Los internautas europeos son tan hipocondríacos como cualquier otro habitante del planeta. Es la primera conclusión, nada sorprendente, de los datos contenidos en el estudio European citizens digital health literacy, promovido por la Comisión Europea dentro de su serie de eurobarómetros. Hay otra conclusión más inquietante: la UE derrocha tiempo y dinero en informes estériles, mientras demora el desarrollo de proyectos de eHealth que, según sus tesis, devengarían importantes beneficios para los ciudadanos. Es llamativo que el marco de actuación en este campo sea un plan 2012-2020, concebido hace cuatro años, como si nada nuevo ocurriera con las tecnologías que debería impulsar.
Resulta que un 60% de los usuarios europeos de Internet consultan en la red los detalles sobre sus dolencias, reales o presuntas, y un 92% de este grupo humano afirma que tal práctica le ayuda a mejorar su conocimiento de aquello que puede afectar a su salud. Para este viaje no se necesitarían alforjas. Que es más o menos lo que asegura Toomas Hendrik Ilves, a la sazón presidente de Estonia (reelegido en 2011) y del grupo de trabajo que elaboró el Plan de Acción sobre Salud Electrónica: «somos conscientes de que [en la aplicación de las TIC a la salud] Europa lleva un retraso de diez años como mínimo con respecto a prácticamente cualquier otro ámbito de aplicación».
El documento subraya que Europa exige reformas estructurales profundas que garanticen la sostenibilidad de sus sistemas sanitarios, al mismo tiempo que el acceso a sus servicios para todos los ciudadanos. Pero, ay, la crisis económica, la fragmentación del mercado y otras barreras, han limitado los alcances de las soluciones de eHealth, que en 2007 había sido designada como uno de los seis centros de actuación prioritarios.
La eHealth se ha enfocado en Europa a la personalización de los servicios de salud, a la gestión de enfermedades crónicas, la capacitación de los pacientes y los profesionales sanitarios, la prevención y detección de enfermedades, y la mejora de la eficiencia de las infraestructuras a través de proyectos que, en su mayoría, no han pasado de la fase piloto. No parece, a la vista de los resultados del eurobarómetro, que el esfuerzo esté llegando en la práctica a la ciudadanía: sigue habiendo obstáculos (políticos, jurídicos, etc) para aprovechar las ventajas que se atribuyen a un sistema maduro e interoperable de salud electrónica.
Se roza el desconcierto al pensar en la potencialidad de los recursos tecnológicos que han proliferado desde que se planificó el estudio. Porque eHealth es un concepto que ha sido desbordado por otro, mHealth y este a su vez podría ser reemplazado, al menos parcialmente, por otro palabro, wHealth, si efectivamente los wearables en boga llegasen a ofrecer algo más que parámetros sobre la actividad física del usuario. Muchas apps se están desarrollando con esa perspectiva.
Pero el estudio de la CE busca un sesgo objetivable. El gasto en sanidad pública conjunto de los 28 estados miembros de la UE ascenderá al 9% del PIB en 2050, debido al envejecimiento de la población y otros factores socioeconómicos. Frente a ello, la utilización de tecnologías disponibles permitiría ahorros multimillonarios que otro estudio, en este caso patrocinado por GSMA y elaborado por PwC cifraba en 2013 en unos 100.000 millones de euros cuatro años después (es decir, en 2017) gracias a las aplicaciones de las comunicaciones móviles.
La cantidad – sospechosamente redonda, pero pase el que sigue – supondría un 18% menos per cápita y un 35% en el caso de tratamientos a pacientes crónicos. Puestos a calcular ahorros, los estadísticos estiman una reducción de 42 millones de días de trabajo del personal médico, que posibilitarían tratar a 130 millones de pacientes nuevos sin inversiones adicionales en recursos humanos. Asombroso optimismo que elude enunciar la disyuntuva público-privado en que se debaten los expertos en sistemas de salud.
La CE se declara consciente de que mHealth es un área en desarrollo acelerado: 100.000 apps – subiendo en progresión geométrica – están disponibles a través de distintas plataformas globales. Mientras tanto, en España, se asegura que la ´salud móvil` podría ahorrar al sistema sanitario más de 10.000 millones de euros en 2017 [otra cifra redonda, el 10% de lo calculado para Europa en su conjunto].
Las cifras dan para mucho, por eso llama la atención que la CE necesite constatar que los ciudadanos europeos están ávidos de información acerca de su salud y que, cómo no, Internet es uno de sus canales favoritos para encontrarla. Dice el informe que el 59% de los internautas europeos navegó en busca de información sobre estos temas durante los doce meses anteriores a la encuesta (26.500 entrevistas) y, de ellos, el 10% lo hicieron una o más veces por semana, el 13% una vez al mes y el 27% con una cadencia superior. Por deducción – el estudio no se detiene en este detalle – el 41% no utilizó Internet con ese propósito.
¿Qué buscan los internautas? Una media del 55% (el 62% en España) navega en un mar de información general sobre salud o en fórmulas para mejorar la suya. Una proporción no muy diferente, el 54% (58%) orienta su brújula a datos específicos sobre algún trastorno o enfermedad cuyo nombre conoce. Algo menos de un cuarto, 23% (21%) planteó búsquedas de tratamientos o procedimientos médicos, mientras que un 10% (14%) buscaba una segunda opinión.
Sin entrar a analizar la calidad de la información que pulula en Internet – un asunto discutible donde los haya – el ranking de fuentes online (sobre una lista de siete) coloca en primer plano a los motores de búsqueda, que utilizan el 82% (87%) de los usuarios. Los websites específicos sobre salud – incluyendo blogs y foros – son la segunda fuente, con casi la mitad de las consultas, mientras los relacionados con organismos oficiales acumulan una tercera parte. A continuación vienen, en este orden, periódicos y revistas especializadas, redes sociales y apps móviles; quedan en último lugar las websites de organizaciones de pacientes.
A los sintetizadores de resultados se les nota contentos de que el 89% de los encuestados se declaren satisfechos con la información encontrada, pero esto ocurre sólo en Suecia, Irlanda y Reino Unido, porque el grado de insatisfacción aumenta al acercarse al Mediterráneo. Reconforta saber que el 94% de los navegantes europeos dice conocer los procedimientos para encontrar las respuestas que pretende; para un 83%, en la Red hay datos suficientes y un 81% cree distinguir la información cualificada de la que no lo es.
Claro que no hace falta mayor análisis estadístico para demostrar que los ciudadadanos de todo el mundo (sean internautas o no, europeos o no) desean conocer la etiología de ese grano que les ha salido, las virtudes de la dieta que les han recomendado, o la diferencia entre una proteína y un hidrato de carbono. Sería interesante conocer la opinión de los médicos acerca de la calidad de la información circulante, y sobre su valor como ayuda a la prevención.
[informe de Lola Sánchez]