Ha sido imprevista, pero no sorprendente. Con una pizca de cinismo, hasta podría decirse que la compra de Skype por Microsoft es un rescate que evita a los vendedores el patinazo al que parecían abocados de mantener su anuncio de sacarla a bolsa. Porque los números cantan que como empresa autónoma Skype no tenía futuro. Tal vez la OPV fuera de farol, y el verdadero objetivo de la coalición que inversores que se hicieron cargo de lo que eBay no supo manejar, no era otro que encontrar un mirlo blanco. Y como Facebook y Google amagaron sin jugar, al final la presa se la lleva Microsoft por la simpática suma de 8.500 millones de dólares.
Es la adquisición más cara en la historia de Microsoft, y la más alta de una empresa de Internet desde que la burbuja alcanzó su punto culminante (la compra de Lycos por Terra). Algunos accionistas se han llevado las manos a la cabeza ante el hecho de que Steve Ballmer aceptara pagar ese monto – la mayor compra en la historia de la compañía – por una empresa que pierde dinero sistemáticamente: 7 millones el año pasado, sobre 850 millones de ingresos. Echando cuentas, el precio de 8.500 millones multiplica por 32 el ebitda de Skype y equivale a una prima del 40% sobre el valor hipotético que la propia Skype había anticipado como meta de salida a bolsa.
Por una vez, las ecuaciones bursátiles pierden relevancia ante los factores propiamente empresariales. La mayoría de los analistas han subrayado las sinergias que aporta la operación, aunque expresan dudas acerca del choque cultural que pudiera producirse. Skype se integrará en Microsoft con un amplio margen de autonomía, Tony Bates – ex directivo de Cisco que fue contratado para sacarla adelante – se mantendrá al mando, reportando directamente a Ballmer (en sí misma positiva, esta circunstancia confirma indirectamente las dificultades de encaje). Escribe el respetado John Gapper, en el Financial Times: «la dificultad real de la operación remite a una vieja cuestión no resuelta [por Ballmer] cómo acompasar la estrategia con la capacidad de ejecutarla para cumplir con sus ambiciones»
Lleva razón Ballmer al decir que “la marca Skype es un verbo”. Sin duda: skypear es hoy tan corriente como tuitear o googlear. Pero Microsoft no compra una marca, por mucho que venga respaldada por 170 millones de usuarios mensuales activos (sobre más de 600 millones registrados) y 207.000 millones de minutos de uso en 2010. La primera y más evidente de las sinergias posibles consiste en dar un refuerzo a Windows Phone 7: este necesita desesperadamente aplicaciones, y Skype es una de las más deseadas. Desde un punto de vista competitivo, añade capacidad de videochat móvil en competencia directa con Facetime, con la diferencia de que mientras la de Apple se limita a usuarios del iPhone, los de WP7 podrán comunicar con los de otras plataformas.
Otra atracción es la interoperabilidad con Facebook, aliado de Microsoft; Skype ya ofrece desde octubre la posibilidad de enviar SMS y llamar a los amigos de Facebook; si se añade su integración con Windows Live Messenger, Microsoft enriquece su presencia en el universo de las redes sociales. Menos claras fueron las alusiones a la integración de Skype con Xbox y Kinect, dos productos estrella de Microsoft en el ámbito del consumo.
No hay que perder de vista que los atributos de Skype para los consumidores son muy importantes, pero también una fuente de la incomprensión de su modelo de negocio: sólo 8,9 millones de los 170 millones de usuarios activos han optado por la fórmula de pago. Corren por Internet los mensajes de quienes temen la irrupción publicitaria en las pantallas de Skype. El vídeo ya representa el 40% de los usos de Skype, precisó Bates, y esto abre enormes posibilidades a la monetización vía publicidad.
Pero también hay sinergias en el mercado empresarial. Skype se ha abierto camino como herramienta de colaboración, que ahora confluye con Linc, que soporta distintas opciones de mensajería para articular, más pronto que tarde, una propuesta común de comunicaciones unificadas. La combinación permitirá a Microsoft terciar en el mercado de las plataformas para videoconferencia, en directa competencia con servicios como WebEx de Cisco y Connect de Adobe. También se abre la posibilidad de `embeber´ Skype en Office 365. A esto parecía referirse Ballmer, con el evidente asentimiento de Bates, sentado a su lado, cuando dijo que la absorción permitirá «extender» las capacidades de Skype. También subrayó la integración con la tecnología de búsqueda de Bing.
No hay duda de que una transacción de este naturaleza no se hace para dejar las cosas como están. Es erróneo considerar que Skype es un proveedor de VoIP, pero este rasgo siempre ha preocupado a los operadores de telecomunicaciones, que últimamente se han inclinado por buscar acuerdos (casos Verizon en Estados Unidos, o de O2 en Alemania) antes que la confrontación. Si el comprador hubiera sido Google, ahora tendrían motivos para temer un conflicto mayúsculo, pero Ballmer ha querido destacar expresamente las buenas relaciones que Microsoft mantiene con los operadores.
Tiempo habrá de saber cómo evolucionan las posiciones de todos los actores, porque la fusión no se materializará, por razones regulatorias, hasta el último trimestre del año. Pero, de momento, el balance es abrumadoramente positivo para Microsoft, y sus primeras manifestaciones se harán notar en Windows Phone 7 y en la herramienta de comunicaciones unificadas Linc.