30/09/2024

Las Big Tech se vuelven hacia la energía nuclear

En enero, a través de LinkedIn, se supo que Microsoft acababa de contratar a Archana Manoharan y Erin Henderson, dos ingenieras con larga experiencia en la generación de energía nuclear, para dirigir un programa de la compañía cuyo objetivo es sustituir los combustibles fósiles como fuente de suministro energético a sus centros de datos en Estados Unidos. Manoharan ha destacado en el desarrollo de la tecnología MMR (Micro Modular Reactor) y Henderson ha sido directiva de la compañía eléctrica de Tennessee. Desde tiempo atrás se sabía del interés de Microsoft por asomarse a un movimiento que va abandonando los recelos ante esta forma de energía, pero no que invirtiera en ella.

Porque, al fin ¿qué es un centro de datos sino una maraña de servidores, miles de conexiones y kilómetros de cableado, que demandan potentes equipos de refrigeración e instrumental eléctrico a gran escala? Todo ello consume energía con tal glotonería que hace temer un colapso el día en que en determinado sitio la oferta sea insuficiente para atender la demanda. Y esa oferta, hasta ahora, depende fundamentalmente de inversiones ajenas a una industria en las que se podía confiar.

Un estudio que en los últimos días ha distribuído la consultora IDC recuerda a quienes no lo tuvieran en cuenta que la electricidad es, con diferencia, el coste más importante de explotación de un centro de datos: representa el 46% del gasto total de los operados por empresas y el 60% de los de proveedores de servicios. Y, como salta a la vista, ese consumo crece velozmente a medida que los datacenter asumen cargas de trabajo energéticamente intensivas con la extensión de la inteligencia artificial.

Según el documento, la capacidad exigida por las cargas de trabajo relacionadas con la IA está creciendo a una ratio anual compuesta del 40,5% hasta 2027, mientras que el consumo eléctrico de los centros de datos aumentará en el mismo período un 44,7% hasta alcanzar los 146,2 Teravatios hora. Es fácil colegir que esa situación se agravará con cada avance del consumo.

Por su lado, Synergy Research ha calculado que los hiperescalares han superado el millar de centros de datos en todo el mundo, por lo que ya representan el 41% de la capacidad instalada y en 2029 deberían alcanzar el 69%. Aproximadamente la mitad son activos de su propiedad, lo que significa que sus costes de operación influyen directamente en sus cuentas de resultados.

En la década anterior, las grandes tecnológicas hicieron un esfuerzo por incorporar las energías renovables a su actuación. Hicieron de ello una cuestión de reputación y se sucedieron los acuerdos para adquirir cuotas de electricidad originadas en fuentes ´limpias` e incluso se generalizó la construcción de plantas fotovoltaicas y eólicas ad hoc para aprovisionar centros de datos. Esta tendencia continúa, por supuesto, pero es insuficiente. Este año, Google anunció un acuerdo para añadir 115 MW a su centro de computación en Nevada;  Meta firmó un contrato a largo plazo para abastecer una parte de sus necesidades eléctricas disparadas.

Lo más notorio en el abastecimiento de los centros de datos ha sido el viraje hacia la energía nuclear de las grandes tecnológicas. Es más  acentuado en Estados Unidos, donde las reticencias de la opinión pública son menores que en Europa. Y donde – otra diferencia – proliferan los pequeños operadores de este tipo de plantas, mientras en Europa son de propiedad estatal o de grandes compañías eléctricas. Este año, Amazon cerró la adquisición de las instalaciones de Talen Energy, un productor independiente en Pennsylvania. La compra, por valor de 650 millones de dólares, le da acceso a 960 MW de capacidad nuclear.

La apuesta de Microsoft y Oracle es más compleja, se involucran en el desarrollo de un nuevo tipo de reactor nuclear de pequeño tamaño, similares a los que se utilizan en los submarinos nucleares, sólo que en su caso propulsarían servidores.

En la reciente presentación de resultados, el fundador (y CTO) de Oracle, Larry Ellison, se reservó el asunto más mediático: anunció la incursión de la compañía en la energía nuclear. Señaló Ellison que ya tiene los permisos para construir un centro de datos que requerirá más de un 1 GW [el mayor hasta ahora de Oracle es de 800 MW] alimentado por tres pequeños reactores SMR (Small Modular Reactor). El carismático empresario calificó como “una locura” el crecimiento que experimentan las necesidades de computación y no ve otra solución que la energía nuclear.

Hay cifras de distintas fuentes pero todas de un mismo signo: alerta. Está previsto que el consumo eléctrico derivado de la IA crecerá un 25% medio anual hasta 2040, según un informe de RBC Capital Markets. Durante ese lapso, las necesidades de los centros de datos aumentarán cada año un 8%, con la precisión de que la IA será responsable por el 80% de las cargas de trabajo.

Con este panorama, las Big Tech no dan abasto para sus necesidades. En Dublin, donde todos los hiperescalares han sido estimulados por años a montar centros de datos, se acabó la fiesta. A Google le denegaron construir uno nuevo con el argumento de que la red eléctrica nacional está sobresaturada y la capacidad instalada de renovables es insuficiente. La estadística confirma que, en Irlanda, los centrros de datos consumen una quinta parte de la generación eléctrica (datos de 2023). Y no es el único lugar donde hay estos problemas: en Reino Unido se están planteando una profunda renovación de la red para que cumpla con los requisitos de los centros de datos a la vez que evitan interrupciones de servicio al consumo.

Quienes tengan presente la imagen de una central nuclear como las que funcionan en España (con caducidad  programada), quizá no sepan que los reactores modulares no requieren una aparatosa infraestructura física para comenzar a funcionar. Teóricamente – todavia no existe ninguno en explotación – podrían prefabricarse para ser enviados a los centros de datos donde serán instalados. Tendrían potencias de decenas o cientos de MW con un proceso de generación semejante al de una central atómica convencional.

Los SMS también se basan en la fisión de los átomos para liberar calor y transformar el agua en vapor con el que mover una turbina que genera electricidad. Sin embargo, la escala de reacciones químicas hace que sean mucho más baratos de operar. Por el momento sólo hay diseños avanzados de la histórica Westinghouse, Terra Power (participada por Bill Gates) y NuScale.

La estrategia más articulada parece ser la de Microsoft. Con el fin de compensar la huella de carbono de sus centros de datos, no le basta con adquirir regularmente certificados de eléctricas que declaran haber producida esa energía por medios renovables. Ha llegado a un acuerdo con Constellation Energy, propietaria actual de la planta inactiva de Three Mille Island, también en Pennsylvania. Esta central sufrió una fuga radioactiva en 1979 y dos de sus tres reactores fueron cerrados; el tercero dejó de producir en 2019 por razones financieras, pero se contempla reabrirlo en 2028.

En cuanto a los SMR, la auténtica novedad de estos anuncios, otros inversores en infraestructuras prevén poner en marcha centros de datos con esta fuente de alimentación. Aunque no es tan sencillo como proponérselo. Hasta ahora, las pruebas piloto han salido bien, pero se ha llegado a la conclusión de que la energía producida es demasiado cara, que la construcción de los equipos lleva demasiado tiempo  y que no está tan claro que jueguen un papel significativo en la sustitución de los combustibles fósiles. Habria que añadir que estos reactores tendrían mal encaje en Europa, donde el sentimiento antinuclear está más arraigado que en Estados Unidos.

Precisamente: en Estados Unidos se ha ido conformando un ambiente favorable a la energía nuclear. Se cuenta con financiación federal y ya está decidido que algunas plantas cuyo cierre estaba previsto antes de 2025 van a seguir funcionando con autorizaciones prorrogadas para esperar la innovación tecnológica. Recientemente, catorce bancos de primera linea anunciaron su apoyo al objetivo de la COP28, celebrada en Dubái, que – para disgusto de una parte de las delegaciones –  acordó triplicar la capacidad nuclear del planeta en 2050.

La resolución de frenar el crecimiento de la energía nuclear – fruto de los accidentes de Chernobyl y Fukushina – parece haberse esfumado ante la urgencia de las necesidades energéticas y el anhelo por frenar las emisiones provocadas por los hidrocarburos. Tal vez haya en ello un componente generacional entre quienes no crecieron con el temor a una guerra atómica y esquivaron el impacto psicológico colectivo que tuvo Chernobyl.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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