Microsoft ha vendido 60 millones de licencias de Windows 8 desde su lanzamiento el 26 de octubre y hasta el cierre de diciembre. ¿Son muchas o son pocas? ¿Es el inicio de un éxito o el indicador de un fracaso? Como siempre, Microsoft provoca fobias y filias, y ambas dictan muchas de las interpretaciones que se publican estos días. En todo caso, la cifra es auténtica: la dijo Tami Reller, directora de marketing de la plataforma en una conferencia de JP Morgan paralela al CES de Las Vegas. Poco después, se oficializó en uno de los blogs de la compañía: «[Windows 8] sigue una trayectoria similar a la observada tras el lanzamiento de Windows 7 en 2009». Otras fuentes discuten la comparación.
Abstrayendo las circunstancias, el número es impresionante. Pero permite especular sobre su alcance. En una comunicación previa, de finales de noviembre, Microsoft dio la cifra de 40 millones de licencias, por lo que un cálculo vulgar parece indicar una desaceleración de la media semanal. Es un ejercicio pintoresco, pero carente de valor. Más relevante es constatar que el mismo texto afirma que se han certificado 1.700 sistemas «para correr Windows 8 y Windows RT». La ambigüedad está en que no se desglosan ambas versiones, cuando empíricamente se sabe que la segunda – basada en procesadores de arquitectura ARM – no ha sido bien acogida por los consumidores.
La hermenéutica puede ir en varias direcciones. Una parte de los 60 millones son actualizaciones para instalar en máquinas existentes, pero como sólo las más recientes pueden realmente acoger el nuevo sistema operativo, se deduce que la mayoría de las copias se ha vendido a fabricantes para equipos que no se ha producido todavía. Ni Reller ni el blog han precisado si la cifra incluye o no los acuerdos de volumen que Microsoft negocia con las empresas (y que, según las normas, tiene que diferirse contablemente). El matiz puede ser importante, porque las empresas tienen por costumbre acumular licencias de Windows para instalarlas más adelante. Por unas y otras razones, el número de licencias vendidas no guarda relación directa con el número de máquinas vendidas.
La repetida afirmación de Steve Ballmer según la cual hay en el mundo una base de 670 millones de PC que potencialmente podrían actualizarse a Windows 8, tiene que ver más con el carácter del personaje que con la realidad. En todo tiempo, convencer a un número significativo de usuarios de pasarse a una nueva versión del sistema operativo ha sido un proceso muy lento.
Ha sido muy comentado un informe de Net Applications, según el cual a diciembre de 2012 la cuota de mercado de Windows 8 era del 1,72%. Una especialidad de esta es el análisis del uso online de los distintos sistemas operativos, y ha calculado que ese porcentaje sería inferior al que tuvo Windows Vista en sus primeras cinco semanas de vida. Claro que hay una dosis de demagogia en esa comparación: aunque aritméticamente fuera así, es difícil imaginar que Windows 8 siga durante meses la trayectoria de Vista. El problema para su expansión no es ese sino otro, el tapón de Windows 7: según la misma fuente, tiene un 45,6% de cuota, y muchos usuarios están satisfechos con su rendimiento y estabilidad, por lo que no parece que su sucesor pueda pescar mucho en esas aguas.
Para despejar el espacio, Microsoft ha procedido a simplificar las reglas de los acuerdos sobre licencias, con el fin de facilitar su rápida adopción por las empresas, muchas de las cuales siguen aún fieles a Windows XP, cuya vida se remonta a 2001 y que todavía tiene un 39% de cuota en el informe de Net Applications. Además, en 2014 dejará de recibir soporte de Microsoft; he ahí una oportunidad.
La secuencia de sucesivas versiones de Windows dejará pronto de ser un elemento de análisis útil. Microsoft tiene la intención de instaurar un ciclo anual de renovación de su sistema operativo (y quizá de otros productos de software), por lo que trabaja en un proyecto conocido como Blue, que podría ser el embrión del futuro Windows 9. En consecuencia, se puede prever que nunca más una versión de Windows volverá a tener cuotas que puedan compararse a las de Windows 7 o XP.
Aunque no hay paralelismo entre la venta de licencias y la de hardware, lo cierto es que Windows 8 vio la luz el 26 de octubre, y la temporada navideña no ha sido propicia para la venta de PC. Según los datos publicados por IDC [que este blog comentará en los próximos días], el mercado mundial ha descendido, en unidades, un 6,4% durante el trimestre, por primera vez en muchos años. La preocupación de distribuidores y minoristas por no sobrecargarse de inventarios, ha conspirado contra las ventas del nuevo sistema operativo, favoreciendo la liquidación urgente de máquinas con Windows 7. Como contrapunto ha actuado el interés de los consumidores en los novísimos portátiles y ultrabooks táctiles: «todos los que nos llegaron, que no fueron muchos, los hemos vendido», resume el director de marketing de una de las primeras marcas líderes.
Los ejecutivos de Microsoft admiten sin cortapisas que Windows 8 puede crear efectos de confusión en muchos usuarios. «Es una experiencia distinta, y requiere una curva de aprendizaje más complicada que la de cualquier otro sistemas operativo anterior», reconocía hace poco Julie Larson-Green, promovida a la responsabilidad de la nueva responsable de la división correspondiente en el organigrama de Microsoft. Si ella se lo toma con paciencia, qué otra cosa se puede esperar de los consumidores.