No se sabe (ni se sabe si se sabrá alguna vez) cuál ha sido el papel de Bill Gates en la decisión de Steve Ballmer (Detroit, 1956) de abandonar el cargo de CEO de Microsoft, que ha ocupado desde enero del 2000. No se sabe, pero hay elementos para deducirlo. En su memorando a los empleados de la compañía, Ballmer les dice que su intención original era retirarse a medio camino de la transformación que él mismo ha iniciado con la reorganización anunciada el 11 de julio, dando así a entender que ha cambiado de parecer por sugerencia del consejo de la compañía, cuyo chairman a la sazón es el fundador y primer accionista, Bill Gates. A quien, por cierto, no dedica en su texto una sola palabra.
Las reacciones ante la noticia han sido dispares, pero nadie va a derramar lágrimas por el eclipse de un personaje más temido que querido. A los empleados de Microsoft les ha pillado por sorpresa, cuando muchos no saben siquiera quién será su jefe tras la reestructuración en marcha. Y tal vez sus jefes no esperaban la abrupta salida del superjefe. En bolsa, la acción subió inicialmente, para volver a caer, un síntoma de que incluso quienes detestan a Ballmer han entendido que su ausencia traerá problemas. Parece razonable suponer que la decisión sobre el relevo se tomará pronto, posiblemente antes de la junta de accionistas de noviembre: una compañía del tamaño de Microsoft no puede ser gobernada por un «pato cojo».
En febrero del 2008, cuando el autor le entrevistó para La Vanguardia, Ballmer todavía esperaba retirarse cuando la menor de sus hijas entrara en la universidad, lo que debería ocurrir en 2018. Los críticos le reprochaban su histrionismo [my public relations mode, replicaba] y el fracaso de Windows Vista, que ha prolongado hasta hoy la vida de Windows XP, un sistema operativo que data de 2001.
La semana antepasada, al saberse de su retirada, abundaron los inventarios de sus errores, y muchos se regocijaron con jocosos montajes de videos en YouTube. Pero si se mira el balance con objetividad, es obligado matizar.
En trece años al frente de la compañía, Ballmer multiplicó los ingresos y los beneficios y repartió muchos millones en dividendos a los accionistas. El mayor reproche que se le hace es de naturaleza bursátil¸cuando tomó el mando de manos de Gates, en enero del 2000, la acción de Microsoft había empezado a caer – estaba próximo el estallido de la burbuja – y el 22 de agosto de ese año cotizaba a 35,62 dólares; el mismo día del 2013, cuando anunció su retirada, seguía estancada en 34,75 dólares. Esta es una visión unilateral, porque en todos los terrenos Microsoft ha crecido, menos en su valor bursátil.
Su temperamento impidió a Ballmer apreciar por dónde se le escaparía el mercado en beneficio de los competidores de nuevo cuño. Destinó una fortuna a recuperar terreno en los servicios y la publicidad online (paradójicamente, la inversión más rentable fue la compra del 1,6% en Facebook). Cometió el error de ningunear la aparición del iPhone (no fue el único) y la innovación que traería al mercado, con el resultado de relegar a Windows Phone a un espacio marginal; pese a que Microsoft inventó el concepto de tableta, en 2013 sigue sin tener un producto para competir con Apple y Google. Tardó demasiado tiempo en seguir la corriente de ´la nube` por temor a que implicara sacrificar los ingresos por licencias de software (en este punto sí que ha sabido recuperar el tiempo perdido).
Algún analista iluminado ha sugerido que lo que debería hacer Microsoft es abandonar los segmentos de consumo, o segregar esas actividades en las que pierde dinero, para concentrarse en el terreno que domina, la tecnología para las empresas. Ballmer ha replicado mil veces que tal pretensión (a la medida de especuladores y especialistas del desguace) sería un suicidio en el contexto que se conoce como ´consumerización`. En cambio, propuso y había empezado a concretar, la transformación de Microsoft en una empresa «de dispositivos y servicios», modelo de negocio transversal en el que se atisba el futuro de la compañía.
La caída de la capitalización en bolsa ha servido de munición a unos «inversores activistas» (Value Act y Greenlight Capital) para convocar a la revuelta de accionistas con el fin de tumbar a Ballmer. No hubieran llegado lejos, porque sólo con la suma de las acciones que poseen Gates y Ballmer habría bastado para derrotar a los revoltosos. Sin embargo, el fundador no ha querido dar esa batalla: acaba de anunciarse que a Value Act se le otorgará un puesto en el consejo. Esto da una idea de la derrota de Ballmer.
Quién sucederá al sucesor, es una pregunta acuciante. El propio Ballmer, y el comité de nombramientos del consejo, han trabajado durante un tiempo en la definición de los atributos que debería reunir cualquier candidatura, pero las cosas se han precipitado. Lo que está claro es que no tiene la opción de nombrar un heredero. Circulan ocurrencias peregrinas, pero un primer dilema es si ha de ser alguien de dentro o de fuera de la compañía; en todo caso, en la segunda opción, sólo sería plausible escoger alguien que, habiendo ocupado un cargo directivo en Microsoft, conozca bien la compañía y comparta esos mecanismos que a veces llaman cultura.
Puestos a dar nombres, se citan los de varios presuntos candidatos que – tras ver frenadas por Ballmer sus ambiciones – emigraron a otras empresas en los últimos años: Kevin Johnson (Juniper Networks), Stephen Elop (Nokia), Paul Maritz (VMware/Pivotal) y Bill Veghte (HP); obviamente, se ignora si aceptarían volver al redil. Sería, en cualquier caso, una hipótesis de riesgo. Primero, porque tendrían que coexistir con Ballmer durante una fase de transición compleja; segundo, porque despertarían reticencia entre quienes se han quedado mientras ellos triunfaban fuera.
Por lo anterior, tienes más partidarios la opción de un sucesor o sucesora interno/a. Con una reestructuración anunciada hace sólo cinco semanas, que reduce y refunda las divisiones tradicionales, con el fin de soldar fisuras y acabar con los reinos de taifas, todo ello en nombre de conseguir lo que la elocuencia de Ballmer ha bautizado como One Microsoft, cualquier promoción interna podría resultar problemática. Los cuatro nombres que más se citan están involucrados en ese proceso: Tony Bates (que llegó con la compra de Skype), Satya Nadella (vicepresidente del nuevo Cloud & Enterprise Group), la ascendente Julie Larsson-Green (ahora VP del Devices and Studios Group) y Kevin Turner (chief operating manager, el perfil más continuista del grupo).
De más está decir que todo son especulaciones. El consejo tendrá que decidir, cuanto antes mejor, pero sólo un ingenuo puede desconocer que Bill Gates tendrá la última palabra.
[publicado en La Vanguardia el 1/9]