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  18/05/2011

No todo es oro en las aplicaciones móviles

Las noticias sobre aplicaciones móviles se suceden y confluyen en una conclusión previsible: el mecanismo de distribución que Apple puso en marcha en 2008 acaba de recibir la bendición del libro Guinness de los Records, y Angry Birds el galardón de aplicación de pago más popular, con más de 6,5 millones de descargas vendidas desde su lanzamiento en diciembre de 2009. Pero no todas las noticias son positivas: la propiedad de la marca AppStore, registrada por Apple, es disputada por buena parte de la industria, que la considera “genérica», como lo son bokkstore o toy store”. Y se abren nuevos frentes de rechazo a las normas con las que Apple pretende proteger tu tajada del negocio.

Las cifras son asombrosas y hasta grandilocuentes. A finales de este año, el número de aplicaciones para móviles descargadas habrá acumulado 17.700 millones, según Gartner, que completa su pronóstico con una estimación de medio plazo: en 2014, serán 185.000 millones, seis años y medio después del lanzamiento de la AppStore de Apple, que encendió la mecha de esta explosión.

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Otra consultora, IHS Screen Digest, ha calculado que Apple ha ingresado – y compartido con los desarrolladores – el 64% de los 6.900 millones de dólares (más de 4.600 millones de euros) que este negocio ha generado hasta finales del año pasado. Un porcentaje que va en aumento, y esto pese a que el 81% de las descargas corresponde a aplicaciones gratuitas. La aceleración es tal que muchos analistas empiezan a dudar de que el ritmo pueda mantenerse.

Stephanie Baghdassarian, de Gartner, apostilla en el informe de su autoría que cantidad no equivale a calidad: “los desarrolladores tendrán que ofrecer una experiencia de usuario superior a la actual, y acercarse a la riqueza y personalidad de las aplicaciones web”. Una delicada manera de decir que abunda la mediocridad y lo efímero. El informe de Guinness ofrece una prueba de futilidad: hay en oferta para el iPhone nada menos que 61 simuladores de flatulencias, un género grosero que ha alumbrado títulos tan imaginativos como Fart Machine, Fart Ocarina o iFart Epic.

El concepto de las app stores ya se está extendiendo a otros dispositivos y plataformas, rompiendo el duopolio existente; Apple o Android no son ni serán opciones excluyentes, pero BlackBerry – cuyo arsenal es escaso – ha optado por tender un puente con las aplicaciones del Android Market. En cambio, los fabricantes, ansiosos por diferenciar sus marcas, desarrollan sus propias tiendas. Amazon, en lugar de copiar el modelo cerrado de Apple, lanzó su propia tienda en marzo, y se dice que Facebook prepara la suya con carácter multiplatadorma. Nokia ha anunciado que abandona su marca Ovi para subordinarla al acuerdo con Microsoft, pero estos socios litigan contra Apple por la denominación genérica, conscientes de que ninguna otra que inventen será tan atractiva como aquella.

Un tema de discusión es la coexistencia entre las aplicaciones diseñadas para la web (a las que se accede vía navegador) y las aplicaciones nativas para móviles. La verdad es que los consumidores viven ajenos a esta dicotomía: “las sutiles diferencias entre widgets, aplicaciones web, aplicaciones nativas, etcétera, no significan gran cosa para ellos, siempre que tengan un icono que sirva como punto táctil para acceder a un contenido que les aporte una experiencia relevante”, observa Thomas Husson, analista de Forrester.

Conviene relativizar. ¿Cuántas aplicaciones lleva en su móvil?, preguntan los encuestadores a los usuarios. No muchas: a pesar de las impresionantes cifras del comienzo, sólo una minoría se apunta a la corriente de las aplicaciones. Un estudio de Forrester – dirigido por Husson – sobre una muestra de 25.000 adultos europeos, concluyó que sólo el 4% de todos los usuarios de móviles y el 15% de los de smartphones descargan una aplicación al menos una vez al mes. Al mismo tiempo, el 21% del total reconoce que al elegir un nuevo móvil pregunta por las aplicaciones disponibles. Si la trayectoria del iPhone sirve de referencia, por cada unidad vendida se han descargado, como media, 60 aplicaciones, de las que se usan no más de 15.

Y, sin embargo, se han convertido en epítome de la cultura de consumo, de la necesidad de una gratificación inmediata, que suele enmascararse bajo la idea de utilidad. Añaden las prolijas estadìsticas que la mayoría de las aplicaciones disponibles son juegos, y que algunos ocupan los primeros puestos en el ranking de cada plataforma, pero como conjunto no esesta la categoría más popular, honor que corresponde a las redes sociales (Facebook y Twitter), seguidas de los mapas. De las 20 categorías usuales, las que ascienden últimamente están relacionadas con la banca móvil. Y con el auge actual del iPad y otras tabletas, la fiebre de las aplicaciones ha tomado un sesgo multimedia y profesional.

Apple tiene otro frente abierto, tras haber extendido su modelo a los contenidos digitales, destinados al iPad, que se venden a través de su AppStore. En febrero, la empresa anunció que quienes pretendan distribuir sus contenidos, según el modelo de suscripción, tendrán que pagarle un 30% de cada venta, incluyendo aquellas que no se hacen mediante descarga directa sino mediante una aplicación que conduce a sus propios sitios web. Los grandes editores optaron por la negociación bilateral, pero los pequeños se quejan del trato recibido, y el plazo para firmar vence el 30 de junio.


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