los tiempos en el que sus chips eran conocidos como parte del mercado de videojuegos o como aceleradores en la minería de criptomonedas han pasado. Aquello era incómodo pero tolerable para Intel y AMD, cosa muy distinta es que Nvidia – además de tener las llaves de la IA, que ya es serio – se apreste a lanzar una ofensiva en el mercado de los chips para centros de datos, un mercado precioso para los dos competidores.
En la pasada feria Computex, AMD presentó chips específicos para IA, como el MI300, que integrará 288 GB de memoria ultrarrápida cuando esté disponible en el último trimestre, por las mismas fechas que el Blackwell de Nvidia. Por su parte, Intel mostró su acelerador Gaudi 3, que debería estar en el mercado para entonces. Como es costumbre, Intel y AMD sostienen que sus productos tienen mejor relación precio-prestaciones que los comparables de Nvidia (desde luego, esta no tiene motivo alguno para bajar sus precios).
Para intentar hacer mella en el mercado de IA que controla Nvidia, lo que está intentando el resto de la industria es crear una plataforma nueva y abierta de software que permita a los desarrolladores de código hacer que este funcione con cualquier chip, sea de Intel o AMD, con arquitectura x86 o los basados en la arquitectura ARM (Google, Microsoft, Qualcomm y Samsung, entre otros). De cerca, pero sin integrarse al grupo, merodea otra súbitamente famosa, OpenAI.
A nadie escapa que pasarán años antes de que estas iniciativas para frenar a Nvidia cuajen, si es que cuajan. La compañía fundada por Huang en 1993 empezó a crear su plataforma de software propietaria hace más de veinte años, que llegaría a ser la CUDA actual, pero nadie hacía mucho caso del personaje y Nvidia estuvo al borde de irse a la quiebra.
Puestos a predicar, algunos analistas mencionan la experiencia de Android, plataforma abierta de Google para smartphones, concebida como muro de contención contra Apple, como un ejemplo a imitar. Es un mal ejemplo, en todo caso, puesto que Apple no necesita ser primera en volumen para ganar más dinero con el iPhone que el resto de la industria de los smartphones.
Las investigaciones que se llevan a cabo en Estados Unidos contra las grandes tecnológicas – incluyendo Apple – pretenden poner un poco de orden en el desconcierto provocado por la inteligencia artificial generativa, así como en el uso (presuntamente fraudulento) de datos personales y corporativos y, de pasada, por la arraigada costumbre de cobrar altos porcentajes a los desarrolladores por permitirles alojar sus aplicaciones, tal como hace Apple sin que ningún juicio le haga disuadir. En la trastienda, los juristas que se ocupan de estos asuntos admiten que poco puede hacerse para contrarrestar el poder de Nvidia, porque la compañía no toca los datos personales sino que otros lo hacen con sus chips y su software. Pocos días pasarán antes de que vuelva a ser oportuno escribir sobre Nvidia.