La primera aparición de Windows 8 no ha dejado a nadie indiferente, porque de eso se trata, de una aparición. Incluso algún analista que reconoce su inclinación por Apple ha escrito que “por fin tiene un competidor temible”. Otros, más templados, señalan lo mucho que se juega Microsoft en el envite: que su sistema operativo funcione en múltiples dispositivos – PC y tabletas para empezar – con la hipótesis de una convergencia posible con su pariente Windows Phone. En el plano económico, la importancia de la noticia se mide en los ingresos generados por Windows, que aportan aproximadamente el 25% de los 75.000 millones totales estimados para el ejercicio que acaba de iniciarse.
Pretende ser un revulsivo, más que el reemplazo normal de un sistema operativo por otro concebido para sucederlo. Y la acogida ha sido muy entusiasta entre los desarrolladores convocados a la conferencia Build, de Anaheim (California). En realidad, lo que se ha dicho no va mucho más allá de lo anticipado en junio pero con una gran diferencia: Windows 8 existe, puede verse y probarse. Inmediatamente se han descargado medio millón de copias, y aunque técnicamente es sólo para desarrolladores, cualquiera puede descargarlo e instalarlo. En principio, el elemento clave, que diferencia a Windows 7 de sus ancestros, es el interfaz táctil, llamado Metro, que se inspira en el concepto de mosaico (tiles), ya conocido desde la introducción de Windows Phone 7.
Es todavía una versión provisional, lo que no es un pequeño detalle: Steven Sinofsky, VP de Microsoft y responsable de las operaciones de Windows, hizo hincapié en que no se trata de una beta [no fue más preciso, pero probablemente la presentará en enero, coincidiendo con el CES], por lo que unas cuantas pueden cambiar de aquí a entonces. Según el protocolo habitual, seguiría una Release Candidate y, tras otra depuración, una RTM (Release to Manufacturers) que precedería a los primeros productos en el mercado. ¿Cuándo? Es la otra cara del entusiasmo: por mucho que Sinofsky apriete a su equipo, no sería razonable esperar que haya hardware basado en Windows 8 antes de finalizar el verano 2012.
Si se tiene en cuenta que el primer objetivo de Windows 8 es permitir a Microsoft corregir su impotencia en la batalla de las tabletas, nada queda realmente resuelto por su existencia provisional. En septiembre de 2012, por decir algo, Apple habrá vendido millones de iPad 3 y tal vez haya lanzado iPad 4; se puede suponer que en doce meses Android habrá añadido un par de generaciones con nombre de golosina. En un mercado frenético como el de las tabletas, un año es demasiado tiempo, y los ciclos de desarrollo de Microsoft son (para bien y para mal) más lentos que los del resto de la industria.
La alianza entre Microsoft y Samsung en torno a Windows 8 revela, por parte de la primera, la intención de acelerar; por parte del fabricante coreano, una dosis de oportunismo: necesita marcar puntos en su disputa con Apple, y al mismo tiempo no se fía de Google, ¿por qué no contar con un tercer socio? La única pega que se ha visto en esta unión es que se trata de lanzar una tableta basada en la arquitectura de Intel, pero no está escrito que ARM vaya a quedar excluida. Y aquí se llega al misterio todavía no desvelado: ¿por qué en la conferencia sólo se mostró un prototipo de tableta x86, después de meses hablando de dos arquitecturas? Posiblemente para dejar que dentro de unos días se luzcan Samsung y Qualcomm, aliados preferentes en esta aventura.
Con la desaceleración de la demanda de PC, Windows 8 pretende ser un incentivo para reactivarla, pero al mismo tiempo Microsoft quiere evitar que las expectativas hundan a Windows 7. Con seguridad, esta es la razón por la que Steve Ballmer – que esta vez cedió el protagonismo a sus epígonos – insistió en alabar la “enorme y constante popularidad de Windows 7”. Al respecto, los analistas no dudan de que Windows 8 va a superar en su primer año de vida los niveles de adopción de su predecesor. Es una previsión plausible, pero merece una observación: se trata del ejercicio 2013.