3/09/2024

2024, un año de infortunio para Intel

De la opinión que Intel ha pedido a Morgan Stanley y Godman Sachs sobre cómo distintas maneras de salir de su situación crítica, la agencia Bloomberg ha entresacado una opción – por ahora sólo un rumor – que, incluso antes de estar escrita, más parece un torpedo para acabar con los cuatro años de Pat Gelsinger como CEO de la compañía. Si la opción de sacrificar su proyecto estrella, la división Intel Foundry estuviera en el menú, se hace imposible imaginar que sea Gelsinger, el autor de la idea, quien se ocupe de enterrarla. Pero, además, representaría un severo fracaso del plan de la administración Biden para que Estados Unidos recupere su lugar en la industria mundial de semiconductores.

Pat Gelsinger con Joe Biden

Es todo lo que se sabe al respecto. Se sabe mucho sobre el contexto: Intel ha iniciado la segunda mitad del año con números rojos, una estructura comprimida, 16.000 despidos y la supresión temporal del dividendo. Estas son las malas noticias al mercado, sazonadas con la promesa de que las cosas irán a mejor en 2025.

Conste que la mayoría de los analistas que siguen la traza de Intel lo dudan: según ellos, la mejora de los procesos de fabricación y las nuevas familias de chips que Gelsinger ha emprendido no aliviarán tanto como se espera ni se verán antes del 2026. Es decir, cinco años después de su retorno con el encargo de salvar la compañía en la que inició su carrera como becario en los años 80 y de la que se marchó en 2009.

De momento, entre la primera sesión de enero y la última de agosto, la  acción había caído un 60%. Y no es exactamente coyuntural: al comenzar el siglo, su capitalización bursátil era de medio billón de dólares y estos días trata de aferrarse a los 90.000 millones, dieciocho veces menos en veinticuatro años. Desde luego, ha sido una mala semana para compararse con Nvidia, que ha despuntado como la cotizada más valiosa, superando los 3 billones de capitalización.

Como queda dicho, la gran maniobra de Gelsinger al volver a Intel fue la  creación de Intel Foundry, con la misión de fabricar para terceros, un profundo cambio de dogma. Ya tiene clientes, pero en tres años ha cambiado cuatro veces de director ejecutivo y está lejos de cumplir sus objetivos. Financieramente, no podría levantar sus nuevas fábricas si no fuera por unos 8.500 millones de subvención otorgada por la CHIPS Act, el plan de la administración Biden que aspira a repatriar una industria de semiconductores que durante años se ha asentado en Taiwan (TSMC) y Corea (Samsung). Por otro lado, sin la subvención y sin la aportación de los fondos Apollo y Brookfield no podría invertir en sus nuevas plantas de Arizona y Ohio ni renovar la que tiene en Irlanda.

Hay que consignar que Intel, como casi el resto de la industria, no supo anticipar la llegada de la inteligencia artificial que daría un vuelco a su mercado. En poco más de un año, Nvidia no sólo ha logrado controlar la IA sino que se ha colado por la ventana como vendedor de servidores para centros de datos. Mientras, AMD, sempiterno segundón de Intel, se ha sumado al movimiento, al extremo de superarla en este segmento, el más rentable de la industria.

Entre una cosa y la otra, se ha trastocado el ranking e Intel ha tenido que acelerar el rediseño de sus productos, pero la evidencia del retraso tecnológico y la anulación del dividendo son dos motivos de enfado para sus accionistas, de modo que Intel ha encargado a Morgan Stanley que negocie con ellos en su nombre para evitar un dominó de juicios lesivos para su reputación.  Y no está el humor de Wall Street para esperar años antes de que unas inversiones masivas fructifiquen, por muy patrióticas que sean: hay una correlación directa entre el flujo de caja libre de Intel y su cotización.

¿Puede recuperar Intel su lugar en un plazo razonable? Sus directivos dicen que Gaudi 3, el chip acelerador para IA – saldrá al mercado este trimestre – “duplicará el rendimiento por dólar en tareas de inferencia y entrenamiento, comparado con el H100 de Nvidia”. Si lo consiguiera, Intel tendría a mano restaurar su negocio con los proveedores de servicios cloud – los famosos hiperescalares – que viven una fase frenética de inversión en infraestructura para IA: en ausencia de Intel, Google ha encargado a Nvidia el suministro de 400.000 chips con un coste estimado en 10 millones de dólares, pero ha tenido que ponerse a la cola como si no se llamase Google.

Una vez más: el punto crítico de Intel es la fabricación. Aparte de la filial creada para competir con TSMC, ha decidido ganar tiempo y subcontratar a este competidor la fabricación de sus diseños más avanzados. Resulta contradictorio que la debilidad financiera obligue a reducir un 20% sus gastos de capital (capex). Podría aligerar sus facturas, pero no resolver las carencias de Intel ni depreciar a sus competidores. Si agosto vino cargado, septiembre no se quedará atrás.

[versión del texto publicado en La Vanguardia el 1/9]


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