Quizá no se disipen nunca las sospechas sobre el papel jugado por Donald Trump en la adjudicación a Microsoft de un goloso contrato del Pentágono. No por un improbable favoritismo presidencial hacia la empresa ganadora sino por su inquina notoria hacia Jeff Bezos, CEO de Amazon Web Services (AWS). Se presume que esta agotará los recursos legales para revertir la decisión, porque 10.000 millones de dólares no se dejan escapar sin pelear. El contrato, conocido por la sigla JEDI (Joint Enterprise Defense Infrastructure) tendrá trascendencia en la posición de ambas empresas y la de sus competidores en el negocio de prestar servicios cloud a otros órganos de la administración estadounidense.
No se trata sólo del mayor contrato que el departamento de Defensa haya sacado a concurso en el ámbito de las TI sino que deliberadamente se ha planteado como un punto de inflexión necesario para modernizar las capacidades de las fuerzas armadas en un ambiente político en el que prevalece la idea de que Estados Unidos pierde terreno en la confrontación estratégica con Rusia y China.
El objetivo es unificar el conjunto de los sistemas del DoD, que en este caso son más de 500 nubes separadas. Los mandos militares se han quejado a menudo de que esta fragmentación lastra la importante tarea de compartir inteligencia y, a la postre, influye en el retraso tecnológico de las fuerzas armadas. Este es un problema que, aunque en diferente grado, comparten otras agencias civiles del gobierno, por lo que estas habrán estado atentas a la solución escogida por el Pentágono.
En la sigla del proyecto, la E de Enterprise adquiere relevancia porque lo que se pretende es aplicar criterios de gestión e integridad del modelo cloud que son corrientes en la empresa privada pero no en las administraciones. El establecimiento de un sistema común de computación y almacenamiento lo confirma: JEDI busca avanzar en objetivos tales como la extensión de los recursos de inteligencia artificial. Otro punto obvio es la ciberseguridad: contra lo que generalmente se supone, en el Pentágono están convencidos de estar relegados – aunque este lamento bien pudiera ser parte de una táctica presupuestaria – y de que las empresas están normalmente mejor preparadas para afrontar las interferencias hostiles.
En la antesala de la fase final, la puntuación de AWS destacaba frente a Microsoft en el capítulo de la seguridad, gracias a su experiencia de trabajo con la CIA, lo que fue corregido elevando de nivel la certificación de la empresa que finalmente ha ganado el contrato. Al comienzo del proceso, la posición oficial de Microsoft era que el contrato debería fraccionarse entre más de un adjudicatario por razones de seguridad y porque socavaría la innovación de los perdedores. Otros contendientes – IBM y Oracle, después de la autoexclusión de Google – también abogaban por la parcelación del proyecto, sugiriendo que AWS jugaba con ventaja.
El culmen de esa ofensiva fue la famosa página de powerpoint de un consultor de Oracle que llegó hasta la mismísima mesa presidencial y llevaba por título A Conspiracy to Create a Ten Years DoD Cloud Monopoly. Esta ´pieza documental` era la gasolina que necesitaba Trump para avivar la controversia. Oficialmente, el presidente pidió que todo el proceso fuera revisado; oficiosamente, siguió su campaña en Twitter contra Bezos. El nuevo secretario de Defensa, Mark Esper, dio curso a la petición, pero se excusó de intervenir unos días antes de la decisión final aduciendo que su hijo trabaja en IBM, por lo que podría verse incurso en conflicto de intereses.
Una reconstrucción de los hechos publicada por la revista Politico confirma que Oracle, siempre encelada con Amazon, ha sido la más combativa sin conseguir nada: protestó ante la Government Accountability Office (GAO) y ante un tribunal, por entender que su exclusión no había sido justificada. Es el mismo ente que ahora tendría que arbitrar en caso de que, como todos suponen, AWS continúe batallando.
Tratando de rebajar el ruido, el departamento de Defensa ha querido precisar que la cifra de 10.000 millones es plurianual y exige completar fases de ejecución que justifiquen los desembolsos. La única cantidad que está formalmente comprometida es de 1.000 millones, según el DoD. La excusa tiene algo perverso: si en algún momento se produjeran retrasos o incumplimiento, sólo agravaría el papelón.
Por cierto, a la filial de Amazon, este mazazo le llega en un momento delicado. Con una competencia agudizada en el mercado cloud, en el tercer trimestre AWS facturó 8.955 millones de dólares, un 35% más que hace un año pero sólo un 7,3% más que en el segundo trimestre. Ganar el concurso del Pentágono habría dado un empujón a este negocio. Aunque Bezos le ha pillado el truco a las diatribas de Trump, no está dicha la última palabra.
Finalmente, tanto fijarse en la batallita sobre JEDI ha escamoteado otro asunto que pudiera empañar el futuro de los contratos con el Pentágono. Conviene recordar por qué Google se abstuvo de concursar. Hace un par de años, la compañía se vio ante una rebelión de parte de su personal, opuesto a que sus técnicas de inteligencia artificial se usaran para el reconocimiento de imágenes captadas por drones militares. Microsoft tuvo una corriente interna parecida, pero se las arregló como fuera para neutralizarla. En cambio, no hay noticias de que dentro de Amazon pasara nada semejante, tal vez porque lleva años teniendo como cliente a la CIA.
Esta resistencia idealista a mojarse en sucias aguas militares ha merecido un comentario sarcástico del brigadier general David Krumm, de la US Air Force: “comprendo que cuando alguien piensa en TI, le resulte extraño asociarlas con el acto de matar en combate o de bombardear edificios, pero la tecnología también sirven para esto”.
[informe de Pablo G. Bejerano