Un nuevo logo después de 25 años, ¿por qué?, ¿para qué? La explicación más plausible es que Microsoft se encuentra en vísperas de una profunda transición, y en el plano simbólico la aparición del nuevo logo coincide con la inminente renovación de los productos que reportan dos tercios de sus ingresos y tres cuartas partes de sus beneficios. Se avecina, por tanto, una transformación del modelo de negocio del que ha vivido durante décadas. La secuencia se iniciará el 26 de octubre con el lanzamiento en Nueva York de Windows 8 y Windows RT, y tres días después con Windows Phone 8. Un calendario que ya ha sido roto por los fabricantes, apremiados por calentar el ambiente.
Los lectores de este blog saben de sobra de qué se trata, de prolongar la supremacía de Windows para asegurar que Microsoft tiene por delante un futuro de crecimiento y no de estancamiento. Que todas las variantes de Windows, y a la vez Office, van a coincidir en una rampa de lanzamiento expresa que las soluciones transversales serán en adelante la piedra angular de la estrategia de Microsoft. Cualquiera sea la acepción que uno acepte de la tesis sobre la era post-PC – un hallazgo propagandístico de Steve Jobs – Microsoft tiene plena conciencia de que su liderazgo en los sistemas operativos para PC no es perenne, y lo será aún menos si no consigue llevar Windows a otros dispositivos que van ganando terreno.
Esta es la razón de promover en paralelo tres plataformas emparentadas, rompiendo con los hábitos adquiridos. Con esta maniobra, Steve Ballmer pretende al menos dos cosas: entrar ¡finalmente! en un mercado en el que Microsoft está ausente, las tabletas, y reaccionar en otro donde se ha visto reducida a la marginalidad, los smartphones.
Durante un tiempo, pareció que el emblema de esa transversalidad sería el interfaz bautizado Metro. Los tres sistemas operativos erradican la apariencia que Windows ha mostrado durante décadas, basada en ventanas y, en el fondo, subordinada a un esquema jerárquico de menús. Metro, desarrollado inicialmente para Windows Phone, se estructura como un mosaico de teselas interactivas, que conducen directamente a los contenidos y servicios, y que el usuario puede personalizar.
Curiosamente, Microsoft ha decidido proscribir el uso del nombre Metro, tal vez por entender que acabaría diluyendo la personalidad de Windows en lugar de ser asimilada por este. Aquí es donde entra la discusión acerca del nuevo logo de la compañía, que visualmente debe mucho al interfaz pero no se quiere reconocer como tal.
Como es lógico, Windows 8 va a competir contra el sistema OSX, de Apple, y con Linux, pero su mayor enemigo pueden ser las versiones anteriores de Windows, que en gran medida bloquean la renovación de la base instalada: un 42,8% de los PC funcionan todavía con Windows XP – que tiene once años de antigüedad – y otro 42,2% con Windows 7, reciente, pero no demasiado fácil de actualizar a la última versión. La mayoría de esas máquinas no se actualizarán a Windows 8, y en condiciones normales esto debería ser un acicate para el mercado.
Se produce así una combinación singular: 1) los fabricantes de PC confían en que la aparición de Windows 8 reanimará una demanda que lleva más de un año deprimida por la recesión y por la espera, y 2) Microsoft necesita que los fabricantes presenten nuevo hardware, suficientemente atractivo como para seducir a los usuarios, reemplazar lo existente y ganar mercado para el nuevo software.
Pese a lo que esa atadura recíproca pudiera sugerir, las relaciones entre Microsoft y la industria no pasan por su mejor momento. La decisión, mantenida en riguroso secreto, de desarrollar una tableta propia, Surface, sin contar con las marcas tradicionales, ha puesto de uñas a varios fabricantes que han sido fieles aliados durante décadas.
Es un ejercicio recomendable leer la documentación que acompaña las tablas de resultados de las compañías cotizadas. En el formulario 10-K, enviado preceptivamente a la comisión de valores estadounidense (SEC), Microsoft reconoce un riesgo explícito: “una parte sustancial de nuestros ingresos procede de la venta de licencias de Windows para PC [pero] la proliferación de otros dispositivos y nuevos ´factores de forma`, es un reto para nuestra plataforma de software”.
He ahí una explicación de por qué Microsoft ha decidido implicarse directamente en el desarrollo de hardware, un oficio que hasta ahora dejaba en manos de los fabricantes licenciatarios de su software. Otra razón que cita el documento es que “algún competidor” [léase Apple] destaca por la capacidad de integración entre “su” hardware y “su” software. Como se sabe, el modelo de negocio histórico de Microsoft se ha basado en dar todo el protagonismo a los fabricantes – y cobrarles por ello una licencia – pero el éxito de Apple ha despertado la duda acerca de cuál de los dos modelos es más eficaz, y en todo caso más rentable.
En esta reinvención del modelo de negocio, juega un papel relevante Office, cuya próxima versión – que también estará disponible en octubre – incorpora funciones táctiles diseñadas para integrar las capacidades de Windows 8 [en cambio, no está del todo clara su compatibilidad con Windows RT]. La novedad reside en que, además de su materialidad – instalable en el disco duro – Office 2013 ha sido desarrollado para integrarse con una versión “en la nube”, llamada Office 365, que se comercializa desde hace tiempo por suscripción.
Por ahí van los movimientos puestos en marcha por Ballmer. El citado apéndice 10-K menciona nada menos que 73 veces la palabra servicios. Internamente, los equipos de Microsoft han aprendido que una cosa es estar a cargo de un negocio de software convencional, preparando lanzamientos de una nueva versión cada dos o tres años, y otra muy diferente es volcar ese software en la dinámica de una empresa de servicios.
En lugar de producir software con versiones periódicas – que muchos usuarios suelen dejar pasar en espera de la siguiente – ahora su trabajo consiste en el desarrollo continuo, con actualizaciones frecuentes descargables desde la red. Quien compre una versión física de Office, tendrá la opción de conectarse con la nube de Microsoft, y de almacenar remotamente sus propios contenidos en SkyDrive, otra pieza fundamental del esquema.
El modelo de suscripción no es sólo un cebo para el consumidor, sino una estrategia para preservar el peso que los productos de Microsoft mantienen dentro de las empresas. Tanto o más importante que Windows y Office es Windows Server, cuya versión 2012 ya está funcionando en régimen de prueba en algunas corporaciones y ¿casualidad? también estará disponible en octubre. Ciertos analistas han escrito que Windows Server 2012 puede ser el sistema operativo de más rápida adopción en la historia de Microsoft, porque incluso en empresas que no prevén desplegar nubes privadas, la necesidad de renovar sus centros de datos acabará imponiéndose a las limitaciones de la recesión.
A todo esto, ¿qué decir del nuevo logo? Hay opiniones para todos los gustos. Unos especialistas en diseño dicen que ha sido una buena idea reconvertir la imagen que todo el mundo asocia a Windows, simplificándola para conjugar continuidad y novedad; se supone que es precisamente lo que busca Microsoft. Otros creen que la simplificación es un paso en la buena dirección, pero con poca audacia para deshacerse de la carga negativa que – según ellos – arrastra Windows. Si se empieza así por un asunto a fin de cuentas menor (con perdón), ¿qué no esperar de las discusiones que seguirán al lanzamiento de los nuevos productos de Microsoft?