15/02/2023

El bucle chino en el que Apple está pillada

El retroceso de los ingresos de Apple durante el primer trimestre de su año fiscal 2023 [un 5,5% menos interanual] ha sido una primicia absoluta para la compañía, pero no exactamente una sorpresa. Entre otros argumentos exculpatorios hay dos que destacan: la debilidad (se entiende que pasajera) de la demanda china y las dificultades (de final incierto) para fabricar dispositivos y exportarlos desde China. El primero ha quedado superado con la reapertura del consumo, pero el segundo es una pesadilla para Tim Cook, hoy CEO de Apple y ayer arquitecto de una cadena de producción y logística suministro modélicas hasta quedar atrapada por el conflicto entre las dos grandes potencias económicas.

No se puede entender el fenómeno del iPhone sin la operación diseñada por Cook en vida de Steve Jobs. Una estrategia novedosa, compleja y de alto coste inicial, pero que al parecer sólo es aplicable en territorio chino. Implantar la producción de sus dispositivos en Estados Unidos o en países que merezcan su confianza, como se está sugiriendo, tardaría y exigiría inversiones redundantes, por no hablar de las probables represalias. La única alternativa real a este bucle diabólico sería que se restauraran los vínculos (hipócritas, como tantos) entre Washington y Pekín. No está en la agenda, pero quién sabe.

Conste que Apple no inventó el smartphone, como creen muchos jovencitos, pero hizo que se convirtiera en fetiche – “aspiracional”, dicen por ahí –   bajo la marca iPhone. Fue, en 2007, un cambio radical en el mercado que se apoya en una concepción revolucionaria de la fabricación y la distribución, firmemente ligadas. Si se acepta la leyenda de Steve Jobs como visionario, hay que reservar para Tim Cook los méritos de un modelo industrial y logístico que nadie ha podido repetir.

Antes de la llegada de Apple a China, otras empresas – entre ellas HP – ya fabricaban y distribuían sus productos desde aquel país. Con la diferencia de que Apple empezó a desarrollar in situ las piezas de sus dispositivos, diseñó los procesos de fabricación y orquestó su ensamblaje, alcanzando una escalabilidad y flexibilidad desconocidas. Otras marcas se limitaban a enviar a sus proveedores las especificaciones de  cada producto contratado; Apple optó por dejar todo el proceso en manos de un grupo seleccionado de proveedores encabezado por Foxconn como contratista principal. Por consecuencia, todas las fases industriales se asentaron en un mismo país, decisión que resultó ser muy costosa pero muy rentable.

Una de las claves del éxito se encuentra en la fuerte inversión que Apple hizo para adquirir máquinas de control numérico computarizado (CNC) que actúan como auxiliares de la automatización del proceso. Gracias a ellas, un archivo de imagen 3D que ha sido generado por un diseñador de Apple en Cupertino puede transformarse en una pieza compleja.

El problema era el precio de las máquinas, superior al medio millón de dólares cada una. Es habitual en la industria comprar una o unas pocas y emplearlas para desarrollar prototipos. Jobs se jugó literalmente la cartera: decidió adquirir miles de máquinas CNC con las que podría optimizar la producción masiva, recortar costes y asegurarse un margen comercial inédito. Esta idea, concebida primero para fabricar portátiles, demostró un retorno tan alto que Apple las entregó a Foxconn.

Jobs y Cook fueron minuciosos en la elección de su contratistas: sometieron a varias compañías asiáticas – imperativo de costes – a una exhaustiva investigación de sus capacidades a cambio de que todo su I+D quedara bajo control de Apple. Por estas pruebas tuvo que pasar Foxconn, empresa taiwanesa fundada por el emprendedor Terry Gou, cuya primera misión había sido ensamblar portátiles iMac.

Foxconn inició el siglo facturando 3.000 millones de dólares anuales, que diez años después se elevarían a 98.000 millones. Apple jugó a conciencia la baza de las buena relaciones que Gou tenían con las autoridades de China (continental) para construir dos nuevos campus, separado de la factoría de Shenzhen. Uno se instaló en Zhengzhou – provincia de Henan – y pasaría a ser conocida popularmente como “ciudad iPhone”, y el otro en Chengdu (“ciudad iPad”), la capital de Sichuan.

En dos años desde su conclusión, los despachos anuales del iPhone se cuadruplicaron hasta 93 millones de unidades, mientras que del primer iPad se vendieron 15 millones en nueve meses.

En octubre de 2010, las fábricas de Foxconn en Shenzhen empleaban a medio millón de trabajadores que fabricaban – no sólo para Apple – en jornadas extenuantes. Aquel año se produjo una ola de suicidios entre los asalariados de la compañía y según noticias que llegarían más tarde, la empresa tenía “un serio y crónico problema de retención de personal”, que en ciertos períodos la plantilla llegó a rotar cuatro veces en un año. Apple se ha justificado ante sus accionistas quejosos informándoles de que, desde 2008, ha financiado en China la formación de 23,6 millones de trabajadores acerca de sus derechos laborales.

Lo que Foxconn ofrecía, aparte del bajo coste por dispositivo con márgenes ligeros (supuestamente del 3%), era precisamente una mano de obra abundante y barata en China, formada por migrantes de zonas rurales. El trato entre las dos empresas quedó estructurado de tal forma que Foxconn aumentaría o reduciría la producción ajustándola a las necesidades de Apple, cláusula que difícilmente hubiera obtenido en otro país.

Los competidores han intentado replicar el modelo industrial de Apple, sin lograrlo. Pero esa estrategia ayudó a otros fabricantes chinos a obtener pedidos en condiciones similares, genera ingresos y perfeccionar su dominio de las técnicas avanzadas de fabricación. Lo que, a su turno, favorecería la aparición y expansión de marcas locales con suficiente personalidad para competir globalmente. Así fue que la industria china se ha asegurado el control de la fabricación de smartphones, con un nivel de sofisticación muy superior al que existe en Occidente. En síntesis: del tópico de la mano de obra barata (ya menos, porque los salarios suben) se ha pasado a un ecosistema de procesos muy optimizado.

Apple no sólo manda fabricar dispositivos en China, sino que durante 15 años ha estado enviando allí a sus ingenieros y diseñadores de producto, con el fin de transmitir su sapiencia a los proveedores con los que trabaja su empleador. La labor de estos especialistas ha consistido en diseñar en común con sus colegas chinos – empleados por Foxconn y una miríada de subcontratistas – nuevos procesos de producción y encargarse del control de calidad, vigilando que se cumplan las condiciones contractuales.

Claro está que la compañía estadounidense ha seguido invirtiendo millones en maquinaria que eleva el nivel tecnológico de sus contratistas. Ha supuesto una transformación continua para Apple, pero también ha reforzado la competitividad de China.

La estrategia descrita ha permitido el dominio de Apple sobre el mercado de gama alta en sus vario dispositivos, pero dominar con holgura el mercado mundial de la gama alta de smartphones, pero ha descubierto una vulnerabilidad que Cook no esperaba: su dependencia de decisiones sobre las que no puede influir y que se toman en un país cuyo régimen no es de fiar. Es un problema político que se manifiesta en un hecho peligroso: más del 90% de los iPhone, iPad, Mac y AirPod que vende Apple son fabricados en ese país, la República Popular China.

El autoritarismo de Xi Jinping avanza raudo hacia un modelo más autoritario y desafiante, que dista de los principios que Apple, su gobierno y sus accionistas dicen defender. Cada vez más congresistas y senadores estadounidenses – tanto demócratas como republicanos – cuestionan el modelo operativo al que Apple debe su riqueza. Y no es sólo el modelo operativo sino también su modelo de negocio: una quinta parte de sus ventas globales se hacen en China, lo que añade un riesgo si se quisiera abandonar la estrategia actual.

Lo más que ha conseguido la guerra comercial entre China y Estados Unidos, con su ingrediente de rivalidad tecnológica, ha sido un desplazamiento de Foxconn hacia otros países asiáticos donde puede gestionar los costes. O comprometerse con Donald Trump a instalar una factoría en Wisconsin.

En estos momentos, con la administración Biden dispuesta a aguantar el envite de Xi Jinping, a Tim Cook le llegan presiones de inversores y políticos para poner distancias con China y acelere su diversificación industrial, pero la verdad es que tiene pocas salidas viables y ninguna a corto plazo.

Hace ahora un año, el iPhone batía récords de venta en China – lo que augura una próxima remontada – pero el confinamiento de varios meses ha deprimido la demanda. ¿Cómo hacer compatible su presencia comercial con un distanciamiento que el régimen chino se tomaría mal? El entramado que han desarrollado Apple y Foxconn en China no puede desmontarse así como así: el enunciado de que se trasladará poco a poco a otros países, suena a discurso de cara a la galería: el enunciado de que va a trasladarlo poco a poco a otros países, suena inevitablemente a ganar tiempo o a discurso de cara a la galería. Básicamente, porque no puede hacerlo. Y secundariamente porque los fracasos de otros fabricantes que intentaron prescindir de China pesan en la balanza.

Uno de los países con los que se especula como reemplazo es Vietnam, donde Foxconn ya cuenta con dos filiales. Otro posible sustituto es India, cuyo gobierno está haciendo lo indecible para atraer una parte de la fabricación del iPhone. Hay truco: los contratistas indios se ofrecen para proporcionar mano de obra que ensamble componentes enviados desde China y que en poquísimos casos podrían fabricarse allí.

De manera que, a la chita callando, Apple hace concesiones al régimen chino para que le deje operar con libertad. Desde 2020, no ha podido enviar sus batallones de ingenieros a China, por lo que han sido sustituidos por colegas locales, a los que hay que pagar sueldos exorbitantes para que no acaben trabajando para sus competidores. Otro riesgo es que se filtre su propiedad intelectual, algo que no extrañaría a nadie.

Es una jugada de riesgo. Ha conseguido excepciones de la administración Biden para, por obvias razones de continuidad, saltarse las sanciones que deberían impedirle importar componentes fabricados en China (aunque sean de titularidad propia) y beneficiarse de esas sanciones para expulsar a Huawei del mercado.

Empresas tan notorias como Google, Meta o Netflix no operan en China, a diferencia de Apple. El motivo que le obliga a contemporizar y a saltarse las reglas de Washington es su dependencia de la fabricación (y del mercado.

Sólo hay que recordar cuando en 2016, Apple se negó a colaborar para que el FBI extrajera los datos del iPhone de un acusado de terrorista; esa actitud sería imposible en China, por lo que ha hecho algo insólito: los datos de los usuarios chinos se almacenan en un centro de datos propiedad del gobierno provincial de Guizhou. Otro ejemplo de concesión ha sido la retirada de la AppStore china de aplicaciones a petición de las autoridades. Porque, si se piensa un minuto, ¿cómo podría justificar Tim Cook ante sus accionistas el sacrificio de un mercado como el chino?


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