La compra por Microsoft de la empresa Xamarin es un signo de los tiempos que vive aquella desde que Satya Nadella acuñó esa letanía dual que cada uno de los empleados de la compañía tiene bien aprendida: ´mobile first, cloud first`. De estos dos pilares básicos, el segundo va funcionando, si se juzga por los resultados, mientras que el primero se ha empantanado en la búsqueda de una política multiplataforma. Es comprensible que barreras culturales sean obstáculos para cumplir el desideratum de una Plataforma Windows Universal [UWP] que debería llegar con Windows 10. Pero es un error pensar que la cantidad de Lumias o Surfaces vendidos sea la medida, buena o mala, de la estrategia.
Tal como la ha diseñado Nadella esa estrategia, implica apoyarse no sólo en el sistema operativo propio sino también (y, podría decirse, sobre todo) en las plataformas rivales, como pivotes sobre los que apuntalar la primacía de Microsoft en el software de productividad, ahora en modo SaaS, y la buena acogida que está mereciendo su nube Azure. Para ello, tiene que evitar que se instale en el mercado la idea de que existe una brecha insalvable entre Windows y el resto del mundo.
Ahora bien, que Microsoft haya quedado descabalgada de la carrera del smartphone – menos de un 2% de cuota, según Gartner – no significa que esté pensando en abandonar. Una de las razones por las que Windows parece estar perdido en un mar dominado por las flotas de Android y, en menor medida, iOS, es la incapacidad de Microsoft para convencer a los desarrolladores, una legión cada vez más numerosa pero reacia. ¿Quién, con un mínimo sentido práctico, desarrollaría aplicaciones para una cuota marginal de usuarios, cuando tiene a su alcance millones de individuos y empresas seguidoras de los dos sistemas operativos dominantes?
Una vez aceptada la premisa de que necesita acoplarse a los sistemas de Google y Apple – que ya es tragar sapos – para que a Windows 10 no le pase lo mismo que a Windows Phone, Microsof tiene que resolver cuanto antes un dilema: favorecer desarrollos nativos para cada plataforma móvil (lo que mejoraría la experiencia de usuario, pero a mayor coste) u optar por un modelo híbrido, porque a cualquiera le aterra enfrentarse a múltiples bases de códigos que mantener.
Antes de seguir adelante, conviene advertir que no se trata de captar una cantidad de desarrolladores para que trabajen con Windows 10 – que también, por qué no – sino de facilitarles su incorporación a un esquema multiplataforma. Dicho sencillamente: si ahora un desarrollador quiere crear una aplicación para iOS, puede construirla idéntica para Android, pero tendrá que duplicar una parte del trabajo, porque ni Google ni Apple le van a facilitar las cosas. Xamarin le permite simultanearla con la misma herramienta que, a la vez, será compatible con Windows. Y, al mismo tiempo, ese desarrollador tendrá a su disposición los recursos cloud de Azure, en lugar de ponerse – como suele suceder – en manos de Amazon Web Services. Microsoft gana unas utilísimas relaciones con la comunidad open source, que buena falta le hace, por razones históricas.
En una entrevista reciente, Scott Guthrie, VP ejecutivo de Microsoft – sustituto de Nadella en su responabilidad precedente –que está a cargo de la división Cloud and Enterprise Group, explicaba que «la estrategia [multiplataforma] debe ser un facilitador para que los desarrolladores compartan con facilidad códigos de aplicaciones móviles a través de iOS y Android así como Windows, aportando experiencias nativas en cada una de las plataformas». En fin, esto es exactamente lo que se busca con la compra de Xamarin.
Con esa finalidad, la empresa, fundada en 2012 y que emplea 350 programadores – proporciona compiladores de C, con el lenguaje del entorno .NET. Escribe Guthrie en su blog que, con esta adquisición, «podremos llevar adelante una integración profunda y facilitar experiencias ilimitadas en la movilidad. La combinación de Xamarin, Visual Studio, Visual Studio Team Services y Azure proporciona una solución completa para las necesidades de los desarrolladores»
El origen de Xamarin no es otro que dar continuidad al proyecto Mono, opción clonada open source de .NET, creada por el programador mexicano Miguel de Icaza . La confluencia con Microsoft tiene una historia por lo menos curiosa. A su fundador le sería aplicable el dicho de que «el que la sigue, la consigue». A mediados de los 90, el joven Icaza viajó hasta Redmond para una entrevista de trabajo en la sede de Microsoft, que resultó fallida porque cometió el desliz de desvelar su entusiasmo con el software libre, por aquel entonces – y hasta hace bien poco – un anatema absoluto en la compañía donde pretendía trabajar.
Al poco, Miguel de Icaza se labraría una sólida reputación como creador de GNOME, entorno gráfico de escritorio para Linux, todo un hito del código abierto, usado en Ubuntu y otras distribuciones. Claro que,a la postre, el antecedente no le salvó de ser atacado por los integristas de Linux, muy disgustados por su raro empeño en buscar una fórmula de acercamiento entre Microsoft y la comunidad open source.
Desde su creación, Xamarin ha firmado numerosos acuerdos y ha reclutado desarrolladores para su proyecto Mono, que tal vez no se hubieran sumado si el propietario fuera Microsoft. La relación bilateral se ha fortalecido al punto de ceder a Icaza un inusual protagonismo en la conferencia de desarrolladores Build de 2015 [y volverá a lucirse en la de 2016, que empezará mañana en San Francisco]. Los rumores de compra fueron una y otra vez desmentidos, pero en el ambiente flotaba una apariencia de relación privilegiada.
Por su lado, Xamarin se dejaba querer por otros eventuales candidatos, pero ninguno hubiera estado tan alineado como Microsoft con el espíritu de sus fundadores. Ximian, la empresa anterior de Icaza y su socio Nat Friedman, fue vendida a Novell, que les autorizó a seguir desarrollando Mono, y para eso crearon Xamarin.
Las intenciones de las partes en la compra de Xamarin por Microsoft son tan evidentes, que el único interrogante posible es por qué no se hizo antes. Es verdad que Icaza y Friedman tienen acuerdos firmados y que algunos de los desarrolladores reclutados para su proyecto open source tal vez no se habrían sumado de haber sabido que acabarían siendo empleados de Microsoft.
Obviando las frases de rigor del anuncio, es pronto para conocer en detalle las consecuencias de la adquisición. Queda claro que Microsoft compra una empresa con 15.000 clientes, algunas decenas de millones de ingresos (es lo de menos) y cuyo producto es usado por más de un millón de desarrolladores. Una derivada probable es que la UWP sea adaptada para cubrir iOS y Android, pero no está escrito que sea fácil, por la incompatibilidad presente con XAML, idioma de presentación de la pretendida plataforma universal de Windows.
En los últimos días se ha señalado el riesgo de que la cultura abierta y colaborativa de Xamarin, impulsada por sus fundadores, pueda chocar con el enfoque jerarquizado que prima en una organización como Microsoft: encajar ambos rasgos en una misma envoltura no ha de ser tarea fácil.
Por otra parte, el espíritu del movimiento open source tiene mucho calado entre los desarrolladores de la comunidad que rodea a Xamarin. Aun así, Friedman se ha mostrado exultante [y no sólo por el precio, estimado entre 400 y 500 millones de dólares] al calificar la operación de «ajuste perfecto».
En el capítulo de las dudas, ha surgido otra observación: ¿qué pasará con las alianzas que Xamarin había contraído con IBM, Oracle y SAP, entre las más conocidas? Ya puestos, ¿qué será del trabajo que han hecho algunos desarrolladores afines a Microsoft con los «puentes» que se les había prometido para una mejor compatibilidad entre plataformas móviles? Por razones no bien explicadas, han podido avanzar más en dirección a iOS que hacia Android. Nunca llegó a confirmarse si el «puente» entre Windows 10 y Android, provisionalmente llamado Astoria, ha sido abandonado. Xamarin podría ser su epitafio o asimilar lo ya avanzado. En cualquier caso, Microsoft tiene motivos para estar contenta: finalmente, esta partida puede jugarla con comodín.
[informe de Arantxa Herranz]