21/02/2025

Europa y el morro torcido del amigo americano

Del nuevo vicepresidente de Estados Unidos se podía esperar un discurso contra las regulaciones en la conferencia AI Action Summit convocada por Emmanuel Macron en París. Igual de previsibles eran su menosprecio por la seguridad en la inteligencia artificial y su defensa de los colosos tecnológicos de su país. Todo eso estaba en el guión. Lo que pocos imaginaban eran sus maneras, su desplante al largarse nada más acabar (cierto que sin aplausos). Su actitud resume bien el enfoque de la administración Trump en un terreno que se extiende más allá de los algoritmos y de la IA generativa. Están en juego la robótica, los coches autónomos, los drones y el armamento de última generación.Etcétera.

La cumbre quedó deslucida por la escenificación de la distancia que separa a Europa de Estados Unidos. Hasta ahora, las relaciones entre ambas orillas del Atlántico habían mantenido las buenas formas, incluso con los patinazos de Donald Trump. Pero Vance aterrizó en París con toda la familia [esto de involucrar a los niños empieza a ser costumbre] con un mensaje muy directo: las compañías estadounidenses no se merecen el marcaje de los reguladores europeos, punto.

Puso como ejemplos la Digital Services Act (DSA) y las medidas tomadas en Europa para combatir la desinformación. En obvia coincidencia con la orden presidencial de desmantelar las unidades gubernamentales que perseguían los abusos en ese terreno y desalentar la moderación de contenidos.

Hablaba Vance en el Grand Palais sólo unas horas después de que la Casa Blanca decretara un nuevo arancel del 25% a la importación de acero y al aluminio, que afectará directamente a compañías europeas. No es un mero detalle de contexto, sino que ilustra la postura avasalladora de la nueva administración.

El mensaje de JD Vance fue innecesariamente agresivo.  Pregonó que Europa no tiene más salida que escoger entre la tecnología estadounidense o ponerse del lado de unos competidores autoritarios dispuestos a explotar los servicios tecnológicos a favor de sus políticas, tanto en el interior como en el mundo. China o nosotros. En virtud de ese papel de socio menor que se le reserva, Europa debería eliminar gran parte de las regulaciones que interfieran con los negocios digitales, así como suprimir la vigilancia en Internet de aquello que los gobiernos europeos consideran como desinformación. Con altivez, el vicepresidente propuso un cambio que no es únicamente legislativo sino – según sus palabras – cultural.

El nuevo vicepresidente llegó a la candidatura tras un breve paso por el Senado – la cámara que ahora preside – y aupado por el inversor Peter Thiel, quien le abrió las puertas de los fondos de capital riesgo. Su discurso se desmarcó del que pronunciara su predecesora Kamala Harris en la cumbre celebrada en Bletchley Park  (Reino Unido) en 2023.

De entrada avisó Vance que no venía a hablar de la seguridad de la IA sino de sus oportunidades. En verdad, los organizadores se habían adelantado a alejar el foco de la cuestión más controvertida. Mientras que la cumbre en suelo británico tuvo como lema AI Safety Summit, la de París lo cambió por AI Action Summit. Entre medias, hubo otra cumbre en Seúl, en la que empresas líderes como OpenAI, Google o Meta, así como sus rivales de China y otros países, llegaron a compromisos voluntarios en materia de seguridad. Todos se emplazaron para definir en París unas líneas rojas que requerirían acciones internacionales.

Si ese era el objetivo, la próxima convocatoria tiene mala pinta. El discurso de Vance venía avalado por la postura de Sam Altman, CEO de OpenAI, quien en vísperas de la cumbre publicó un artículo de opinión en Le Monde. Es la misma persona, pero no el mismo personaje: recuérdese a Altman paseándose a comienzos de 2023 por las principales capitales del mundo sembrando advertencias sobre los riesgos de la IA.

El mensaje actual de Altman es muy distinto: hay que dejar que las empresas innoven sin trabas, para favorecer el crecimiento y crear puestos de trabajo. Suena plausible, ¿no es cierto? Pues no todos piensan lo mismo: Dario Amodei, fundador de Anthropic, ha señalado la reunión de París como una oportunidad perdida de afrontar los riesgos que puede traer consigo la IA generativa en países con regímenes autoritarios así como trastornos en el mercado laboral.

En el plano político, resulta auspicioso que la voz más discordante haya sido la de Reino Unido, que rehusó firmar la declaración final. Según el representante del gobierno de Londres, las conclusiones han sido muy poco claras acerca de la gobernanza internacional de la IA: no se han abordado cuestiones relevantes para la seguridad nacional, dijo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, anfitrión de la cumbre, no se desanimó por el desplante de su invitado estadounidense. Reafirmó  que la IA debe estar al servicio de la humanidad y que es necesaria su regulación para evitar los peligros inherentes. Pero lo hizo – pragmatismo obliga –como muestra de diplomacia en la compleja circunstancia que vive la Unión Europea. Macron venía preparado para hablar de la creación de startups en la IA y de las inversiones en centros de datos. Criticó el hecho de que Europa sea demasiado lenta a la hora de captar inversiones y sacó pecho del desembolso de 109.000 millones de euros que tiene previsto Francia. Parte de ellos, puntualizó, se dedicará a construir centros de datos en la que colaborará Mistral y con participación de capital emiratí.

Escénicamente, los mensajes de Macron desprendían entusiasmo. El presidente francés trazó una equivalencia entre la IA y lo que llamó “la estrategia de Nôtre Dame”, como llamó a la reconstrucción del templo parisino por excelencia, en sólo cinco años. Ha sido una obra titánica, sin duda, pero sin comparación posible con lo que se discutía en la cumbre.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, también tiró de símiles al anunciar una inversión de 200.000 millones de euros en IA, de los que 150.000 millones deberían correr a cargo del sector privado. Aventuró el ejemplo del CERN, que atrae talento de todo el mundo, pero otra vez la comparación falla por la base: se trata de un proyecto científico al que le falta el elemento de competencia por un mercado que se espera sea suculento.

En medio de tanta incertidumbre, la postura de China apareció esta vez como la más diplomática y sensata. Uno de sus viceprimeros ministros, Zhang Guoqing, señaló que su país está dispuesto a cooperar con otros en materia de seguridad en la IA. ¿Fue un intento de llenar  el vacío dejado por Estados Unidos?  Quizás, pero lo cierto es que Donald Trump ha suprimido las órdenes de Joe Biden sin dar señales de que prepare una nueva doctrina.

En el actual frenesí por la IA parece olvidado que los centros de datos conllevan un aumento significativo de la huella de carbono. Sólo una referencia en boca de Macron, quien  alardeó de que Francia obtiene el 70% de su electricidad de centrales nucleares, para argumentar que con esta fuente de energía se pueden alimentar grandes centros de datos sin contaminar la atmósfera.

El voluntarismo del presidente francés rozó el pathos cuando llegó a presumir de “un buen amigo al otro lado del océano que suele decir drill, baby, drill”. Él mismo dijo preferir otro lema: plug, baby, plug.

La visión de conjunto se amplía si se atiende a lo que en los márgenes de la cumbre dijeron algunos padres contemporáneos de la inteligencia artificial. El pionero de las redes neuronales Yoshua Bengio, catedrático en Montreal, y Geoffrey Hinton, quien dimitió de una vicepresidencia de Google alegando riesgos en el desarrollo de la IA de la compañía, se mostraron preocupados por la obsesión con la AIG (inteligencia artificial general).

La tesis de Bengio y Hinton – que en 2018 compartieron el premio Turing – fue opacada por el ambiente político: viene a decir que la tecnología podría escapar del control de sus creadores si alcanzara objetivos propios no alineados con el bienestar de la humanidad. Otra figura prominente invitada a París fue Stuart Russell, catedrático de Berkeley, quien recordaba que ante los avances de las técnicas de clonación, los científicos acordaron no proseguirla en humanos. De modo análogo, Russel propone una moratoria en la búsqueda de la AIG y una regulación organizada por niveles que sea más estricta aún que el Reglamento Europeo de IA.

Si algo ha quedado claro al cierre de la AI Action Summit, es que las corrientes dominantes van en otra dirección.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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