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  8/05/2023

Apple, cada vez más cerca del negocio bancario

No corren buenos tiempos para la banca estadounidense:  en el primer trimestre del año, la fuga de casi 60.000 millones de dólares en depósitos ha sido motivada, en primer lugar, por la desconfianza que generan las entidades regionales desde la quiebra del Silicon Valley Bank. Y, sobre todo, porque tras agotarse la vigencia de los intereses al 0%, los clientes buscan otras maneras de rentabilizar su dinero. La combinación de ambos factores explica que el saldo de las cuentas bancarias haya disminuido a un ritmo que no se había visto desde la crisis financiera de 2008. Precisamente en este momento, Apple ha decidido entrar en el negocio bancario por una puerta lateral, la captación de ahorro.

Las entidades financieras siguen sin subir el rendimiento de las cuentas de ahorro, insuficiente si se considera que la tasa de referencia de la Reserva Federal está en el 4,75%. Así que, nada tiene de extraño que los depositantes muevan su dinero hacia productos financieros que ofrecen mejores rendimientos.

¿Quién saca partido de este contexto, probablemente duradero? Por un lado, las cuatro primeras entidades con franquicias nacionales (como JPMorgan, Bank of America, Citigroup y Wells Fargo) reciben con los brazos abiertos a los clientes de bancos pequeños, poseídos por la atmósfera de incertidumbre. Después del SVB y el Signature Bank, liquidados en marzo, ha tocado el turno al First Republic, adquirido a precio de derribo por JPMorgan; Pac West y Western Alliance van seguir  el mismo camino tras hundirse en la bolsa.

Apple, que no es un banco ni quiere serlo, aprovecha la coyuntura a su manera. Se ha aliado con Goldman Sachs, para atraer depositantes a una nueva cuenta de ahorro de alto rendimiento. Se da la circunstancia de que este banco – quinto del ranking estadounidense – tribute la caída un 18% de sus beneficios del primer trimestre a las pérdidas de su división de crédito al consumo.

Aunque esta alianza con Goldman Sachs será muy residual en la cuenta de resultados de Apple, resulta ser un excelente ejemplo de cómo esta compañía sabe apalancarse en su extensa base de usuarios para expandirse a otras áreas de negocio.

La cuenta de ahorro Apple Savings promete intereses del 4,15% anual, que es superior a la rentabilidad de una cuenta en American Express (3,75%) o la que ofrece el propio Goldman Sachs a sus clientes minoristas (3,9%).

La noción de que Apple se vuelca cada vez más en los servicios circula desde hace mucho tiempo, pero nunca había llegado a este extremo. Hasta ahora, se había limitado al lanzamiento de Apple Pay (2014) con poco éxito y Apple Card (2019), ambos vinculados a la posesión de un iPhone o un iPad. Han sido aproximaciones graduales al  movedizo mundo de los pagos online. Esta percepción se ha confirmado con la reciente presentación de Apple Pay Later, nombre que la compañía da a su variante de lo que el mercado conoce con la sigla BNPL (Buy Now Pay Later) con pagos aplazados.

En la misma línea, el año pasado Apple anunció Tap to Pay, una función NFC por la que autoriza al comercio minorista a aceptar pagos directamente desde un iPhone a través de su sistema Apple Pay, con lo que el smartphone se convierte de facto en terminal en punto de venta. Al menos inicialmente, se reserva a operaciones de menor cuantía, un negocio al que los sistemas clásicos de tarjetas han prestado poca atención.

Hasta ahora, Apple financia estas operaciones con sus propios recursos porque puede: su tesorería suma 165.000 millones de dólares (efectivo y títulos a corto plazo) y si se descuenta la deuda aún le quedan 55.000 millones netos. Es una ratio imposible para cualquier banco. La otra ventaja de Apple es la marca, una de las “más admiradas” del mundo entero, juicio que nadie emitiría acerca de un banco. La intimidad entre la marca y sus clientes es inigualable: se ha calculado que cada usuario  interactúa con su iPhone 2.600 veces al día.

Se mire por donde se mire, el primer objetivo de Apple sigue siendo el mismo de siempre defender su propio jardín y hacer muy complicado que los usuarios puedan pasarse a Android. La orientación hacia el modelo de servicios es ostensible: el segmento [incluye una oferta no desglosada] facturó 20.900 millones entre enero y marzo, sobre un total de 94.800 millones de ingresos. Mientras estos descendieron un 3,6%, los servicios subieron un 5,5%.

Una sucesión de movimientos espaciados en el tiempo indican que Apple, sin decirlo (o negándolo cuando se le ha preguntado), se va acercando al terreno ocupado por numerosas Fintech que han socavado el negocio bancario convencional gracias a que pagan rendimientos muy superiores a los tipos de interés de referencia. Es improbable que la alianza con Goldman Sachs – ambos socios tienen recursos abundantes y sendas clientelas cautivas – se proponga entrar en esa guerra. Las estrategias de Tim Cook y David Solomon, CEO de Apple y Goldman Sachs, respectivamente, apuntan a otras metas.

Al escoger como socio a Goldman Sachs – por segunda vez, puesto que ya lo hizo al lanzar Apple Card – Cook se evita un problema: Apple Savings es una cuenta de ahorro que está asegurada por la Federal Deposit Insurance Corporation dentro de ciertos límites definidos por la ley.

Es natural preguntarse por qué insistir en esta asociación cuando no parece que los antecedentes hayan sido rentables. Para empezar, Apple tiene un criterio de rentabilidad bastante sutil: una tarjeta con su marca le permite atisbar en las finanzas de su clientela sin asumir riesgos bancarios. Otro es el caso de Goldman Sachs: desde 2019, Apple Card le ha supuesto pérdidas contables estimadas en unos 1.200 millones de dólares, básicamente por la obligación de provisionar eventuales insolvencias de los titulares. A pesar de ello, el banco de Solomon sigue comprometido por contrato a comercializar la tarjeta hasta 2029, confiando en que ganará dinero de aquí a entonces.

Vaya por delante que Apple Card – y consecuentemente Apple Savings – contribuyen a atraer al espacio bancario de Goldman Sachs una clientela que se identifica con una marca que tradicionalmente se ha calificado de “aspiracional”. Según opina Wall Street Journal, Goldman Sachs ha sido demasiado complaciente a la hora de aprobar las tarjetas Apple Card. Si a esto se añade el generoso pago de intereses, existe un riesgo bancario que se disimula con la solvencia de ambas partes.

Entre otras singularidades de la banca estadounidense, los resultados del primer trimestre de 2023 han sido mejores de lo esperado por los analistas. Excepto los de Goldman Sachs, cuyos ingresos se quedaron por debajo de las previsiones y acabó perdiendo 470 millones de dólares en su rama de préstamos al consumo. Por otra parte, las autoridades están investigando el dudoso papel que jugó en el desenlace de la crisis de Silicon Valley Bank: al parecer, habría aprovechado la situación del banco californiano para quedarse a precio de saldo con parte de su cartera de títulos del Tesoro.

Ostensiblemente, quien sale de las operaciones en común es Apple. La novedad de su servicio BNPL – que permite a los usuarios comprar con Apple Pay y reembolsar la cantidad en cuatro cuotas sin intereses – consiste en que por primera vez la compañía asume responsabilidades financieras, como la comprobación del riesgo y la concesión del crédito. Al igual que pasa con la cuenta de ahorro, es imprescindible poseer un iPhone y estar en posesión de una Apple Card, como condición para merecer un préstamo. Esta jugada se llama fidelización de clientela. .

Al final, aunque lo niegue, Apple se está convirtiendo en un componente del sistema financiero. No tiene prisa alguna por obtener de las autoridades una ficha para operar como banco, pero no se puede descartar que lo haga a largo plazo. Sería una ocasión de crecimiento para una compañía cuyo valor en bolsa supera los 2,7 billones de dólares, casi no encontraría oposición. Promemoria: JPMorgan el banco más valioso del país tiene una capitalización de 408.000 millones de dólares y Goldman Sachs apenas pasa de los 110.000 millones.

A tenor de lo que escribe la prensa estadounidense, Tim Cook tendría varias iniciativas en carpeta. La primera de ellas sería la introducción de un programa de suscripción al iPhone [su propia versión del concepto DaaS, device-as-a-service] que reforzaría sus finanzas con nuevos ingresos recurrentes.

La opacidad que es marca de la casa no ha evitado que trascendiera la idea de una versión ampliada de Pay Later, supuestamente denominada Pay Monthly Installments, que gestionaría transacciones más voluminosas y por  períodos más largos – supuestamente para el mercado corporativo – pero en este caso cobrando intereses. Más especulativa es otra versión sobre una plataforma financiera en estudio – Proyecto Breakout, sería su nombre provisional – consistente en el desarrollo de una tecnología propia que incorporaría todos los procedimientos de una transacción bancaria típica.

No parece que estas iniciativas puedan traspasar las fronteras de Estados Unidos y su marco legislativo, pero se hace difícil pensar que Apple no razone esta cuestión a escala global. ¿Significa lo anterior que los bancos tengan razones para preocuparse por la eventual llegada de un competidor tan robusto? No. O sólo debería preocuparse en la exacta medida que merece un gigante tecnológico con casi 1.200 millones de usuarios de su producto estrella y un historial envidiable de disrupción en todo aquello que toca.

Con cualquier métrica que se use, el tamaño de Apple hace que incluso los grandes bancos del mundo parezcan pequeños. Sólo su rama de servicios, que genera ingresos recurrentes de suscriptores y los pagos de la App Store, generó 56.000 millones de dólares de beneficio bruto el año pasado, dos veces la suma de los obtenidos por JPMorgan y Citi. Aun así, representa la quinta parte de la facturación total. Desde luego, Apple no es competidor de la banca, pero sabiendo que la compañía cuece sus planes a fuego lento, no hay que descartar que lo sea en alguna medida dentro de unos años.

Su servicio Apple Pay puede servir de ejemplo. Es una tecnología de pago inalámbrico que se anunció por primera vez en 2014, junto con el iPhone 6. La adopción fue tan parsimoniosa que fue objeto de bromas. Dos años después, sólo uno de cada diez propietarios de un iPhone utilizaba ese servicio; seis años después (en 2020), la proporción había crecido al 50% y hoy debe estar en torno al 60%.

Mirando más lejos y sin ánimo de hacer pronósticos propios de otro oficio, puede decirse que el negocio de Apple se encamina al siguiente supuesto: si el comprador y el comerciante utilizan dispositivos de Apple para procesar los pagos, Apple podría crear un circuito cerrado que no necesitaría socios bancarios ni redes de autorización gestionadas por terceros. Es un futurible, porque ahora mismo no puede enajenarse la buena voluntad de los bancos y de los sistemas de medios de pago dominantes. Pero, a medida que más y más personas utilizan Apple Pay y los servicios financieros adyacentes, puede que Apple sea vista como algo más que una marca de dispositivos. ¿Por qué no un Cupertino Bank? Es broma.


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