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A Mario Kotler, colaborador de este blog en San Francisco, no le ha gustado que calificara de «treta bursátil» la decisión de Apple de canjear sus acciones a razón de siete por una. Me atengo a la definición de María Moliner: «medio hábil en el que hay algo de engaño o trampa, que se emplea para conseguir una cosa». La ´cosa` que ha conseguido Tim Cook es el apoyo entusiasta de los inversores, que han catapultado la cotización de Apple hasta rozar los 600 dólares, que no tocaba desde noviembre del 2012.
Desde que tocó techo a 700 dólares, hasta la semana pasada, la acción de Apple bajó un 24% mientras los principales índices subían un 30%. La queja unánime de los analistas ha sido la ausencia de un producto ´disruptivo` más allá de variaciones rituales del iPhone y el iPad. Es mérito de Cook haber logrado que la cotización suba gracias a un malabar [«juego de destreza»].
Creo haber explicado aquí el sentido de la maniobra: Apple necesita que su acción se ponga al alcance de los pequeños inversores: ayer, con 3.000 dólares se podían comprar cinco acciones; en junio – suponiendo que no sigan subiendo – con ese monto podrían comprarse 34 acciones. ¿A quién le importa? Se dice que el objetivo de Cook sería que Apple pase a formar parte del selecto grupo de compañías del índice Dow Jones [un IBEX pero a lo grande]. Su actual capitalización bursátil lo justificaría sobradamente, pero por razones que se me escapan, los gestores del índice prefieren que las cotizaciones no desmientan el mito americano del capitalismo popular: una acción debería estar al alcance de cualquier ciudadano. Apple sería la la quinta compañía del sector TI representada (junto con Cisco, IBM, Intel y Microsoft].
Está de más decir que ese propósito es legítimo. Ese no es el problema al que me refiero, sino el hecho de que Cook ha asumido como propia la doctrina de los ´inversores activistas`, cuyo héroe es Carl Icahn, que tienen como meta exclusiva el retorno de valor al accionista. La fórmula clásica de remunerar la fidelidad de los inversores mediante la suma de capitalización y dividendo les parece poco, a pesar de que Apple tiene uno de los rendimientos [NPY, net payout yield] más altos de Wall Street, el 10,9%.
La única ´disrupción` que interesa a Icahn y otros de su especie es la recompra de acciones, que en teoría puede saciar la demanda y elevar el precio; pero como no sería práctico a 600 dólares por acción, la fórmula que proponen es split + buyback.
Precisamente, Apple se encuentra en la confortable situación de dedicar el 11% de su valor en bolsa a retornar riqueza a sus accionistas y, después de hacerlo, mantener intacto un colchón de tesorería que a finales de marzo era de 151.000 millones de dólares. Y eso que, desde agosto de 2012, ha destinado 66.000 millones al programa de recompra de acciones. El consejo ha autorizado a Cook a subir la cifra hasta 130.000 millones antes de finales de 2015. Sin contar con un dividendo del 8% pagadero el 15 de mayo.
Sin embargo, se da la circunstancia de que el 87% la tesorería de Apple [132.000 de los 151.000 millones] está fuera de Estados Unidos, y repatriarla tendría un coste fiscal que Cook prefiere evitar. Esta es la explicación de que, a pesar de lo que guarda en su cofre, la compañía haya tomado otra decisión que puede parecer insólita: aprovechar la coyuntura del mercado de capitales para endeudarse – a un coste inferior al del impuesto que se ahorra – y con ese dinero comprar sus propias acciones. No nos extrañemos de que los analistas no contaminados escriban que lo que Apple necesita son ideas y productos nuevos, no sólo una atrevida ingeniería financiera. ¿A alguien le importa cómo será el iPhone 6?.
Por primera vez, Satya Nadella ha dado la cara ante los analistas, a los que presentó personalmente los resultados de Microsoft en el tercer trimestre de su año fiscal 2014. Al prestarse a esa liturgia – que su antecesor rehuía – y prometer que mantendrá la costumbre en el futuro, Nadella se ha ganado la simpatía de los profesionales que nunca simpatizaron con las maneras de Steve Ballmer. Casi todos los participantes iniciaron sus preguntas agradeciendo a Nadella su gesto. Aunque, a decir verdad, el nuevo CEO es muy escasamente responsable por los resultados que expuso, ya que está en su puesto desde el 4 de febrero.
Los ingresos trimestrales tuvieron un crecimiento plano y el beneficio neto descendió un 6,5%, pero en ambos casos las cifras han sido mejores de lo que esperaban esos mismos analistas en los días previos. Una vez revisadas las tablas, se comprueba que el beneficio se ha visto afectado por un aumento del 24% en el capítulo «costes de ingresos» en el que, aparentemente, se incluyen los desembolsos obligados por el lanzamiento de la tableta Surface y la consola Xbox One.
Había curiosidad por conocer los números de Windows, y estaba muy justificada. Las ventas del sistema operativo en su variante de consumo bajaron un 15%, compensadas por un 4% de subida en el segmento de empresas. Mientras las primeras parecen confirmar que el mercado de PC se estabiliza – en esto coinciden IDC y Gartner – después de haber caído sistemáticamente, no es en absoluto seguro que el segundo parámetro sea sostenible más allá del reemplazo forzado de XP.
Por otra parte, el reciente anuncio de gratuidad del sistema operativo para dispositivos de bajo precio inspiró una pregunta sobre los futuros cambios en el modelo de licencias. Nadella tiró de una frase de las suyas [«en un mundo de computación ubicua, Windows tiene que ser ubicuo, y la experiencia de los usuarios abarcar una variedad de dispositivos»] y una conclusión pragmática: «si se pretende que Windows sea realmente ubicuo, lo lógico es que sus diferentes versiones tengan precios diferentes». De lo que se infiere que la compañía tiene que moverse con rapidez en previsión del inexorable declive del más histórico de sus negocios.
Por eso resulta revelador que las estrellas de los resultados trimestrales hayan sido, por un lado, el software empresarial [SQL Server, Windows Server Premium, Lync, Sharepoint,…] con crecimientos de dos dígitos; y por otro Azure, su plataforma cloud: Azure, con un 150% de crecimiento de ingresos, y Office 365, un 100%. Las nuevas suscripciones a Office 365, un millón en el trimestre, elevan la cuenta a 4,4 millones, un dato alentador; se puede suponer que la disponibilidad de Office para iPad elevará esas cifras. La CFO Amy Hood, esta vez eclipsada por la disposición de Nadella a responder por sí mismo, dejó una precisión: la adopción de Azure crece pero los números tardarán en cuadrar, mientras que Office 365 ya es rentable en la situación actual. La división Commercial Other que amalgama ambos negocios, ingresó 1.900 millones de dólares en el trimestre, y según subrayó Hood, su ritmo de marcha es de 8.500 millones anuales.
Un par de días después de anunciar los resultados, se materializó por fin la compra de los activos que fueron de Nokia. La digestión no será fácil, y Amy Hood se escudó en que en ese momento no tenía información suficiente para anticipar dos asuntos que inquietaban a los analistas: el eventual coste de reducción de los 25.000 nuevos empleados, y que impacto se espera en las cuentas del último trimestre del año fiscal. En este asunto, Nadella dejó que la CFO se hiciera cargo de responder.
Los resultados de Apple al cierre del primer trimestre (segundo de su año fiscal) ofrecen al menos tres perspectivas. Una de ellas constata que el iPhone sigue aumentando su peso en el total de ingresos de la compañía, a los que aporta el 57,1%. No merecería mayor comentario si no fuera porque, paralelamente, desciende la contribución del iPad (16,7%), dos cifras que dibujan una dependencia excesiva de su producto estrella. Hace ahora un año, todos los análisis subrayaban que el iPhone empezaba a tocar techo, y que el potencial de crecimiento residía en el iPad. Se han invertido los términos: gracias en gran medida al mercado chino el iPhone ha crecido un 17% en unidades y un 14% en ingresos, mientras el que toca techo es el iPad,-16% y -13%, respectivamente: un año antes se vendieron 19,5 millones de tabletas, este año 16,4 millones.
China ha resultado ser lo que se esperaba, un catalizador: ha estado a punto de alcanzar los 10.000 millones de dólares (una quinta parte de los ingresos totales) y desde ya se puede prever que superará a Europa (10.230 millones) cuando se publiquen las cifras del segundo trimestre. Sin restar importancia al espectacular incremento en Japón (26% en un año), China es la gran apuesta de Tim Cook: ha prometido triplicar el número de tiendas de la marca en ese país, y los acuerdos con los operadores le aseguran 40.000 puntos de venta. Cook ha dicho que el 60% de los compradores primerizos de un iPhone durante el trimestre eran antes usuarios de Android [lo que, de ser cierto, contradice lo que se venía publicando hasta ahora]. La supuesta desaceleración del mercado de smartphones podría no ser tal: según Cook, las ventas del iPhone en China han sido ocho puntos más altas que la media estimada por IDC para ese mercado.
Estas circunstancias han calmado (temporalmente) las aprensiones de quienes sostienen que Apple no debería postergar durante mucho tiempo la presentación de algún nuevo producto. Al respecto, Tim Cook ha dado a entender que tiene algo grande en preparación, pero sin dejar resquicio a más conjeturas.
¿Hay algún peligro en el hecho de que dos productos suman el 73,7% de los ingresos? No es lo que traslucen los resultados. Desde una perspectiva financiera, el trimestre ha sido magnífico: sobre 45.646 millones de dólares ingresados, el 22,4% ha ido a engrosar el beneficio neto, una proporción que sólo se ha visto cinco veces en toda la historia de la compañía. El margen bruto ha vuelto a subir, algo que no se veía desde mediados del 2012. A este paso, el año fiscal se cerrará, probablemente, con ingresos por 180.000 millones de dólares o más.
Con lo dicho hubiera bastado para hacer subir la cotización de Apple en bolsa, pero Cook se guardaba otra carta: un split por el que cada acción actual se canjeará en junio por siete. Es una maniobra que, en teoría, no debería tener impacto matemático sobre el valor de la compañía, pero sí tendría un efecto «psicológico», al ampliar el número potencial de accionistas: por un lado, los pequeños inversores suelen eludir los titulos de alta cotización, y por otra – interpretando el split como una manifestación de confianza en la rentabilidad futura – la demanda aumentaría, porque los accionistas actuales previsiblemente aprovecharán para incrementar sus activos comprando nuevos de acciones.
De modo que la treta de ingeniería bursátil no será inocua. Si a ella se une la decisión de ampliar de 60.000 a 90.000 millones de dólares el programa de recompra de acciones antes de finales de 2015, es fácil deducir que la cotización de Apple ha iniciado un ciclo alcista que se vería reforzado si los resultados del trimestre actual confirmaran la tendencia precedente.
Desde Chile me escribe un lector que cree haber observado en el newsletter del pasado día 15 «animosidad contra el software de código abierto», a propósito del caso Heartbleed. No estoy en absoluto de acuerdo, así que tendrá que exponer por qué. Permitaseme que empiece por recuperar una frase de Jim Whitehurst, CEO de RedHat, señalando la existencia de dos fenómenos simultáneos: el rápido crecimiento de las compañías web ha provocado una explosión de la escritura de códigos open source, y la abundancia de desarrolladores ha facilitado la demanda por parte de los usuarios. Es un hecho que hasta las más recalcitrantes empresas de software ´propietario` se han acomodado, en distinto grado, a la existencia de open source adversarios del software abierto.
Uno de los argumentos que se esgrimen en favor del software abierto es que su seguridad es mejor que el ´propietario`, gracias a los procedimientos comunitarios de elaboración y revisión posterior de los programas. Recordemos que en Heartbleed no estamos hablando de malware sino de un código que no pasó por la necesaria validación. El programador alemán que cometió el error, lo ha admitido como una responsabilidad personal, y en varias entrevistas ha recalcado que el problema no está en el modelo open source sino en que, por su despiste accidental, no se siguieron las reglas de revisión.
La sinceridad es una virtud apreciable, pero aun así hay que preguntarse por qué esta vulnerabilidad en una rutina de seguridad de OpenSSL pasó tanto tiempo sin que nadie la advirtiera. Y por qué hasta hoy no se sabe si fue o no aprovechada y cómo. Desde luego, no es algo intrínseco al open source: el software ´propietario` no exhibe las mejores credenciales en la materia, y las empresas de seguridad se han cubierto de gloria.
Robin Steggelmann – el programador que trabaja para Deutsche Telekom – da una pista: el proyecto OpenSSL (secure sockets layer) es instrumentado por compañías como Google, Facebook, Amazon, Netflix y Yahoo, y por numerosos organismos gubernamentales, pero su desarrollo y mantenimiento tiene una notoria carencia de recursos. Véase lo que cuenta el Wall Street Journal: sólo 1 millón de dólares anuales es el presupuesto de la OpenSSL Software Foundation, que financia la actividad de cuatro programadores, de los que sólo uno trabaja a tiempo completo.
Comparar esa circunstancia con los fondos de los que dispone cualquier compañía de software comercial resulta sangrante. Microsoft tiene en plantilla cientos de especialistas en open source. La comparación pertinente hay que hacerla con Linux: compañías como Oracle, HP, IBM o Samsung – entre 180 en total – contribuyen con cuotas medias de medio millón a sostener la Linux Foundation.
De manera que las fantasías sobre el crowdsourcing olvidan mencionar este pequeño detalle: los proyectos de software abierto necesitan financiación, y esta debe venir de quienes ganan dinero gracias a ellos. Hay quienes opinan que la identificación «subliminal» entre Linux y open source se debe a la personalidad única de Linus Torvald, que escribió el código original en 1991; otros dicen que el secreto está en que las varias distribuciones de Linux, lejos de ser enemigas del mercado, han favorecido la aparición de interesantes modelos de negocio. Entre otros, también el floreciente Hadoop, es fruto de ese fenómeno.
Evidentemente, OpenSSL, a pesar de su proliferación en sitios web, no es comparable a Linux, aunque sean vecinos de galaxia. Lo ha dicho con elocuencia Jim Zemlin, director ejecutivo de la Linux Foundation: «vivimos en un nuevo mundo, cuyas redes son millones de desarrolladores, y yo sólo soy su lobista en jefe».
Hasta llegar al tercer párrafo, la historia me pareció descabellada, inverosímil. Luego, con la abundancia de testimonios, cambié de opinión. Este lunes, el suplemento FTfm del Financial Times citaba a Nick Finegold, cochairman del banco Espirito Santo: «es sólo cuestión de tiempo que los grandes grupos de Internet invadan el negocio de la gestión minorista de activos financieros». No quiere decir que Facebook o Google vayan a competir abiertamente en los servicios financieros. Quiere decir que podrían buscar alianzas para vender servicios financieros a su ingente masa de usuarios. «Se me hace imposible pensar en otro sector que sea más vulnerable al imperio que ha construído Google basándose en los datos de los consumidores», remacha Finegold.
No es un ejercicio teórico. Esa práctica ya existe en China, donde el líder del comercio electrónico, Alibaba, ha creado una empresa satélite para gestionar fondos de particulares en el mercado monetario. Su compatriota y rival Tencent – cuarta compañía de Internet en el mundo – ha hecho lo mismo uniéndose a un banco de Hong Kong. Viene que ni pintado un estudio en el que PricewaterhouseCooper (PwC) estima que el valor de los activos financieros gestionados en el mundo crecerá de 64 billones de dólares en 2012 a 102 billones en 2020 [son billones, no hay error] y prevé que China pasará a primer plano en consonancia con el interés de las autoridades de Pekin en internacionalizar el yuan y liberalizar el mercado de capitales.
Volviendo al principio, la señal de alarma ha sonado tras el anuncio de Facebook sobre el inminente lanzamiento de un sistema de transferencia de dinero entre sus usuarios europeos. La iniciativa podría ser imitada por Google, siempre atenta a los movimientos de su vecino, como una salida al poco exitoso Google Wallet. El texto sugiere que Amazon tendría planes similares y, de paso, recuerda que Tim Cook, en la última presentación de resultados de Apple, se declaró «intrigado por las posibilidades de negocio» que abren los pagos móviles.
El mencionado estudio de PwC dedica un capítulo crítico a la relación entre los servicios financieros y las TI. La mayoría de los profesionales que trabajan en el sector – dice – no saben usar más de 20 de los miles de funciones disponibles en un terminal de Bloomberg, lo que implica que se han habituado a trabajar con las mismas informaciones que usan sus competidores, en lugar de sacar más partido a la tecnología disponible. Los gigantes de Internet, en cambio, son extraordinariamente creativos en la capacidad de analizar los datos que revelan el comportamiento de los usuarios.
Los temores de Finegold ya no me parecen infundados: es evidente que la cartera de los gestores de fondos envejece, y en pocos años tendrán que tratar con una nueva generación, familiarizada con la tecnología. Hay otro factor que considerar: si Google o Facebook quisieran meterse en estos jardines, despertarían el celo de los reguladores, por lo que probablemente preferirán asociarse con compañías del sector financiero. No me vengan con historias sobre Big Data: está por demostrar que los usuarios – al menos los que tienen capacidad para invertir – vayan a tolerar el uso de sus datos personales y patrimoniales obtenidos en otro contexto.
Lo normal por estas fechas es interesarse por los resultados trimestrales de un grupo de compañías, generalmente consideradas sintomáticas del estado de la industria TI. Es duro reconocer que una de las más grandes, la centenaria IBM, ha dejado de ser un faro del sector: sus resultados son indicadores de sí misma. Para decirlo con una frase del legendario Louis Gerstner, tiene sentido preguntarse si un elefante puede bailar. Para IBM, el problema son los problemas se le han echado encima antes de que pudiera completar los deberes de reestructuración que le puso Gerstner al retirarse en 2002.
Veamos qué dicen los números. Los ingresos de IBM en el primer trimestre (22.500 millones de dólares) han sido un 3,9% inferiores a los del mismo período de 2013. En un par de pinceladas, significa que 1) ha sido el peor trimestre en los últimos cinco años y 2) las ventas arrastran ocho trimestres consecutivos de bajada. En cuanto al beneficio neto, ha sido de 2.380 millones de dólares, un 27% menos que un año atrás. No pinta mejor el futuro inmediato, a juzgar por el tono sombrío del CFO, Martin Schroeter, en el webcast de la conferencia con analistas, la semana pasada.
La división de hardware [formalmente Systems and Technology] ha sido una vez más la rémora, con una caída del 23% interanual, que pese a ser minoritaria en el conjunto [el 10,6% de los ingresos totales] contribuye a hundir el beneficio operativo. Es patente el contraste entre el hardware y el incremento del 2% en el software [5.700 millones] y el descenso, también del 2%, en la suma de las dos categorías de servicios [13.800 millones].
A corto plazo, esta sangría continuará, en espera de que la venta a Lenovo de los activos del Sistema X alivien algo las cuentas, lo que no ocurrirá en este segundo trimestre. No obstante, los servidores x86 no son el único lastre de la división S&T: los mainframes – que acaban de celebrar su cincuentenario – han perdido un 40% de sus ingresos, los servidores Power un 22% y los sistemas de almacenamiento otro 23%. No sería para sorprenderse si IBM desinvirtiera en este último segmento.
También hay buenas noticias: los ingresos atribuibles a la actividad cloud aumentaron un 50%, lo que permite anualizarlos en unos 2.300 millones de dólares. Claro que no compensa el declive del hardware [14.400 millones en 2013] pero empiezan a madurar los frutos de la estrategia de mover toda la compañía hacia nuevos espacios de rentabilidad.
En 2013, la actual CEO, Virginia Rometty ha continuado la política de adquisiciones de su antecesor, incorporando 13 compañías, pero los ingresos aportados por estas no han sido suficientes para revertir la caída propiamente orgánica. Las áreas en las que se han concentrado las compras son reveladoras de por dónde va la estrategia de Rometty: cloud, analytics y seguridad. Responden claramente a las tendencias del mercado, pero a los inversores les gustaría adivinar si el crecimiento de los nuevos negocios llegará lo bastante rápido como para contrarrestar la caída de los tradicionales. En este dilema sí que IBM se parece a unos cuantos de sus competidores.
Debe de ser aburrido para un analista bursátil tener que cubrir cada trimestre los resultados, siempre ascendentes, de una empresa como Google, que no tiene el morbo de especular con productos futuros (como Apple) ni da mucho juego calculando si cumplirá o no con una ratio earnings per share prometida a plazo fijo. Sin otro margen de acción que recomendar ´comprar` o ´sobreponderar`, el análisis de Google tiene que ser, necesariamente, repetitivo: no tiene carnaza.
Para empezar, del ritual de las conferencias con analistas no participan el CEO, Larry Page, ni el chairman Eric Schmidt, que tienen mejores cosas que hacer con su tiempo. La tarea queda a cargo del director financiero, un tal Patrick Pichette, y de Nikesh Arora, a la sazón senior VP y chief business officer. A ellos les correspondió dar una buena noticia: el primer trimestre de 2014 se cerró con 15.420 millones de dólares de ingresos, un 19% de aumento interanual, y otra no tan buena: la cifra es un 2% más baja que la del cuarto trimestre de 2013. Bueno, no es para alarmarse: debería ser normal que los ingresos bajen un poco después del mejor período de cada año.
Se puede argumentar – lo hizo Pichette con lenguaje muy profesional – que Google ha llegado a ser una empresa tan grande que un ligero declive secuencial es una mancha sin importancia. Un analista picajoso, celoso de su función, no dejó de observar que ha sido el primer trimestre – con excepción del primero de 2009, pero aquellos eran tiempos de recesión – en el que los ingresos fueron inferiores al precedente. ¿En este un signo de desaceleración?
Para responder a la pregunta, hay que fijarse en las cifras del principal – y casi único – negocio de Google, la venta de publicidad (90% de los ingresos totales). La buena noticia es que el número total de clics pagados aumentó un 26% sobre el período equivalente de 2013; la mala, que el coste por clic fue un 9% inferior al de hace un año. Si el número de clics sube y su precio unitario baja, puede decirse que ahí está el punto débil.
La media de crecimiento de los clics servidos por Google ha sido históricamente del 30%. Que en el pasado trimestre se quedara en un 26% no parece tan grave. Pero la explicación es alarmante: el negocio de los buscadores se hace más complejo, y Google tiene nuevos competidores que presionan sobre la fijación del precio. Facebook y Twitter gestionan sus propios motores de búsqueda en detrimento del líder: nuevas formas de contenidos – redes sociales, música y aplicaciones – son casi impenetrables para los algoritmos convencionales.
Por su lado, Amazon ha desarrollado su propia app de búsqueda como soporte de sus ventas online. Bing es minoritario, pero gracias a la complicidad de Yahoo! representa un caudal importante, mientras florecen rumores según los cuales sería adoptado por Apple en reemplazo del vigente acuerdo con Google. Sumando todos estos factores, Google sigue llevándose la mayor parte de los clics, pero no ingresa lo que solía ingresar. Y sus prácticas publicitarias están bajo vigilancia.
También cuenta el auge en el uso de smartphones, que ganan visibilidad en lugar de los PC. Por contradictorio que parezca, Google no ha conseguido que Android sea una palanca suficiente para su negocio publicitario. Los análisis de tendencias indican que el precio unitario de un clic es más bajo en un móvil que en una búsqueda desktop, y la curva descendente se mantendrá. Preguntado al respecto, Arora insistió en que los móviles llegarán a ser una plataforma publicitaria más rica, pero antes necesitan ajustes en la personalización: «cuanto más sepamos sobre el usuario en su contexto individual, más efectivos serán los anuncios sobre esa plataforma; lo que puedo decirles es que seguimos trabajando en ello».
Es lógico y a la vez injusto identificar la marca Motorola con la telefonía celular. Justo, porque fue en el seno de la antigua Motorola donde Martin Cooper inventó el primer teléfono móvil en 1973, y porque durante muchos años la compañía lideró el mercado, hasta su colapso de 2007 [todos sabemos quién dio la vuelta al mercado aquel año, derrumbando primero a Motorola, luego a Nokia, etc]. En 2011, bajo la presión de un inversor oportunista, Motorola se escindió en dos compañías, una de las cuales – bautizada Motorola Mobility – sería absorbida por Google en 2011 y acabará dentro de unos meses en manos de Lenovo, cuando se consume el trato de enero.
Tan tortuosa trayectoria de la mitad de Motorola ha enmascarado la marcha de la otra rama resultante de la escisión Presidida por Greg Brown, Motorola Solutions ha seguido explotando su negocio más clásico – se remonta a su fundación en 1928 – los sistemas de comunicaciones por radio para empresas y gobiernos [¿quién no recuerda sus famosos walkie-talkies y sus push-to-talk?]
Motorola Solutions anunció ayer que venderá, al precio de 3.450 millones de dólares, una parte de sus negocios, el relacionada con las comunicaciones de empresa, a Zebra Technologies, un competidor menor – pero aparentemente más dinámico – especializado en desarrollar y vender sistemas para la gestión ´inteligente` de la cadena de suministro [RFID, código de barras, etc] y apenas asomado al nuevo mundo del Internet de las Cosas. La transacción tiene sentido para ambas partes: de haberse hecho el año pasado, la facturación de Zebra pudo haber sido de 3.500 millones de dólares, en lugar de 1.000 millones.
Tras esta sucesión de desprendimientos, ¿qué quedará de Motorola tras la operación? Si nos atenemos a lo que dijo Brown en la rueda de prensa, será una compañía con 4.500 empleados menos, aprovechará la ocasión para que sus accionistas recuperen créditos fiscales por las minusvalías heredadas de la segregación de 2011, y preservará la continuidad del negocio que mejor controla, el suministro de sistemas de comunicaciones para sistemas gubernamentales, fuerzas armadas y servicios públicos.
Tengo entendido que este mercado, con mucho todavía de analógico, está en plena transición: desde la tecnología LMR (land mobile radio) basada en la voz, pasará ineludiblemente a la generalización de LTE, cuyo énfasis está en los datos y las imágenes. Según informes publicados por Motorola, un 67% de los sistemas instalados en su clientela tiene más de seis años de antigüedad; es conocido que la tendencia de las autoridades – al menos donde pueden permitírselo – apunta a la sustitución de los sistemas de respuesta ante emergencias, por comunicaciones avanzadas. En este mercado, que conoce al dedillo, Motorola no tropieza con una competencia comparable a la que tenía que enfrentarse en el negocio que acaba de vender. En estos tiempos de prédica del crecimiento a cualquier precio, puede que achicarse sea una estrategia sensata, y a veces la única posible.
Diez días han pasado desde que se dio a publicidad la existencia de Heartbleed, y la ´hemorragia` no cesa, al menos la de palabras en torno a esta vulnerabilidad que ha estado latente desde 2011. Los ´médicos` coinciden en el diagnóstico pero no en el tratamiento de una de las situaciones más complejas que han visto, según ellos. O sea que el genio ha escapado de la botella, pero podemos irnos de vacaciones sabiendo que, de todos modos, si el mal está hecho, ya no tiene remedio. Y si no, algo habremos aprendido (?). Recapitulando:
1) No es obra de ciberdelincuentes, ni de hackers rusos o chinos, sino el producto de un accidente. Robin Seggelman, el programador de Deutsche Telekom que dejó abierta una brecha en la librería de códigos de OpenSSL, se lamenta de que durante este tiempo nadie haya reparado en el fallo: pese a que su empleador dedica muchos recursos al testing de software, «desafortunadamente, el encargado de revisar el código no descubrió el error […] a pesar de una distribución tan amplia y de sumar usuarios por millones, OpenSSL no tiene el soporte suficiente para una pieza de software tan importante para la seguridad de los sistemas», ha declarado.
2) OpenSSL se encuentra instalado en los servidores Apache y ngnix, del tipo open source que, combinados, representan casi el 70% de los sitios web activos, según la estadística distribuida ayer mismo por Netcraft, así como en varias distribuciones de Linux. La vulnerabilidad corresponde a una extensión conocida como Heartbeat, de ahí que sus descubridores la bautizaran Heartbleed. Los programadores también tienen humor.
3) El error de Seggelman no sólo escapó a los mecanismos de revisión establecidos, sino que se coló por las rendijas de las empresas especializadas en seguridad [algunas de las cuales ahora emiten comunicados oportunistas] hasta ser identificado por una ignota compañía de software finlandesa, Codenomicon, en colaboración con su contacto en Google, un tal Neel Mehta.
4) Tampoco la industria detectó la amenaza latente, pero por lo menos ha sido rápida en reaccionar tras la revelación: Cisco, Juniper y HP han modificado los códigos de seguridad de sus routers; la lista de quienes dicen haber tomado medidas se amplía con IBM, Intel, Oracle y RedHat. Otros han preferido tomarlas sin decirlo. Hasta donde se sabe, Google, Facebook, Twitter y Dropbox ya han implementado en sus servidores HTTPS la función perfect forward secrecy (PFS). Apple afirma que tras revisar concienzudamente millones de líneas de código, no ha encontrado la huella de Heartbleed. Muchos se han preguntado por BlackBerry, que hace gala de la inviolabilidad de sus sistemas BES, presentes en operadores, corporaciones y gobiernos; sin novedad, salvo que la compañía ha procedido a parchear su versión de mensajería para Android.
5) No hay noticia (publicada) de ningún incidente relacionado con esta vulnerabilidad. Lo preocupante es que nadie parece saber con certeza a qué hemos de atenernos: al usuario que teme por sus contraseñas, se le dice que no se precipite a cambiarla, porque antes debería estar seguro de que los sitios web a los que correspondan han sido efectivamente parcheados.
6) Un despacho de Bloomberg que evocaba la posibilidad de que la NSA hubiera aprovechado esta vulnerabilidad para su campaña de recogida de datos de ciudadanos americanos y extranjeros, ha sido desmentido por la Casa Blanca. Pero, al afirmar que el ente de espionaje desconocía la existencia de Heartbleed, ha metido la pata: el comunicado precisa que no se arrepentiría de haberlo hecho en caso de necesidad cierta de proteger la seguridad de Estados Unidos. No ganamos para sustos.
Los cronistas de Wall Street han puesto un mote, vamos a suponer que irónico, The Big One, a la corrección que cabe esperar tras el prolongado período alcista que, con mínimas interrupciones, ha durado desde marzo de 2009. La semana pasada, el índice Nasdaq, que amalgama esencialmente las acciones de biotecnología y TI, dio un susto al bajar de los 4.000 puntos, apenas un mes después de haber alcanzado su máximo en 14 años. Es lógico, por tanto, que se espere con impaciencia la apertura de la sesión de hoy, que o bien podría prolongar la caída y dar miedo, o marcar una recuperación técnica más o menos rutinaria.
Lo cierto es que algunas de las compañías TI de más alta capitalización bursátil han sufrido en su valoración el mayor golpe desde la crisis financiera: unos 200.000 millones de dólares en una muestra de 14 empresas cotizadas. Comentaristas responsables creen apreciar que el sentimiento [así lo llaman] de los inversores empieza a alejarse de ciertos papeles recalentados – como Facebook, que ha caído un 22% desde su cénit en marzo – y a tomar cariño por otros, como HP, cuya cotización ha subido un 27% en lo que va de año. O sea que, en lugar de hablar genéricamente de burbuja, lo más sensato es estudiar gráficos y tablas para ver qué acciones se han inflado, y por qué sufren ahora un revolcón.
Una razón que vale para casi todos es la inminente apertura de la temporada de presentación de resultados trimestrales; se asume que el período ha sido mediocre: «un alto número de compañías han adelantado que sus beneficios estarán por debajo del período equivalente del año pasado», advierte secamente un informe de FactSet.
Aparte, se esgrime la existencia de causas específicas. Facebook, por seguir con el mismo ejemplo, provocó a finales de febrero un entusiasmo incómodo tras su compra de What´sApp: la verdad es que los inversores siguen sin entender la operación, pero su paciencia se colmó con la siguiente adquisición – la startup Oculus Rift, por 2.000 millones de dólares – que muestra en Mark Zuckerberg una cierta propensión aventurera. Colateralmente, Google ha caído un 12% en un mes [el doble que el índice Nasdaq] y el único argumento que he leído es que sus beneficios tienen una única fuente de ingresos, la publicidad, ¡vaya novedad!
Un punto interesante, revelado por Richard Waters en el Financial Times, es la serie de ventas de acciones por parte de fundadores y directivos de empresas que han decidido hacerlas líquidas, quizá conscientes de que el mejor momento era «ahora o nunca». Waters menciona a Jeff Bezos, que en los últimos meses se ha embolsado 1.000 millones de dólares, justo a tiempo para salvarse de una caída del 11% en la cotización de Amazon, una compañía a la que los inversores siempre le han perdonado no ofrecer beneficios.
Más comentado ha sido el hecho de que Sheryl Sandberg, número dos de Facebook, se ha desprendido de más de la mitad de la participación que obtuvo con la salida a bolsa de hace dos años. El matiz, en este caso, es que la transacción estaba pactada desde hace tiempo, y se hizo efectiva a un precio inferior al máximo alcanzado en marzo. Por cierto, Sandberg ha desmentido el rumor de su inminente salto a otra compañía o a un cargo gubernamental.
Me han preguntado por qué dedico tanta atención al mercado francés de telecomunicaciones. No creo que le dedique más (ni menos) que a otros temas, pero no llevo la cuenta. Aun así, la pregunta merece respuesta: en mi opinión, el mercado francés de telecomunicaciones tiene varios rasgos que lo hacen único. 1) todos los operadores son nacionales a lo que se añade, 2) el hecho de que el Estado tiene una participación del 28% en el ´incumbente`, algo que no ocurre en ningún otro país europeo, y 3) hay cuatro operadores con red propia, con la particularidad de que la entrada tardía del cuarto – Illiad, con la marca Free – trastornó por completo el cuadro de la competencia. Otra característica nueva es la aproximación entre los operadores móviles y de cable, en la que (al contrario que en Alemania y España) los segundos llevan la iniciativa en una discusión que se ha plantado, un poco torpemente, como un dilema: convergencia o consolidación. .
La primera víctima de la feroz competencia lanzada por Illiad fue SFR, el segundo operador tras Orange. Para su dueño, el conglomerado Vivendi, es demasiado tarde para arrepentirse de haber comprado la participación de Vodafone, quizá hubiera hecho mejor vender. De las dos ofertas recibidas por SFR, Vivendi se decantó por la de Numericable (13.500 millones de euros) despreciando la presentada por Bouygues Telecom, tercero del mercado. Martin Bouygues peleó hasta fuera del ring: obtuvo el apoyo del ministro de Industria (ahora de Economía) y de un sindicato, pero perdió la subasta. El desencanto del millonario heredero del mayor constructor de Francia podría tener ahora dos salidas muy distintas, ambas polémicas: llegar a un acuerdo con Orange para fusionar sus infraestructuras de red y otra, más audaz, la de dejarse querer en caso de recibir una oferta de compra de Illial.
El analista Joss Gillet opina que no es sólo cuestión del precio que podría conseguir Bouygues, sino en una duda existencial: salirse cuanto antes de la partida o esperar a ver cómo sale la fusión de SFR+Numericable. «En cualquier caso – dice Gillet – seguramente ha tomado nota de que ser el tercer operador de Francia ha dejado de ser la condición para un negocio rentable»
Una vez decidido que SFR se integrará en Numericable, cualquiera de las fórmulas posibles tiende una mala sombra sobre Orange. Por una parte, el operador dominante ha logrado esquivar las consecuencias del recorte de precios forzado por el cuarto operador, gracias a los 700 millones de euros que este mismo le paga anualmente en concepto de itinerancia. Pero estos ingresos – que mitigan la severa caída de beneficios de su negocio en Francia – irán lógicamente bajando hasta 2018, final del contrato.
Stéphane Richard, CEO de Orange, contaba con recuperar terreno acelerando la inversión en fibra, una de sus ventajas competitivas como líder del mercado, pero la irrupción de Numericable debilita la fuerza de su oferta convergente. En cuanto al despliegue de 4G, Richard suponía que sería un argumento para que los consumidores acepten pagar más por un servicio de datos superior, que sólo Orange estaría en condiciones de ofrecer gracias a su red. Pero Xavier Niel, el astuto fundador de Illiad ha tenido la osadía de prometer otra guerra de precios, se supone que porque confía en que Richard le alquile a buen precio su red LTE. Esta vez, la caja de resonancia de Niel ha consistido en anunciarlo con este tuit: 19,99/m: #4G 20GB ! 4G4U:-). Menos de 140 caracteres han bastado para que toda la prensa francesa hable del asunto.
Esta semana he tenido la ocasión de conocer a Gerry Smith, vicepresidente ejecutivo de Lenovo, que dirige el Enterprise Business Group, una pieza importante para una compañía que trata de ser reconocida más allá de su liderazgo del mercado mundial de PC y de su cuarto puesto en el de smartphones y tabletas. La compra de la división de servidores x86 de IBM ha ampliado las responsabilidades de Smith, hasta ahora limitadas al mercado estadounidense, para hacerse cargo de una división de alcance global.
La asimilación de los activos de esa división de IBM no parece tener resistencia de los reguladores que deben autorizarla. Las partes esperan implementarla en Estados Unidos a más tardar en agosto, y en Europa en noviembre de este año.
Aunque Smith no puede entrar en detalles, enuncia los cuatro puntos básicos de la estrategia que se propone seguir Lenovo. El primero, según sus palabras es presentar cuanto antes la próxima generación de su familia ThinkServer, que hasta ahora se ha restringido a modelos torre y rack, para incorporar el factor blade. El segundo punto es, a mi juicio, el más revelador de la intención que anima la adquisición: “esta nueva rama de negocio nos permitirá competir con los fabricante chinos” [no me quedó claro si se refiere a Huawei o a la plétora de compatriotas que están invadiendo el mercado mundial con servidores low cost].
Disponer de un catálogo más amplio permitirá a Lenovo – tercer punto citado por Gerry Smith – atacar el espacio de los datacenter con una oferta combinada (o coordinada, no entendí bien) de sistemas de almacenamiento y servidores. Ni una palabra acerca del futuro del acuerdo que la compañía mantiene con EMC por el cual tiene en su catálogo algunos productos de escasa relevancia en el mercado. Pero, he aquí otro punto capital, el acuerdo Lenovo-IBM contempla acciones de mercado conjuntas.
Queda mucho por preguntar, pero ahora mismo no toca. El mercado mundial de servidores está en medio de profundas alteraciones, y la entrada de Lenovo no será la menor.
Si todas las familias esconden algo turbio en un armario, ¿por qué no una comunidad que, bajo la figura jurídica de una fundación, carece de fines de lucro y cuyos miembros se dedican al desarrollo y promoción del software libre? La pregunta, retórica, viene a cuento de la controversia que ha rodeado el nombramiento y casi inmediata renuncia forzada de Brendan Eich como CEO de la Fundación Mozilla.
El fundamento de su elección estaba en los méritos de Eich. Conocido como creador de Javascript, ha sido cofundador de Mozilla y su chief technology officer desde 2005. Fue llamado a ocupar el primer puesto ejecutivo tras la imprevista dimisión de Gary Kovacs y el anuncio de que Jay Sullivan, a la sazón COO, dejará su puesto en lugar de ser promovido a CEO. En los últimos meses, dimitieron dos miembros del consejo, lo que pinta un panorama de discrepancias no se sabe a propósito de qué.
Al conocerse la elección de Eich, una corriente de la comunidad Mozilla sacó a relucir una mancha del pasado: en 2008, aportó 1.000 dólares de su bolsillo a la campaña en favor de revocar la legalidad del matrimonio gay en California. El resultado derogatorio del referendum sería luego declarado inconstitucional por el Tribunal Supremo, pero aquel gesto individual enturbió la reputación de Eich. Este entendió que no tenía por qué dar explicaciones sobre su pensamiento al respecto.
Sin que yo conozca más de las circunstancias, no me atrevo a discernir quién es más intolerante: si Eich con su postura retrógrada (aunque privada), o quienes con espíritu de secta le niegan el derecho a expresarla.
Cuesta creer que esos sean los motivos reales del episodio. Mozilla es una organización híbrida, nacida tras la decisión de AOL de dejar caer Netscape. Su objetivo fundacional, por el que sigue siendo conocida, fue el desarrollo de un navegador independiente, Firefox, que se presentaba como alternativa abierta a Internet Explorer. Durante casi toda su historia ha vivido de los fondos que aporta Google a cambio de derivar tráfico a su buscador.
Este es el «modelo de negocio» de Mozilla, pero desde hace un par de años el trío formado por Kovacs, Sullivan y Eich impulsó una nueva estrategia, El dinero y la tecnología ya no vienen de la web convencional, sino de la web móvil, lo que implica decantarse por HTML5 y otras herramientas afines. A esa tarea se pusieron, a desarrollar el sistema operativo Firefox OS para smartphones. Pero… «trabajar con operadores de medio mundo es una tarea gigantesca, comparada con la gestión de un browser; hemos subido la apuesta», resumió Mitchell Baker, presidenta de la fundación.
En otras palabras, competir con Apple y Google implica montar una trama de compromisos económicos que encierran conflictos. A saber cómo le habrá sentado a Google – no se ha publicado su contribución financiera de 2013 – el tener que seguir subvencionando a Mozilla para que sea un semillero de competidores de Android,
Para el lanzamiento y desarrollo de Firefox OS, Mozilla contó inicialmente con el respaldo de Telefónica, pero los resultados no fueron satisfactorios. En el último Mobile World Congress, Mozilla presentó siete modelos de móviles Firefox OS, secundada por fabricantes periféricos dispuestos en principio a explorar esa vía para vender smartphones de bajo precio en los mercados emergentes. En palabras de Sullivan, de la primera hornada se habrían despachado medio millón de unidades, una cifra ridículamente baja para un mercado en el que se activa un millón de móviles cada día. ¿Tendrá esto algo que ver con el escándalo de estas semanas? Me temo que sí.
Durante años, las marcas de móviles presentes en España se han quejado ¿con la boca pequeña? del escaso peso del llamado mercado libre: en 2010, no más del 4% de las unidades se vendían a través de este canal de distribución, independiente de los operadores. La situación – diferente a la que se veía en otros países europeos – tenía consecuencias contradictorias: por un lado, los operadores acumulaban una capacidad casi absoluta para imponer sus condiciones y, por otro, podían modular sus recursos de marketing en función de intereses propios, pero se hacían cargo de un alto porcentaje del coste de promoción. Eran buenos tiempos para el sector, y a todos les iba bien, aunque no tanto a muchas las tiendas ´libres` que acabaron cerrando o firmando acuerdos con alguna enseña.
La retirada de las subvenciones a los terminales, movimiento iniciado por Movistar, dio un vuelco a ese cuadro: el mercado total se deprimió por la crisis, pero dentro de esa contracción el canal independiente ganó peso. En proporción, dependiendo de su capacidad para igualar las ofertas de los operadores, tanto en precio como en financiación .
Las tornas han cambiado. Según un informe de GfK, en diciembre el mercado libre alcanzó su tope histórico en España: el 35% de las unidades vendidas. Por el lado de los operadores, a esa merma de ventas propias – que anula maniobras basadas en la portabilidad – vino a añadirse el otro gran problema la caída de los precios de la telefonía móvil, que la CNMC ha estimado en un 26% y está influída, entre otros factores, por el empaquetamiento de servicios.
Tímidamente, Movistar y Vodafone – los dos dejaron hace tiempo de subvencionar terminales, pero los promueven financiándolos – exploran desde hace meses la venta de móviles libres (liberados, sería más apropiado). Sus redes de tiendas – propias o franquiciadas suman más de 5.000 – ha quedado sobredimensionada, y la afluencia de público es menor.
Las marcas no encuentran alivio en esta revitalización del mercado libre. En lugar de negociar con los operadores, se las tienen tiesas con grandes superficies como MediaMarkt o cadenas especializadas como The Phone House, que no son menos duras que aquellos, si no más, al discutir contratos de volumen, cláusulas de inventario, espacios físicos y marketing concertado. Las cuotas de mercado de cada marca están bajo esa influencia – sobre todo en la gama alta – y las proporciones así lo reflejan: Samsung, con la mayor capilaridad en puntos de venta, acapara más del 40% del mercado, seguida de LG, Sony, Nokia y Apple.
Salta a la vista que los operadores siguen la corriente, dispuestos a vender smartphones no vinculados a una SIM propia, y en algún caso financian la operación a quienes no son sus clientes, con la idea de que podrán venderles otra cosa. En los últimos días, Movistar y Orange han presumido en público de su intención [cada uno dice haber sido el primero] mientras Vodafone tendría previsto anunciar su política esta semana. Hay una razón por la que esta partida se juega ahora: el viernes 11 estará disponible el nuevo Galaxy S5, poderoso reclamo para salvar los números del trimestre. Con la prudencia que requieren estas informaciones volátiles, tengo entendido que ninguno de los tres respetará el precio orientativo de 699 euros definido por Samsung: los descuentos oscilarán entre 50 y 100 euros, al menos de salida. A ver la letra pequeña.
Asombra leer que el gobierno británico ha llegado a un acuerdo in extremis con Microsoft por el que pagará 5,6 millones de libras a cambio de prolongar durante un año el soporte a su base instalada de Windows XP. No se ha informado sobre el número de ordenadores afectados – serían decenas de miles, principalmente en la «agencia tributaria», según Nick Heath – pero se ha colado la idea de que el gasto es en realidad un ahorro, porque el «precio estándar» del soporte sería de 20 millones (!).
Asombra, por tanto, que unos funcionarios responsables no se enteraran a tiempo de algo que Microsoft (y los fabricantes, por la cuenta que les tiene) vienen propagando a los cuatro vientos: que la garantía del viejo sistema operativo caducará el próximo martes, 8 de abril. No es un azar que ocurra en martes: ese día, Microsoft distribuirá su acostumbrado tuesday patch, para corregir vulnerabilidades detectadas en las demás variantes de Windows, pero en la lista no estará XP. Quizás el parche dé pistas a los hackers acerca de sus puntos débiles, ya lo sabremos.
Si esto pasa en Reino Unido, qué pensar de otros gobiernos que no tienen idéntica potencia económica y tecnológica. Vaya por delante que no hay constancia de cuántos ordenadores del sector público español aún funcionan con XP. Unos cuantos, me temo, pero no en la Agencia Tributaria.
Según un informe de Gartner, en 2013 había en el mundo una base instalada, en números redondos, de 2.000 millones de PC, el doble que la de 2008. Es sólo una aproximación, claro. Con algo más de precisión, sabemos que 9 de cada 10 funcionan con Windows (el resto son Mac OS, Linux, etc). En España el porcentaje sería algo menor: 82,7%, el «sabor» más usado es Windows 7, que en menos de cinco años ha arrebatado el 54% de cuota mundial (y el 48% en España).
Sería una progresión normal si no fuera por la resistencia de los usuarios a abandonar Windows XP, que aguanta pese a su antigüedad. A la ´provecta edad de 13 años`, Windows XP sigue controlando el 18,6% de los PC que en marzo pasado se conectaron a Internet, según cálculos de StatCounter [otras fuentes apenas difieren]. La proporción es algo mayor en España (21,4%). Dicho redondamente: una quinta parte de los PC que se usan – probablemente serán más en la base instalada total – no han respetado el ciclo de vida decretado por Microsoft. Una porción no calculable de esos resistentes son, en la práctica, usuarios de copias piratas, otro buen motivo para que la compañía quiera acabar cuanto antes con la rémora.
Hay quien sostiene que Microsoft debería decretar el soporte perpetuo de todas las variantes de Windows. ¿Es ingenuidad o estupidez? La clave del asunto es que lo que bloquea la adopción de Windows 8 no es tanto el debate sobre el interfaz y el menú de inicio (que también) sino el hecho de que Windows XP sigue vivo en un 10% en las empresas y un 30% entre los consumidores, según estimaciones que no sé de dónde salen. O sea que, aun sin crisis y sin la competencia de las tabletas, la demanda de PC – y consiguientemente de licencias – estaría deprimida por culpa del superviviente XP.
La muerte programada de XP está llevando más tiempo del previsto, y la industria muestra cierta ansiedad comprensible. Lo que no tengo nada claro es que la estrategia del miedo sea un incentivo para reactivar las ventas de PC. Si en las próximas semanas no se pusiera en evidencia algún fallo de seguridad masivo en la base instalada (¿300 millones de PC?) de Windows XP, la renovación será lenta. O más lenta de lo que conviene. A menos que Satya Nadella se atreviera a dar un paso hacia la gratuidad de Windows, como ha hecho Apple con su Mac OSX. No caerá esa breva: son miles de millones de dólares.
Me complace decir que este blog tiene un buen número, creciente, de suscriptores en América Latina, a los que no siempre puedo dedicar la información específica sobre sus mercados. Lo menciono porque hoy vuelvo sobre un asunto que no desaparece de mi radar, gracias a la bondad de mi amigo Paco. La reforma de las telecomunicaciones en México sigue su curso legislativo, con la tramitación de los proyectos de «leyes secundarias», y esta vez el conflicto ha estallado entre el presidente Enrique Peña Nieto y el megamillonario Carlos Slim.
El envite es de los grandes. A través de subsidiarias de su grupo América Móvil, Slim controla algo así como el 80% del mercado mexicano de telefonía fija (Telmex) y el 70% de la telefonía móvil (Telcel). No extraña pues que la legislación lo defina como operador dominante – «agente económico preponderante» – para sujetarlo a una regulación asimétrica que pretende favorecer la competencia. Ahí está el quid de la cuestión: para que ese objetivo se cumpla, el regulador Ifetel se ha anticipado al ordenar una rebaja media del 37% en las tarifas de interconexión que las empresas de Slim cobran a sus competidores por acceder a la ´última milla`. El grupo ha hecho de la medida un casus belli, calificándola de «expropiatoria», tras lo cual ha iniciado el procedimiento legal de petición de amparo contra la decisión del regulador.
Las cifras en juego justifican el alboroto: el mercado mexicano de telefonía se estima en 375.000 millones de pesos (20.900 millones de euros), siendo la móvil el 66% de esa cifra. El valor bursátil de América Móvil, pese a una caída de la cotización desde que empezó el proceso de reforma, equivalía el viernes pasado a la semana pasada a 52.000 millones de euros.
Hay un segundo aspecto, tanto o más polémico que el anterior. El proyecto de ley secundaria [reglamento] que Peña Nieto ha enviado al congreso, impediría al conglomerado de Slim acudir a la licitación de nuevas licencias de televisión en abierto, lo que según este constituye un bloqueo a la apertura del mercado a la competencia, «en detrimento del interés de los consumidores».
Tiene guasa que Carlos Slim, durante décadas fue un firme sostén del poder político de cada momento, haya recibido en este conflicto el apoyo del líder de la izquierda radical, Andrés López Obrador, y de la prensa que le es afín. Según dicen mis colegas de la prensa mexicana, la paradoja no debería sorprenderme: al apoyar la postura de Slim, López Obrador trataría de debilitar a Peña Nieto para impedir que saque adelante su otra gran iniciativa – sin duda de mayor peso histórico – que es la reforma del sector petrolero, abriendo la posibilidad de que empresas extranjeras compartan con el grupo estatal Pemex la explotación de yacimientos de oro negro.
Volviendo a Slim: esta vez, los dolores de cabeza de Slim son domésticos, sin relación con sus filiales latinoamericanas ni con sus incursiones en los mercados europeos, que comparativamente parecen aguas mansas. Por otro lado, sin relación aparente con estas cuestiones – bueno, algo tendrá que ver – la filial mexicana de Telefónica tiene un nuevo CEO: se trata de Carlos Morales Paulin [a quien le interese: lo entrevisté en 2012 cuando ocupaba un puesto directivo en Telefónica Digital].
En las guerras de precios, el pretexto es la conveniencia del cliente, nunca se admitirá otra intención. Amazon Web Services (AWS) presume de haber bajado sus precios 42 veces en ocho años, pero la corriente se cortó cuando Microsoft sacó pecho para prometer que su servicio Azure igualaría en toda circunstancia las bajadas que aplicara su rival. El reto surtió efecto durante un tiempo, pero la semana pasada, Google anuncio un drástico recorte de tarifas, desencadenando la reacción en cadena, cuyo final no se atisba.
Hay cálculos de todo tipo para informar cuánto ha rebajado cada uno su lista de precios para distintos servicios (computación, almacenamiento, analytics, máquinas virtuales), capacidades, geografías y compromisos de calidad. No sabría explorar ese galimatías ni es mi propósito. Para mis fines, la estadística básica la aporta Forrester Research: el mercado cloud – sin entrar en su segmentación – representará un gasto de 40.000 millones de dólares en 2020, equivalentes al 15% del negocio global de sistemas de información.
Según la misma consultora, una tercera parte de los usuarios de Internet hacen clic cada día en un sitio alojado en servidores de AWS. Qué decir del peso que tiene Google en la navegación cotidiana. Por otra parte, Forrester estima que los clientes de estos servicios, esencialmente desarrolladores y operadores de sitios web, declaran sus preferencias en este orden: AWS 42%, Azure 33%, Google Engine 28%.
Modestamente, lo veo así: si los precios pueden reducirse de un día para otro un 38%, 67% o un 85%, como se anuncia, en alguna parte estará el truco. ¿Cuál era la rentabilidad de un servicio cloud el 31 de marzo? ¿Cuál es hoy, 2 de abril? No tengo ni idea.
Qusiera subrayar la falacia interna del argumento – un clásico del marketing – que asimila los precios de los servicios cloud [un coste para el cliente] a las reglas que aplican las utilities. Según ese discurso, contratar uno de estos servicios en la nube sería tan fácil y conveniente como encender la luz (o abrir el grifo, tanto da). Está bien para la propaganda, pero no es así.
Olvidan (?) que una característica de los precios de la electricidad – mercado regulado por excelencia – es su predictibilidad [sólo a un ministro inane se le ha podido ocurrir una impracticable variabilidad extrema del precio de la luz, para salir del «déficit de tarifa», excusen la digresión]. Que los precios de la infraestructura entregada como servicio bajen cada vez que un proveedor quiera fastidiar a otro, puede resultar grato para los clientes, pero responde a otra lógica económica: preparar las condiciones para la instauración de un oligopolio en manos de un grupo restringido de proveedores, cuya economía de escala les permite controlar sus costes, e incluso subsidiarlos (como obviamente hacen Amazon y Google).
Amazon y Google no esconden que el propósito de su oferta en la nube es penetrar en el mercado empresarial, allí donde son fuertes nombres tradicionales como IBM y HP, por citar sólo dos. Oracle a su peculiar manera, VMware y recientemente Cisco, no quieren quedarse al margen de la mesa.
Si Amazon y Google, que no tienen por qué rendir cuentas de cómo le va en este negocio, porque viven de otro, consiguieran establecerse como proveedores dominantes de cloud pública, tendrán menos distancia para ganar contratos de nubes privadas y/o híbridas, normalmente ganados por esos rivales. Y ya han ganado algunos importantes.
Una de las consecuencias probables de esta fase de la guerra es que va a afectar la supervivencia de los proveedores menores de cloud, que han prosperado con sus ofertas «de nicho», orientadas a la especialización o el suministro a terceros bajo marca blanca. Su escala no les permitiría resistir a las potencias. Sería un motivo para reflexionar sobre las estrategias de la industria de las TI, pero no es el momento ni el espacio es suficiente.
¿Acabará alguna vez el maldito embrollo de las patentes entre Apple y Samsung? El segundo juicio entre ambas tiene un par de diferencias de peso con el precedente de 2012, que se cerró con una sentencia (apelada por la parte perdedora) que condenó a la compañía coreana a pagar 929 millones de dólares. La primera diferencia es que esta vez no están en juego patentes relacionadas con el diseño sino las llamadas utilitarias, que conciernen al software que confiere ciertas funciones a los smartphones de las dos marcas, y que Apple considera copiado de sus modelos icónicos. La segunda, y para mí la más importante, es que Google tendrá que mojarse: en el primer juicio (así como en otros relacionados con Android en varios países) dejó que cada fabricante se defendiera a su modo; en esta oportunidad, Samsung llamará a testificar a varios ingenieros de Google y al propio Andy Rubin, que inventó Android y dirigió su desarrollo hasta el año pasado. Y lo que digan puede ser crucial para inclinar al jurado a uno u otro lado.
Apple pide que se fije una indemnización de 40 dólares por dispositivo infractor vendido, lo que arrojaría un total de 2.000 millones aproximadamente. A su vez, Samsung contrataca reclamando sólo 7 millones por la violación de dos patentes de su propiedad. Esta asimetría podría influir en el jurado, induciéndolo a considerar que Apple ha inflado el valor potencial de sus patentes, que ni juntas ni separadas aportan 40 dólares al coste de un smartphone. Como antecedente, se cita que otro tribunal rechazó la demanda de 300 millones presentada por Motorola contra Apple, calificando la cifra como «demencial».
La citación a Google podría tener una intención subliminal. La juez Lucy Koh, a quien le ha tocado presidir ambos juicios, ha reconocido que la estadística demuestra que los jurados tienden a pronunciar veredictos contra las empresas extranjeras cada vez que se enfrentan a una de EEUU. Apple ha tratado de forzar las cosas, aduciendo que dar la razón a Samsung sería nocivo para la innovación y el empleo en California. La citación a Google destruye ese argumento, porque se trata de una empresa tan californiana como la demandante.
Varios comentaristas han señalado que el encarnecimiento de Apple tiene más que ver con el deseo de humillar a un rival que le supera en ventas, que con la legítima defensa de su propiedad intelectual. Porque la acusación se centra en dos modelos que ya no se venden, los Galaxy S2 y Galaxy S3. Desde que presentó la primera demanda, en abril de 2011, el iPhone y el iPad no han cambiado mucho; en cambio, la familia Galaxy ha seguido introduciendo novedades y mejoras sobre los modelos anteriores de Samsung. La marca coreana ha seguido diversificando su catálogo, la californiana ha estancado su ritmo de innovación.
John Chen, a la sazón CEO de BlackBerry, disfruta del período de gracia que suele concederse a quienes acometen una tarea como la suya: salvar a la compañía del desastre. Desde comienzos de año, la cotización ha progresado dificultosamente, lo que no es mucho decir para una empresa que en 2008 valía en bolsa 83.000 millones de dólares y ahora anda por los 4.500 millones. Los resultados del cuarto trimestre del año fiscal 2014 han sido malos, pero no tanto como se temía. Chen ha ganado tiempo para desplegar su plan.
Por primera vez en muchos años, BlackBerry ha cerrado un trimestre con ingresos inferiores a 1.000 millones de dólares: exactamente 976 millones, un 64% menos en el espacio de un año. Las pérdidas trimestrales han sido de 423 millones, y las anuales suman 5.900 millones. Con este panorama, Chen ha tenido el detalle de asegurar que está «muy satisfecho con los progresos que estamos haciendo en la ejecución de la estrategia que estamos aplicando [desde noviembre pasado]». Y se ha atrevido a prometer que «el cash flow será positivo a finales del ejercicio 2015».
Chen, que ocupa el puesto desde noviembre, es un especialista en dar la vuelta a situaciones críticas – lo hizo con Sybase, y acabó vendiéndola a SAP a alto precio – pero lo que tiene entre manos es muy difícil: devolver la rentabilidad y el crecimiento a una empresa que lleva demasiado tiempo en la unidad de cuidados intensivos. En pocas palabras, su estrategia consiste en un radical recorte de costes – que lleva un trimestre de adelanto sobre lo previsto, según el CEO – y dar un viraje controlado a la herencia recibida. No puede renunciar de la noche a la mañana a ninguna de sus líneas de negocio, pero pone el énfasis en que el perfil de BlackBerry será más el de una empresa de servicios y software a gobiernos y empresas.
Pero la realidad es que los dispositivos representan todavía un 37% de su cifra de negocios, y la reputación de su software empieza a palidecer ante la embestida de marcas como Apple, Samsung y LG. En el cuarto trimestre, vendió 3,4 millones de blackberries, pero de ese volumen sólo 1,1 millones fueron de los modelos lanzados en los últimos doce meses. Sin llegar a reconocer que el sistema operativo BB10 ha fracasado, el nuevo CEO ha dado órdenes para reanudar la producción de smartphones con el viejo (y, por lo que se, preferido) BB7.
Hablando con analistas, Chen admitió que se daría por contento con no seguir perdiendo dinero en la venta de hardware. Es su manera de decir que no busca recuperar los buenos tiempos, sino tan solo achicar la empresa y resignarse a jugar un papel periférico en el mercado. Este es el significado del acuerdo firmado con Foxconn – célebre, entre otras causas menos nobles, por ser el principal contratista de fabricación de Apple – para que durante los próximos cinco años diseñe, produzca y se ocupe de la logística, de los nuevos dispositivos de la marca BlackBerry.
Es el diseño – de inocultable inspiración financiera – de un plan que pone énfasis en la defensa de lo que queda de BlackBerry en relación con las empresas, y en explotar el sistema operativo QNX, que sigue otorgando licencias a la industria automovilística. Al final de este repliegue ordenado, la compañía canadiense quedaría vestida decentemente para una boda concertada, y los accionistas restantes – esencialmente, el fondo buitre Fairfax – se resarcirán de su paciencia.
En febrero, durante el Mobile World Congress, tuve que caminar un buen trecho tras un personaje que llevaba puestas unas Google Glass y hacía todo lo posible para que se notara. Algunos le rehuían, se apartaban a su paso, a mi acompañante le pareció ridículo. El tipo era lo que en Estados Unidos han dado en llamar un glasshole [en slang americano, un asshole es un tonto del culo]. Aquella escena, y las noticias de ciertos incidentes con portadores del aparato, me han hecho ver que Google tiene muy difícil lograr que sus gafas interactivas sean aceptadas por el público más allá de algunas celebrities que se han prestado a lucirlas.
El capricho ´visionario` de Sergei Brin y su equipo de techies tiene muchos visos de salir como un tiro por la culata, desde el punto de vista de la imagen. No parece que este sea el mejor momento para que las Google Glass se incorporen a las costumbres sociales, en medio de un rebrote de inquietud por la intimidad individual. Aunque es cierto, como dice Google en su descargo, que «vivimos una época en la que la gente graba y guarda de todo». Si lo dice para tranquilizarnos… en fin.
El problema es lo bastante serio como para que Google tuviera que difundir unas orientaciones sobre cómo usar comedidamente sus gafas en lugares públicos. De poco sirvió el protocolo para disuadir a los «exploradores» (así llama Google a los glassholes) más descarados, y las cosas han llegado al punto en que algunos bares de San Francisco las han prohibido a sus parroquianos. Días atrás, Google colgó en su blog corporativo un texto que pretende desmentir «10 mitos sobre las Google Glass».
Entre otros mitos, mitos, desmiente que sean una distracción del mundo real, porque permiten hacer vida normal mientras se usan. La frase más graciosa del decálogo es una que define a los exploradores como gente corriente: padres de familia, bomberos (sic), cuidadores de zoo (atención animales), estudiantes de cine, periodistas y médicos. Sostiene Google que sus gafas no son idóneas para espiar: «si ese fuera nuestro objetivo, las hubiéramos hecho mejor; de hecho, cuando se activan se enciende un piloto y sólo graban diez segundos». Por si acaso, avisa que se trata sólo de un prototipo. Vale, entendido.
El acuerdo anunciado con Luxottica, la empresa italiana propietaria de las marcas RayBan y Oaxley, tiene mucho de truco publicitario por ambas partes. La iniciativa busca a) ratificar que Google confiará a terceros la fabricación y venta de modelos comerciales de sus gafas, y b) aspira a que sean acogidas por la industria de la moda. Del acuerdo – aún provisional – se desprende que Google tendrá la última palabra en la aprobación de las aplicaciones de las Google Glass, cualquiera sea la marca bajo la que se venda el hardware.
Se puede discutir si las Google Glass tienen o no un modelo de negocio plausible, pero la convocatoria a desarrolladores de aplicaciones será una prueba por la que tendrá que pasar la nueva versión de Android para wearables. Lo que sí parece poco probable es que una empresa que tiene una visión mesiánica del mundo, tire la toalla en esta apuesta sólo porque ha empezado torpemente.