Es de sentido común. Si alguien quiere comprar una empresa, lo peor que puede hacer es visitar su sede para reunirse durante una hora con su consejero delegado, y suponer que nadie va a enterarse. Hay otras formas de negociar, y Steve Ballmer las conoce tanto como su colega de Adobe, Shantanu Narayen. Un cronista/bloguero del New York Times recibió el soplo, y con esa mínima información construyó su hipótesis: en la reunión “pudo” haberse discutido una eventual oferta de Microsoft por Adobe. En las horas siguientes, la máquina de especular hizo subir la acción de Adobe un 12%; al día siguiente, el escepticismo general forzó una bajada del 6%.
Que una empresa que vale en bolsa 212.000 millones de dólares absorba otra de 14.000 millones, es un rumor de mucho peso, pero habría que preguntarse si es verosímil. Para que cualquier oferta resulte atractiva a los accionistas de Adobe, debería implicar una prima del 20 o 30% sobre el valor en bolsa, lo que elevaría el desembolso a unos 20.000 millones de dólares, pagaderos total o fundamentalmente en efectivo. Y Microsoft se lo puede permitir, gracias a su liquidez de más o menos 40.000 millones (aunque una gran parte está fuera de Estados Unidos, y repatriarla tendría coste fiscal).
Hasta aquí el aspecto financiero de la hipótesis. Ahora bien, ¿qué ventaja obtendría Microsoft de la compra de Adobe? El analista Walter Pritchard, de Citigropup, enumeraba días atrás en una nota a los clientes del banco los cuatro grandes problemas de Microsoft: 1) se ha quedado fuera del arranque del mercado de los tablets; 2) su papel en los móviles ha retrocedido dramáticamente, y ahora trata de recuperarlo; 3) le falta masa crítica en los negocios online; y 4) su oferta cloud es ambiciosa pero incipiente. En fin, que ninguno de estos problemas se resolvería, ni siquiera parcialmente, con la adquisición de Adobe.
Resulta seductor verlo desde este otro ángulo: Adobe y Microsoft tienen a Apple como enemigo común, y sería lógico que a unieran para combatirlo, bajo el mando de la más fuerte de las dos. La primera parte de la fórmula es cierta, con matices, pero la segunda no requeriría una fusión de activos. Bastaría con llegar a acuerdos estratégicos, y es plausible pensar que este fuera un tema de la conversación entre Ballmer y Narayen. Incluso sería un buen motivo para que desearan que el encuentro trascendiera.
En la práctica, entre ellos se interpone otra fuerza que puede ser un obstáculo mayor: Google. Enemigo jurado de Microsoft – incluso más que Apple – es a la vez un aliado de Adobe, a la que ha apoyado para que los móviles Android incorporen el plugin Flash, rechazado por Apple en el iPhone. Ahí puede haber materia: Microsoft ha desarrollado su alternativa a Flash, llamada Silverlight, que está lejos de una penetración decente. Ante la inminencia del lanzamiento de Windows Phone 7 – optimizado para Silverlight, no para Flash – en la que tanto se juega, Ballmer podría tener interés en llegar a un pacto basado en el hecho de que la de Adobe es la plataforma mayoritaria entre los programadores de aplicaciones de vídeo y rich media, y también la preferida en la publicidad interactiva.
Otra zona de mutua conveniencia estaría en la nube. Adobe apenas ha avanzado en sus intentos de venta de software como servicio; Microsoft necesita extender el alcance de su iniciativa de cloud computing. ¿Por qué no cooperar para que la oferta de la primera se incorpore a Azure? Puestos a imaginar, Microsoft pudiera estar interesada en las herramientas creativas de Adobe, con la esperanza de atraer hacia Windows una clientela afín a Mac. Pero, nuevamente, para esto no haría falta apoderarse de Adobe; más bien pudiera ser contraproducente.
Resumiendo: la cuestión de fondo es que las líneas de confrontación están trazadas, mientras que las áreas de alianzas potenciales son difusas y contradictorias. Puede asegurarse que veremos más capítulos de este serial.