9/12/2024

Intel, pillada por el cambio político

Yerran quienes describen como crisis empresarial la caída de Pat Gelsinger, defenestrado por un consejo de administración, casi idéntico al que en 2021 le acogió como salvador in extremis de Intel. El abrupto (no tanto) cambio de actitud, es consecuencia directa del cambio que se avecina en la Casa Blanca. Nadie sensato apostaría que Donald Trump vaya a prolongar la política de la administración saliente acerca de la industria de los semiconductores. Aunque se hace difícil imaginar una vía distinta si Trump aspira a restaurar el papel de Estados Unidos y competir con China.

Pat Gelsinger

Gelsinger no sólo ha sido víctima de los errores de sus predecesores y de la estulticia de unos accionistas adictos a cobrar dividendos sin dar palo al agua. Ha caído por el desmoronamiento de una estrategia que hacía de Intel el primer pilar de la llamada Chips Act firmada por Joe Biden. Multitud de fotos dan a entender que entre ellos había una identificación personal que, en efecto, ha sido útil a Intel mientras duró.

Los inversores  huelen a quemado: a partir del 20 de enero el gobierno federal será menos generoso en sus subvenciones a Intel. Y al consejo no se le ocurre otra fórmula que ganar tiempo. ¿Servirá de algo?

La compañía se ha encontrado bruscamente ante el final del camino que ha recorrido durante años, sin alternativas que le permitan, como mínimo, frenar la bajada de sus ingresos y de la cotización.

El plan estratégico de Gelsinger tendrá que ser revisado ahora en función de las nuevas circunstancias. Tenía dos elementos centrales: 1) avanzar  cinco nodos de su tecnología en cuatro años, recuperando terreno para estar a la altura de su rival TSMC y 2) abandonar su  condición de único fabricante que integra todas las fases de producción. Lo segundo implicaba aprovechar su experiencia industrial para fabricar por encargo de terceros y al mismo tiempo aceptar de buen grado que sus productos sean parcialmente subcontratados, potencialmente a sus competidores, como es el caso.

En teoría, estos puntos no tendrían por qué cambiar, pero exigen una capacidad de inversión que los resultados económicos no permiten. A mediados del año entrante, Intel ha prometido fabricar chips con tecnología puntera, gracias al proceso denominado 18A. La salida forzada de Pat Gelsinger con efecto inmediato tras el día de Acción de Gracias, da lugar a pensar que los accionistas ya no creen posible alcanzar los objetivos, tras los resultados del último trimestre y ciertas opiniones desfavorables sobre las muestras de los futuros procesadores. Pero no tienen un plan B y probablemente nadie en su lugar lo tendría.

Cuando Gelsinger fue nombrado CEO, en febrero de 2021, hacía tiempo que la tecnología de Intel no progresaba al mismo ritmo que la de sus competidores, lo que le hacía perder oportunidades de negocio y le cegaba para ver lo que se estaba cociendo con la inteligencia artificial. Seguía aferrada a una devoción dogmática por la llamada ley de Moore. Como ha reconocido Craig Barrett – quien fuera CEO de Intel entre 1998 y 2005 – el postulado de Moore tiene una condición asociada: sólo es sostenible si se acompaña del  volumen de inversión que sea necesario.

En este cuadro, su rival AMD estaba ganando cuota Intel y Microsoft empezaba a aceptar que la arquitectura ARM sea una alternativa viable a la x86 de toda la vida. Para más escarnio, sus desarrollos de tarjetas gráficas estaban muy lejos de las prestaciones conseguidas por Nvidia (y también por AMD, que  ha dejado de ser el eterno perseguidor).

Para llevar a cabo su programa de fabricación, Intel necesitaría invertir – según sus propios cálculos – unos 100.000 millones de dólares, más destinar otros 20.000 millones a financiar su plan de despedir al 15% de la plantilla y asumir contablemente la minoración de activos. Sin contar con el impacto de su desestimiento de construir una fábrica en Alemania, que le iba a costar unos 30.000 millones subvencionados en parte por Berlín.

La CHIPS Act ha tenido un efecto colateral indigesto. Al crear una demanda adicional de obra civil ad hoc y de equipamiento electrónico, se han disparado los costes por encima de lo que es habitual en otras latitudes. Lo analiza un documento del Paterson Institute of International Economics.

Más notorio ha sido el hecho de que Intel ha merecido de la administración Biden algo menos de 8.500 millones en subvenciones y 11.000 millones en créditos (que ha rechazado), además de lograr que el Pentágono contribuyera con 3.000 millones al diseño y fabricación de chips de uso exclusivamente militar. A  todo esto, recuérdese que sólo el 12% del mercado mundial de chips se cubre fabricando en Estados Unidos; podría llegar al 18% cuando entren en producción sendas plantas de TSMC y Samsung. Taiwanesa una, coreana la otra, las dos a cambio de subvenciones.

Veterano de Intel, Gelsinger había conseguido el puesto que antes le fuera negado. Se sintió con fuerzas para darles la vuelta, pero todo ha girado fuera de su marco racional de pensamiento. Por un lado, el segmento de chips para PC está crónicamente estancado. Hacer pronósticos acerca del futuro de Intel sería temerario, cuando dentro de cuarenta días y el de servidores – vaca lechera tradicional para Intel – se ha ido desviando hacia Nvidia y AMD. el cambio de administración en Washington será traumático. La mentalidad imperante en Wall Street aconsejaría segregar la compañía y desprenderse de activos; por ejemplo, vender íntegra la unidad de fabricación para terceros – inconclusa y en gruesos números rojos –  no es viable debido a las cláusulas firmadas para atar las ayudas recibidas del gobierno.  Además de que no necesariamente el mejor candidato a comprarla sería estadounidense, en un negocio cuyos retornos no atraen a los fondos especulativos.

Aunque Intel abandonara la idea de fabricar para terceros, su mercado potencial seguiría estrechándose. E incluso admitiendo que la tecnología 18A funcionase según lo esperado a mediados de 2025 y que las prestaciones de sus procesadores para PC dieran un salto de rendimiento, puede que no fuera suficiente para amortizar la construcción y puesta en marcha de las nuevas fábricas comprometidas. ¿Cuánto costaría retirarse de Ohio y Arizona o cancelar la ampliación de Oregón?

Es hora de aceptar que el problema principal de Intel ya no reside en la competitividad futura de su tecnología de fabricación. La compañía se enfrenta a un colapso financiero y a la desconfianza de inversores más dispuestos a confiar en aventureros y criptobros que a apostar por la propiedad de una fábrica. La retórica MAGA de Donald Trump puede hacer creer que lo fundamental es producir en suelo estadounidense, pero la corriente de fondo sigue siendo la contraria.

Que Pat Gelsinger haya sido forzado a jubilarse a los 63 años no resuelve ninguno de los retos que se abren a su sucesor, sea quien sea. La herencia no tiene nada de apetecible.

[informe de Lluís Alonso]


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