Un anacronismo de la profesión periodística sostiene que “en agosto no pasa nada”. Ha sido siempre una falacia y con más razón en este 2021 tan sobrecargado de noticias. Los medios han aireado profusamente una “serpiente de verano”, el metaverso. La fanfarria con la que han reproducido unas palabras de Mark Zuckerberg está destinada a decaer o a sobrevivir como una anécdota, pero desde luego invita a una crónica reflexiva, que empieza así: el fundador de Facebook predica su aspiración a que el futuro de Internet sea una versión distópica de esa realidad virtual en la que ha enterrado miles de millones. Consecuente, promete a los inversores que el metaverso traerá una nueva fuente de ingresos.
Cree Zuckerberg que el mundo debería dejar de ver a Facebook como lo que es, una compañía que explota la manía por las redes sociales, para verla como será en el futuro, un espacio digital en el que cientos de miles – potencialmente millones – de usuarios podrán interactuar representados por sus avatares, disociando la realidad imaginaria de la realidad física.
Y para lanzar el mensaje ha aprovechado una magnífica ocasión en agosto, la presentación de los resultados trimestrales de Facebook: en su parlamento, empleó veinte veces la palabra metaverso, casi tantas como la palabra publicidad.
Anunció que de abril a junio ha ingresado 29.000 millones de dólares [55% más que un año antes] y ha doblado el beneficio neto [10.394 millones]. En este contexto, el CEO de Facebook dejó caer que el ritmo de crecimiento tenderá a decaer. Previsiblemente, inevitablemente. Fue entonces cuando pasó a hablar de su proyecto Horizon, que es la manera que tiene Facebook de mantener encendida la llama de la empresa Oculus, que adquirió en 2014 por 2.400 millones de dólares, una apuesta muy personal del fundador.
La noción de realidad virtual, base del proyecto Horizon, ya ha demostrado algunas aplicaciones comerciales e industriales interesantes, pero suena pretencioso afirmar que en el futuro Internet va a girar en torno a esta tecnología. Lo que no impide que, desde una perspectiva empresarial, el valor que pueda aportar el metaverso pueda ser una expansión del soporte publicitario que es la razón de existir de Facebook.
La ráfaga de viento futurista contrasta con los problemas que hoy mismo tiene Facebook: acusaciones sobre desinformación, polémicas en torno a la privacidad y a su tolerancia ante abusos de todo tipo, lastran su imagen (pero no su negocio) sin que la compañía acierte a erradicarlos. Además, la FTC (Federal Trade Commission) y los fiscales de 46 estados han interpuesto una demanda contra ella acusándola de conducta anticompetitiva. También está en la mira de Bruselas y se le cierran puertas en Asia.
Se sabe que Horizon existe como proyecto en desarrollo desde hace dos años, aunque está lejos de exponerse a miradas ajenas. A este mundo virtual en construcción se deberá acceder equipado con unas gafas Oculus u otros dispositivos debidamente certificados por Facebook. Zuckerberg se ha apropiado del vocablo ´metaverso` y la describe como un espacio en el que las personas podrán reunirse, jugar, enviar mensajes e incluso bailar, todo a través de sus avatares representativos.
Inicialmente, el propósito sería el entretenimiento. Tiene sentido: durante la pandemia, algunos músicos dieron conciertos virtuales sin necesidad de juntarse en un mismo espacio físico, experiencias que han tenido su rédito de reputación en Instagram. El metaverso, proclama Zuckerberg, creará empleo gracias a que permitirá vender productos y servicios dentro de su espacio virtual. Sin esperar más, en esta era de teletrabajo, ya tiene una expresión material llamada Workrooms.
Se puede ver un atisbo risible en YouTube, protagonizado por un avatar del propio Zuckerberg. El columnista Mark Ritson, especialista en marketing, lo califica de “intento torpe de encontrar algún uso práctico de la realidad virtual que justifique lo invertido en Oculus”. La demo presenta a un grupo de usuarios, cada uno en diferente geografía – y con la diversidad aconsejable – citarse en un espacio virtual para una reunión de trabajo. ¿Alguien piensa seriamente que Workrooms puede ser una alternativa a Zoom o Teams?
El propio CEO de Facebook ha anticipado que esperar presentar pronto unas gafas de realidad aumentada diseñadas en colaboración con la marca Ray-Ban: pretende que con ellas se pueda hacer llamadas, buscar información e incluso emitir vídeos en directo. Esta experiencia inmersiva tiene muy ocupado al equipo del Reality Lab de Facebook, al mando de Andrew Bosworth con rango de vicepresidente, ahora reforzado por Vishal Shah, responsable tecnológico de Instagram. Parece que esto va en serio.
La fuente de la megalomanía está a medio camino entre lo visionario y lo naif. Como todo proyecto en Silicon Valley necesita un buen storytelling, Mark Zuckerberg ha tirado de su nostalgia adolescente: dice que lleva pensando en un metaverso desde su pubertad, cuando empezó a programar en la escuela secundaria.
Como otras fantasías del optimismo tecnológico contemporáneo, el metaverso imaginado por Zuckerberg tiene raíces literarias. No necesita remontarse a William Gibson, quien inventó la palabra ciberespacio en 1984, año de nacimiento de Zuckerberg. Ocho años después, un tal Ralph Stephenson publicaba su novela Snow Crash, distopía de un mundo virtual persistente al que se accede portando unas gafas y en el que los individuos pueden interactuar, reservarse un territorio, construir cosas, acumular dinero virtual y regresar a voluntad al mundo real.
Stephenson ha confesado que el modelo para su historia le fue inspirado por la televisión, pero en la práctica lo ha visto plasmado con el auge de los videojuegos. Precisamente, otro de los adalides empresariales del metaverso es Tim Sweeney, fundador de Epic Games, propietaria del juego Fortnite.
La novela de Stephenson presenta otro rasgo interesante, menos irreal de lo que pudo parecer en 1992. El Metaverso [con mayúscula] es gobernado por un órgano llamado Association for Computing Machinery Global Multimedia Protocol Group controlado por un monopolio de la fibra óptica. Por lo demás, casi todo está privatizado en manos de corporaciones que en la novela se denominan Franchise-Organized Quasi-National Entities”. Al tratarse de una distopía, el autor no necesita advertir a los lectores de que cualquier parecido con la realidad-real es pura coincidencia
La motivación de Zuckerberg es más prosaica de lo que está dispuesto a admitir. Atiende a la regla del crecimiento infinito que de hecho inspira a Facebook y a las otras compañías tecnológicas. El metaverso requerirá un hardware para que los usuarios entren al espacio virtual, pero no será ni de lejos su negocio principal. Quizá los cascos o gafas podrían ser subsidiados por la venta de intangibles digitales tal como ocurre en Fortnite o Minecraft, pero aun así cabe pensar que la publicidad tendría un papel estelar.
La oportunidad de explotar nuevos modelos publicitarios valiéndose de mundos imaginarios ronda desde hace años las cabezas pensantes de Facebook. Suponen que una marca comercial podría montar su tienda virtual y/o franquiciarla para vender sus productos existentes en el mundo físico.
Zuckerberg, voluntario para mejorar el estado de la humanidad, cree en el advenimiento de una nueva-economía-nueva. En esto sigue la huella del neogurú Matthew Ball, quien en un ensayo reciente postula la coexistencia de varios metaversos conectados, universo paralelo en el que los usuarios podrán viajar (virtualmente) de uno a otro sin solución de continuidad.
Esta fantasía supuestamente descentralizada dejaría la puerta abierta a otros actores, aparte de Facebook. Sobran candidatos: los videojuegos más evolucionados – Fortnite, Minecraft o Roblox – no llegan tan lejos, pero Satya Nadella, CEO de Microsoft, ha sido el primero entre los lideres de una Big Tech en expresar públicamente su interés por el concepto de metaverso. Otras compañías – Google, Apple, Amazon y las chinas Alibaba y Pinduoduo – están atentas a la jugada. Ya puestos, ¿por qué no conjeturar que la decadencia y fragmentación previsibles de Internet alumbrarían una confederación oligopólica de mundos virtuales? De momento, la imaginación es libre.
[informe de Pablo G. Bejerano]