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  5/11/2018

Big Blue + Red Hat = Big Purple (o algo así)

Históricamente, se trata de la cifra más alta pagada por una empresa de software: la absorción de Red Hat por IBM se ha tasado en 34.000 millones de dólares. Nunca IBM nunca había desembolsado más de 5.000 millones por una adquisición (la de Cognos en 2008). Ah, el precio pactado representa una prima del 63% sobre la cotización del día anterior al  anuncio, pero además equivale a – nada menos – 51 veces los beneficios estimados de la adquirida el año próximo. Queda por dilucidar si la transacción es un  game changer, como la califica Virginia Rometty, CEO de IBM. La compañía antes conocida como Big Blue, se achica más cada año. ¿Será la compra una solución o un espejismo cromático?

Virginia Rometty

Como su predecesor Sam Palmisano, Rometty no ha encontrado mejor manera de defender la cotización que recomprando acciones propias, una táctica que ahora suspenderá para financiar tan costosa adquisición. En lo que aquí viene al caso, IBM ha fallado en su intento de competir por un puesto de cabeza en el mercado del cloud computing para lo que en 2013 compró SoftLayer. Ocupa, al decir de Gartner, la lejana cuarta plaza del ranking de proveedores de IaaS (o la quinta, si se cuenta Alibaba, muy centrada en China) con una cuota minúscula. Es verdad que sus ingresos por esa actividad crecen, pero mucho menos que los correspondientes de Amazon (AWS), Microsoft (Azure) y Google, por lo que la brecha se ensancha.

Virginia Rometty, en el séptimo y seguramente último año de su  mandato, asegura que la absorción de Red Hat “resetea” el mercado cloud. Será su legado y siente necesidad de explicarse: hasta ahora – ha dicho – las empresas sólo han movido a la nube sus cargas más fáciles, cuyo volumen estima en el 20% del total, por lo que la siguiente fase del mercado consistirá en una dura competición por el 80% restante. Ahí quiere estar IBM y no podría hacerlo sólo con sus fuerzas.

Potencialmente, gran parte de ese 80% de cargas on-premise no se moverán a proveedores externos sino que se convertirán al modo híbrido. Combinarán el recurso a nubes públicas (la de IBM es minoritaria) con la transformación de los centros de datos corporativos (muchos basados en sistemas de IBM) en nubes privadas.

Cloud híbrida, sería la receta. La comparten otras compañías que, tras intentarlo por un tiempo, han renunciado a estrellarse contra los gigantes  (HPE, Cisco o Fujitsu, entre otros) o han optado, como VMware, por aliarse con ellos. La acepción de nube híbrida que postula IBM se apoya en asimilar las capacidades de Red Hat, gran proveedor de software Linux a empresas, con el que ya tenía una larga historia de colaboración

Durante meses había circulado el rumor de que Jim Whitehurst, CEO de Red Hat, buscaba discretamente un comprador. Claro está que no podía haber muchos candidatos en condiciones de pagar una prima elevada por una compañía cuyo valor en bolsa era de 20.000 millones de dólares y bien podía seguir disfrutando de su rentabilidad. El nombre más citado era el de Microsoft, lo que tenía lógica: Red Hat era la única alternativa a su dominio del mercado de sistemas operativos: 72% contra 7,4%.

Hay quien opina que el precio pagado por IBM se justifica por una puja implícita con Microsoft, que en tal extremo habría acumulado una cuota del 80% de ese mercado. Se calcula que IBM pasará a controlar un 12%, con un matiz relevante: el sistema operativo preferido en el mundo  cloud no es Windows Server sino Linux.

Al respecto, es notorio el acercamiento de Microsoft al software abierto; la compra de GitHub es la prueba viviente de que la batalla girará en torno a la vasta comunidad de desarrolladores open source, una de las claves para ser creíble en el mercado cloud. Lo ha recordado estos días Whitehurst: “no somos una compañía open source, como se ha dicho, sino una compañía de software con un modelo de desarrollo open source”. Que no es lo mismo.

Ahí está el núcleo. IBM no ha obtenido los frutos que esperaba de su propia plataforma de desarrollo Bluemix, pero Red Hat puede aportarle su comunidad de desarrolladores, que a la vez podrán sacar partido de las economías de escala y de la potente estructura de marketing, soporte y partnership que tiene IBM para participar de una oferta de cloud híbrida.

Ya sea por iniciativa propia o mediante acuerdos con Red Hat, IBM ya tiene un catálogo de soluciones basadas en Linux, circunstancia que puede entenderse como garantía contra el supuesto “choque de culturas” sobre el que en estos casos advierten algunos analistas.

IBM se coloca súbitamente en primera fila de la tendencia multicloud de la industria y de sus clientes. Ha declarado Rometty que un cliente típico suele tener un millar de aplicaciones en espera de modernización; ese cliente trabaja normalmente con varios proveedores cloud y padece como principal inhibidor el hecho de que esas cargas no sean portables de una a otra nube.

En palabras de Jim Whitehurst, “no se trata de llevar todos los  datos a la nube sino de llevar la experiencia de la nube a donde están los datos”. Así dicho, los clientes de IBM deberían sentirse a gusto haciendo el viaje en compañía de Red Hat y su galaxia de desarrolladores. Se infiere de ello que, por separado, las dos compañías corrían el riesgo de vegetar rodeadas de una industria en brutal transformación: una lastrada por su pasado, otra demasiado pequeña para plantar cara a los grandes. Dicho sea con todo respeto, ¿quién rechazaría 190 dólares por una acción que el día antes valía 117?

IBM no compra Red Hat por su flujo de ingresos – nada despreciable: 2.900 millones en 2017 – sino porque le da la oportunidad de compensar la decadencia de las plataformas ´propietarias` que crecientemente pierden el favor de sus clientes.

Como no ignoran los lectores, Red Hat ha sido estandarte del movimiento open source y prácticamente es la única que ha ganado dinero durante casi toda su existencia. Y ha sido rentable, algo que no puede decir IBM. Linux es abierto y gratuito, pero la distribución de Red Hat sobresale por sus mejoras y herramientas que, junto con el servicio  de soporte, justifica que las empresas  estén dispuestas a pagar.

Está por ver cómo reaccionará el resto de la industria. Red Hat se ha dado el lujo de tener muchos socios, ninguno preferente. Según su CEO  Whitehurst, se respetarán todos los acuerdos. Vale, pero ¿se resignará Microsoft? Por otro lado, las buenas relaciones que mantienen IBM y VMware podrían chocar con la enemistad de esta con Red Hat. Y, en otro plano, ¿qué estarán barruntando HPE, Dell, Cisco o Lenovo, hasta ahora cómodos con la independencia de su socio Red Hat?

La verdad, tampoco abundan las opciones en el mundo open source. Tal vez Canonical (Ubuntu) o Suse podrían asumir en parte el rol que ha sido característica de Red Hat, pero no tienen una presencia comparable. Esta escasez de alternativas ayuda a explicar por qué la señora Rometty se ha liado la manta a la cabeza para tapar la grisura de su trayectoria.


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