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  2/10/2020

Snowflake: pelotazo sí, pero no burbuja

Hay quien se lleva las manos a la cabeza: una empresa que factura 245 millones de dólares y pierde 378 millones, ha salido a bolsa y los inversores le reconocen un valor de 70.000 millones. Snowflake es (y no es) un caso excepcional de sobrevaloración, que evoca antiguos miedos. Salió a cotizar el 16/9 a 120 dólares, cerró su primera sesión a 245 dólares y dos semanas después no baja de 260 dólares. Pregunta incómoda: ¿cuánto tiempo necesitará para multiplicar sus ingresos hasta presentar una relación menos disparatada entre lo que vende y lo que dicen que vale? Vaya por delante que no se trata de una empresa fantasmagórica como las que hace 20 años precipitaron la burbuja de las puntocom.

Frank Slootman

Tampoco nació ayer. La fundaron en 2012 cerca de San Francisco dos informáticos franceses, Benoit Dageville y Thierry Cruanes, después de trabajar una decena de años en Oracle. El artífice de la salida a bolsa es un ejecutivo con fama de agresivo, Frank Slootman, quien hiciera la misma jugada con Data Domain (2007), luego adquirida por EMC y con ServiceNow (2012).

El despegue bursátil  de Snowflake ha sido el más espectacular de un año que está siendo propicio para que la industria del software atraiga la abundante liquidez disponible gracias a los tipos de interés.

La definición convencional de su actividad es cloud data warehouse. Una breve recapitulación ayuda a entender qué espacio ocupa en un mercado vibrante. Durante la última década los datos han sido más valiosos y abundantes que nunca, como resultado de los procesos digitales que consumen y generan continuamente información: un diluvio de datos que sólo puede aumentar en intensidad con los despliegues de redes 5G y la proliferación de dispositivos conectados.

Un informe de IDC – probablemente desactualizado – estimaba en febrero que este año se crearán, copiarán y consumirán nada menos que 59 millones de petabytes de datos, un 30% más que en 2019. Para que sirvan a su objetivo habrá que almacenarlos, clasificarlos, procesarlos y analizarlos. Este es el terreno que pisa la compañía.

El concepto de data warehouse, originado en los años 70, expresa la necesidad de almacenar y analizar ingentes cantidades de información alojada en un servidor, pero a partir de 2010 los grandes proveedores de cloud empezaron a incorporar ese servicio en su oferta. Los fundadores se tomaron tres años antes de salir al mercado con una funcionalidad que hoy es cosa corriente: si se puede disociar almacenamiento y computación: ¿por qué pagar por ambas cosas cuando sólo una de las dos crece?

La aparición de Snowflake elevó el tono competitivo de un mercado que parecía destinado a ser un dominio compartido por AWS, Azure y Google Cloud, cada uno de los cuales ofrecían data warehouse en la nube.  Por esto, la compañía tiene un punto vulnerable: su plataforma tiene que operar en la infraestructura de estos tres rivales y su documentación revela que les ha pagado dinero como reserva de capacidad futura.

“Nuestros costes y márgenes están condicionados por la necesidad de negociar  con proveedores que son al mismo tiempo competidores”, admite Snowflake en el folleto preceptivo de su salida a bolsa.

En la práctica, se enfrenta a una competencia múltiple: Redshift (AWS), BigQuery (Google), SQL Data Warehouse (Microsoft) y Data Warehouse Cloud (SAP). La actualización más reciente acentúa sus posibilidades de integración al simplificar la conexión con diferentes fuentes de datos. Tratando de diferenciarse en el mercado sin perder su rasgo de origen, la estrategia de Snowflake tiende cada vez a preparar los datos para ser analizados, residan donde residan.

Su modelo comercial se distingue del de otros actores de su mercado porque los clientes no pagan por el servicio en sí mismo, sino por los recursos que utilizan, lo que favorece los acuerdos de intercambio entre productores y consumidores de datos. Secure Data Sharing es uno de los componentes más evolucionados de su plataforma. Por consiguiente, es  clave que las organizaciones no necesiten almacenar la información en compartimentos estancos, sino que puedan combinarlos. Una política que encaja bien con la corriente multicloud en boga.

Nadie, mucho menos sus rivales, cuestiona las virtudes de Snowflake, que durante más de cuatro años articuló como CEO Bob Muglia – ex VP de Microsoft en la era Ballmer – antes de ceder el testigo a Slootman, que llegó con la misión de vestirla de largo para la alfombra roja. Las dudas aparecen cuando se entra a discutir la valoración de la empresa..

Desde hace un año, las bolsas neoyorquinas asisten a una sucesión de ofertas iniciales de empresas de software cuyos rendimientos se disparan [lo mismo ocurre con las de biotecnología] inmediatamente. Un análisis de Renaissance Capital consigna que la media histórica de subidas el primer día de cotización ha sido del 14%, pero desde enero ha saltado al 36%.

El fenómeno es particularmente notable en aquellas empresas cuyo negocio sigue la pauta SaaS (software-as-a-service). Ha cobrado fuerza la tendencia a valorarlas en función del TAM (total addressable market) o  estimación del mercado total al que apuntan. En otras palabras, se las juzga por el tamaño de la tarta que y no por la ración que serán capaces de digerir. Cuanto más alto sea ese valor presunto, más alegremente se piensa en un  horizonte brillante y lejano. Slootman ha cifrado el TAM de Snowflake en unos 80.000 millones de dólares, cuidándose de añadir que su cuota del mercado actual roza el 0,5% del TAM.

La adopción de este criterio de valoración ha creado las condiciones para que al accionariado de las empresas de software candidatas a salir a  bolsa [en este caso no al Nasdaq sino al NYSE] se sumen inversores que buscan amplificar su rendimiento con motivo de la aparatosa salida al parqué  y en los meses que le siguen.

Ha llamado la atención que a la cabeza de estas expectativas se encuentre Berkshire Hathaway, instrumento del magnate Warren Buffett, que invirtió 250 millones de dólares en la última ronda de febrero y luego, en la primera jornada, comprar sigilosamente otros 500 millones – a los 120 dólares de salida – a un accionista de primera hora. Como consecuencia, Buffett controla el 12,5% de las acciones de una compañía que supuestamente vale 70.000 millones. Menuda plusvalía, si pudiera realizarla.

No es el único que ha sabido ver la jugada. Salesforce, habituada a las adquisiciones, ha participado en varias rondas de financiación de Snowflake – la última privada, en febrero, valoraba la compañía en 12.400 millones, cifra más realista que los 70.000 millones de esta semana en la que ha informado a la comisión de valores que posee 6 millones de acciones.

La sintonía entre las dos compañías trasciende lo financiero: los clientes de  Snowflake pueden mover sus datos a la plataforma de Salesforce para ejecutar tareas de análisis con las herramientas Tableau y Einstein.

Otro elemento que ha contribuido al sensacional estreno ha sido la revelación de que Snowflake tiene una cartera de 3.117 clientes, el doble que hace un año. Una vez consumada la salida a bolsa, su horizonte financiero parece despejado, pero bien podría convertirla en rehén de su propio éxito, si los ingresos no crecieran convincentemente.


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