A menos de un mes de las elecciones en Estados Unidos, la industria tecnológica está lógicamente preocupada por sus intereses genuinos – regulación y relaciones con China, entre otros – pero el ruido de la campaña ha puesto en primer plano la relación de los candidatos con el movimiento cripto. Donald Trump se ha entregado en cuerpo y alma a este globo financiero y, a su modo, ha llevado a Kamala Harris a una incómoda ambivalencia. Podría sorprender a algunos, tras sonados fiascos como la peripecia de Sam Bankman-Fried, derrochador de dinero entre políticos, pero los crypto bros presionan en favor de una legislación favorable que les fue negada por la administración Biden-Harris.
Donald Tump vs. Kamala Harris
Los veinticinco años de condena como culpable de fraude que le han caído a Bankman-Fried, además de otras quiebras y estafas de varias formas y procederes, entre ellos el estrepitoso fracaso de los NFT o la volatilidad extrema de las criptomonedas – incluso aquellas irónicamente llamadas stablecoins – no parecen haber puesto en guardia a los políticos estadounidenses, en especial a los republicanos pero el reproche alcanza a una parte de los demócratas.
Si se mira retrospectivamente a 2021, el mercado que genéricamente se conoce como cripto llegó a dispararse un 300% hasta alcanzar los 2,5 billones de dólares para, un año después, caer a la mitad y luego – este año – mejorar un 45% gracias a la polémica autorización por la SEC (Securiies and Exchange Commission) que libera los fondos cotizados que se guían por la evolución de ese precio, en una extraña muestra de amnesia colectiva.
La opinión de Trump sobre las criptomonedas, cuyo funcionamiento profundo ignora la mayoría de quienes van a votarle, puede llegar a ser tan volátil como muchas otras del candidato republicano. Hace tres años, las llamó estafas y las denunció como una amenaza contra el dólar, pero con el tiempo se ha erigido en uno de sus paladines, a la vez que en gran receptor: según él mismo, habría recaudado el equivalente a 25 millones de dólares en criptomonedas para financiar su campaña.
La promesa de Trump, el pasado julio, de convertir Estados Unidos en “la superpotencia mundial del bitcoin” y el eufórico apoyo de Elon Musk, han despertado la fiebre de sus adictos, una tropa entre la que no sólo hay frikis sino consumados financieros y su clientela. He ahí el quid de la cuestión: con ese beneplácito, los criptoactivos [esto es, los activos denominados en criptomonedas] valen ya más de 2 billones de dólares y tienen en Estados Unidos unos 40 millones de inversores minoristas.
El compromiso asumido por Trump al acudir a la conferencia anual del bitcoin, en Nashville – que por primera vez acogía a un candidato presidencial y a la que estuvo a punto de acudir Harris antes de pensárselo mejor – ha tenido efecto inmediato: la criptomoneda más conocida de la galaxia alcanzó su máximo histórico con 70.000 dólares.
Para respaldar su nueva narrativa, Trump ha colocado en su diana a Gary Gensler, a la sazón presidente de la SEC y, con total certeza, el personaje más detestado por los peregrinos a Nashville. A fin de cuentas, Gensler ha impulsado acciones legales contra pesos pesados de este negocio, como Binance, Coinbase, Kraken y Gemini, con el convencimiento de que estas plataformas de intercambio (o exchanges) deberían ser supervisadas por la SEC como lo es cualquier trader que se tercie. Pues bien, el candidato republicano ha prometido que despedirá fulminantemente a Gensler apenas llegue a la Casa Blanca debido a su “hostilidad manifiesta” al negocio cripto.
Los lideres de este movimiento, y no pocos de sus palmeros en la prensa, llevan meses avisando que el planteamiento actual, tibiamente restrictivo, acabará por frenar la innovación (sic) que, según ellos, generan las criptomonedas. E incluso, sugieren, podría provocar una salida de capitales atados a este fenómeno hacia países permisivos. En este contexto, no puede sorprender que los ejecutivos que manejan activos digitales estén trajinando en la recaudación de fondos para la campaña de Trump, claramente su favorito.
Además de prometer el escarmiento público de Gensler, el candidato republicano ha lanzado otro órdago que escandaliza a los economistas de prestigio: propone la creación de una “reserva estratégica nacional de bitcoins”, inicialmente alimentada por los millones confiscados por el gobierno federal a los defraudadores. El más conocido de estos economistas, Paul Krugman, advierte desde su columna en el New York Times (en España la publica dominicalmente El Pais) que se trata de una idea descabellada que socavaría la independencia de la Reserva Federal. Por su lado, una de las teorías de los afines a Trump preconiza una devaluación del dólar que favorecería las exportaciones pero – avisan sus adversarios – dispararía la inflación. Por cierto, Trump ha dejado caer que hará todo lo posible por destituir al presidente de la Fed, Jerome Powell.
Ya que, por definición, nadie controla el bitcoin, convertirdo en moneda de reserva es a todas luces una idea temeraria. Hoy en día es posible imprimir más billetes cuando, por ejemplo, el déficit presupuestario lo requiere, lo que no podría hacerse con las criptomonedas (aunque sí se podría crear otras nuevas de fantasía, que agravarían el problema). Aunque la cotización del bitcoin en mercados a la carta puede confundir, nadie serio espera que super a las monedas fiduciarias y mucho menos al dólar, eje del comercio mundial. La payasada salvadoreña no es replicable: según el Banco Central Europeo, entre el 2% y el 8% de los ciudadanos de la UE poseían criptomonedas en 2022 y, desde luego, no las usaban para hacer la compra.
Sea como fuere, Trump está decidido a adornar su campaña con un rosario de promesas al mundillo cripto. Y los grandes bancos han tomado nota de que en esas tinieblas hay negocio. La designación del senador novicio JD Vance como candidato a la vicepresidencia ha sido propulsada por los megamillonarios Peter Thiel y Elon Musk, que en el pasado coincidieron como fundadores de PayPal y ambos han aportado millones a la campaña.
Pese a las apariencias, los apoyos a Trump en la galaxia cripto no son unánimes. Una excepción es el cofundador de Ethereum, Vitalik Buterin, quien ha criticado lo que llama matrimonio de conveniencia de sus colegas con los republicanos. Por su lado, el inversor Vinod Khosla – célebre cofundador de Sun Microsystems – ha afirmado que si algo demuestra este episodio es lo fácil que resulta comprar las opiniones de Donald Trump.
No se puede pasar por alto el anuncio de que Trump ha montado su propio chiringuito de criptomonedas, World Liberty Financial. Lo hizo público en septiembre, coincidiendo con sus promesas de una regulación más laxa de los activos digitales, aderezada con criticas a los “grandes bancos, lentos y anticuados”. Los vástagos del magnate, Eric y Donald Junior, llevan adelante la iniciativa que, según parece, apunta a intermediar en préstamos basados en su propio token o vinculados a una cesta de criptomonedas.
Frente a este panorama, Kamala Harris – y no pocos de los candidatos demócratas a congresistas – se ve en una postura incómoda. Por un lado, representan la continuidad de una administración que ha llevado ante la justicia a varias firmas dedicadas al tráfico cripto y que en términos generales, ha endurecido su postura ante las grandes tecnológicas. Por otro, como ex fiscal en California que fue, Harris conoce el trasfondo oscuro de muchos millonarios que se han enriquecido con las criptomonedas.
El equipo de campaña de Harris le habría sugerido que la equidistancia es lo más sensato dadas las circunstancias. Así se explica su silencio ante los ataques republicanos contra Gensler y a Lina Khan, presidenta de la FTC (Federal Trade Commission) y látigo de las Big Tech, pero se ha abstenido de dar la impresión de que su presidencia atenuará la regulación, como le reclaman desde el Silicon Valley.
Es como poco curioso que haya surgido un grupo autobautizado como Crypto4Harris que, pese a su nombre, intenta no involucrarse con el partido Demócrata. Porque la inclinación de la industria tecnológica hacia las criptomonedas no es exactamente simpatía ideológica sino más bien supervivencia. Este fenómeno es comparable al giro que dieron las industrias basadas en combustibles fósiles, súbitamente republicanas cuando los demócratas agitaron reivindicaciones ambientales. Algo hay en ello de inquietante: el sector cripto nació con una cierta vocación de situarse al margen del sistema pero con el tiempo ha terminado encomendándose a un populista que le ofrece una suerte de inmunidad si lograse volver al Despacho Oval.
Habría mucho más que analizar, desde luego. Por ejemplo, cómo los millonarios de las tecnologías se han erigido en protagonistas de un «nuevo relato” que se extiende por las redes sociales con irreparable propensión al bulo malintencionado. Buena parte de la élite tecnológica – Musk sería su exponente más bocazas, pero no el único ni mucho menos – juega a sentar cátedra sobre los asuntos más diversos y recluta partidarios en ámbitos que le son sociológicamente ajenos. Sus brincos en el acto electoral de Trump la semana pasada no son sólo producto del desvarío de un personaje sino la expresión de una corriente profunda que considera necesario ir más lejos que el conservadurismo clásico de los republicanos. Y que, dicho sea de paso, tiene émulos crecidos a este lado del Atlántico.
[informe de David Bollero]