20/12/2010

Google, una visión mesiánica del mundo

La complicidad económica entre Microsoft y los fabricantes de ordenadores viene de lejos, y sería raro que los segundos abrazaran con entusiasmo las propuestas de Google, que predica un futuro en el que no hay sitio para Windows. Este es un punto de partida, no el único, que conviene recordar a la hora de valorar el anuncio de que el sistema operativo Chrome OS estará disponible a mediados de 2011, tras meses de una prueba piloto que se inicia estos días con un portátil sin marca (esa enigmática caja de la foto). El planteamiento es tan radical que muchos analistas se temen un batacazo de Google en su obsesión por marcar la agenda al resto del mundo.

Google lleva muchos meses desvelando con calculada lentitud sus tácticas de lanzamiento de Chrome OS. Lo nuevo es que ha empezado a distribuir una versión beta entre miles de conejillos de indias, por lo visto no todos dóciles a juzgar por los primeros comentarios negativos que ha merecido la novedad. No es una prueba neutral, puesto que sólo puede hacerse con un equipo suministrado por Google. Oficiosamente, se dice que Acer y Samsung podrían ser los primeros aliados, corriendo el riesgo de deteriorar sus vínculos con Microsoft.

La gran ventaja de Chrome OS, muy elogiada, es su arranque instantáneo – siete segundos – que evita la siempre pesada fase de iniciar el hardware comprobando el software, puesto que no reside en la máquina. Por la misma razón, otro rasgo positivo sería la imposible entrada de malware. Lo único que ha de hacer el usuario es confiar ciegamente en Google: sus aplicaciones, datos y documentos estarán en la nube, lo que suscita una inquietud: ¿qué pasará cuando el usuario no necesite conectarse o no disponga de conexión a mano (en un avión o en un lugar sin cobertura)?

En cualquier caso, sería Chrome – es decir, Google – el que controle el tránsito de ida y vuelta. Entonces, aquella sorpresa inicial por la homonimia entre Chrome (el navegador) y Chrome (el sistema operativo) carece de sentido: si comparten nombre no es por ganas de confundir sino porque son esencialmente lo mismo, un vehículo para acceder a la Web.

Según ha dicho Eric Schmidt, Chrome OS será el tercer sistema operativo del mercado (se entiende que junto a Windows y Mac, lo que excluye cualquier otra variante de Linux) pero, a diferencia de los otros dos, cerrados en sí mismos, la criatura de Google representa una visión del mundo en la que todo ocurre en la Web. ¿Prematura? Uno de sus ingenieros apostilló que “el 60% de las empresas podrían reemplazar sin problemas sus máquinas Windows por otras funcionando bajo Chrome”. Si fue sólo una boutade, se hace difícil imaginar a los administradores de sistemas dando ese salto. Pero, boutade o no, la frase revela una poderosa ambición.

Cuando Google habló por primera vez de Chrome OS, el año pasado, muchos pensaron que su objetivo era ofrecer una alternativa para los millones de netbooks que salían al mercado equipados con Windows pese a no ser este el sistema idóneo para los usos reales de estos dispositivos. Por razones que tienen más que ver con su cuenta de resultados que con el respeto al usuario, Microsoft desdeñó la oportunidad de proponer una experiencia distinta, un sistema operativo más ligero, y convenció a los fabricantes para que preinstalaran Windows 7 en sus netbooks. Logró así establecer un virtual monopolio sobre una categoría que, sin embargo, últimamente pierde relevancia.

Hasta ahora, los PC en sus diversas formas son la puerta de acceso mayoritaria a la Web, pero sólo pueden serlo gracias a un navegador que actúa sobre el sistema operativo que llevan en sus entrañas. La constante aparición de nuevas aplicaciones y servicios web ha cogido tal ritmo que reduce el número de cosas que pueden hacerse sin un navegador; así se extiende la convicción de que el browser es más importante que el sistema operativo, y esta es la lógica de que ambos se llamen igual.

Por otro lado, el ascenso de los smartphones es, más que el ascenso de una nueva categoría, el trazo de un nuevo rumbo: la manera de disponer de una aplicación y de acceder a un servicio web pasa necesariamente por alguna tienda online, eliminando el fastidioso proceso de instalación. Quien posea las llaves de la tienda podrá controlar los otros eslabones del negocio. Así, sutilmente, en el software va perdiendo importancia su coherencia con un sistema operativo para convertirse en materia de negociación con quienes dominan el mecanismo de distribución. No es casual que la moda de las tiendas se extienda de la industria de los móviles a la de los PC (e incluso a los televisores).

Este es el punto clave de la filosofía de Google, teñido por un discurso mesiánico que invoca la Web y su neutralidad. Lo importante, para un blog económico como este, es que los movimientos de Google provocan tanta desconfianza como admiración. En ese futuro hipotético, ¿qué pintarían las marcas actuales, ninguna tan universalmente conocida como Google, si esta puede – igual que aquéllas, por cierto – encomendar a un fabricante asiático sin identidad la producción de un dispositivo que la gente acabará llamando Gphone, Gpad, Glaptop, etc?

Google ya lo anticipó con su Nexus One, un smartphone fabricado por HTC; y cuando todos pensaban que aquel fracaso le serviría de escarmiento, acaba de reincidir con el nuevo Nexus S – esta vez, fabricado por Samsung – que esencialmente implica el mismo gesto: competir directamente con las marcas que se han adherido a Android. Por esto es secundaria esa discusión de los últimos días acerca de la difícil coexistencia entre Android y Chrome. Se puede conjeturar que acabarán fusionándose, o no, pero la verdadera dificultad será la coexistencia entre Google y las marcas que hoy se reparten el mercado. Estas empiezan a comprender que sus opciones se estrechan: pueden pagar a Microsoft por una licencia de Windows, o echarse en brazos de Google que les cederá gratuitamente Chrome OS. ¿A qué carta quedarse?


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